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19/9/09

Concepciones racionalistas de la divinidad (y III): Matriz Cósmica Holográfica de complejidad infinita

(Nota: esta entrada del Blog puede resultar excesivamente compleja para las personas que no hayan tenido previamente un acercamiento a la denominada Física de la Deidad y a los saberes científicos que hoy describen la llamada “anatomía divina”).

Enlazando con la entrada “Nada” versus “algo”, las características de la “anatomía divina” en la que Somos y a cuya Unidad pertenecemos ha sido revelada en las obras y experiencias de místicos de todos los tiempos y de la globalidad de tradiciones espirituales. Y en la época actual es eje de diversos escritos que escrutan en ello desde una óptica no sólo trascendente, sino también desde la vanguardia científica.

Acudiendo a estas fuentes, el Ser Uno -en el que somos y existimos- puede ser concebido aproximativamente como Hiperentidad Mental y Multidimensional. Su Esencia es el Amor –no cual sentimiento, sino como condición de la Unidad y energía que vivifica y fusiona la infinitud de sus componentes-; y su Cualidad, Consciencia Perfecta y, por ello, Concentración Absoluta: Quietud y Movimiento. Es por esto que, de modo innato, fluye la Emanación y expansión constante de su Esencia y del Verbo a ella asociado, lo que configura una Matriz Cósmica Holográfica de complejidad infinita, con su centro en cualquier parte y su superficie en ninguna.

Tal Matriz es Consciencia unificada y energía de Amor y vibratoria en estado puro que se despliegan piramidalmente. Se generan, así, infinidad de vórtices energéticos, más o menos complejos y con mayor o menor grado consciencial y vibratorio regidos por dos reglas cosmogónicas fundamentales: todo vórtice es suma de cuantiosos vórtices y forma parte de otro superior; y cada uno experimenta su propio desarrollo energético y consciencial en un contexto de libre albedrío y con base en la masa crítica que le proporcionan los distintos vórtices que lo conforman. Llegados a un punto de tal desarrollo, la gradación consciencial y la energía vibracional acumulada por el vórtice provoca su “big-bang”, explosionando y expandiéndose. Un “big-bang” que afecta energéticamente tanto a la globalidad de vórtices que lo conforman -impulsando una cadena de “big bangs”- como al vórtice superior al que pertenece -coadyuvando a su expansión y, por ende, a la expansión de la Unidad-. Así, cada vórtice, siendo Creación, actúa como Creador. El proceso es multidimensional e híper-interactivo -de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba y en el seno de cada componente-; y se reproduce en un momento presente continuo mediante “big-bangs” conscienciales de las partes, de las sumas y de la Unidad.

El Ser Uno se asimila, así, a un sistema ubicuo de ejes del que parten infinitas líneas de fuerza en todas las direcciones espaciales y dimensionales; un haz de ejes en el que los puntos de intersección entre las líneas se sitúan en todos lados simultáneamente. El “corazón” de este ensamblaje axial goza de omnipresencia y palpita hasta en los más remotos confines de la Realidad, por lo que el núcleo divinal ocupa toda la inmensidad, tanto de la esfera de lo Manifestado como de lo No Manifestado. Funciona como un holograma de complejidad infinita cuyas partes reproducen el conjunto inmanente en el Todo. Y se manifiesta como Esencia multidimensional del Omniverso o conglomerado de los inacabables niveles frecuenciales paralelos, coexistentes, habitados y mutuamente interpenetrados (ocupantes del mismo hiperespacio).

Los componentes energéticos desplegados participan también de la ubicuidad, por lo que se sitúan en todas partes al mismo tiempo y operan en el eterno presente. Como efecto de la vibración del centro, su emanación energética ejerce una irresistible presión sobre el Cosmos e impregna el espacio y las galaxias. La globalidad de las líneas de fuerza vibran en el seno del Ser Uno. La Hiperentidad es un punto polidimensional de vibración infinita cuyas repercusiones energéticas producen la constante deformación del espacio e impactan, igualmente, en Lo No Manifestado, ocasionando la emanación de energía primigenia, que se transmuta de forma descendente en entes vibratorios de menor orden gradacional y, al final de la escala, en materia sólida. La materia puede ser definida, así, cual espacio deformado.

Las corrientes energéticas vivifican tanto las infinitas dimensiones habitadas del Cosmos como los entes potenciales implícitos, ya concebidos, pero “aparcados” en el ámbito de Lo No Manifestado. La expansión del Omniverso conforma una pirámide psíquica de estados de conciencia, interrelacionada y en perenne crecimiento, que genera Universos y seres dotados de inteligencia. En este Omniverso en expansión, las galaxias huyen entre sí con movimiento acelerado como consecuencia de la generación continua de energía lumínica en el seno del Cosmos. Y cuando una nebulosa se aleja, el espacio deformado que en su día se transformó en materia estelar tiende a volver a su estado inicial de espacio primordial, de acuerdo con la ley de rotación de masas en un campo magnético. El resplandor del Sol es, en última instancia, materia en proceso de reconversión en espacio primigenio no deformado. Así se reconstituye la energía libre que previamente se había coagulado en átomos físicos. Semejante metamorfosis se plasma en forma de luz, cuyo poder ondulatorio decrece normalmente hasta diluirse en la situación de entropía máxima.

La luz repele los campos magnéticos, por lo que la energía fotónica de cientos de miles de millones de estrellas ocasiona un inmenso empuje de repulsión en los vastos campos magnéticos asociados a las espirales de los soles. Esta lumínica presión interna separa a las nebulosas unas de otras, dando lugar al eventual movimiento periódico de sístole y diástole en un Universo oscilante. La vida o principio animador de los seres posee un componente eléctrico aparejado a otro magnético, al igual que la materia. Lo que entendemos por Dios es este mismo campo primordial de fuerzas electromagnéticas que interpenetra inmanentemente cuanto existe, incluidos nosotros mismos, dotándonos de linaje divinal.

El omnipresente campo de fuerzas divino crea continuamente y jamás permanece estático. Si se pudiera conceptualizar el Ser Uno por sus actitudes, habría que definirlo como Amor ilimitado e incondicional que infunde a los elementos de la Creación, transformándola en Creadora. Y es el núcleo de los atributos implícitos que reside en el interior de todos los seres, por lo que estos, siendo Creación, también son Creador y pueden afirmar con rotundidad: somos Hijos de Dios no porque nos haya creado Él, sino porque somos Él.

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