Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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13/12/09

Iluminación: instanteneidad o reencarnaciones (2 de 2)

Continuación de la entrada publicada ayer con el título Iluminación: instanteneidad o reencarnaciones (1 de 2).

La elección de cada nuevo eslabón en la cadena de vidas

Por lo expuesto en la entrada inserta ayer, en el tránsito entre vidas que erróneamente llamamos muerte, nuestro Yo profundo y el alma eligen el nuevo eslabón –el cuerpo y la vida, el yo y mis circunstancias- en el que tendrá continuidad la cadena de vidas que constituye la encarnación. La elección se hará en función de los requerimientos de la dinámica vibratoria interactiva y dependiendo, por tanto, del grado de consciencia alcanzado; y de los estados de conciencia y experiencias que correspondan ser vividos para aumentar el nivel consciencial.

Para el Espíritu y el alma, cada nacimiento físico es meramente la idea de que “tengo este cuerpo”; y la muerte no es más que la de que “ya no tengo este cuerpo”, pasando a estar en otro. Cuando un cuerpo fallece, Espíritu y alma pasan a uno “nuevo” y a otra vida física, esto es, a otro eslabón de la cadena de vidas en las que se plasma su presencia subyacente en el plano humano (encarnación). Y en el tránsito en sí, cuya duración en términos de nuestra temporalidad tarda años, se afloja el encadenamiento a los ciclos de la materia. Esto permite a nuestro Yo profundo (Espíritu) y al alma ponderar con exactitud, por decirlo de algún modo, el nivel logrado en la elevación del grado de consciencia, de lo que es un fiel indicador la gradación vibracional alcanzada por la segunda. Con esta base, se selecciona el siguiente cuerpo, vida y estadio de conciencia (hay que volver a subrayar que, para facilitar el entendimiento del proceso, puede hablarse de reencarnación, aunque en el conocimiento de que encarnación sólo hay una).

El alma es el resultado de la convivencia vibracional y el efecto de heterodinaje entre la vibración pura del Espíritu y la densa del cuerpo. Su rango vibratorio, acumulado a lo largo de las experiencias previas, indica como si de una especie de termómetro se tratara el grado de consciencia alcanzado. Y la nueva reencarnación deberá ser en un cuerpo y una vida que posean las características energéticas ajustadas al nivel vibratorio ya logrado. Verbigracia, si el alma ha conseguido una mayor cota vibracional porque en vidas precedentes se ejercitaron conductas (estadio de conciencia y experiencias) cercanas a la naturaleza divina (Amor), el nuevo cuerpo y vida contarán con un perfil apto (nuevo estadio de conciencia y novedosas experiencias) para lograr otra vez el aumento del grado de consciencia a través de la continuidad y fomento de esas cualidades y comportamientos (expresado, obviamente, en cuanto a potencial e inclinaciones, pues en cada vida rige el libre albedrío y nada está determinado).

La elección de la siguiente reencarnación (estadio de conciencia y sus consiguientes experiencias esenciales) tiene lugar antes de que la misma se concrete en un nuevo cuerpo, previamente a que el embrión de éste se halle en el vientre de su madre. Los que serán los rasgos esenciales de su vida y los valores a desarrollar quedan configurados en ese estado de la existencia previo a la maternidad en el que el alma y el Espíritu preparan su nuevo escenario experiencial. Se entiende así mejor el auténtico significado de la respuesta <>, que se recoge en el Capítulo 1 a propósito de la primera pregunta –“¿quién eres?”- formulada en el libro El laberinto de la felicidad. Nos encarnamos en cada vida física con una especie de “plan de vida” ajustado al grado consciencial de partida, aunque después las experiencias en los correspondientes estadios de conciencia puedan llevarnos por otros derroteros.

Y también este es el instante inefable en el que, como síntesis de una perfecta sincronización, se produce el encuentro entre el alma y las otras almas (el Espíritu es uno, el mismo) que en otros cuerpos físicos serán sus acompañantes y colaboradoras en la vida material que se va a iniciar. Tal confluencia entre almas es mucho más que una experiencia gozosa. Es la aceptación mutua de las respectivas funciones y relaciones en el nuevo eslabón de la cadena de vidas para que cada cual cumpla con lo que constituye el propósito de su reencarnación. De hecho, es común que a lo largo de distintas vidas físicas las almas se reencarnen en grupos, es decir, manteniendo y extendiendo sus relaciones e interacciones de apoyo consciencial, aunque asumiendo papeles y roles distintos (tu madre en una vida puede ser, por ejemplo, tu hijo en otra; tu actual pareja, tu futuro hermano; o tu amigo de hoy, tu abuela en el mañana).

