Se
reproduce seguidamente el artículo titulado Aquí y Ahora, publicado en la revista Kundalini Magacine
(Julio-Agosto, 2016) que reproduce los contenidos de la entrevista realizada a Emilio Carrillo por sus redactores.
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Cuando hablamos del aquí-ahora
es importante hablar de tres temas: en primer lugar, de la llamada a la
consciencia; en segundo lugar, del hecho de que el tiempo no existe, aunque
creamos en él; y, en tercer lugar, de que al darnos cuenta de lo que es el aquí
y ahora, abrimos una puerta muy potente para conocernos a nosotros mismos,
entendiendo por conocimiento de uno mismo aquello que acuñaron los sabios de la Grecia clásica para hacer
ver que no sólo tenemos un componente físico, mental y emocional (a mí me gusta
llamarlo metafóricamente “coche”), sino también otro de carácter divino, infinito,
eterno e inmutable qué es lo que realmente somos (siguiendo el símil, lo
denomino “Conductor”). Y cuando el coche deja de funcionar, el Conductor sigue
viviendo.
Vivir en el momento presente
es una puerta muy importante y potente para percibir todo esto. Y para las
personas que se empiezan a acercar al mundo de la consciencia es el camino más
directo y sencillo.
Desarrollemos los tres
bloques citados, empezando por el primero.
La llamada a
la consciencia
En la práctica diaria de los
seres humanos, salvo en raras excepciones, se producen situaciones en las que
sin darnos cuenta dejamos de estar: simplemente, nos vamos con la mente a otro
sitio. Por ejemplo cuando estamos manteniendo una conversación con otra persona
y, en un momento determinado, nos vamos a otro lado (a lo mejor algún elemento
de la conversación hace que nos acordemos de otro hecho o situación y nuestra
atención se va hacia allá) hasta el punto de que la otra persona se hace
invisible: la tenemos delante, pero es como si no la tuviéramos al lado porque
nosotros, con la mente nos hemos ido a otro sitio.
Otro buen ejemplo es cuando
estamos paseando por la calle, sin hacer nada en especial: Y en lugar de estar
allí paseando, a menudo ocurre que a partir de un cierto momento ya no estamos
allí: aparentemente estamos en la calle dando un paseo, la gente puede vernos,
pero en realidad no estamos allí. Esto es muy fácil de observar en cualquier paseo
por las calles de cualquier gran ciudad. Si nos fijamos bien, veremos que está
lleno de personas que aparentemente están, pero que en realidad no están ahí
porque con la mente andan por otro sitio.
En otras ocasiones sucede
que nos sentamos para pensar sobre cualquier tema o situación que nos interesa.
Sin embargo, sin que nos demos cuenta, nuestra cabeza, de pronto, pone la
atención en otros asuntos y nuestros pensamientos dejan de estar centrados en
el tema inicial para desviarse a otras cuestiones distintas de lo que
queríamos.
Son pequeños ejemplos de
algo que nos ocurre todos los días. De hecho, es algo tan frecuente que la
gente lo considera normal debido a lo frecuente que es. Sin embargo, siendo
frecuente, es profundamente anormal.
Hemos olvidado que frecuente
y normal no significa lo mismo; son palabras distintas que deberían usarse en
contextos distintos. El desaparecer del momento presente para viajar a otros
momentos y situaciones puede ser algo muy frecuente, pero desde luego no es
normal. Esta anormalidad conlleva pérdida de tiempo, pérdida de energía,
pérdida de concentración… En definitiva, nos lleva a la inconsciencia. Lo
normal es estar en el momento presente, estar en lo que estamos.
Ciertamente, todos tenemos
una capacidad intelectual que nos permite, por ejemplo, estar en el mes de
junio y planificar un viaje para agosto. Esto está bien y es necesario. Lo que
no tiene sentido es que nos vayamos a agosto o a cualquier otro momento
diferente al presente sin ninguna voluntad propia, por los vaivenes de la mente.
Sólo deberíamos salirnos del momento presente
cuando lo hacemos desde la plena consciencia, con una voluntad
específica, y para algo que en el momento presente corresponde (verbigracia,
planificar unas vacaciones, que exige hacerlo con la suficiente antelación)
Como seres humanos siempre
hemos pretendido viajar en el tiempo, sin darnos cuenta de que ya somos una
máquina espectacular de viajar en el tiempo: nos pasamos el día haciéndolo.
¿Por qué nos ocurre esto,
que es frecuente, pero no normal? Pues por algo muy sencillo: el ser humano
tiene metida en la mente la creencia en el tiempo. Sin embargo, por raro que
parezca, el tiempo no existe.
