Una noche de oscura navegación, la Amada se despierta y a la luz de
las estrellas del oceánico desierto, Marta o, María o, acaso ambas, si es que
ambas realmente existen, mirando al horizonte con Orión en la proa hacia el
Oeste, como en una ensoñación, en un evocador recuerdo de la vida del Maestro,
arrancan al unísono una improvisada canción tal que así…
Amado Señor de mis entrañas, que me regalas cada día tu amada y
paternal Presencia. Que me infundes a penas sin saberlo, la constancia
necesaria para el diario navegar. Enséñame a aceptar los sentimientos que de ti
proceden, así sean de consuelo o de amargura.
Así viva sequedades o dulzuras, no dejes que me deje arrastrar por
tales hechos, que me desvíen de la senda oscura; oscura para una mente que no
entiende de vivencias interiores y así pretende, beber tan sólo del agua de la
fuente del saber y la cultura, ajena a las fuentes de Agua Viva que sólo tú
Amor puede donar al penitente.
Penitente soy y, por ello soy consciente de mi miseria, que de
todo me siento yo carente. Que sé que de ti sólo dependo y no puedo dar un paso
sin dudar, si acaso, mi alma se ha desviado del camino trazado desde siempre
por tu Santa Providencia, para lograr eliminar ese “casi” que me separa de tu
misma Esencia.
Recordando la Santa Tierra que viviste, las quiero transformar en
mis vivencias propias; que cada hito por ti vivido sea vivido por mí y por mí
sentido, no como emociones lacrimosas o gozosas, fruto de experiencias
exteriores, sino como experiencias interiores que brotan de lo profundo del
alma.
Que cada sitio, cada imagen, cada altar, cada ruina, no esté ahí
fuera de mí, sino dentro de mí, en mis honduras.
Que la casa se María sea mi casa; que el anuncio del ángel a
María, sea el anuncio de ángel a la mía, anunciándome la llegada de mi dueño y,
me encuentre con las velas encendidas.
Que la visita de la Virgen a Isabel, sea mi visita a aquel que me
requiere que le ayude en sus trabajos de búsqueda de la verdad Divina.
Que el anuncio en Belén a los pastores, sea por mí, la acogida de
ese anuncio en mis entrañas y, gozoso ante tal merced, vaya presto al pesebre
de mi alma, a contemplar al Niño que ha nacido en la séptima morada de mi ser.
Sólo tengo un regalo que ofrecerte, Señor, ante el humilde altar
de tu pesebre.
Mis deseos de aceptar lo que Tú quieras, de ser tuyo, de no buscar
fuera de ti ningún consuelo; de no aceptar otro mandato que no sea el tuyo.
Y en la vida cotidiana de los días, enséñame Señor, a ser
paciente, a no pretender ser impaciente por vivir aventuras de cine imaginadas,
cuando tan sólo te sirve el callado “sí” de cada día, el humilde trabajo
consecuente con una vida de servicio, simplemente.
Rómpeme Señor mis propios planes. Sea tu voluntad mi bien y, mi
alimento, el pan de cada día; la fuente de sabiduría que me enseñe que en la
cotidianidad callada del día a día, radica la humildad de lo sencillo, la
respuesta que Jesús, José y María, daban a la Vida cada jornada.
Y llegado, en su caso, el momento de aceptar mayores exigencias,
bautízame de nuevo en el Jordán y, saberme por ti seleccionado para nuevas y
duras encomiendas.
Que no tema, Señor, las situaciones, que no tema, Señor, las
tentaciones, que a mí vida me lleguen por temores infundados, aunque ciertos,
si contigo no supiera hacerles frente.
Llévame al desierto y háblame al corazón. Sométeme a la aridez de
la nada, del vacío, silencio y soledad. Permite, me alcancen tentaciones de
hambre, poder y autoridad y dame la necesaria fuerza y valentía para dejarte
todo a tu cuidado, y todo mi caudal en tu servicio.
Arrebátame el ganado que antes servía, déjame sin nada y, aunque
me cueste, ayúdame a prescindir de lo inservible para así saber yo responderte
a todo aquello que quieras encargarme y, así mi Amor por fin gozarte.
