La sensibilidad no es pura cuando surge, valga el juego de palabras, del sentimiento de superioridad del que la siente. Cuando esto sucede –y ocurre frecuentemente-, la sensibilidad ante el dolor ajeno se llena de orgullo propio y subjetividad; y, casi sin darnos cuenta, comenzamos a dar lecciones a la gente. Entonces, la Compasión se difumina y aparece el ego, sea cual sea su disfraz, aunque sea el de misionero (se explica magistralmente en la Entrevista a Lluis Marlat, ex-misionero y antropólogo publicada en este Blog el pasado 28 de julio).
Y tampoco es pura cuando la mueven el resentimiento, los dualismos -blanco o negro, bueno o malo, con o sin, de aquí o de allí,...- o cualquier tipo de “anti”, por legítimo que parezca. Semejantes actitudes y posicionamientos son hijos de la ira, el odio, la inseguridad, la prevalencia del pequeño yo, el dolor sublimado como sufrimiento (volveremos después a él), la vanidad y el olvido de nuestra esencia y dignidad divinales. Si entiendes que tantas injusticias y oprobios son achacables al “sistema” imperante, conviene que recuerdes que esta especie de Leviatán feroz, ciego y desalmado ha demostrado hasta la saciedad que se las basta para ir contra sí mismo y sobrevive, paradójicamente, gracias a ello; y que el resentimiento, los dualismos y los “anti” constituyen su alimento preferido.
La sensibilidad pura ante el dolor de los otros, que emana del Amor Incondicional y la Compasión, está libre de estas pesadas cargas; carece de apegos, identificaciones y deseos personales; es objetiva; y genuinamente desinteresada.
Desde ella y sólo desde ella, abordaremos el dolor ajeno con una visión limpia, certera y comprometida. Visión que, siendo, sin duda, unitaria, presenta una triple perspectiva analítica: ante quien padece el dolor, ante quien lo causa y ante la situación o el hecho mismo que lo ocasiona.
+Ante quien padece el dolor, movilizaremos la Compasión en forma de amor al prójimo, de ayuda y apoyo inmediato y solidario. Lo daremos, por supuesto, de modo desinteresado, pero con disposición a recibir, pues nadie es mejor o superior que nadie y el que menos tiene o más precisa es, a veces, el que más nos puede dar. Y procurando que el que soporta el dolor no lo sublime como sufrimiento, ya que una cosa es el daño o padecimiento físico, psíquico o material –su naturaleza es nítidamente objetiva- y otra la interiorización del mismo –su naturaleza es subjetiva y estrechamente ligada al ego-. El pequeño yo es ignorancia y sufrimiento; el Yo Verdadero, Sabiduría y Compasión.
+Ante quien causa el dolor, movilizaremos la Compasión en forma de perdón. No caben excepciones de ningún tipo. El Amor Incondicional, nuestro Ser Profundo, es ineludiblemente Amor contra Resistencia; Amor al que origina dolor o daño a otros o a nosotros mismos (ver la entrada Sobre el Amor, con Amor, del 25 de julio). Este es, quizá, nuestro gran aprendizaje espiritual en la encarnación como seres humanos; nuestra más acabada y primorosa aportación a la expansión de la Consciencia de la Unidad a la que pertenecemos. Y requiere un perdón sin contrapartida alguna; un perdón completo y sincero, sin medias tintas ni ambages.
+Ante la situación o el hecho mismo que ocasiona el dolor, movilizaremos la Compasión poniendo el dedo en la llaga de lo que lo motiva, de la sinrazón que lo provoca. Porque el perdón no es complicidad, ni connivencia; perdonar franca y honradamente al que ha causado el daño no significa consentir el daño, ni tolerarlo, ni mirar hacia otro lado en cuanto a su origen y gestación. Nuestro Yo Verdadero exige amor al prójimo y perdón. Pero también que expresemos y evidenciemos abiertamente la injusticia, el abuso, el atropello, la mentira o la manipulación que causan el agravio, la pobreza, la marginación, la exclusión,… el dolor. Y que lo hagamos sin tapujos; sin permitir que nos mediaticen las posibles reacciones, sus secuelas para nosotros mismos, de los que detentan el poder en la escala y esfera que sea. Es a lo que me referí en el Blog el pasado 9 de agosto al escribir sobre Ser rebeldes para llamar al pan, pan, y al vino, vino. Sin violencia ni exasperación alguna, sin amarguras ni insultos, libres y alegres, con el amor al prójimo y el perdón como únicas banderas, decir a la cara de tantos hipócritas y fariseos que nos sabemos de memoria su película, que los tenemos calados, que su pretendida cordura es una colosal locura, que ya somos mayores para tanto cuento, que sus miedos y anhelos no van con nosotros: que su mundo no es el nuestro.