El tiempo no
existe
La consciencia de la Humanidad está
evolucionando permanentemente. Esto tiene multitud de manifestaciones, desde
revistas como la que estás leyendo hasta el mundo del cine, donde hay multitud
de películas de nueva consciencia que van apareciendo, o en el ámbito de la
ciencia, donde hoy ya es algo absolutamente admitido y asumido que el tiempo es
una ilusión de la mente.
En el siglo XX, con la Teoría de la Relatividad , se
hablaba de que el tiempo era algo relativo, que no era un valor absoluto. Pero
poco a poco, a partir de la física cuántica y sus derivaciones, se ha descubierto
que no sólo no es un valor absoluto, sino, simplemente, una ilusión de la mente
humana. El tiempo definitivamente no existe.
Ante esto, muchas personas
se preguntan: ¿cómo que no existe el tiempo? Yo he nacido, me he hecho adulto,
envejezco y moriré… Entonces, cómo que el tiempo no existe. Pues bien, lo que
acabamos de describir no tiene nada que ver con el tiempo, sino con los ciclos:
lo que existe en la vida de una persona, en la Naturaleza o en el
Cosmos son ciclos.
El Sol sale y se pone, la
Luna Llena sigue a la
Luna Nueva , las mareas se suceden en los
mares, las estaciones del año van correlativas una detrás de otra, la tierra rota
con un ciclo perfecto, etcétera. Todo son ciclos constantes, pero ¿dónde está
el tiempo ahí? Esto no tiene nada que ver con el tiempo: El hecho de nacer,
crecer, envejecer y morir no es nada más que un ciclo vital, un ciclo vital que
se desarrolla en el aquí y ahora. Y en el seno de los ciclos existen dos cosas:
el aquí-ahora, que es donde la vida existe y se despliega, y la cadena de
causas-efectos originado por cada acción y situación.
El tiempo es una convención
inventada por el ser humano. La prueba irrefutable de ello es que ninguna
persona siente el tiempo: todos necesitamos algo externo a nosotros que nos
hable del tiempo, necesitamos un reloj o un calendario, herramientas que tienen
su utilidad para facilitarnos la organización de nuestro día a día. Pero todos
sabemos por experiencia propia que diez minutos pueden hacerse muy largos o muy
breves en función de cómo los estemos viviendo.
El problema viene cuando nos
dejamos abducir por este invento. Lo mismo sucede con el lenguaje. Todos
nacemos en silencio y todos desencarnamos en silencio. Nuestro lenguaje natural
es el silencio. Al inicio de nuestra vida nos enseñan un idioma, que es muy
útil y nos facilita el poder comunicarnos, pero ese idioma, el lenguaje, no es
algo innato. Y el mundo del lenguaje también nos abduce: no somos capaces de
observar algo sin poner una palabra por delante, con lo que muchas veces nos
conformamos con la palabra que le ponemos al objeto y no entramos en él, no
profundizamos en su contenido. Por ejemplo, estamos paseando y vemos un árbol.
Al verlo, ponemos la palabra árbol sobre él y, a partir de ahí, no lo miramos
realmente. Nos conformamos con denominarlo árbol, sin más, olvidando que ningún
árbol, incluso de una misma especie, es igual a otro. Las palabras crean a menudo una pantalla que
hace que no te metas en la experiencia; generan una distancia entre tú y lo que
estás viendo. El lenguaje es una creación mental, como que el tiempo; y, al
igual que este, nos abduce y nos hace perder consciencia.
Cuando estamos en el aquí-ahora
experimentamos lo que yo denomino el “acto de pensar”. El problema es que, como
creemos en el tiempo, el acto de pensar en multitud de ocasiones lo convertimos
en el “proceso de pensar”, que es cuando tú ya no estás en lo que estás
viviendo, sino que empiezas a pensar en cosas ajenas a lo que estás viviendo,
que están ligadas con nuestra creencia en el tiempo y que se caracterizan tanto
por su ficción, como por su dolor.
Es un poco increíble porque
si nos inventáramos cosas que nos son gratificantes aún tendría un sentido,
pero en la mayoría de las ocasiones nos vamos al pasado y tenemos sentimientos
de culpa, de error, de carga... sentimientos que nos atenazan. Sin embargo, el
pasado no existe: existió cuando fue presente; y como fue presente, se
incorporó a nosotros. Todos llevamos incorporados cada momento de nuestras
vidas. Es absurdo trasladarse mentalmente cinco años atrás porque lo que
viviste en aquel momento se incorporó a ti, tuvo su sentido en tu proceso
conciencia, hiciste en su momento lo que debías hacer fruto de tu estado de
consciencia de aquel momento y como experiencia se incorporó a ti.