En definitiva, como también ha resumido Kryon, antes de nacer sabemos las potencialidades y los atributos kármicos que vamos a disfrutar y las experiencias energéticas y vibracionales que viviremos en primera persona: ya estaban aquí como potencial y entramos de nuevo en el plano humano para vivirlas. E, igualmente, antes de venir conocemos los potenciales de las personas con las que nos vamos a encontrar: las sincronicidades con aquéllos con los que tendremos encuentros y, dentro de esto, escogemos a nuestros padres y ellos a nosotros. Cuando estamos al otro lado del velo, en la dimensión de la inmortalidad, que es la del Espíritu que somos, se eligen desafíos para poder enfrentarlos y resolverlos. Nadie vino aquí a sufrir, sino a desentrañar el rompecabezas de la vida. Y los buscadores están interesados en desentrañar la vida, en abrir la caja de la verdad. Aquí está: cada uno de nosotros es un pedazo del Creador y, por tanto, Dios mismo. No procedemos de ningún lugar. El Espíritu, no está en un lugar. Dios “es”. Y siempre fuimos; ya “éramos” antes de que se creara el Universo. Elegimos venir a la Tierra por una razón que, en realidad, no tiene tanto que ver con este planeta como con el Omniverso: desplegar nuestras energías en la Tierra para elevar nuestro grado de consciencia, logrando así la expansión de la suma a la que pertenecemos y, por medio de ello, la expansión de la consciencia de la Unidad.

El momento preciso en el que el alma conforma su unión con el nuevo cuerpo físico, haciendo de bisagra con el Espíritu, va ligado a la fecundación del nuevo ser humano. Como es sabido, la fecundación es la unión de dos células sexuales o gametos (el espermatozoide masculino y el óvulo femenino) en el curso de la reproducción sexual, dando lugar a la célula cigoto donde se encuentran reunidos los cromosomas de los dos gametos. Y de la multiplicación celular del cigoto (2, 4, 8, 16, 32,… células) parte la formación del embrión. En este orden, la ciencia actual comienza a hablar de unas células madres o base celular del nuevo ser, que son exactamente las 8 primeras. De hecho, el avance celular de 2 a 4 y de 4 a 8 es muy rápido, mientras que al llegar a 8 se produce una especie de parada en el camino antes de pasar a 16 y continuar la multiplicación.

Pues bien, es en ese estadio -cuando el embrión está configurado por las 8 células madre- en el que el alma se asocia al cuerpo y, además, inyecta divinidad en el ADN y, como se apuntó en el epígrafe precedente, implementa en él -en dos capas interdimensionales llamadas “Registro akásico del ADN”- los componentes y recuerdos de otras vidas precisos para las experiencias conscienciales y concienciales que, en libre albedrío, corresponden ahora vivir. Por esto, algunas tradiciones espirituales denominan a esas 8 células las “Células del alma”, lo que explica, a su vez, la importancia que al 8 y al octógono le han otorgado históricamente distintas escuelas iniciáticas.

Es así como alma y cuerpo quedan asociados en el estadio celular citado, que algunas corrientes iniciáticas llaman “Viento del nacimiento”. No es un sitio, sino una energía divina; y en el que también el Espíritu, eterno e inmutable, desempeña su papel, pues, siendo multidimensional, mantiene su presencia tanto inmanente en la tridimensión de nuestra corporeidad –Espíritu Santo- como en la interdimensionalidad. Algunas tradiciones indican al respecto que el Espíritu se escinde, pero tal cosa no es posible, dada su inalterabilidad. Lo que sí acontece es que su presencia subyacente en la materialidad no impide su realidad multidimensional.

Se podría expresar coloquialmente que no todo el Espíritu se transfiere al ser humano y que una parte se queda residiendo al otro lado del velo. La creencia en los guías espirituales responde precisamente a este hecho: la naturaleza multidimensional del Espíritu hace que, estando en la tridimensionalidad -plano humano- y en cada persona (Espíritu Santo), también permanezca en la interdimensionalidad, actuando como guía espiritual (incluyen, verbigracia, los “Ángeles de la Guarda” de la religión católica). Tus guías son Tú Mismo, tu Mí Mismo. La multidimensionalidad del Espíritu y, por ende, de nuestro Ser interior hace que nunca estemos solos. Y cuando nos sentimos en soledad o abandonados, podemos estar seguros de que la hermosa energía de los guías está a nuestro alrededor esperando que le demos permiso para actuar.

