Delegados de 190 países desarrollan hasta el 9 de octubre, en Bangkok (Tailandia), la penúltima reunión preparatoria de la 15º Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebrará en Copenhague (Dinamarca) entre el 7 y el 18 de diciembre de 2009 (http://es.cop15.dk/). Aunque este encuentro es para muchos expertos la última gran oportunidad para llegar a un consenso sobre las emisiones de CO2 y lograr, antes de 2012, un acuerdo para sustituir al de Kioto, las cosas no marchan bien. Hasta el punto de que Jonathan Pershing, cabeza de la delegación estadounidense, se ha descolgado con la propuesta de dejar a un lado la discusión sobre “principios” para allanar el camino del consenso y confiar que “dentro de la variedad de fuentes de financiación, la de mayor capacidad provenga del sector privado”.
¡Menudo disparate!. Las actuaciones globales y locales, que de los dos tipos son precisas, ante el cambio climático requieren precisamente todo lo contrario: firme convicción en los principios; y rotundo compromiso del sector público y los gobiernos en las diferentes escalas territoriales. No en balde, principios éticos y trascendentes y compromiso democrático y ciudadano son las llaves hacia el necesario cambio de consciencia y de visión que
Con semejante telón de fondo, resultan aún más alarmantes los datos aportados por el informe sobre efectos del cambio climático que acaba de ofrecer la prestigiosa Oficina Meteorológica del Reino Unido (Met Office). Elaborado por el Hadley Center, una unidad de
Informes y datos como estos se acumulan día a día. Pero los seres humanos nos resistimos a reconocer que estamos ante el ineludible requerimiento de una nueva visión y una novedosa frontera existencial relacionada con nuestra propia toma de consciencia y la comprensión del entorno. Lo que conduce a la necesidad de acometer experiencias en el espacio transpersonal. Sin ellas no podremos sobrevivir como especie humana. Tales experiencias transpersonales deben partir del hecho de que el “yo” es un éxito de la evolución, pero, al mismo tiempo, representa un obstáculo para que ésta siga su avance.
Nos hemos desarrollado desde una consciencia prehomínida de la que progresamos hacia una consciencia mágica, luego mítica y ahora mental y racional. Pero no podemos quedarnos aquí: nuestra consciencia ha de ampliarse. En nuestro interior gozamos de capacidades para comprender la realidad de un modo que no puede abordarse con la razón. La personalidad, la experiencia de individualidad en libre albedrío, significa un gran logro de la evolución, pero al mismo tiempo supone una limitación. Caer en la cuenta de ello es esencial para cada persona y para nuestra especie.
Muchos piensan que su consciencia egóica –la ligada a su yo- es la única posibilidad de saber y comprender. Pero esto es igual de tonto que cuando creíamos que
Provenimos de un paraíso en el que alguna vez nos sentimos en una unidad simbiótica con la naturaleza. Lo que llamamos “pecado original” no es otra cosa que el haber desarrollado la consciencia individual fuera de esa simbiosis. Pero, apenas salimos de ella y pudimos decir “tú” y “yo”, Caín empezó a matar a Abel. Desde entonces nuestra especie no ha hecho otra cosa que matarse mutuamente y eso se ha agravado muchísimo. Hemos llegado a un punto en el que no sabemos cómo vamos a terminar. En el siglo pasado se mataron mutuamente cien millones de personas y ninguna moral surtió efecto. Frases como “debes hacer” o “tienes que” no han hecho adelantar a la especie humana para nada.
Cómo superar las limitaciones del yo es algo que las místicas de Occidente y Oriente siempre han sabido. Pero se puede hacer en las religiones y también fuera de ellas. La mayoría de las personas buscan hoy fuera de sus religiones. Lo importante es subir un piso más arriba en la experiencia de lo religioso. Las religiones predican el amor y dicen “debes amar a tu prójimo igual que a ti mismo”, pero no nos han ayudado a dar ni un paso hacia adelante. Decimos “mi religión”, “mis creencias”,…: egoísmo. Y los que no estaban de acuerdo fueron quemados. Eso sigue igual en el presente: sunnitas y chiítas, judíos y musulmanes, fundamentalistas en
Sólo cambiaremos si entramos en un nivel nuevo de consciencia, en el espacio transpersonal. Se trata de vivir siendo más plenamente ser humano. Hay que preguntarse qué sentido tienen esos pocos decenios de mi vida en un Universo al que la ciencia calcula una antigüedad de 13.700 millones de años. La respuesta radica en ser plenamente humano. Expresado a la manera cristiana: Dios quiere ser persona en mí, tal como soy en este momento, con esta figura que tengo. Es el único motivo por el que existimos. Por eso bailo esta danza de la vida, pero yo no “estoy” bailando, sino que “soy” bailando, soy el baile. Dios se baila a Sí mismo en mí; Dios se saborea a Sí mismo en las cosas. Ése es el motivo de mi existencia.
Yo –cada uno- tengo una importancia sin par. Si no estuviera yo, Dios no sería. Por eso tengo un significado único con mi vida. Mi verdadera existencia no es la conciencia egóica del yo, sino la consciencia de Ser, algo que no nace y no muere. Lo que soy en lo más íntimo es algo que seguirá cuando mi cuerpo físico haya muerto. Y no soy el único que está bailando, sino que bailan conmigo muchas personas, que tienen la misma importancia que yo. Cuando experimento esto, mi comportamiento cambia. Y este cambio es crucial, indispensable, para afrontar, entre otras cosas, el cambio climático.
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