Arquetipos de comportamiento sistémico
Los arquetipos de comportamiento
sistémicos son estructuras de comportamiento cuya existencia ignoramos y que perpetúan
una situación considerada por todos como negativa, pero ante la que no
acertamos a encontrar solución alguna. Por contra, la identificación de estos
arquetipos por la organización, la sitúan en la senda de la solución, siempre
que se mire el panorama desde la perspectiva de la totalidad, y se adopten
soluciones a largo plazo.
Los arquetipos sistémicos son patrones de
comportamiento que se repiten de modo isomorfo en muchas organizaciones; en
realidad son inherentes al comportamiento humano.
Estos patrones de comportamiento humano que imprimen
carácter a los sistemas donde desarrollan los hombres su actividad, pueden ser
representados y modelizados empleando las técnicas de simulación como Dinámica
de Sistemas (DS). Ya hemos tratado el tema de los bucles reforzadores
(realimentación o feedback positivos) y compensadores o negativos. El bucle
reforzador, imprime un crecimiento o caída continuos de las variables que,
abandonadas a evolución espontánea adquieren un régimen exponencial que al
final las hace incompatibles con la vida, y el bucle de retroalimentación
negativo o compensador que permite estabilizar los valores de las variables en
torno a un valor límite final, al que denominábamos “atractor”. Pues bien, los
arquetipos de comportamiento humano se basan en último extremo en la
combinación de estos dos tipos de bucles.
El diseño de modelos DS en el entorno de las
organizaciones humanas consiste, de una forma o de otra en la inclusión de
estos arquetipos de comportamiento.
Los dos más importantes, y que más influyen en el
comportamiento de las organizaciones son el denominado “límites al crecimiento”
y el “desplazamiento de carga”. El primero no es otra cosa que un bucle de
realimentación mixto, reforzador y compensador, y el segundo es una combinación
de tres bucles, dos compensadores y uno reforzador.
Antes de describirlos, recordemos lo expresado con
anterioridad, un bucle reforzador o compensador no es en sí mismo ni bueno ni
malo, ambos cumplen su función. El primero permite el crecimiento, el segundo
da estabilidad, son como el acelerador y el freno de un automóvil. El arte del
management de las organizaciones consiste en saber manejar el freno y el
acelerador sabiamente, de modo que cuando se pueda crecer, se crezca, y cuando
la prudencia aconseje decelerar, así sea, por el bien de todos.
El arquetipo de los límites al crecimiento
Este es el primer arquetipo, y
probablemente el más importante. Además, es el arquetipo “más sistémico de
todos”. Es decir, aquí el ser humano se comporta más que como un decisor, como
un espectador. Es como la Ley de la Gravedad, la gran ley de los sistemas, no
existe crecimiento ilimitado, no puede existir, es pura teoría, más tarde o más
temprano aparece un factor limitante del crecimiento que obliga a suavizarlo hasta
forzarlo a detenerse.
Podríamos sentenciar este arquetipo como
que “Frente a toda iniciativa que genera crecimiento, más tarde o más temprano
aparece una fuerza de signo contrario que ralentiza, detiene e incluso invierte
el crecimiento”. Los economistas lo tienen claro; los ciclos económicos son
fiel expresión de este drama. Lo vemos en los ciclos de alzas y caídas de la
bolsa, en los ciclos económicos de siete años y los de largo plazo, etc.
Nuestras abuelas lo resolvían diciendo que “todo lo que sube, al final termina
bajando”.
Hay un proceso amplificador o reforzador, que predomina
durante un tiempo, frente a otro proceso compensador que en una segunda fase
invierte el proceso.
Un efecto limitante siempre impondrá una
condición a la acción del crecimiento, pero esta al principio es casi
imperceptible, hasta que su incremento se hace lo suficientemente palpable,
como para que sea cada vez más costoso seguir creciendo, aunque sea a un ritmo
menor, para finalmente, ser detenido ese crecimiento.
El efecto limitante puede ser de dos
tipos, bien por escasez de recursos, bien porque ante el crecimiento de la variable
aparezca una reacción – esta vez humanamente intencionada -, que provoque
entrar en competencia para frenar el ascenso de la variable en expansión.
Ejemplos de este arquetipo existen hasta
cansarnos. El fenómeno de los límites al crecimiento, es un imponderable del
desarrollo económico de los países industrializados y de cómo ante la carrera
expansiva de estos, hace ya muchos años que voces autorizadas dieron la voz de
alarma, advirtiendo ya en los años setenta que, no se puede arrasar las
materias primas de la Tierra de la forma tan salvaje como se está haciendo, lo
que ha dado lugar a toda una corriente social y económica que aboga por el
“desarrollo sostenible”.
