Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

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27/12/09

Simbología y mitos de la Navidad (V): María Magdalena y la descendencia de Jesús

1. Santa Claus (ver entrada del 23 de diciembre)

2. El árbol de Navidad (ver entrada del 23 de diciembre)

3. El belén (ver entrada del 24 de diciembre)

4. La estrella (ver entrada del 24 de diciembre)

5. Los villancicos (ver entrada del 24 de diciembre)

6. El nacimiento de Jesús: ¿el 25 de diciembre? (ver entrada del 25 de diciembre)

7. El linaje davídico de Jesús (ver entrada del 26 de diciembre)

8. María Magdalena y la descendencia de Jesús

En su vida física, Jesús fue, sin duda, una persona sumamente singular. Todas las fuentes, oficiales o no, subrayan su personalidad fuerte, generosa y muy atractiva, su carácter afable y equilibrado, su hablar reposado e incisivo y su gesticulación educada y tranquila. Un perfil, por tanto, de claro liderazgo que acentuó con un mensaje donde mezcló coherentemente los objetivos políticos inmediatos con contenidos de elevada índole espiritual, que entroncaban con la tradición mística de su gente. A esta tradición, que enlazaba con la de los esenios y que Jesús elevó y adaptó a su época, unió los saberes procedentes tanto del pensamiento de la antigua Grecia -a los que tuvo fundado acceso gracias a la notable presencia de escuelas helenísticas en la Galilea de entonces- como, muy particularmente, del propio mundo egipcio, donde ya fue de niño (Mateo 2, 13) y volvió de adulto, haciendo cierta la profecía “de Egipto llamé a mi Hijo” (Mateo 2, 13-15). Así, Jesús se convirtió en un rabí y en un gran maestro de los saberes herméticos y del conocimiento -gnosis- místico.

Por todo ello, fue querido y admirado por muchos y temido y odiado por otros. Sus seguidores más incondicionales fueron los nazarenos, así como los nacionalistas zelotes, muy leales a la memoria de su padre y que aspiraban a derrocar al gobierno impuesto por los romanos, expulsar a estos e instaurar la Casa de David. No obstante, a una parte significativa del pueblo hebreo le resultó difícil, sino imposible, asumir la intención de Jesús, obvia en todas sus manifestaciones públicas, de sumar a todos -judíos y gentiles, ricos y pobres, sin reparar en diferencias religiosas, socioeconómicas o étnicas- en pro de sus objetivos místicos y políticos.

El matrimonio entre Jesús y María Magdalena

Jesús, por otro lado, afianzó sus derechos dinásticos contrayendo matrimonio con María Magdalena, princesa de sangre real perteneciente a la poderosa Tribu de Benjamín. Históricamente, se arrastraban en Israel problemas de legitimidad dinástica derivados del paso del trono de Saúl, de la casa de Benjamín, a David, de la tribu de Judá. Con el enlace matrimonial entre Jesús (linaje de David) y María Magdalena (del de Benjamín) tales problemas quedaron superados, por lo que crearon una fuerte unión política capaz de reclamar legítimamente el trono de Israel. María Magdalena fue hermana de Marta y Lázaro, el “resucitado”, verdadera personalidad de Juan Evangelista. Lázaro unió a su condición de cuñado una gran admiración por Jesús, ofreciéndole siempre su amistad y un importantísimo apoyo, lo que le convirtió en el “discípulo amado” citado en los Evangelios.

A nadie puede extrañar que Jesús, como todo judío devoto, se casase. Las pautas sociales de la época prácticamente prohibían que un hombre judío fuese soltero y en la tradición hebrea el celibato era censurable, siendo obligación del padre buscarle una esposa adecuada a sus hijos. Y sobre el enlace matrimonial entre Jesús y María Magdalena hay numerosas referencias en muy diversos textos. Así, por ejemplo, en escritos apócrifos como el Evangelio de Felipe, que en su Sentencia 55 señala que “la compañera del Salvador es María Magdalena; Cristo la amaba más que a todos sus discípulos y solía besarla en la boca”. Lo cierto es que las bodas de Caná, en Galilea, por el año 27, fueron las de María Magdalena y Jesús, siendo coincidente, por tanto, su identidad con la del esposo -en calidad de tal lo trata el maestresala en el episodio evangélico (Juan 2, 9-10)-.