Al fin y al cabo, somos como
un edificio que se va construyendo piso a piso, experiencia a experiencia, y
cada experiencia está en el edificio y ayuda a sostener a las siguientes. Cuando
decimos “es que me equivoqué, me arrepiento y ojalá pudiera quitar esa experiencia
de mi vida...” Pues bien, si realmente la quitaras, ya no serías como eres: si
de un de muchas plantas elimina una, el edificio de derrumba. Para colmo, cuando
llevamos la mente al pasado su funcionamiento es selectivo e interpretativo: se
acuerda de lo que le interesa y de la forma que le interesa. Por ejemplo, dos
personas que recuerdan una misma situación siempre tienen visiones distintas de
lo que pasó; lo que ocurrió fue lo que ocurrió, pera cada una se acuerda de
aspectos distintos y en los que coinciden suelen existir interpretaciones
distintas. El pasado no existe, es una creación mental y, por tanto, depende de
nuestra mente.
Con el futuro la experiencia
es todavía más divertida. Porque, al menos, el pasado existió cuando fue
presente. Pero el futuro es fantasía total, ahí no hay nada que tenga nada que
ver con algo tangible. Y no nos damos cuenta, pero el futuro actúa en muchísima
gente como una droga. Se habla mucho de drogas y evidentemente la Humanidad tiene muchos
tipos de drogas, pero la droga a la que hay mayor adicción en la actualidad es
al futuro. Y eso tiene mucho que ver con el miedo.
Hay multitud de personas que
no viven en coherencia con lo que sienten, estamos hablando de pareja, del trabajo
o, incluso, de temas menores como puede ser seguir una dieta. A lo mejor no
estás conforme con tu cuerpo, con tu trabajo o con tu pareja… Y en lugar de
hacer lo que sería lo normal, que es tomar decisiones respecto a lo que sientes
en el aquí-ahora, sueles decir “lo haré mañana”, sin darte cuenta de que el
mañana es un invento que ha creado el ser humano para huir del momento
presente, que es donde realmente deberíamos llevar a cabo aquello que sentimos
y no auto-engañarnos, ya que el problema del mañana es que es un auto-engaño.
Imagínate que tu actividad
laboral no te gusta y que sientes que te está desarmonizando y te hace sentir
mal. Pues bien, déjala, pero entonces aparece la mente y dice pero cómo lo voy
a dejar, de qué voy a vivir… Mi actividad laboral me da unos ingresos... Pues confía,
deja tu actividad laboral y confía en la vida. Si hay algo por dentro que te
está diciendo esto no es, pues entrégate a tu verdad y confía en la vida. Verás
como la vida se va abriendo y te va dando otras opciones. ¿Por qué no lo
hacemos? Por miedo. Tenemos miedo a hacer cosas que estamos sintiendo y
percibiendo porque tememos que nos lleven a algo desconocido, que nos lleven a
la incertidumbre, a asumir riesgos... Aparecen todos los miedos. Y debemos
desarrollar la máxima aceptación y respeto respecto a ellos, porque los miedos
tienen un papel en nuestro proceso consciencial. Si ante estas situaciones
tenemos miedo, perfecto: nos damos cuenta y lo aceptamos, ya que en muchas
ocasiones al aceptarlos se van diluyendo solos, como los azucarillos en el agua.
En cambio, si no los aceptamos, si no los observamos y no queremos reconocerlos,
entonces esos miedos se mantienen… Tienes miedo y en lugar de darte cuenta,
observarlo y aceptarlo, niegas su existencia y te auto-engañas diciendo que
harás mañana lo que no te atreves a hacer hoy. La droga del futuro te lleva a
hablar de mañana para esconder la realidad, que es otra palabra que también
empieza por “m”: miedo.
Debemos que confiar en la
vida y darle esa oportunidad, porque si no se la damos nos estamos encorsetando
en nuestra relación laboral, en nuestra relación de pareja o en lo que sea, no
estamos permitiendo que la vida nos aporte lo que nosotros estamos sintiendo de
corazón. Debemos descubrir que cuanto más nos abrimos a la vida, más nos da la
vida, porque el proceso nos retroalimenta. La vida no es algo hostil, es un
continuo de amor. Y cuando te abres a la
vida te vas dando cuenta de que todo tiene su sentido profundo, su porqué y su
para qué, y tu confianza va aumentando.
Así, el tiempo es simplemente
una creencia que nos trae un sinfín de complicaciones. Lo normal, aunque no sea
lo frecuente, es vivir en el aquí-ahora: Vivir Viviendo. Y es muy importante para
ello que nos demos cuenta de lo absurdo de tener en la cabeza cosas que nos
digan qué hacer ante hechos que no estamos viviendo. Esto son nuestros sistemas
de creencias, o sea pensamientos que nos dicen que ante tal situación, cuando
la vivamos, nos comportaremos de tal manera. Pero lo normal es esperar a que la
situación en sí realmente se produzca e insertos en ella ver que lo que
sentimos en ese precio momento y actuar entonces en consecuencia, sin asirnos a
conductas y comportamientos previamente
instalados en nuestras cabezas. Los sistemas de creencias siempre nos llevan a
elaborar respuestas ante situaciones de la vida que no estamos viviendo y
condicionan nuestras actitudes y acciones en el momento presente.
