Aquella tarde, todos se sentaron bajo una gran encina. El sol ya se
ponía y la mano de la noche iba encendiendo a las estrellas cuando vino uno y
se sentó entre ellos, y su rostro mostraba angustia y su pecho guardaba mucha
pena; y, mirando al maestro, así le preguntó:
—Hermano mayor nuestro, tú que llegas con las alas de tus
pensamientos más arriba que llegan las alas de nuestros pensamientos, tú que te
acercas más a la verdad y tocas con tu frente la luz, dinos: ¿Por qué se han
ido las nubes del cielo y no vienen a traernos la lluvia?
»¿Por qué los ríos se secan y huelen mal y los árboles se aburren y
los manantiales se hunden cada vez más en las entrañas de la tierra?
Y el maestro así les hablaba:
»Hace mucho tiempo que la necedad y la insensatez están sentadas en
el corazón del hombre, y le nublan la vista y le cierran la razón. Aún piensa
el hombre que no tendrá que recoger aquello que siembra.
»Mirad que tan solo se valoran las cosas
cuando se pierden. Vendrán días en que todo este desperdicio que se hace en
cada uno de nuestros días sea nuestra falta. Y vendrán días que llegue a
nuestros estómagos el hambre de aquello que tiramos.
»Porque ¿cuántos hay que creen en vez de
destruir?, ¿cuántos que antes de matar un árbol hayan posibilitado la vida a
otros árboles? ¡Cuántos viven sus días y sus noches en el vacío de la
superficialidad y la indolencia!, ¡cuántos se hacen amigos de la comodidad y no
saben sobre cuántos está sentada!
»Llenad de amor vuestros corazones y venid a sembrar los desiertos
de la incomprensión y el desaliento.
»Llenad de buenos pensamientos vuestras cabezas y venid a limpiar
el pensamiento del mundo; porque las tierras están secas, los corazones
dormidos y las cabezas vacías.
»No exijáis nada antes de exigíroslo a vosotros mismos, y sed en
vosotros mismos el primer árbol del desierto que llame al agua; porque ¿cómo
llevaréis a la armonía a otros si no hay armonía en vuestros corazones?, ¿cómo
llevaréis al silencio a otros si no sois ya vosotros mismos silencio? Sembraos
vosotros mismos y dad vuestros cuerpos en sacrificio. Para que germine vuestro
espíritu, al cuerpo será al primero que habrá de romper, como el germen de la
semilla lo primero que rompe cuando busca el sol es su cáscara y después la
tierra.
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Autor: Cayetano Arroyo
Fuente: Diálogos con Abul Beka (Editorial
Sirio)
Nota: En homenaje a la memoria de Cayetano Arroyo y Vicente Pérez Moreno,
un texto extraído de los Diálogos de Abul Beka se publica en este blog todos los
miércoles desde el 4 de octubre de 2017.
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