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30/12/09

Ibn Arabi, "padre del sufismo"


Dedicamos ayer una entrada del Blog al sufismo andalusí (Historia del sufismo en Al-Andalus). En él destacó sobremanera la figura del Ibn Arabi, considerado por muchos como auténtico “padre del sufismo” y reconocido por todos como la personalidad más influyente de la historia del misticismo musulmán. Tanto se valoran en el mundo árabe sus aportaciones en diversos campos espirituales que se le ha otorgado el sobrenombre de “Vivificador de la Religión”. Y fue en Al-Andalus donde nació –en Murcia, en 1165- y recibió -especialmente en tierras de Sevilla- su educación y formación.
Su nombre completo fue Abu-Bakr Muhammad Ibn´Ali Ibn Muhammad al-Hatimi al-Ta´i al-Andalusi. De padre murciano y madre bereber, llegó a Sevilla en 1173, con sólo siete años de edad, convirtiéndose en adolescente y desarrollando sus estudios juveniles entre Lora del Río y Carmona. Se especializó en gramática, literatura, teología y filosofía de la mano de maestros de la talla de Inb-Bashkuval y Abu-Muhammad, que lo introdujeron en el sufismo. Estas enseñanzas y las de maestros posteriores, Ibn Rushd (Averroes) entre ellos, prepararon a Ibn Arabi para convertirse en lo que fue: una de las figuras fundamentales, sino la principal, de la historia del sufismo, por encima, incluso, de Maimónides o Avicena, y puntal de la cultura universal.
Aún muy joven, Ibn Arabi contrajo matrimonio con una sevillana, Maryan bint Muhammad ibn Abdun, quien favoreció la preferencia de su marido hacia la vía del sufismo. No obstante, este temprano enlace matrimonial no impidió que su ansia de saber le condujera a una vida viajera, recorriendo primero Al-Andalus y luego el Norte de África. Posteriormente, se alejó para siempre de Sevilla y marchó a El Cairo y Jerusalén. Finalmente, en 1203, después de pasar dos años de emociones espirituales en La Meca, decidió continuar viaje a Bagdad, Mosul, Konya (ciudad de la actual Turquía y antigua capital del Sultanado de Rüm) y, por último, Damasco, donde se estableció en 1223.
Supo alternar tanto ajetreo viajero con la elaboración de más de 400 obras. Su creación más importante tiene como título Las Iluminaciones de la Meca o Las Revelaciones de la Meca (“Futuhat al-Makiyya”), un compendio de metafísica musulmana que en más de tres mil páginas abarca la mayoría de las ciencias tradicionales islámicas. Destaca, igualmente, su libro Los Engarces de la Sabiduría (“Fusus al-Hikam”), síntesis de su pensamiento sobre la unidad de las creencias y profetología. Recientemente, en 2008, la editorial Siruela ha publicado otro de sus mejores textos: El esplendor de los frutos del viaje.
Profundizando en el concepto de la unidad del Universo, Ibn Arabi no tardó en percatarse de lo que el mundo nos recuerda con insistencia: nada permanece inmutable; todo nace, crece y muere; nada es firme, duradero, fijo; todo está en transformación. Ahora bien, siendo esto así, se preguntó, ¿habrá algo permanente oculto tras las cosas que nos rodean?; ¿no serán éstas meras apariencias externas de alguna realidad substancial e inmutable encerrada en las mismas?. Esto lleva a reflexionar acerca de lo que tanto las religiones como la ciencia -la física cuántica de forma muy especial- han percibido esa realidad substancial, dándole, eso sí, concepciones y denominaciones distintas: Dios, Fuerza, Energía, Uno, Todo,... Pero los nombres son lo de menos cuando se dirigen al objetivo común de reconocer la existencia de esa presencia fija y substancial, que para muchas personas es evidente “per se”, por simple intuición. Como escribió Hermes Trismegisto, maestro de los maestros de Ibn Arabi, “más allá del Cosmos, del Tiempo, del Espacio, de todo cuanto se mueve y cambia, se encuentra la Realidad Substancial, la Verdad Fundamental”. Está detrás de cuanto sensibiliza a nuestros sentidos, en cualquiera de sus manifestaciones. ¿De qué esta hecha?. Muy fácil: su naturaleza es vibratoria.
Los últimos avances científicos, particularmente el inmenso campo de la realidad virtual abierto por la revolución tecnológica, ofrecen recursos antes impensables para comprender tal respuesta. Hasta en el cine, los hermanos Wachowski, en The Matrix, han divulgado algunas pistas importantes al respecto. Recordando la película, quizás no extrañan demasiado estas afirmaciones: “el Universo es una creación mental sostenida en la mente del Todo”, “la mente del Todo es la matriz del Universo”. Aunque, para mayor sorpresa, están sacadas de El Kybalión y datadas hace varios miles de años. Vibratoria es la naturaleza del Universo y de la realidad substancial que se halla tras todas las cosas y seres. En palabras de Ibn Arabi, “el Universo es la sombra misma de Alá”.
Ibn Arabí murió víctima de las torturas por oponerse a los excesos de la alta sociedad de Damasco, enriquecida por el dinero fácil del negocio de las caravanas. Se cuenta que subió al monte Qasiyun, a las afueras de la capital siria, y dirigiéndose a la multitud dijo: “¡Hombres de Damasco!. El dios que adoráis está bajo mis pies”. Entonces la gente se abalanzó sobre él, lo encarcelaron por blasfemo y sólo la intervención de alfaquíes amigos le salvó de la muerte, pero no de un martirio prolongado que le llevó a la tumba poco después, en 1240. Fue enterrado en el mismo monte Qasiyun y la élite de Damasco le odiaba tanto que destruyó su sepultura. Sin embargo, Arabí había pronunciado una misteriosa profecía: “Cuando las letras Sin ("s") y Shin ("sh") se junten, se descubrirá mi tumba”.
Mucho después, en 1516, cuando el sultán otomano Selim II conquistó Damasco se le recordó esta profecía y la interpretó como que el día que Selim (que empieza por "s") se encuentre en Damasco (en árabe es Shams y comienza por "sh") se encontrará la tumba de Ibn Arabí. Ante esto, el sultán organizó una expedición que buscó y halló el enterramiento y siguieron excavando bajo los restos hasta encontrar un tesoro de monedas de oro que reveló lo que Arabí quiso decir en vida cuando sentenció que “el dios que adoráis está bajo mis pies”. Selim II destinó el tesoro a pagar la construcción de un santuario y una mezquita en el lugar de la tumba. Ambas pueden visitarse hoy en el enclave de Salihiyya, en la moderna Damasco, y es lugar de santa peregrinación para el mundo musulmán.

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