Como ya he confesado aquí públicamente (ver la entrada La música es el lenguaje de Dios, del pasado 16 de septiembre -por cierto, votada por vosotr@s como la segunda mejor entre las 100 primeras insertas en el Blog), Johann Sebastian Bach absorbe la práctica totalidad de mis predilecciones musicales. Y si en ocasiones escucho algo que no sean sus obras, también son composiciones de música clásica. Lo siento; son cosas que pasan. Por tanto, mis conocimientos de música moderna son limitadísimos. No obstante, de mis tiempos más jóvenes, mantengo el recuerdo de algunas pocas canciones de autores y cantantes contemporáneos. Entre ellos y muy especialmente Cat Stevens (Moonshadow, Matthew and son,...), que fue uno de mis preferidos hasta que dejó la actividad musical en el tramo postrero de los años setenta.
Por esto, me ha alegrado saber que vuelve a los escenarios. De hecho, actuará entre el 15 de noviembre y el 8 de diciembre por salas de Irlanda y Reino Unido presentando un espectáculo de teatro musical denominado Guess I'll take my time (Supongo que me tomaré mi tiempo), que le permitirá retomar sus canciones de éxito y presentar nuevo material. Eso sí, no lo hará con su antiguo nombre, sino con el de Yusuf Islam. No en balde, Cat Stevens, nacido en el Soho londinense en 1947, abandonó su carrera musical tras hacerse musulmán.
Su conversión al islamismo aconteció exactamente en 1977. Dos años después, se casó con una musulmana que desconocía en una boda arreglada. Inicialmente, aquello se consideró como una extravagancia de una estrella del pop perdida en el supermercado espiritual. Pero iba en serio: desapareció de la circulación, dedicando sus "royalties" y sus derechos de autor a mantener una escuela islámica, aparte de financiar asociaciones religiosas de carácter caritativo.
A finales de los ochenta, la polémica desatada en torno a Los versos satánicos le devolvió a los periódicos: afirmó que Salman UsRushdie era un blasfemo y parecía apoyar la fatwa dictada por Teherán. Posteriormente, matizó su opinión y aseguró que se habían tergiversado sus palabras; desde entonces, graba las entrevistas cuando conversa con algún periodista. Pero este acontecimiento lo marcó ante la opinión pública. Algunos exaltados quemaron sus discos y dejaron de interpretarse sus canciones: el grupo 10.000 Maniacs retiró del mercado su versión de Peace train, grabada en 1971. En 1990, se le prohibió entrar en Israel, aunque ese mismo año consiguió que Irak liberara a varios rehenes occidentales. En 2004, cuando viajaba hacia Washington, su avión fue desviado hacia otro aeropuerto, donde fue retenido antes de ser devuelto a Reino Unido.
Yusuf Islam se ha resistido a la demonización de su persona, defendiendo vigorosamente sus posturas. En 1993, ganó un juicio por libelo contra la revista Private Eye, que había asegurado que financiaba a guerrilleros afganos. También pleiteó con éxito contra The Sun y The Sunday Times. Condenó explícitamente los atentados del 11-S y el fundamentalismo violento. Reconoció que dinero suyo podía haber acabado en organizaciones humanitarias dependientes del movimiento palestino Hamás, pero reiteró su repugnancia ante el terrorismo.
Ha ido retornando al pop de modo paulatino. Durante lustros se negó a poner sus manos sobre una guitarra, pero a mediados de los noventa grabó discos de narraciones y con un quinteto vocal. Más tarde, lanzó canciones benéficas y reapareció en 2006 con el álbum An other cup. En mayo pasado, durante la celebración del 50º aniversario del sello Island, se reconcilió simbólicamente con sus críticos, al aparecer en el mismo escenario con el grupo irlandés U2, que se destacó en su momento por su solidaridad con Salman Rushdie.
Le deseo lo mejor a Cat, o a Yusuf, qué más dan los nombres, en su reincorporación plena a la actividad musical. Los mensajes de algunas de sus canciones aún resuenan en mis oídos tanto años después. Ojalá ahora su mensaje espiritual, lo del credo concreto me importa un bledo, resuene en la mente, el corazón y la consciencia de mucha gente.
Por esto, me ha alegrado saber que vuelve a los escenarios. De hecho, actuará entre el 15 de noviembre y el 8 de diciembre por salas de Irlanda y Reino Unido presentando un espectáculo de teatro musical denominado Guess I'll take my time (Supongo que me tomaré mi tiempo), que le permitirá retomar sus canciones de éxito y presentar nuevo material. Eso sí, no lo hará con su antiguo nombre, sino con el de Yusuf Islam. No en balde, Cat Stevens, nacido en el Soho londinense en 1947, abandonó su carrera musical tras hacerse musulmán.
Su conversión al islamismo aconteció exactamente en 1977. Dos años después, se casó con una musulmana que desconocía en una boda arreglada. Inicialmente, aquello se consideró como una extravagancia de una estrella del pop perdida en el supermercado espiritual. Pero iba en serio: desapareció de la circulación, dedicando sus "royalties" y sus derechos de autor a mantener una escuela islámica, aparte de financiar asociaciones religiosas de carácter caritativo.
A finales de los ochenta, la polémica desatada en torno a Los versos satánicos le devolvió a los periódicos: afirmó que Salman UsRushdie era un blasfemo y parecía apoyar la fatwa dictada por Teherán. Posteriormente, matizó su opinión y aseguró que se habían tergiversado sus palabras; desde entonces, graba las entrevistas cuando conversa con algún periodista. Pero este acontecimiento lo marcó ante la opinión pública. Algunos exaltados quemaron sus discos y dejaron de interpretarse sus canciones: el grupo 10.000 Maniacs retiró del mercado su versión de Peace train, grabada en 1971. En 1990, se le prohibió entrar en Israel, aunque ese mismo año consiguió que Irak liberara a varios rehenes occidentales. En 2004, cuando viajaba hacia Washington, su avión fue desviado hacia otro aeropuerto, donde fue retenido antes de ser devuelto a Reino Unido.
Yusuf Islam se ha resistido a la demonización de su persona, defendiendo vigorosamente sus posturas. En 1993, ganó un juicio por libelo contra la revista Private Eye, que había asegurado que financiaba a guerrilleros afganos. También pleiteó con éxito contra The Sun y The Sunday Times. Condenó explícitamente los atentados del 11-S y el fundamentalismo violento. Reconoció que dinero suyo podía haber acabado en organizaciones humanitarias dependientes del movimiento palestino Hamás, pero reiteró su repugnancia ante el terrorismo.
Ha ido retornando al pop de modo paulatino. Durante lustros se negó a poner sus manos sobre una guitarra, pero a mediados de los noventa grabó discos de narraciones y con un quinteto vocal. Más tarde, lanzó canciones benéficas y reapareció en 2006 con el álbum An other cup. En mayo pasado, durante la celebración del 50º aniversario del sello Island, se reconcilió simbólicamente con sus críticos, al aparecer en el mismo escenario con el grupo irlandés U2, que se destacó en su momento por su solidaridad con Salman Rushdie.
Le deseo lo mejor a Cat, o a Yusuf, qué más dan los nombres, en su reincorporación plena a la actividad musical. Los mensajes de algunas de sus canciones aún resuenan en mis oídos tanto años después. Ojalá ahora su mensaje espiritual, lo del credo concreto me importa un bledo, resuene en la mente, el corazón y la consciencia de mucha gente.
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