Se reproduce seguidamente una
entrevista realizada a Emilio Carrillo el pasado 28 de agosto.
Se inscribe en el ”Research Project: New Social
Paradigms”
(Proyecto de Investigación sobre Nuevos Paradigmas Sociales), acometido por
estudiantes adscritos al convenio de colaboración entre las Universidades de
Ratisbona (Alemania) y Liubliana (Eslovenia).
La persona concreta que se
encargó de realizarla y transcribirla prefiere mantenerse en el anonimato.
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Hola, Emilio. Gracias por
compartir esta entrevista.
Gracias a ti por proponer
que la mantengamos. Y bienvenida a mi casa y a Sevilla.
Ante todo, perdona por mi
español, que no es muy bueno.
Tampoco lo es el mío.
Ten en cuenta que soy andaluz, ja, ja, ja…
Ya… Y del “manque” pierda…
Estás muy bien informada
para venir desde tan lejos, ja, ja, ja…
Para comenzar, me gustaría
saber cómo resuena en tu interior un párrafo de un libro que he leído este verano.
Es de Pablo d´Ors y se titula El olvido
de sí. Sus páginas describen la trayectoria vital y el camino espiritual de
Charles de Foucauld.
Admiro la vida y la obra de
Foucauld, referente contemporáneo de la tradicionalmente denominada “Espiritualidad
del Desierto”, que arrancó allá por el siglo IV de la mano de monjes, eremitas
y anacoretas como Pablo el Ermitaño o Simón el Estilita. En la ascesis
solitaria buscaban la paz interior que les permitiera alcanzar la conexión con nuestra
divinidad: la unión mística con la naturaleza divinal que todos atesoramos; con
el Dios que es yo, cada uno, todos y Todo.
El párrafo dice así: “Me ha
costado mucho entender que no tengo que ser nada, puesto
que ya lo soy; que el proceso por el que debía encaminarme no consistía en
añadir experiencias o conocimientos para llegar a ser, sino precisamente
quitarlas para llegar a descubrir a quien ya era y a quien durante tanto tiempo
había ignorado. Según he comprendido, estos son los presupuestos básicos con
que se puede vivir: yo no soy y tengo que sumar para poder ser; yo ya soy y
tengo que restar para descubrirlo”.
Lo suscribo íntegramente: no
hay que intentar ser algo, pues ya Somos todo; y no hay que sumar nada a lo que
ya Somos, sino restar la enorme cantidad de postizos, accesorios y aditivos con
los que tapamos y ocultamos lo que Somos.
En mi contexto vital y
circunstancias personales, procuro llevarlo a la práctica cada día, de instante
en instante, sin agobios, fluyendo y aceptando mi propio proceso y el de los
demás.
¿Cómo se alcanza ese
convencimiento de que ya somos todo y que no se trata de sumar, sino de restar?
No es un convencimiento, es un
descubrimiento. Y, a la par, significa recordar lo que ya sabemos, pero había
quedado arrinconado en nuestra Memoria Transcendente.
El quid de la cuestión se halla
en tomar íntima consciencia de que ya todo Es y nosotros mismos Somos todo aquello
que nuestro Corazón puede anhelar.
A partir de ahí, nos inunda el
discernimiento sobre la verdad de la vida: vivimos única y exclusivamente ¡para
vivir! Ni más ni menos. Este es el motivo y el fundamento de la existencia en
todos los planos y Dimensiones. También, por supuesto, en el plano humano.
No vivimos para “tener que” o
“deber de”; no vivimos para poseer, conseguir, hacer, desear, rechazar, luchar,
convencer,… Y, desde luego, no vivimos para sobrevivir. La razón de ser de la
vida es vivir: ¡vivir para vivir!
Cuando nos damos cuenta de esto, la Vida se revela como lo que
realmente es: un Milagro colosal y constante. Y nos percatamos de que se puede
Confiar plenamente en ella; que todo tiene su porqué y su para qué en clave del
desarrollo de nuestro propio proceso evolutivo; que las experiencias que
vivimos no son ni “buenas” ni “malas”, sino experiencias todas que nos impulsan
por igual en nuestro devenir consciencial; y que todo fluye, refluye y confluye
en el Amor de cuanto Es.
Por tanto, vivir no consiste,
permíteme el símil, en meter más muebles en casa. Al contrario: para “Vivir
Viviendo” –vivir para vivir-, hay que vaciarla enteramente para que nuestro
“verdadero ser”, que es radicalmente divino, brille, se expanda y se despliegue
en este plano y Dimensión en su espléndido e inefable potencial.