Y tampoco es pura cuando la mueven el resentimiento, los dualismos -blanco o negro, bueno o malo, con o sin, de aquí o de allí,...- o cualquier tipo de “anti”, por legítimo que parezca. Semejantes actitudes y posicionamientos son hijos de la ira, el odio, la inseguridad, la prevalencia del pequeño yo, el dolor sublimado como sufrimiento (volveremos después a él), la vanidad y el olvido de nuestra esencia y dignidad divinales. Si entiendes que tantas injusticias y oprobios son achacables al “sistema” imperante, conviene que recuerdes que esta especie de Leviatán feroz, ciego y desalmado ha demostrado hasta la saciedad que se las basta para ir contra sí mismo y sobrevive, paradójicamente, gracias a ello; y que el resentimiento, los dualismos y los “anti” constituyen su alimento preferido.
La sensibilidad pura ante el dolor de los otros, que emana del Amor Incondicional y la Compasión, está libre de estas pesadas cargas; carece de apegos, identificaciones y deseos personales; es objetiva; y genuinamente desinteresada.
Desde ella y sólo desde ella, abordaremos el dolor ajeno con una visión limpia, certera y comprometida. Visión que, siendo, sin duda, unitaria, presenta una triple perspectiva analítica: ante quien padece el dolor, ante quien lo causa y ante la situación o el hecho mismo que lo ocasiona.
+Ante quien padece el dolor, movilizaremos la Compasión en forma de amor al prójimo, de ayuda y apoyo inmediato y solidario. Lo daremos, por supuesto, de modo desinteresado, pero con disposición a recibir, pues nadie es mejor o superior que nadie y el que menos tiene o más precisa es, a veces, el que más nos puede dar. Y procurando que el que soporta el dolor no lo sublime como sufrimiento, ya que una cosa es el daño o padecimiento físico, psíquico o material –su naturaleza es nítidamente objetiva- y otra la interiorización del mismo –su naturaleza es subjetiva y estrechamente ligada al ego-. El pequeño yo es ignorancia y sufrimiento; el Yo Verdadero, Sabiduría y Compasión.
+Ante quien causa el dolor, movilizaremos la Compasión en forma de perdón. No caben excepciones de ningún tipo. El Amor Incondicional, nuestro Ser Profundo, es ineludiblemente Amor contra Resistencia; Amor al que origina dolor o daño a otros o a nosotros mismos (ver la entrada Sobre el Amor, con Amor, del 25 de julio). Este es, quizá, nuestro gran aprendizaje espiritual en la encarnación como seres humanos; nuestra más acabada y primorosa aportación a la expansión de la Consciencia de la Unidad a la que pertenecemos. Y requiere un perdón sin contrapartida alguna; un perdón completo y sincero, sin medias tintas ni ambages.
+Ante la situación o el hecho mismo que ocasiona el dolor, movilizaremos la Compasión poniendo el dedo en la llaga de lo que lo motiva, de la sinrazón que lo provoca. Porque el perdón no es complicidad, ni connivencia; perdonar franca y honradamente al que ha causado el daño no significa consentir el daño, ni tolerarlo, ni mirar hacia otro lado en cuanto a su origen y gestación. Nuestro Yo Verdadero exige amor al prójimo y perdón. Pero también que expresemos y evidenciemos abiertamente la injusticia, el abuso, el atropello, la mentira o la manipulación que causan el agravio, la pobreza, la marginación, la exclusión,… el dolor. Y que lo hagamos sin tapujos; sin permitir que nos mediaticen las posibles reacciones, sus secuelas para nosotros mismos, de los que detentan el poder en la escala y esfera que sea. Es a lo que me referí en el Blog el pasado 9 de agosto al escribir sobre Ser rebeldes para llamar al pan, pan, y al vino, vino. Sin violencia ni exasperación alguna, sin amarguras ni insultos, libres y alegres, con el amor al prójimo y el perdón como únicas banderas, decir a la cara de tantos hipócritas y fariseos que nos sabemos de memoria su película, que los tenemos calados, que su pretendida cordura es una colosal locura, que ya somos mayores para tanto cuento, que sus miedos y anhelos no van con nosotros: que su mundo no es el nuestro.
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