Pero en entornos más próximos a nuestra
vida diaria, vemos ejemplos de límites al crecimiento en los dos sentidos, en
el sentido “bueno” de la palabra, como freno al crecimiento irresponsable, y en
el sentido “malo” como freno al crecimiento responsable.
Como freno al crecimiento irresponsable,
están todos los ejemplos donde lo que se produce es una desaceleración debido
al agotamiento de los recursos. Véase, la aparición de un nuevo producto, que
se expande y se vende hasta saturar el mercado. En ese momento, las ventas
tenderán a estabilizarse hasta llegar un momento en el que no crezcan más. En realidad,
luego viene la segunda fase, de descenso de ventas (momento en el que un nuevo
producto sustituye al anterior, hasta desplazarlo). Véase la sobre explotación
de los recursos hídricos, la inicial abundancia hace que se consuman sin tasa.
La escasez aviva el ingenio y favorece la aparición de artilugios que permiten
una mejor gestión del agua. En realidad, la escasez de recursos es la base de
la ciencia económica. La Economía (etimológicamente significa administración de
la casa), es una ciencia basada, casi totalmente, en el hecho incuestionable de
que los recursos son por definición escasos. Esta escasez obliga a saber
administrarlos, a gestionarlos con prudencia para sacarles el mayor rendimiento
posible. De esta forma nace el concepto de “eficiencia”, que indica la relación entre los medios empleados y
los resultados obtenidos. Eficiente es lo que consume menos recursos. Este
término es equivalente al de “coste/efectividad”, en el sentido que es más
coste efectiva aquella solución que a igualdad de coste respecto de otra,
produce más elementos de consumo, o presta un mejor servicio, o es más rápido,
o de más calidad, o más útil, o que resuelve mejor el problema que ha de
abordar, etc. Por tanto, los límites al crecimiento nos hacen mejores gestores
de nuestros recursos y gastarlos con más eficiencia.
Las leyes del mercado también cumplen
este arquetipo, por cuanto que, cuando aparece un producto estrella del que hay
indicios razonables de que va a arrasar el mercado, rápidamente, otros competidores
tratarán de “imitar” y sacar al mercado productos similares con el fin de que
el primero no monopolice el sector. Durante los primeros decenios de la
Informática IBM ha sido el gran padre, la empresa líder sin discusión. Pero
lenta, aunque inexorablemente, el mercado ha ido reaccionando de modo que han
ido apareciendo otras empresas que, todas juntas han ido “limitando” el
crecimiento de IBM, ganando cada vez más proporción de mercado.
En el otro extremo, tenemos el arquetipo
de “límites al crecimiento”, como “malo”, en el sentido que supone un freno al
desarrollo, al avance, a desarrollar mecanismos adaptativos. Hablamos entonces
de la “resistencia al cambio”.
La resistencia al cambio
Este comportamiento lo percibimos
claramente cuando observamos actitudes de oposición a iniciativas de
modernización, o de reestructuración de las empresas. O lo que es lo mismo, por
qué a pesar de los esfuerzos, no logramos solucionar nuestros problemas. Basándonos
en la pirámide de Maslow, en un sistema humano cada persona tiene una
intencionalidad diferente, según donde se encuentre dentro de la pirámide. E
incluso cuando ha superado el umbral de disponer de recursos más que
razonables, en determinadas personas puede dispararse el perverso
comportamiento de la ambición. Con esta óptica, es claro que no todos los
miembros de las organizaciones desean acometer un cambio, aunque sea por
implantar mecanismos adaptativos que a largo plazo garantizarán la
supervivencia de la empresa. Así las cosas, la anteriormente referida máxima de
Maquiavelo sobre la resistencia al cambio tiene plena actualidad. En la medida
en que un sistema basa su estabilidad sobre las acciones de todos sus elementos
orientadas al objetivo final, cuando estos elementos persiguen objetivos
personales diferentes, entonces las respuestas de los diferentes agentes, lejos
de ser lógicas o previsibles, pasan a ser aparentemente insospechadas,
ilógicas, impredecibles, tanto que el conjunto del sistema se asemeja a lo que
los cardiólogos denominan al corazón que fibrila, como bolsa de gusanos, donde
cada fibra muscular hace lo que le parece, cuando le parece, y así las cosas el
enfermo muere en minutos por fallo cardíaco. Así parecen muchas empresas donde
cada cual tiene una forma diferente de ver las cosas (en política vamos
directos a vivir una fibrilación social que puede colapsar nuestra economía y
nuestra sociedad), y sobre todo cuando la palabra “cambio” implica la sola
sospecha de “pérdida de un statu quo, más o manos acomodaticio”, o ... una
regulación de plantilla.
