Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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30/9/09

Cambio climático, egocentrismo y consciencia de Unidad

Delegados de 190 países desarrollan hasta el 9 de octubre, en Bangkok (Tailandia), la penúltima reunión preparatoria de la 15º Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebrará en Copenhague (Dinamarca) entre el 7 y el 18 de diciembre de 2009 (http://es.cop15.dk/). Aunque este encuentro es para muchos expertos la última gran oportunidad para llegar a un consenso sobre las emisiones de CO2 y lograr, antes de 2012, un acuerdo para sustituir al de Kioto, las cosas no marchan bien. Hasta el punto de que Jonathan Pershing, cabeza de la delegación estadounidense, se ha descolgado con la propuesta de dejar a un lado la discusión sobre “principios” para allanar el camino del consenso y confiar que “dentro de la variedad de fuentes de financiación, la de mayor capacidad provenga del sector privado”.

¡Menudo disparate!. Las actuaciones globales y locales, que de los dos tipos son precisas, ante el cambio climático requieren precisamente todo lo contrario: firme convicción en los principios; y rotundo compromiso del sector público y los gobiernos en las diferentes escalas territoriales. No en balde, principios éticos y trascendentes y compromiso democrático y ciudadano son las llaves hacia el necesario cambio de consciencia y de visión que la Madre Tierra demanda con urgencia de la humanidad.

Con semejante telón de fondo, resultan aún más alarmantes los datos aportados por el informe sobre efectos del cambio climático que acaba de ofrecer la prestigiosa Oficina Meteorológica del Reino Unido (Met Office). Elaborado por el Hadley Center, una unidad de la Oficina especializada al respecto, el informe concluye que si no se reducen pronto las emisiones de gases de efecto invernadero, las temperaturas medias subirán a lo largo de los próximos 50 años en el conjunto del planeta de manera significativa –hasta cuatro grados centígrados de media- con especial impacto en zonas muy sensibles, como el Ártico (ver entrada Cambio climático: no son palabras, del pasado 12 de septiembre), donde podrían crecer hasta 15,2 grados, y África occidental y algunas regiones del sur, con incrementos de 10 grados. Todos los modelos informáticos pronostican reducciones de lluvias de hasta el 20% en esas zonas de África, así como en América Central, el Mediterráneo y partes de Australia. En otras zonas, como por ejemplo India, las lluvias pueden aumentar un 20% o más, generando un aumento en el riesgo de inundaciones. Son enormes las consecuencias que todo ello puede tener para el suministro de alimentos, el acceso al agua potable y la salud. Por ejemplo, el estudio alerta sobre grandes sequías que pondrán en riesgo el abastecimiento de agua potable a la mitad de la población mundial.

Informes y datos como estos se acumulan día a día. Pero los seres humanos nos resistimos a reconocer que estamos ante el ineludible requerimiento de una nueva visión y una novedosa frontera existencial relacionada con nuestra propia toma de consciencia y la comprensión del entorno. Lo que conduce a la necesidad de acometer experiencias en el espacio transpersonal. Sin ellas no podremos sobrevivir como especie humana. Tales experiencias transpersonales deben partir del hecho de que el “yo” es un éxito de la evolución, pero, al mismo tiempo, representa un obstáculo para que ésta siga su avance.

Nos hemos desarrollado desde una consciencia prehomínida de la que progresamos hacia una consciencia mágica, luego mítica y ahora mental y racional. Pero no podemos quedarnos aquí: nuestra consciencia ha de ampliarse. En nuestro interior gozamos de capacidades para comprender la realidad de un modo que no puede abordarse con la razón. La personalidad, la experiencia de individualidad en libre albedrío, significa un gran logro de la evolución, pero al mismo tiempo supone una limitación. Caer en la cuenta de ello es esencial para cada persona y para nuestra especie.

Muchos piensan que su consciencia egóica –la ligada a su yo- es la única posibilidad de saber y comprender. Pero esto es igual de tonto que cuando creíamos que la Tierra era el centro del Universo. Con tal concepción nos hemos orientado hacia un enorme egocentrismo, que es la fuente de los males que afligen al mundo. Él nos ha llevado al borde de la desaparición. Para salir de esta limitación hay que entrar en el nivel de la unidad; constatar que somos uno con Todo y que sólo existe la Unidad.

Provenimos de un paraíso en el que alguna vez nos sentimos en una unidad simbiótica con la naturaleza. Lo que llamamos “pecado original” no es otra cosa que el haber desarrollado la consciencia individual fuera de esa simbiosis. Pero, apenas salimos de ella y pudimos decir “tú” y “yo”, Caín empezó a matar a Abel. Desde entonces nuestra especie no ha hecho otra cosa que matarse mutuamente y eso se ha agravado muchísimo. Hemos llegado a un punto en el que no sabemos cómo vamos a terminar. En el siglo pasado se mataron mutuamente cien millones de personas y ninguna moral surtió efecto. Frases como “debes hacer” o “tienes que” no han hecho adelantar a la especie humana para nada.

Cómo superar las limitaciones del yo es algo que las místicas de Occidente y Oriente siempre han sabido. Pero se puede hacer en las religiones y también fuera de ellas. La mayoría de las personas buscan hoy fuera de sus religiones. Lo importante es subir un piso más arriba en la experiencia de lo religioso. Las religiones predican el amor y dicen “debes amar a tu prójimo igual que a ti mismo”, pero no nos han ayudado a dar ni un paso hacia adelante. Decimos “mi religión”, “mis creencias”,…: egoísmo. Y los que no estaban de acuerdo fueron quemados. Eso sigue igual en el presente: sunnitas y chiítas, judíos y musulmanes, fundamentalistas en la Iglesia Católica. Todos dicen “yo, yo, yo…”: los problemas del mundo derivan del egocentrismo.

Sólo cambiaremos si entramos en un nivel nuevo de consciencia, en el espacio transpersonal. Se trata de vivir siendo más plenamente ser humano. Hay que preguntarse qué sentido tienen esos pocos decenios de mi vida en un Universo al que la ciencia calcula una antigüedad de 13.700 millones de años. La respuesta radica en ser plenamente humano. Expresado a la manera cristiana: Dios quiere ser persona en mí, tal como soy en este momento, con esta figura que tengo. Es el único motivo por el que existimos. Por eso bailo esta danza de la vida, pero yo no “estoy” bailando, sino que “soy” bailando, soy el baile. Dios se baila a Sí mismo en mí; Dios se saborea a Sí mismo en las cosas. Ése es el motivo de mi existencia.

Yo –cada uno- tengo una importancia sin par. Si no estuviera yo, Dios no sería. Por eso tengo un significado único con mi vida. Mi verdadera existencia no es la conciencia egóica del yo, sino la consciencia de Ser, algo que no nace y no muere. Lo que soy en lo más íntimo es algo que seguirá cuando mi cuerpo físico haya muerto. Y no soy el único que está bailando, sino que bailan conmigo muchas personas, que tienen la misma importancia que yo. Cuando experimento esto, mi comportamiento cambia. Y este cambio es crucial, indispensable, para afrontar, entre otras cosas, el cambio climático.

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