Final del “gran olvido”: la Iluminación

La encarnación inmanente del Espíritu en el plano humano culmina cuando alcanza su cénit la dinámica vibratoria interactiva y el alma alcanza el mayor rango consciencial y vibratorio posible en el plano humano. La vida física en la que esto se consigue habrá sido en un ser humano con consciencia sobre su dimensión espiritual, con discernimiento acerca de lo que “es” y “no es” y plenamente consciente de su verdadero ser: ¡soy el que soy!. Ha superado el <> y se contempla por fin como lo que realmente es: Dios mismo o, si quiere, un “estado de Dios”.

San Bernardo describió muy bien a un hombre o mujer así: “aspira tranquilo a las bodas del Verbo (…), deja de temer iniciar una alianza de comunión con Dios (…) ¿A qué no podrá aspirar con seguridad ante él si se contempla embellecido con su imagen y luminoso con su semejanza?. ¿Por qué puede temer a la majestad, si su origen le infunde confianza?. Lo único que debe hacer es procurar conservar la nobleza de su condición con la honestidad de vida; esforzarse por embellecer y hermosear con el digno adorno de sus costumbres y afectos la gloria celestial que lleva impresa por sus orígenes » (San Bernardo; SC 83:1).

La presencia subyacente del Espíritu es tan viva, pujante y poderosa que el ser humano disfruta de la Unidad Divina. El ego y sus apegos, el piloto automático, queda absolutamente desactivado y el Yo profundo toma el mando de la vida, centrada en el momento presente, el aquí y ahora, y ocupada sólo en Ser y, por ende, en Amar. Se produce la experiencia maravillosa de la consciencia plena, la “Iluminación” interior: se constata y se comprueba radicalmente que lo que afanosamente, a lo largo de tantas vidas o reencarnaciones, se buscaba fuera de uno mismo, a través de los anhelos y deseos de la materialidad, en verdad lo tenemos en nuestro interior, nuestro auténtico Yo, Dios mismo y su Felicidad.

Tal como ya se recogió en la primera parte de este texto, de manera espectacular lo describió San Agustín: “Tarde os amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde os amé. Y he aquí que Vos estabais dentro de mí y yo de mí mismo estaba fuera; y por defuera yo os buscaba. Y en medio de las hermosuras que creasteis irrumpía yo con toda la insolencia de mi fealdad. Estabais conmigo y yo no estaba con Vos. Manteníanme alejado de Vos aquellas cosas que si en Vos no fuesen, no serían. Pero Vos derramasteis vuestra fragancia, la inhalé en mi respiro y ya suspiro por Vos” (Confesiones, Libro X, 27).

El cambio de tornas que la “Iluminación” representa es completo: ahora es la fuerza vibracional del Espíritu la que contagia y “tira” vibracionalmente hacia arriba de la materialidad, y no al revés. Este intenso tirón vibratorio que la dimensión espiritual da a la dimensión material lo experimenta el alma, que gozará de toda la energía vibracional que ha ido acumulando durante la dinámica vibratoria interactiva y la cadena de vidas en la que ha estado adherida a la materia; y estará lista para pasar a otros planos de existencia de mayor frecuencia vibratoria.

Se trata de algo fascinante. Como se ha insistido, todo comienza “de arriba hacia abajo” y tiene su correlato “de abajo hacia arriba”: una colosal dinámica que evidencia la unión entre Creador y Creación, sin separación alguna, con la consciencia como hilo conductor y el Amor como energía nutriente.

Recuérdese el arranque, que es “de arriba hacia abajo”: 1. Concentración: en Consciencia Perfecta y Concentración Absoluta, emana la Esencia del Ser Uno, acompañada del Verbo como vibración asociada. 2. Expansión: la Esencia emanada y el Verbo se expanden; y en las manifestaciones derivadas de la condensación del Verbo (lo Manifestado, vibración finita) se encuentra inmanente el Espíritu (Esencia emanada y expandida, lo No Manifestado, vibración infinita).