Lo expresas como si fuera lo
más normal del mundo, pero lo que nos muestra el mundo es todo lo contrario. De
hecho, la mayoría de los hombres y mujeres consideran que tienen que sumar
(objetos y bienes materiales, vivencias, experiencias, personas, saberes,
prácticas espirituales, etcétera) para poder ser. Y es a lo que nos enseñan
nuestros padres y en el colegio y la Universidad.
Mucha gente aún confunde la
vida con la supervivencia y se dedica no a vivir, sino a sobrevivir, que son
cosas bien distintas. De hecho, las preocupaciones y ocupaciones cotidianas de la
mayor parte de las personas se centran en sobrevivir y a esto le llaman vivir. Al
sistema educativo le sucede exactamente lo mismo.
¿Cómo se diferencia “vivir” de
“sobrevivir”?
“Sobrevivir” se basa en el
utilitarismo, el valor de cambio, el esfuerzo y la huida del momento presente.
Me explico.
Por un lado, para “sobrevivir”
se necesitan ineludiblemente cosas y personas, que pasan a tener un carácter
“utilitario” e instrumental para la deseada supervivencia. La gente, las cosas,
la Naturaleza,
el planeta, etcétera se conciben sólo al servicio de la propia supervivencia.
Así, hasta el amor se convierte en una mera emoción derivada de esa necesidad
instrumental del otro.
Por otro, todo aquello que se
incluye en “sobrevivir” conlleva una contrapartida o precio -suele ser valorable en
términos pecuniarios, en euros- y requiere esfuerzo y trabajo.
Por último, “sobrevivir” se
caracteriza por moverse entre el pasado y el futuro, desatendiendo e ignorando
el presente.
¿Y “vivir”?
Para “vivir” no se necesita nada
ni a nadie. Sobra con la Vida
y con tomar consciencia de nuestro “verdadero ser”, constatando su naturaleza
divinal y su pertenencia a la
Unidad y Unicidad del Todo. Así se goza de la Vida sin deseos ni rechazos,
situado en el momento presente y comprobando que la Felicidad es nuestro Estado
Natural.
Por lo mismo, “vivir” pertenece
a la esfera del Aquí y Ahora, es totalmente ajeno a lo pecuniario
y desconoce el esfuerzo: sus componentes y manifestaciones carecen de contrapartida
o precio y fluyen en la vida, en la de cada uno, sin trabajo y con naturalidad.
La gente sufre una fuerte
amnesia con respecto a lo que vivir es y significa.
¿Por qué esta amnesia?
No es casual, sino consecuencia
del aferramiento a una “consciencia egocéntrica”, que lleva a identificarse
exclusivamente con un yo material (físico, emocional y mental) y olvidar lo que
realmente Somos y Es.
No hay que ofuscarse por ello. Se
trata de una fase natural en la evolución consciencial de los seres humanos y
de las dimensiones álmicas en ellos encarnados. Y dará paso, lo empieza a hacer
ya, a otra fase, tal como el invierno es una estación preciosa y precisa para
que estalle la primavera.
Insisto: todo su tiene su porqué
y su para qué. Y también lo tiene esta fase egocéntrica en la que la Humanidad lleva ya largo
tiempo instalada y que bastantes hombres y mujeres comienzan ahora a dejar
atrás.
Estos hombres y mujeres… ¿son
los pioneros de una transmutación en la escala de valores y los paradigmas
sociales de la Humanidad?
Desde el aferramiento a la
“consciencia egocéntrica”, se han fabricado paradigmas, pautas vitales y un completo
y complejo sistema de creencias absolutamente falaces y artificiales que
conducen a la convicción de que tenemos que sumar para poder ser.
El género humano está evolucionando
de manera natural hacia un nuevo estado consciencial que puede llamarse
“Consciencia de Unidad”. De ella brotarán paradigmas y pautas de vida muy
distintos a los hoy vigentes.
Es más, parte de esos nuevos
paradigmas ya han sido creados por el ser humano, pero no han calado en el
interior de las personas ni se han socializado.
¿Puedes poner algún ejemplo de
esto último?
Los principios herméticos,
todos y cada uno, son un buen botón de muestra. Y, a propósito de lo que viene siendo
nuestra conversación, el segundo de ellos: el Principio de Correspondencia.
El célebre “como es arriba, es
abajo; como es abajo, es arriba”.
Su enunciado es simple, aunque
ostenta un gran calado. Enseña, de manera directa y sintética, la analogía
existente a todos los niveles de la
Creación entre lo “macro” y lo “micro”, lo “micro” y lo
“macro”.
En el capítulo que le dedica el Kybalion, texto del siglo XIX que
compendia la sabiduría hermética, se afirma que esto es así “porque todo cuanto
hay en la Creación
emanó de la misma Fuente; y las mismas leyes, principios y características se
aplican a cada unidad o combinación de unidades de actividad, conforme cada una
manifiesta su propio fenómeno en su propio plano”.