Esta verdad ha intentado ocultarse bajo mil mentiras, llegando incluso a hacer de la Magdalena una prostituta redimida, una perversa invención del papa Gregorio I, en el año 591, cuyo error no ha sido corregido oficialmente por la Iglesia hasta 1969. Mas lo cierto es que María Magdalena fue la esposa de Jesús, tuvo con él descendencia, al menos tres hijos (una hembra y dos varones), y desempeñó una función crucial en el apoyo permanente a la labor de su marido y como depositaria de la semilla de su estirpe real. Y si fue “pecadora” se debió a que profesaba de manera abierta su devoción por dioses y, sobre todo, diosas ajenos a las creencias judías y que enlazaban directamente con la tradición egipcia. Asimismo, tuvo profundos conocimientos esotéricos, lo que sumado a su saber acerca de la misión política y espiritual de Jesús provocó que en algunos textos se la señale como “la que lo sabía todo”.

El círculo de confianza

De hecho, Cristo tuvo en ella, en su madre María, en su hermano gemelo Tomás y en el grupo de gente de Betania -Lázaro (Juan Evangelista), Marta y Simón el Leproso entre ellos- su círculo de confianza y de mayor identidad espiritual. En el texto egipcio Pistis Sophia se puede leer: “María Magdalena, Juan (Lázaro) y mi Madre descollarán sobre todos mis discípulos y los hombres que recibirán los misterios del Inefable”. Un grupo de máxima cercanía al que también pertenecieron Nicodemo y José de Arimatea, pariente de Jesús y “discípulo oculto” (Juan 19,38). Por cierto, que no puede sorprender que entre los miembros de este círculo hubiese mujeres, pues estas jugaban un notable papel en las enseñanzas recibidas por Jesús, en las que se valoraba la mayor sensibilidad femenina para el aprendizaje y la práctica mística, interpretando la escena del paraíso como el acceso de Eva a la sabiduría, representada por la serpiente, siendo ella quien la transmitió después a Adán.

Este reducido núcleo de personas fue el auténtico depositario del saber hermético de Jesús, directamente conectado con la tradición esenia y gnóstica. Un conocimiento que, por su transcendencia y carácter iniciático, Jesús no pudo trasladar claramente a los demás, tal como confirma san Marco reiteradamente: “a vosotros se os ha concedido el misterio del reino de Dios; pero a esos de fuera, todo se les da en parábolas, de tal manera que viendo, ven y no entienden, y oyendo, oyen y no comprenden, y así no se conviertan y sean perdonados” (Marcos 4, 10-12); “por medio de muchas parábolas (...) les exponía la doctrina, según podían entenderle; y no les hablaba sin parábola; pero en privado explicaba todas las cosas a sus discípulos” (Marcos 4, 33-34); y “cuando dejada la gente entró en casa, le preguntaron sus discípulos sobre la parábola y él les dijo: ¿también vosotros estáis tan faltos de inteligencia?” (Marcos 7, 17-18). A este conocimiento se referirían mucho tiempo después los llamados Padres de la Iglesia, como Orígenes, que señaló que “los Evangelios han guardado oculta (“aprokryphan”) la explicación que daba Jesús a la mayoría de las parábolas” (Commentaria in Matthaeum, XIV, 2)

La “resurrección” de Lázaro

Para comprender esto, es conveniente detenerse en el episodio de la resurrección de Lázaro, que nos narra con detalle el Evangelio de Juan (11, 1-44). Lázaro, como se ha señalado, fue hermano de María Magdalena y, por tanto, cuñado de Jesús. Y el texto evangélico reconoce el gran afecto que ambos hombres se profesaban. Siendo esto así, llama poderosamente la atención que Jesús, al serle anunciada la teórica grave enfermedad de su pariente y amigo, no alterara su vida normal y optara por quedarse aún dos días en el lugar donde estaba, a orillas del Jordán, diciendo que “esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios”. Afirmación que por su contenido ha de ser puesta en conexión con la conversación de Jesús con el magistrado Nicodemo (Juan 3, 1-21), donde señala que “en verdad te digo que quien no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios (...). Os conviene nacer de nuevo”. Frases que engarzan con los saberes gnósticos de los que Jesús fue un gran maestro y hacen recordar, entre otras cosas, el famoso rito egipcio del “Heb Seb”, que sin duda Jesús conocía. En esta ceremonia iniciática, el faraón entraba en una especie de letargo para resurgir después con más fuerza y sabiduría, retomando la ancestral tradición de Osiris, que resucitó al tercer día gracias a la mediación de su hermana y esposa Isis.

Todo lo cual debe llevar a reflexionar sobre el carácter iniciático de la “muerte” y “resurrección” de Lázaro, lo que desvela, a su vez, la complicidad entre él y Jesús y los saberes herméticos que ambos compartían y que eran extensivos a un reducido círculo de discípulos. Un grupo distinto al formado por los denominados apóstoles, que dirigieron fundamentalmente su actividad a la acción política. Sobre el número de los apóstoles, la realidad es que superó al de doce tradicionalmente admitido. Y no sólo porque Lucas (5,27-29) cite, al igual que san Marcos, a Leví, o Juan a Natanael, nombres ambos que no están en la lista de la docena, sino porque los Evangelios reconocen que “Jesús designó a otros 72 discípulos, que envío de dos en dos delante de sí a todas las ciudades y sitios por donde había de pasar” (Lucas 10,1). Todos ellos tuvieron a Pedro como jefe inmediato.