Y aquí se desencadena el proceso “de abajo hacia arriba” (también denominado Absorción): 1. Como consecuencia de tal convivencia vibracional y por el efecto heterodinaje, surge el alma como tercera gama energético-vibracional. 2. Espíritu, alma y cuerpo protagonizan una dinámica vibratoria interactiva (grado de consciencia, estadio de conciencia, experiencias). 3. Y conforme se eleva el grado consciencial del ser humano, el alma va ganando frecuencia vibracional hasta hallarse en condiciones energéticas de “subir” hacia planos de mayor rango vibracional.

La expansión de la consciencia del ser humano expande, así, la propia Creación, haciendo que la Creación sea Creadora y unificando Creador y Creación. Figuradamente, el Espíritu (“Hijo”), por su presencia inmanente en la materialidad, habrá desarrollado el pacto de amor (“sacrificio”) que hace posible la resurrección de la materia (“carne”) mediante la elevación de la gradación energética del alma (surgida precisamente de la convivencia Espíritu/materia) hacia otros planos vibracionales (“Cielo”) cada vez más próximos a la calidad vibracional pura e infinita de la Esencia divina (“Padre”).

Como se enunció en Capítulo 6, la indisoluble identidad entre Creador y Creación, por lo que la Creación es, a la vez, Creador, explica la traducción “Yo resultaré ser lo que resultaré ser” de lo que Dios indicó a Moisés en el versículo 3,14 del Libro del Éxodo. En el Ser Uno, “Yo soy el que soy” y “Yo soy el que resultaré ser” no sólo no chocan ni se contradicen, sino que se fusionan de manera armónica, hermosa, maravillosa. La consciencia es la base de la fusión; y el Amor, la energía que la nutre: la Consciencia Perfecta desencadena el proceso “de arriba hacia abajo”; y la toma de consciencia en el ámbito de reducida gradación vibracional de lo Manifestado (mundo material, cuerpo humano,…) produce una especie de rebote consciencial “de abajo hacia arriba”.

Hablamos de ti y de mí: estamos en acto de servicio por Amor

Llegados a este punto, conviene traer aquí unas espléndidas reflexiones de Félix Gracia –Hijos de la luz: un pacto de amor- que vienen como anillo al dedo a propósito de lo hasta aquí sintetizado y su aplicación al ser humano y nuestra condición de “buscadores”. Porque los hechos narrados han sucedido siempre y están sucediendo ahora. No hablamos, pues, de éste o de aquél, sino de ti y de mí, de nosotros. De nuestro Espíritu, inmanente y subyacente en la tierra siendo su hogar el cielo. El grito desgarrado que pide salir de las tinieblas no es un eco traído por el tiempo, sino el de tu garganta y la mía. No evocamos la historia ni hablamos de teorías, sino de la lectura viva de nuestra alma. Somos lo que se ha reflejado en las páginas anteriores: ¡Hijos de la Luz!, Espíritus puros unidos al Padre; hechos de su misma Esencia, eternos. Somos uno con Dios y, por lo tanto, Dios. Sin tiempo ni límite. ¿Cómo podría perderse una criatura de tan elevado rango?.

No, no nos hemos perdido; ni estamos exiliados. Caminamos por el mundo para que el mundo –la materia, la carne- resucite. Nadie nos ha obligado, pues esa era nuestra voluntad y nuestro destino. Nos hicimos uno con la Ley para que la Ley se cumpliera. Y lo hicimos, no desde la ruptura, sino desde la unión con Dios. Por eso, aquella voluntad no fue la nuestra, sino la de Él, la Voluntad, la única. Este es nuestro pacto de amor. Ni nos hemos extraviado ni andamos solos, aunque milenios de ignorancia nos hayan hecho creer lo contrario. Si el Hijo que emprendió ese camino era uno con Dios, también Él ha descendido “ad ínferos”.

Que callen todas las voces y cesen las músicas todas. Que todo pare un instante y que se detenga el mundo. Silencio, para que puedas oír dentro de ti. Para que escuches en ti las palabras anteriores. Para que sientas que, más allá de dogmas y creencias, ésta es la verdad que sale del corazón: ¡Dios y el ser humano jamás han dejado de ser Uno!. No estamos, pues, condenados, sino en acto de servicio para expandir nuestra consciencia desde la tridimensionalidad, provocando, así, pequeños “big-bangs” que extienden los efectos del principal e impulsan la expansión de la Consciencia de la Unidad.