También por esto, todo es suma de
partes y forma parte de una suma superior, aunque cada parte es a su vez el
Todo.
El Cosmos, la Naturaleza y la Vida están repletos de casos,
fenómenos y hechos que confirman la veracidad de este principio hermético.
Y en el seno del Cosmos, la Naturaleza y la Vida se integra la Humanidad.
Efectivamente…
Para ahondar en el Principio de
Correspondencia como uno de los paradigmas que adquirirán carta de naturaleza
con la “Consciencia de Unidad” y enlazando con la vía de la resta, no de la
suma, con la que arrancó esta entrevista, conviene recordar que todos los seres
humanos, en mayor o menor medida, presentan una tendencia e inclinación innatas
a alcanzar un saber lo más entero y global posible acerca de lo divino y lo
humano: el mundo, las cosas, el Universo, la vida, la muerte, los entresijos de
uno mismo y los otros,…
Como sé que a ti te gusta
citar, Albert Camus lo plasmó con agudeza y desgarro interior en El hombre rebelde al referirse a “los
interrogantes más penosos, más abrumadores, los del corazón que se pregunta:
¿dónde puedo sentirme en mi casa?”
Se trata de un impulso tan potente
como instintivo.
Y bajo su influencia, el género
humano ha ido consolidando la práctica de escrutar, examinar y explorar lo
“macro” cual método idóneo de adquisición del conocimiento deseado.
Así es, aunque en las últimas
décadas, gracias especialmente a las aportaciones de la física cuántica, la
ciencia empieza a mirar a lo “micro” como fuente del conocimiento.
No por casualidad, es ahora
cuando la ciencia comienza a percibir que lo “macro” es algo demasiado lejano
de nosotros y la realidad que nos rodea y otea lo “micro” para explicar lo que
en lo “macro” no llega a entender.
En la medida que vamos hacia
arriba en nuestro proceso de indagación, los interrogantes aumentan y el velo
que oculta la verdad se hace más denso. Y cuanto más ascendemos, con más fuerza
percibimos interiormente un extraño sentimiento mezcla de soledad, aturdimiento
y añoranza.
No obstante, el sistema de
creencias y los paradigmas sociales continúan imbuidos por lo “macro”.
Ya, pero entonces… ¿qué
hacemos?
El Principio de Correspondencia
nos ofrece otra puerta para acceder a la anhelada sabiduría. Es la puerta de lo
pequeño, de lo “micro”, de lo que se halla abajo: tan abajo como nosotros
mismos o aún más.
La ventaja de esta vía radica
en que se encuentra bastante más a nuestro alcance que la que mira hacia arriba
hasta terminar perdiéndose en la inmensidad. Sin embargo, siendo esto así, se
utiliza muy poco y no hay un equilibrio entre lo “macro” y lo “micro” como
llaves del conocimiento.
Entiendo…
Pues bien, cuando se llega a
este punto comenzamos a percatarnos de que todo se comprende desde abajo y que
lo sabio no es subir, sino bajar. No en balde, como cada parte es a su vez el
Todo, lo más bajo contiene igualmente en sí lo más global y la esencia misma de
la Unidad en
la que todo Es.
El “Conócete a ti mismo”,
que los Siete Sabios de la
Grecia clásica, recogiendo una sabiduría que se remonta al
antiguo Egipto y a culturas mesopotámicas, inscribieron en el frontispicio del
Templo de Delfos, exige bajar al interior de uno mismo y, en introspección y
silencio, encontrar y reconocer lo que Somos.
La sociedad actual camina por
derroteros bien distintos. Y por esto, como Scheler y Heidegger han subrayado, que nunca hemos sabido tantas cosas sobre el ser humano como ahora y,
contradictoriamente, nunca hemos sabido menos de él.
Intuyo que todo lo precedente
es de aplicación al desenvolvimiento de la dinámica consciencial, en general, y
al proceso consciencial y evolutivo del ser humano, en particular.
Las personas buscan la
“realización” y el “crecimiento” y creen que se hallan asociados a incorporar y
agregar cosas (objetos, personas, vivencias,…) a sus vidas.
Subyace en ello el
convencimiento y el sentimiento profundo de que uno mismo se encuentra incompleto,
falto de algo o de mucho. Y se busca a través de la suma y en lo “macro”,
cuanto más suma y más “macro” mejor, la satisfacción de los deseos y
aspiraciones y las respuestas para el corazón que se pregunta.
Pero es absolutamente falso que
seamos incompletos o que carezcamos de algo. Sólo el olvido de lo que realmente
Somos, de nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial” y divinal, hace que
la gente crea tamaña sandez y confíe en la suma cual brújula y práctica en el
proceso de “realización” y “crecimiento”.