Si en el Mar de Galilea me sitúas, con personas amigas
compartiendo, con amados amigos disfrutando el día a día de un caminar sincero,
bendito seas Señor. Ponme palabras de esperanza en mi boca, capaces de cambiar
en Fe el entendimiento, en esperanza la memoria y en amor la voluntad de
aquellos afines que me escuchen.
Si las agitadas aguas de tormenta golpean el costado de mi nave,
socórreme Señor, pues si perezco, de nada habrán servido mis desvelos e,
inútiles serán todos los pasos en pos de tus senderos.
Ayúdame a caminar sobre las aguas de tus caminos en el mar desconocido.
Déjame dejarme amar por ti, déjame consentir que me protejas, déjame dejar
abandonarme en tus brazos como niño que confía en sus cariñosos padres, de no
ver gigantes en molinos, de no temer hundirme en las angustias de momentos
acaso complicados, como lo es para un niño su caída.
Y si llega el momento en que decidas qué he de beber el cáliz de
la Vida, el sacrificio total de mi existencia, aunque te pida, a ser posible,
no lo beba, no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Yo sé que en el Camino llega un punto en el que todo parece
insuperable, en el que todo parece tan perdido, que hasta tu Hijo te increpó
haberle abandonado y, Tú siquiera respondiste a su grito cuando en la cruz
clavado ni siquiera sabía por qué callaste.
Cuando tal trance a mí me llegue y, clavado en mi cruz a ti
suplique, no me cierres tu oído a mi lamento, no seas ajeno a mi llanto, porque
dudo siquiera soportarlo, porque sin ti nada puedo. Y sólo tú puedes hacer que
yo supere el trance al que me tengas designado.
Y La Paz que sigue a la tormenta, el sepulcro que sigue a aquel
calvario, de mi muerte como el yo que siempre he sido, emerja como fruto de mi
vida así vivida, el renacer de mi esencia como tuya, y la amada en el Amado
transformada.
Amén.
En resumen…
Yo no sé, mi Señor cómo quererte,
ni tampoco, mi Dios cómo rogarte
que dentro de mi ser pueda tenerte,
que mis ojos puedan, por fin mirarte.
¿Cómo puedo, Señor, tras lo vivido,
meditar con mi alma sosegada,
el torrente de paz que en mí ha nacido,
responder con mi “sí” a tu llamada?
Quisiera, mi Señor, emocionarme,
quisiera, mi Señor, por ti llorar.
Y por fin mi Jesús, enamorarme,
y en silencio poderte contemplar
y, al espejo así poder mirarme
y verte a Ti, mi amada Majestad
No me brotan, Señor, los sentimientos
de pena que merece tu Pasión
ni me brotan, Señor, los de alegría
de a María, la bella Anunciación.
Mis ojos sólo ven lugares santos
mas no alcanzan a vivir con la emoción
de sentir cómo me has amado tanto,
mas no sale de mi boca una canción
que exprese desde mí lo más profundo
que quisiera sentir mi corazón
como un campo en flor al fin fecundo
librándome, Señor, de mi razón,
lejos ya de las Luces de este mundo,
sosegada mi alma con tu visión.
Como una sobrenatural revelación, la Amada ya no sabe si habla y
piensa como Marta o contempla como María. Quizás ya nada importe si ante sí se
le abre la increíble aventura de vivir lo inenarrable. La propia vida de Jesús
y de María, su madre, como expresión de lo que supone llegar a ser no casi,
sino la esencia de todo lo que da sentido a la propia existencia del Universo y
de uno mismo. Y dentro de que por la Mar océana no hay senderos ni caminos,
pero sí hay rumbos que seguir y puertos que alcanzar y, vientos por los que
dejarse impulsar, que son constantes, como los alisios que, de modo seguro,
impulsan las naves al Oeste, como los que impulsaron las naves de Colón.
De este modo, la Amada (o Marta o, María o, ambas a la vez),
descubre cómo el viento sopla siempre, básicamente en la misma dirección y,
cómo, cuanto más izado está el velamen, más velocidad alcanza la nave.
