De hecho, ya Albert Einstein había considerado al ser humano como parte inseparable de una totalidad llamada Universo, si bien una parte limitada en el espacio y el tiempo. Destacó que “la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es solamente una ilusión”, pues los sucesos no se desarrollan, simplemente son. Y que otra especie de ilusión de nuestra consciencia hace que nos experimentemos a nosotros mismos y a nuestros pensamientos como algo separados del resto.
A propósito de lo cual, Erwin Schrödinger, Nóbel de Física en 1933 y otro de los padres de la mecánica cuántica, enfatizó la convicción de que “todos estamos en todo (...) y nuestras vidas no son piezas, sino la totalidad; somos la totalidad del mundo”. Entendimiento al que se sumó J.S. Bell, autor en 1964 del Teorema que lleva su nombre, considerado como la obra aislada más importante en toda la historia de la física, y que viene a concluir que no existe nada que pueda llamarse verdaderamente “parte separada”, porque todas las partes del Universo están conectadas de manera íntima a un nivel fundamental, trascendiendo del tiempo y el espacio.
Una nueva senda para la ciencia donde brillan las contribuciones del profesor de física teórica David Bohm, que giran alrededor de la unidad esencial del Universo: cualquiera de sus elementos se contiene en la totalidad del mismo, que incluye tanto la materia como la consciencia. Convencido de que existen otros planos de la realidad a los que sólo podemos tener acceso a través de estados místicos –éxtasis, elevación del grado de consciencia.,…-, subrayó que la globalidad de la creación y todos los planos dimensionales están conectados “en un estado de interminable flujo o doblado y desdoblado”, siendo la evolución un signo de la inteligencia creadora explorando estructuras diferentes que van mucho más allá de lo que se precisa para sobrevivir.
Para Bohm, existe un orden implicado plegado en la naturaleza que se despliega gradualmente a medida que evoluciona el Universo. Algo parecido a un holograma, aunque prefirió hablar de “holomovimiento”: forma parte de la realidad que se envuelve y se desenvuelve constantemente, entre el orden implicado y el orden manifestado, a un ritmo tal que el mundo visible aparece como uniforme.
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