El aquí-ahora es un espacio
sagrado de libertad para crear las actitudes que nos de la gana en función de
lo que en ese instante sintamos y, a partir de ahí, poner en marcha las
acciones pertinentes para actuar en la dirección que queremos. Pero coartamos
este espacio sagrado de libertad con nuestras creencias y nuestros “mañana”,
que nos hacen huir del momento presente.
El momento
presente como puerta hacia el conocimiento de uno mismo
Como explica muy bien
Eckhart Tolle, el aquí-ahora tiene dos dimensiones: la dimensión superficial y
la dimensión subyacente. Esto lo podemos ver claramente observando nuestras
vidas.
La dimensión superficial del
momento presente nos habla de que en el momento presente, de instante en instante,
hay cosas que cambian permanentemente tanto en el entorno como en nosotros
mismos. Cuantos cambios hay desde que nos levantamos hasta que nos acostamos en
un día de nuestra vida, cuantas situaciones van variando... Esa es la dimensión
superficial del momento presente, que es bastante obvia.
Y el momento presente tiene
también una dimensión subyacente. Si la dimensión superficial es todo lo que cambia
de momento a momento, la dimensión subyacente es lo que no cambia: el aquí-ahora
se va desplegando en lo que el ser humano denomina tiempo y hay algo que no
cambia. Pasan los días, pasan los años y pasan las décadas, incluso cuando el
cuerpo físico deja de funcionar y llega lo que se denomina muerte hay algo que
sigue ahí y que no cambia. Y ese algo que sigue ahí y que no cambia tiene muchísimo
que ver contigo, está hablando de ti, de lo que tú realmente eres. Porque la
dimensión subyacente del momento presente es tu vida, es el hecho de que
existes.
Como tenemos una dimensión
en nuestro ser que no está sometida al yo físico, mental y emocional, que
después de la muerte sigue existiendo, este planteamiento nos lleva a nuestro
yo eterno, que es algo que no tiene nada que ver con el tiempo, es algo que en
el instante a instante no cambia y que siempre es.
El las diferentes corrientes
espirituales desde el cristianismo a Saint Germain se habla del “Yo soy”: esa
es la dimensión subyacente del momento presente. Yo soy ahora, yo soy cuando
encarné en esta vida, yo soy cuando tenía cinco años, cuando tenía treinta,
cincuenta... Si mi cuerpo deja de funcionar, yo soy. Y voy al plano de luz y me
reencarno en un humano y vete a saber dónde y cómo y yo soy... Todo va cambiando
en la dimensión superficial, pero hay algo en ti que nunca cambia, que es tu
vida, el hecho de que existes, de que vives.
Tolle nos habla de dos
palabras -en broma las llamo mantras- que son muy útiles para afianzarte en el
aquí-ahora, pues nos sirven para percibir esto que acabo de describir de la
dimensión superficial y subyacente y de las implicaciones que todo esto tiene
para tu vida. La primera de ellas es “Alerta”; y la segunda, “Espacio”
El mantra “Alerta” significa
tomar consciencia de que en tu vida cambian muchas cosas, pero hay algo que no
cambia, que eres tú, y eso debe ayudarte a tomar distancia respecto a lo que te
sucede: no te agobies tanto, no te inquietes tanto por lo que te está pasando,
porque en la dimensión superficial del momento presente todo pasa. En una
enfermedad o te curas o te mueres, pero aunque te mueras tú sigues existiendo,
en realidad no te mueres porque sigues viviendo, sólo que cambias de escenario,
más no te puede pasar. Tomar consciencia real de esto nos aporta mucha armonía,
paz y tranquilidad.
Y el mantra “Espacio”
también es sencillo pero, a la mente le cuesta más entenderlo. Este mantra nos
habla de que debemos darnos cuenta de que nada existe si tú no existes. Tenemos
la falsa creencia de que si nosotros no existimos la vida sigue, tu ciudad
sigue, el mundo sigue... Eso es una ficción mental: si yo no vivo nada existe.
La vida existe porque tú
existes y eso lo puede decir cualquier ser, porque el yo soy es el espacio
donde se despliega todo. Yo soy el espacio donde la vida se está desplegando.
Yo no soy algo aislado: la
Creación y el Cosmos es como una gran esfera sin límites, una
esfera infinita donde cada punto es la esfera entera. Tú eres un punto de la
esfera y eres la esfera en su totalidad. Y tú legítimamente puedes decir que
eres la esfera. Y lo puedo decir yo; y lo puede decir cualquiera.
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