En lo relativo a éste último, el Pedro de la Iglesia es tan falso como su tergiversada versión de María Magdalena. El verdadero e histórico se llamó Simón Cefas. En arameo, la lengua de Jesús, “cefas” -“kêpha”- significa “roca” o “aguja de piedra”. En esa misma lengua, “rama de palmera” se escribe “kipahâ”. En el Evangelio de Mateo (16,18), la lectura cierta es “tú eres roca (kêpha) y yo haré de ti rama de palmera (kipahâ)”, esto es, la rama del tronco de Jesse y el símbolo de la victoria. Este significado se perdió al traducir las Escrituras al griego y al latín.

Huida hacia Saintes Maries de la Mer, en el sudeste francés

Tras la crucifixión y ante la feroz persecución de romanos y judíos hacia los “cristianos”, la familia de Jesús y parte de sus más fieles seguidores huyeron de Palestina. Concretamente, en torno al año 35, desembarcaron en lo que hoy día es Saintes Maries de la Mer, en la comarca de Camargue, en el sudeste de la Francia de hoy. En la comitiva se encontraba, lógicamente, María Magdalena, que estaba embarazada de su tercer hijo con Jesús y a la que acompañaban los dos vástagos ya nacidos de ambos: una niña, Tamar, de 5 años; y un niño, Jesús, de 2. También iba el “discípulo amado”, Lázaro (recuérdese, hermano de Magdalena y cuñado de Jesús), que fundó allí el primer obispado, además de Felipe, Maximino -constituyó el obispado de Narbona- y José de Arimatea. De la llegada de éste al sur de Francia en el referido año dejó constancia el cardenal y bibliotecario vaticano Baronio en los Annales Ecclesiastici, de 1601.

Más tarde, José de Arimatea continuó rumbo a Britania, donde construyó un templo en Glanstonbury y abrió un linaje al que siglos después perteneció Perceval y del que sobrevino la tradición esotérica en torno al rey Arturo y la Mesa Redonda. Una tradición que hay que datar no en la época medieval, como se acostumbra, sino alrededor del siglo V y en relación con el curioso mestizaje religioso-cultural entre el pensamiento cristianismo más puro, las creencias druidas y la influencia de pueblos germánicos como el sicambro, del que nació la dinastía merovingia (la película El Rey Arturo, de Antoine Fuqua, aporta una nueva visión de los hechos que se aproxima a esta realidad histórica).

Tomás, en Cachemira

Por su parte, Tomás (hermano gemelo de Jesús) también optó por abandonar tierras palestinas, aunque en dirección bien distinta, rumbo a Cachemira. Allí han quedado testimonios de su presencia, aunque confundidos con la teórica visita a aquellos lugares del propio Jesús. A Tomás se refieren los manuscritos hallados por Nicolai Notovich, sobre 1885, en la lamasería de Hemis. Y él es el Issa del que hablan diversos textos hindúes y cuya tumba, en Srinagar, sigue siendo venerada en la actualidad.

La continuación del linaje de Jesús: el Santo Grial

El linaje de Jesús y María Magdalena se perpetuó en secreto en el sudeste francés. Una tradición señala que el cadáver de Jesús yace sepultado en un monte cercano, probablemente el Cardou, a lo que actualmente es Rénnes de Château. Magdalena, por su parte, desarrolló allí una ingente y prolongada labor apostólica, falleciendo en Saint Baume o en Aix-en-Provence. Con el transcurrir del tiempo, su estirpe formó lazos de sangre con la realeza gala de la Casa Merovingia, que sería muy perseguida por ello, llegando hasta Hugo de la Champan y Godofredo de Bouillón, creadores en Jerusalén, en el año 1099, del Priorato de Sión y precursores de la Orden del Temple.

Una vieja y extendida profecía asegura que cuando se restaure la estirpe de Jesús acabarán los tiempos de iniquidad y la humanidad retornará a la armonía y al amor universales. El mito del Santo Grial -Sang Real, Sangreal o Sangre Real- se refiere a esta descendencia real y física de Jesús y no al cáliz que, según la creencia común, éste usó en la “última cena” y con el que, posteriormente, José de Arimatea recogió la sangre que le brotaba del costado en el momento de la crucifixión. La búsqueda de ese cáliz sagrado no es sino la metáfora de algo mucho más poderoso ligado a la verdadera naturaleza del Santo Grial: el secreto, y los documentos que lo constatan, sobre el auténtico Jesús y la estirpe que lo sucedió.

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