1. El dilema del socialismo europeo
La profundidad analítica, la perspicacia política y la honestidad personal de Samir Amin son sobradamente conocidas, así como su pluma aguda y erudita. Haciendo uso de ella, hace unos días publicó un artículo en el diario español El País, con el título El dilema del socialismo europeo, en el que examina la crisis “extremadamente profunda” que sufren los partidos socialistas de la Unión Europea, especialmente en Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia (yo añadiría España, donde aunque el PSOE gobierna, son bastante evidentes sus dificultades para ofrecer un discurso propio y una respuesta creíble ante la crisis socioeconómica).
Para el articulista, son varias las causas de este hundimiento del socialismo democrático, destacando su decantación por opciones más propias del social-liberalismo; la incapacidad para prever y reaccionar ante la crisis actual; la falta de liderazgo y fiabilidad; y la afición a veleidades y experimentos cortoplacistas.
Ahondando en estas causas, no es difícil constatar que todas presentan un mismo fundamento: la carencia de proyecto y, por tanto, de identidad. Algo que, como señala Samir Amin, ya no puede enmascararse por una retórica de defensa de los “valores” (solidaridad, igualdad, libertad, tolerancia,...), pues si la izquierda sigue creyendo en ellos, también es cierto que los invoca tanto más fácilmente en la oposición cuanto que, a menudo, se olvida de los mismos cuando está en el gobierno.
Es más, apurando el análisis, esta falta de proyecto responde a un hecho crucial y de indudable calado: los partidos socialistas occidentales aceptaron, en el tramo final del pasado siglo XX, adaptarse a la globalización liberal, desistiendo de ofrecer un proyecto alternativo y sin ponderar las consecuencias ideológicas de tal aceptación. Como efecto lógico, la izquierda cada vez encuentra memos margen “para diferenciarse cualitativamente de la derecha y no tiene ni conceptos, ni métodos, ni visión para entender el mundo y actuar”.
2. ¿Qué hacer?: nuevo programa o nueva visión
Hasta aquí el resumen del análisis planteado en el artículo, que hago mío enteramente. Desgraciadamente, sólo le sirve a Samir Amín para cerrarlo con una conclusión que estimo muy pobre: “los partidos socialistas están enfrentados a un dilema trágico: o se inventan un nuevo programa o perecerán lentamente”.
Coincido con mi admirado Samir Amin en lo de la posible desaparición paulatina, pero discrepo rotundamente en lo del “nuevo programa”. ¿De verdad se puede creer que con un “nuevo programa” el socialismo democrático europeo saldrá del agotamiento que padece?; ¿puede realmente pensarse que con un “nuevo programa” se resituará como una fuerza de cambio y transformación social en beneficio del interés general y la dignidad y el bienestar de los ciudadanos -europeos y de todo el planeta-?. Me parece obvio que no. Y, curiosamente, el propio Samir Amin apunta en su texto, aunque después no lo desarrolla, la única vía posible para lograrlo: una nueva “visión para entender el mundo y actuar”; una nueva visión con capacidad y consistencia para superar la visión dominante.
3. El socialismo democrático ha asumido la visión dominante
Como ya se ha señalado en este Blog en varias ocasiones, la visión imperante remonta su origen a los albores del capitalismo. Se hizo hegemónica en el siglo XIX, con la célebre Revolución Industrial, y hoy es claramente dominante. Hasta el socialismo democrático la ha hecho suya.
Se basa en algo muy sencillo: la supremacía de la economía. Se trata de la Economía-Mundo. Todo gira en torno a ella, desde las artes a las letras, desde la religión a la política. E impregna todo lo que toca con su particular perfume: la mercantilización. Por esta visión hemos hecho nuestro como lo más natural el “tanto tienes tanto vales”; y absorbido el valor de uso –real- en el valor de cambio –especulativo-. La economía, su crecimiento y desarrollo (sostenibilidad económica) es el fin; y también el medio, se nos reitera, para disponer de recursos con los que erradicar desigualdades (sostenibilidad social), o preservar el entorno ecológico (sostenibilidad medioambiental). Y es verdad que bajo su influjo se ha conseguido multiplicar la producción mundial hasta el punto de que haya alimentos y bienes suficientes para la totalidad de los habitantes del planeta. Eso sí, tal suficiencia es exclusivamente en volumen, pero descarrila estrepitosamente en cuanto a su reparto: la pobreza extrema que afecta a cientos de millones de seres humanos es buena prueba al respecto, por no hablar de la miseria material y existencial que se disfraza cotidianamente en las ciudades más desarrolladas del orbe occidental. En definitiva, se trata de una visión productivista, mercantilista, consumista, depredadora de los recursos naturales y, en última instancia, sojuzgadora de la dignidad de las personas, cuyas vidas quedan al servicio de los intereses económicos, empresariales y financieros de unos pocos que buscan mediante la especulación el mayor beneficio posible en el plazo más corto posible.
