En lo relativo a lo primero, el argumento y las acotaciones científicas que lo adornan muestran como lo exterior a cada uno depende del interior de cada cual. Esto es, lo que crees es lo que creas: existe una conexión entre lo interior -trascendente- y lo exterior -material-, estando lo segundo animado e inducido desde lo primero. Lo ha expresado muy bien Edgar Mitchell, el que fuera astronauta de
¿Sorprendente?. Pues no tanto, ya que, desde finales del siglo XIX, como recopilé en Los códigos ocultos (RD Editores; Sevilla, 2005), las teorías y propuestas lanzadas por numerosos científicos han abierto preguntas y formulado cuestiones que no pueden ser contestadas desde la perspectiva de la ciencia tradicional y la visión dicotómica –ciencia versus espiritualidad- imperante. Marco en el que está adquiriendo peso la idea de que la consciencia acerca de lo que somos, sobre lo que cada uno es, crea la realidad que nos rodea, las experiencias de cada cual: el mundo no físico moldea el Universo material y la realidad que detectan nuestros sentidos.
Buda enseñó que “la mente (consciencia) es todo; nos convertimos en lo que pensamos (toma de consciencia)”. La ciencia comienza a confirmarlo: somos productores natos de realidad y permanentemente creamos la realidad y sus efectos; somos al 100 por 100 responsables de nuestras vidas. Maharishi Yogi lo ha expresado de manera hermosa: “El Universo entero es expresión de la consciencia. La realidad del Universo es un océano ilimitado de consciencia en movimiento”.
Ligado a lo cual hay que resaltar la creciente convicción de que la naturaleza, sus características y sucesos, no puede examinarse desde fuera, como enseñan los postulados racionalistas clásicos. Entre los científicos que han llegado a esta conclusión destaca el alemán Werner Heisenberg, Nóbel de Física en 1932, cuyas investigaciones le llevaron a argumentar que “lo que observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método inquisitorial (...); la división común del mundo interno y mundo externo, cuerpo y alma, ha dejado de ser adecuada”.
Esta relatividad que afecta a la indagación científica, lejos de cerrarle puertas, le ha abierto muchas, hasta el punto de que son numerosos los investigadores que piensan que los saberes científicos se hallan en la antesala de una nueva forma de concebir y entender el Universo entero -su esencia y sus estructuras- y la realidad cotidiana que nos envuelve y a la que pertenecemos. A este respecto, Illya Prigogine, nacido en Moscú en 1917 y premio Nóbel de Química, escribió que “estamos lejos de la visión monolítica de la física clásica y ante nosotros se abre un Universo del que apenas comenzamos a entrever sus estructuras”.
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