Y entonces todo parece cobrar sentido, Marta comprende por fin, qué
ha de hacer y María cómo vivir y cómo estrechar los lazos de Amor con aquel que
la está transformando tanto como para invitarle a vivir su propia vida, la que
vivió en sus años en la Tierra, entre nosotros.
La Amada descubre a modo de esquizofrenia, cómo vivía engañada
creyendo que en ella habitaban dos seres, dos hermanas, Marta y María, cada
cual a su bola y peleadas por tener visiones y actitudes a veces diametralmente
opuestas de su propia vida. Y cómo alcanza a ver, a ser consciente de que no
hay dos fantasmas en su cerebro o en su corazón o en su mente, sino un solo ser
humano dualizado falsamente por infundadas creencias en propios enemigos de uno
mismo.
La Amada descubre que realmente es amada, que nada ha de temer, que
esa nave afortunadamente sin timón, es el lugar más seguro de la Tierra. Y se
da cuenta de que es ella misma y que es como si cuerpo, mente y espíritu se
fundieran en una misma y divina esencia en decidido camino y proceso de fusión
espiritual con el Amado.
La amada es en el Amado transformada.
Desaparecen ahora el espacio y el tiempo. Es como si comenzara a
vivir en una perfecta y brillante quietud, donde la propia vida, pasada
presente y futura se transformara en la propia vida de su Amado. Como si
quizás, el camino de perfección consistiera en vivir lo mismo que Él vivió, en
el fondo, amar como Él nos amó.
¿Y si la vida espiritual, ese viaje que Marta y María iniciaron
hacia Santiago de Compostela y luego a Finisterre y ahora a bordo de la frágil
navecilla sin timón, fuera realmente un holograma (o algo así), una parábola
mostrada por el Padre para hacernos entender que todo consiste en “amarnos
los unos a los otros como Él nos ha amado”?
Lo refería en el capítulo 3, al hablar de cómo, ante la
imposibilidad de conocer la realidad, nos montamos nuestros particulares
modelos de realidad, para así comprender algo, los misterios que realmente nos
rodean.
La parábola del Camino de Santiago, Finisterre y la Mar océana, no
son sino sólo eso, parábolas, modelos, formas de imaginarnos cómo es el camino,
la vía directa hacia nuestra propia y única esencia, aquella que nos fue
arrebatada, vaya usted a saber por qué razón o, no, en ningún caso se nos quitó
nada, sino que hemos sido engañados por astutos trampantojos de nosotros
mismos, como en un espejo roto donde nuestra única imagen se ve duplicada. O
algo así.
En este punto, a la Amada sólo le queda volver a la vida real y
vivir como Él vivió.
Ahora, tras esa oración y súplica en el desierto de la oceánica
noche comprende que desde que salió del seno materno y en especial, desde que
dijo sí a la aventura de salir sin ser notada y quedando ya la casa sosegada,
lo que ha hecho y le queda por vivir es sencillamente la vida de Jesús y de
María.
Sin meterme en vericuetos teológicos, ¡líbreme Dios!, es esta Realidad,
vivida desde la más profunda espiritualidad (incomprensible para una mente
asilvestrada), la que da pleno sentido a la Redención, a la llegada de Jesús a
nuestro ser, a nuestra alma.
Los místicos, al tratar los procesos del alma en las noches del
sentido y del espíritu, diferencian lo que son procesos o hechos naturales de
los sobrenaturales. Estos últimos se suelen referir a situaciones o
acontecimientos extraordinarios como pudieran ser los arrobamientos, los
éxtasis, la transverberación y demás fenómenos descritos por ellos y que, por
ser justamente excepcionales y absolutamente gratuitos, es decir, que Dios
concede sin mediar mérito alguno por el alma, son virtualmente excepcionales y
no se pueden considerar como fenómenos a tener en cuenta en el proceso de la
vida espiritual.