El Principio de Correspondencia
conlleva un rotundo llamamiento a dar la vuelta, cual si de un calcetín se
tratara, a la manera en la que las personas acostumbran a contemplar su proceso
de “realización” y “crecimiento”.
Restar en vez de sumar…
La consciencia se expande
restando, no sumando; bajando, no subiendo. Se acabaron los trabajos, los
esfuerzos, los sacrificios,… Adiós al estrés, a las tensiones, a las
preocupaciones,...
La vía no es la suma, sino la
resta; no es la acumulación, sino el desasimiento; no es el “llenado”, sino el
vaciamiento; no es el tener, sino el desprendimiento; no es el poseer, sino el
desposeimiento; no es el alojo de cada vez más cosas, sino el desalojo interior
hasta que sea completo.
La puesta en práctica de todo
ello consiste en una Vida Sencilla experienciada en el Aquí y Ahora, con
consciencia de nuestra divinidad y plena de Confianza. Así se vive con paz y alegría
y sin inquietarse por nada.
Esto me trae a la memoria otro
párrafo del mismo libro de Pablo d´Ors. Permíteme que te lo lea: “Todo es
profundamente elemental; la vida es mucho más sencilla de lo que creemos cuando
somos jóvenes. La vida es levantarse por la mañana y rezar; trabajar; comer;
acostarse por las noches; saludar a los vecinos; pasear… La vida es cantar una
melodía que recordamos; sorprenderse de que salga el sol o de que se ponga;
dormir; soñar… Todo está bien. No hay que luchar, sólo vivir. Vivir: esa es la
cuestión. Y dejarnos envejecer. Y luego, finalmente, apagar la luz”.
Todo está bien, todo es
perfecto. Tanto que ni siquiera cabe calificarlo como “perfecto”, pues ello
supondría que en la Creación
existe igualmente lo “imperfecto”. Y no es así. En la Creación, en la Vida, en general, y en la
vida de cada cual, en particular, no hay imperfecciones, ni caos, ni azar, ni
errores…
Todo cuenta con su porqué y su para
qué; todo fluye en el Amor; y todo lo que acontece en la vida impulsa el
proceso evolutivo de cada uno -cada cual en su punto y momento evolutivo, todos
igualmente respetables-, que se halla absolutamente integrado en la Evolución de la Humanidad, la Madre Tierra, el
Cosmos y la Creación.
Vivir para Vivir significa
Confiar en la Vida
y dejarse fluir aceptando todo aquello que la propia Vida, no nuestros deseos
egoicos de satisfacción ni nuestras programaciones mentales, nos vaya poniendo
por delante.
En “Dios”, tu último y muy
reciente libro, afirmas que lo importante no es qué pasa o deja de pasar en el
día a día y en nuestra vida, sino cómo vivimos aquello que pasa…
La “consciencia egocéntrica”
llama a poner el acento en el “qué”: qué hago o dejo de hacer, qué “debo de”,
qué “tengo que”,…
En la medida que ese estado de
consciencia queda atrás, se deja el “qué” en manos de la Vida y la Providencia –nuestro
“verdadero ser” en acción- y nos centramos en el “cómo” para llenar de Amor e
impregnar con su vibración, con la Frecuencia de Amor, todos los hechos y
circunstancias –experiencias, en definitiva- que la vida nos va trayendo de
momento en momento. Y da igual el color que la mente quiera otorgar a la
experiencia –“alegre” o “triste”, “placentera” o “dolorosa”…-. Sólo importa
situar en la vibración del Amor cada experiencia que la Vida nos ponga por delante.
¿Algún consejo para lograrlo?
No doy consejos. Lo único que
puedo compartir es el papel y la importancia de la humildad.
Una humildad tan grande como
para permitirnos el “endiosamiento”: percatarnos de que Dios es yo y que yo soy
Dios precisamente cuando cesó de ser “yo”, es decir, cuando dejo de aferrarme a
cualquier idea de identidad, sea física, álmica o espiritual, sea individual o
colectiva. Esta disposición y esta voluntad de dejar de ser “yo” para ser Dios
(o como cada cual quiera denominarlo) es, en el plano humano, la más acabada expresión
de humildad.
Desde ella, restar y bajar, el
desalojo y el vaciamiento y la Paz,
la Felicidad
y la Quietud
emanan espontáneamente desde nuestro interior: desde allí donde siempre
estuvieron esperando pacientemente a que, a través de nuestra toma de
consciencia en libre albedrío, las proyectáramos dulcemente y con Amor al
exterior para plasmar El Cielo en la
Tierra.
Es una hermosa forma de cerrar
la entrevista. Muchas gracias, Emilio, por lo que has compartido durante la
misma.
A ti por hacerlo posible.
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