¿Cómo ha podido asumir el socialismo democrático semejante visión?. No ha acontecido ni de golpe ni de forma premeditada. Durante un tiempo, el sistema vigente, en su evolución y proceso de fortalecimiento, admitió la necesidad y hasta la conveniencia de ciertas reformas. La socialdemocracia contempló esto como una oportunidad para avanzar en políticas y programas que mejoraran el bienestar social de la mayoría. Es más, durante lustros hizo un buen trabajo al respecto. Pero en paralelo, paulatinamente, fue aceptando las reglas internas, el orden de prioridades y la idiosincrasia del sistema. La aceptaron las organizaciones, los partidos; y la hicieron suya –en su vida cotidiana, en sus aspiraciones personales y familiares, en su modo de ver el mundo y las cosas- muchos militantes y simpatizantes socialistas Además, el socialismo democrático no se dio cuenta de que el sistema y la visión que lo sustenta iban madurando, cogiendo cuerpo y perfeccionado su maquinaria y su operativa hasta llegar a un punto -precisamente el que ha alcanzado con la materialización y extensión de la globalización y la revolución tecnológica- en el que, según su lógica de funcionamiento, ni admite ni necesita reforma o ajuste alguno. No en balde, campan triunfantes investidos de poder absoluto por encima de las gentes, los gobiernos y las naciones.
4. La socialdemocracia ha caído en su propia trampa
Expresado coloquialmente, el socialismo democrático ha caído en su propia trampa.
Renunció poco a poco a buena parte de sus valores y a su visión del mundo y las personas, acercándose a los de la visión y el sistema imperante, al objeto de que éste lo aceptara como herramienta de reforma. Perseguía con ello una meta estratégica: que las reformas que se fueran introduciendo derivaran en el largo plazo en la transformación del sistema mismo. Sin embargo, la realidad es que las reiteradas reformas no han impedido que el sistema evolucione según sus propios principios, normas, intereses y convicciones. Y esta evolución lo ha llevado a un estadio de consolidación global y hegemonía ideológica en el que ya no precisa para nada reforma alguna.
Este escenario convierte a la socialdemocracia en innecesaria. Así de sencillo. Y la mete de lleno en el desasosiego de mirarse al espejo y no reconocerse: tras tanto convivir con la visión dominante, ni se acuerda de la que cimentaba los valores a los que ha ido renunciando (o, lo mismo da, prorrogando para el futuro, a costa del presente). Y hasta parece haber olvidado que existe la opción y la obligación de plantear e impulsar una visión distinta que haga real otro mundo mejor posible. Una nueva visión que está emergiendo con fuerza en el corazón de muchos millones de personas y que, por las razones expuestas, el socialismo democrático no logra percibir, aunque tiene mucho que ver con los valores y anhelos que dieron lugar a su nacimiento histórico y por los que han dado lo mejor de sí, hasta la vida, tantos socialistas, hombres y mujeres, honrados e inteligentes.
5. Una nueva visión para el socialismo democrático
El siglo XXI presenta importantes novedades: cambio climático, globalización, sociedad de la información, recursos naturales y energéticos escasos, flujos migratorios masivos o incorporación creciente al consumo de países, como China, de alta demografía. En este nuevo escenario, la sostenibilidad social y medioambiental no son ya consecuencias de que la economía marche bien, sino condición imprescindible para ello. Hasta hoy, la lógica económica, la integración social y el equilibrio ecológico no han ido de la mano. La actual crisis socioeconómica es consecuencia de ello. Y su superación no será real, sino una mera huida hacia delante del sistema en su alocada marcha, si no va unida a un cambio de visión. No en balde, no asistimos a una crisis del modelo, sino que es el modelo mismo el que está en crisis. Pero cuando tanto se habla y escribe de hacer nuevos modelos, todo lo que se propone es más de lo mismo: economía, dinero, mercantilización, desarrollismo, productivismo,... . Se necesita un cambio de visión.
Imaginemos un río cuyo cauce se quiere modificar. No se logrará clavando estacas en su fondo, ya que las aguas se limitarán a bordearlas y continuarán su normal fluir. Las estacas son los programas y no sirven. Se exige mucho más para cambiar el discurrir de la corriente; se requiere una nueva visión.
La nueva visión no puede basarse en la multiplicación incesante de la producción, ni en el consumismo rampante, ni en la destrucción del nuestro hábitat ecológico, ni en la pobreza de cientos de millones de personas, ni el estrés y el malestar íntimo y psicológico de tantos seres humanos. La nueva visión ha de ser creada conjugando un verbo que forma parte de la historia y la cultura del socialismo democrático: el verbo “compartir”.
6. La clave está en compartir
Compartir implica acometer transformaciones macroeconómicas y estructurales que, desde una perspectiva de equidad social y global y convivencia pacífica, fomenten la eficiencia del sistema productivo, el ahorro, la inversión y la innovación, así como el comercio justo, la cooperación y la redistribución de la riqueza a escala local y global.