Hijos de Dios, no porque nos haya creado Él, sino porque somos Él

Dios mira por nuestros ojos y camina con nuestros pies. Pero lo hemos olvidado y nuestra existencia se convierte en dramática, no por causa de una pérdida, sino por un gran olvido. Si Dios escribiera la historia de la humanidad, enseñaría cómo se extendió a sí mismo haciéndose múltiple sin dejar de ser Uno; y cómo, para lograrlo, estableció la ilusión de la separación que da consistencia a su multiplicidad. Constataría que el ser humano es fruto de su misma Esencia, porque es Él mismo hecho visible. Y confirmaría que no fue creado o hecho por Él, sino que es un estado de Dios y, por lo tanto, testimonio de su eterna Inmanencia. Esta es nuestra grandeza: el título de Hijo de Dios señala la más alta dignidad imaginable, no porque nos haya creado Él, sino porque somos Él.

Esta es la auténtica realidad, el orden natural en el que se establece el pacto de amor que precede a la encarnación. Su reconocimiento sobrecoge y cambia radicalmente la visión del mundo y de nosotros mismos. Nada puede seguir siendo igual para aquél que ha accedido a tan suprema verdad. No somos resultado del error, ni pesa sobre nosotros vejación alguna. Todo es santo, inocente de culpa, bienaventurado. No hay trasgresión ni condena, sino manifestación de Dios. Este es el sublime pacto de amor que nos trajo al mundo.

Y cuando en nuestro corazón sentimos el ansia de liberación es, en el fondo, la advertencia de que la misión está cumplida, que la dinámica vibratoria interactiva está llegando al culmen. Pero su realización no significa una victoria sobre el estado de encadenamiento -nada hay que vencer donde todo es la Voluntad de Dios-, sino el cumplimiento de la misión creadora: expandir la consciencia para que se expanda la Consciencia de la Unidad. Por ello, el anhelo de liberación lleva aparejado tanto la aspiración en sí, como su subordinación a la divina Voluntad. Se trata del <la Unidad) y estar con Cristo (cupio dissolvi et esse cum Christo)>>, hecho suyo por místicos como Beatriz de Nazareth (Siete modos de vivir el Amor), aunque sometido a lo que Charles de Foucauld expresó tan emotivamente: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras (…) lo acepto todo (…) con una confianza infinita, porque tú eres mi Padre”.

Como escribió Teilhard de Chardin (Adora y confía), las leyes de la vida y las promesas de Dios garantizan que cuanto nos reprima e inquiete es falso. Cesan, entonces, todas las inquietudes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su porvenir más o menos sombrío. Se quiere lo que Dios quiere; y se vive feliz, en paz, siendo sólo, ni más ni menos, que Amor. Nada altera ni es capaz de quitar esa paz: ni la fatiga psíquica ni los posibles fallos morales. En el rostro brota una sonrisa que es reflejo de la que el Padre/Madre permanentemente nos dirige. Y como fuente de energía y criterio de verdad se coloca todo aquello que nos llena de la paz de Dios.

Llegado a este punto, el ser humano, consciente de su verdadero Ser y presto a volcarse en la Unidad a la que siempre ha pertenecido, comprende bien que la liberación no es una pericia individual ni una práctica puntual, sino el estado del Espíritu que realiza conscientemente a Dios en la materia. La liberación va mucho más allá de una experiencia personal y provoca una expansión de la consciencia en toda la Creación: un crecimiento cualitativo de todo hacia la Consciencia de Ser y el reconocimiento de Ser Dios. Así de maravillosa es la Creación surgida del “big-bang” analizado en capítulos precedentes. La expansión de la consciencia en las distintas dimensiones de existencia que constituyen la Creación genera múltiples “big-bangs” y transforma la Creación en Creador: Creador&Creación; Creación&Creador.

4 comentarios:

  1. Gracias Emilio por tu labor, creo en Tí, en lo que Eres y en lo que Haces. Doy gracias, por fin he encontrado a alguien que Es. Como ves estoy viviendo en la vanidad, ya no quiero más, por favor. Te pido que si es posible tengas compasión de mí. Por favor perdona mi irreverencia. Gracias, te amo.

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  2. Y Yo, que Soy Tú, creo en Ti.
    Ríete de la vanidad, a carjadas. Cada vez que la sientas, no la rechaces. Acéptala como una parte de ti que sigue ahí y ríete de ella. Así se irá transformando en desasimiento y desapego.
    Abrazos. Te Amo.

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    1. Gracias. A tu disposición para lo que dispongas. Te Amo.

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  3. Espero equivocarme, pero creo que voy a reirme por mucho tiempo. Gracias, me veo todo vanidad.

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