Pero si esto fuera así, si lo sobrenatural quedara reducido
exclusivamente a estas situaciones de bajísima probabilidad, propias de santos
excepcionales, en esencia, quedaría excluido del devenir normal del alma en su
ascenso hacia la Divinidad.
Pero, partiendo de la preciosa definición que Santa Teresa de Jesús
da de lo que es la oración como “el trato de amistad con Aquel que sabes, te
ama”, en la medida en que esta relación se va haciendo más íntima y
personal, más profunda y extensa a lo largo del día y de la noche, es decir,
cuando la oración deja de ser aquel momento en el que en recogimiento estás
ante el sagrario o una imagen del Señor y progresivamente se extiende a lo que
son las situaciones comunes y normales de una jornada de trabajo; cuando la
oración deja de ser una plegaria puntual, un mantra, una jaculatoria o una
letanía para convertirse en “presencia” prácticamente permanente de Dios
en ti, es en la medida en que de esa presencia surge lo sobrenatural, es decir,
comienzas a ver a Dios en todo lo que acontece, porque está presente en todo
lo que haces.
Cuando esto comienza a suceder en la vida del espíritu y Dios
inunda todos los rincones de la existencia y, no hace falta oírle, como Moisés
oía a Yaveh, sino que comienzas a escucharle en las casualidades de la vida.
Cuando ves que todo, hasta lo más secundario, tiene sentido y, es
un sentido basado en acontecimientos que suceden porque Algo actúa en nuestra
vida.
Cuando vas comprobando cómo la voluntad de Dios se manifiesta
claramente en los acontecimientos de la vida, incluso en aquellos que no tienen
importancia o que consideramos frutos del azar,
Cuando el azar deja de ser azar para convertirse en manifestación
de Dios, es entonces cuando lo sobrenatural aparece en nuestra vida, hasta
convertirse en “algo” habitual. Y es en la medida en que Marta, a pesar de
estar atareada con las cosas de la casa, también escucha, aunque sea de
soslayo, las explicaciones que Jesús le confiesa a María. Es decir, cuando la
oración pasa de ser un rezo a una presencia, es en la medida en que Marta y
María, mente y alma, se fusionan y dejan de ser dos para convertirse en una
sola entidad, que jamás debieron estar separadas o jamás debimos sentirlas
separadas.
Esto, todo esto, es lo sobrenatural plasmándose, mostrándose en la
vida humana.
#3.- Lo natural
El viento que impulsa nuestra nave sopla cómo y cuando quiere. Unas
veces es brisa suave en un mar en calma, otras es un viento ligero, con
borreguitos rompiendo el oleaje, pero realmente, su fuerza puede llegar a ser
huracanada y el oleaje pudiera parecer que amenaza la barquita mecida
violentamente. Es lo que definía el vicealmirante Inglés Douglas con su escala
de oleaje, eso de marejadilla, marejada, fuerte marejada, mar gruesa, muy
gruesa, hasta la mar enorme.
Así es la vida y, en todo momento el Destino, la Providencia, Dios
nos somete a situaciones a veces, muy comprometidas. Dicen que en momentos de
extremada dureza en la vida de Teresa de Calcuta, llegó a dudar de la
existencia de Dios, porque no cabía en cabeza humana semejante maldad
desplegada ante sus ojos.
Lo vemos todos los días en los medios de comunicación, ¿cómo es
posible que Dios esté callado ante la inconcebible (a veces) tragedia humana.
La Mar océana te puede exponer a cualquier escenario y, todos son
naturales, todos entran en el guion de la película que Dios ha desplegado ante
nosotros. Y nos somete a la durísima evidencia de que es imposible semejante
crueldad del hombre como lobo del hombre. Esta es quizás la mayor de nuestras
tragedias, armonizar la poesía ante Jesús crucificado como el desgarrador grito
de desesperación ante la tragedia humana.
Es lo que tiene ser humano, que en nuestra vida cabe el mar en
calma y todos los grados de oleaje hasta la “mar enorme”, aún superior a la
montañosa.
¡Dios mío, por qué me has abandonado!
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Autor: José Alfonso Delgado
Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad
se realiza en este
blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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