Compartir supone trabajar con prioridad en educación y valores y en el perfeccionamiento interior del ser humano, porque para alcanzar un mundo nuevo se necesitan ojos nuevos para mirar el mundo.
Compartir representa abordar lo microeconómico desde un nuevo prisma: por ejemplo, lo que a usted y a mí nos corresponde poniendo sensatez ante el consumismo y evaluando cuáles son nuestras autenticas necesidades sin caer en la hoguera de las vanidades.
Compartir requiere acabar con la falsa dicotomía Estado/mercado. Urge acabar con la confrontación entre Estado y mercado, promovida por los que, se llamen de izquierda o de derecha, sólo quieren el primero para defender sus intereses corporativos y maniatar el libre funcionamiento del segundo. Hay que fortalecer lo público y el mercado, a la par y en estrecha colaboración, haciendo ambas esferas más eficaces, eficientes y competentes. Andan escondidos los que proclamaban que el Estado es el problema y no la solución. Pero para que el Estado sea útil y su actuación se corresponda con el interés general hay que dotarlo de eficacia y eficiencia. Y de capacidad para supervisar los mercados no con el fin de controlarlos, sino para garantizar su funcionamiento realmente competitivo, sin intromisiones de grupos de presión ni alianzas empresariales espúreas.
Compartir exige plasmar una nueva gobernanza democrática y global. Los nuevos tiempos, los nuevos retos que nos afectan a todos y que desdibujan fronteras, exigen que las estructuras políticas, sociales y económicas sean regidas bajo un nuevo prisma basado en una gobernanza democrática y global. La conformación de supranacionales, como la Unión Europea, debe ser un objetivo prioritario en los distintos escenarios geográficos, aumentando la interrelación entre ellas y avanzando en su coordinación a través de la completa reconfiguración y el fortalecimiento solidario y democrático de Naciones Unidas. Una delegación de soberanía “hacia arriba” que debe ir unida a la descentralización “hacia abajo”, para atender mejor a las demandas ciudadanas mediante la aplicación del principio de subsidariedad y el protagonismo de lo “globalocal”.
Igualmente, resulta muy importante plasmar liderazgos democráticos cuya fuerza radique en la autoridad moral, la participación ciudadana, la inteligencia para trabajar en red y apoyarse en las nuevas tecnologías y la capacidad efectiva para abordar los problemas reales de las personas y la sociedad. Estos liderazgos, transmisores de confianza y credibilidad, y la forma de actuar desde el poder público han de tener un contenido global, para que la globalización no signifique el vaciamiento de la democracia por la vía de hecho; ir ligados a la recuperación de la pasión por la Política, con mayúscula, esto es, la defensa del interés general desde la vocación de servicio público; concebir el compromiso social como el reflejo natural del cambio interior de cada cual; y buscar consensos estratégicos por encima de pugnas partidistas y falsas dicotomías y dualismos.
Y todo lo anterior será una quimera si cada uno, cada persona, no realiza un trabajo interior dirigido a adquirir un nuevo nivel de consciencia en el espacio transpersonal. Se trata de ser más plenamente humano en el convencimiento de que nuestra personalidad individual es un logro de la evolución, pero también una limitación. Hay que comprender la realidad más allá del “yo”, de un egocentrismo que nos está arrastrando al precipicio. Para salir de esa limitación tenemos que ampliar nuestra consciencia y entrar en el nivel de unidad: constatar que somos uno con todo y que cada uno tiene sentido en la totalidad. Sin este cambio de consciencia será muy difícil, por no decir simplemente imposible, dar respuesta a los problemas sociales, económicos y ecológicos de la sociedad global y sus impactos en la humanidad y la Madre Tierra.
7. Ser o no ser: este es el dilema
Por tanto, el dilema del socialismo europeo no consiste, como sostiene Samir Amin, en inventar un nuevo programa o perecer lentamente. No, es mucho más tajante y, a la vez, más ilusionante, concreto e inmediato. El dilema es el hamletiano ser no ser. Y ser significa impulsar con valentía y decisión una nueva visión que diga no a la mercantilización de la vida y sitúe como únicas referencias la dignidad de la persona, el interés común de la humanidad y la defensa de la Tierra.
Y para que el socialismo democrático pueda poner en pie esta nueva visión precisa de una gran transformación interna, que no sólo ha de afectar a sus organizaciones (los partidos, como tal, y sus instrumentos operativos), sino también a cada militante, simpatizante y votante. Se precisan ojos nuevos para un mundo nuevo; y personas con esos ojos nuevos. Aquellos que no los tenga, jamás podrán entenderlo. Y sin pretenderlo, probablemente sin siquiera saberlo, contribuirán a que el socialismo democrático termine fagocitado por la visión dominante.