Por todo ello los sistemas son
resistentes al cambio, porque la configuración actual fue el resultado
de un cambio “in illo tempore”, que costó sangre, sudor y lágrimas tras
intentos fallidos y alto coste social, y muchos no están dispuestos, primero a
pasar por lo mismo, y segundo a perder su ventaja diferencial o a poner en
riesgo las conquistas sociales alcanzadas. Además, los viejos del lugar
recuerdan que la forma de trabajar y de estar organizados, fue la consecuencia
del esfuerzo que ellos hicieron por solucionar los graves problemas que tenían
en aquel entonces. Desde su experiencia, primero, muestran cierto desprecio
ante los gestores advenedizos que creyendo saber más que ellos, y “hasta ahí
podíamos llegar...”, vienen con nuevos aires y ampulosas ínfulas de
suficiencia, despreciando el esfuerzo de sus mayores. Nuevamente, caemos en el
aforismo implacable: “los problemas de hoy son consecuencia
de las soluciones que se dieron ayer”.
No nos damos cuenta de que el entorno es
cambiante, y que lo que fue bueno para solucionar los problemas hace diez,
quince o veinte años, se ha convertido en un elemento limitante y hasta
peligroso para la supervivencia de la empresa.
Este es el eterno drama de las empresas
que han crecido al calor de la demanda, se hicieron grandes, muy grandes, con
una gran masa laboral, en ocasiones fuertemente sindicada. Pasa el tiempo, y
los inexorables ciclos económicos hacen que la demanda de productos o servicios
sobre la que creció la empresa en otro tiempo disminuya por debajo del umbral
de la viabilidad, en tanto mantenimiento del gran o descomunal tejido
productivo creado cuando se estaba haciendo economía de escala. Sucede que
ahora, para no quebrar, sobra la mitad de la plantilla y la mitad de los
activos fijos. Una solución es pedir subvenciones al Estado, pero tampoco es
cuestión de que el Gobierno asuma el mantenimiento de empresas ineficientes.
Surgen las huelgas, porque como es natural, el temor o la certeza de la pérdida
de puestos de trabajo amenaza a los trabajadores, y etc, etc.
Por otra parte, en las empresas existen o
se dan tres tipos de personajes, los primeros son aquellos que con los pies en
el suelo aseguran que el sistema funciona, que ellos lo mantienen y dan
servicio, criticando cualquier veleidad que se les ocurra a los teóricos que,
asesorados por consultoras atrevidas, proponen cambios estructurales o
funcionales, máxime si estos cambios van seguidos, y casi siempre es así, de la
operación de regulación de plantillas. Por otra parte, están los grandes
profetas que viven buscando soluciones imaginativas que nos transportan hacia
veinte o treinta años adelante. Son los vanguardistas impulsores del progreso,
de la innovación. Y por último están aquellos a los que les toca realmente
implantar nuevos modelos, nuevos procesos, nuevas técnicas, nuevas formas
organizativas. Estos serán criticados por los terrícolas que sostienen las
bondades de lo que existe y funciona por cuanto ponen en peligro la compañía
con sus innovaciones; serán criticados obviamente por los vanguardistas por
cuanto las reformas siempre serán consideradas raquíticas para los que ningún
avance es suficiente. Si al final añadimos la guinda de Maquiavelo, obviamente
cualquier cambio, lejos de ser una empresa motivadora, no deja de ser algo que
suele hacerse por la vía de los hechos consumados. Es paradigmático el ejemplo
de un emblemático hospital español que sólo cuando la amenaza de cierre era
cierta, el colectivo profesional accedió a introducir las nuevas técnicas de
gestión, lo cual salvó, no sin apoyo decidido de la Administración, a este
hospital, recuperándole su prestigio y saneamiento económico de antaño.
Con el permiso de un buen amigo mío ya
fallecido, voy a contar una anécdota bastante aleccionadora respecto de lo que
supone la resistencia al cambio. Siendo él profesor de una universidad de no
importa qué país, el claustro vivía bastante acomodado en una dinámica
funcionarial que consistía en dar clases, y firmar en el libro de actas de las
reuniones del claustro cuando era menester. Muchos años así, y cobrando todos
lo mismo según un baremo primado aplastantemente por la antigüedad, aquella
universidad había languidecido penosamente. Pero bueno, en la mente de todos se
había asentado el principio de “devengar trienios y sobrevivir”, salvo algunos
profesores, que tildados por los demás como idiotas, hacían investigación y
todas esas “tonterías”. Vino entonces un nuevo decano, y a tenor de una
atmósfera de cambio peligroso que se avecinaba, traducida en el riesgo de
perder subvenciones estatales, reunió a todos los profesores y decidió que, a
partir de entonces, y por el poder que se le había sido concedido, la nómina se
confeccionaría sobre la base de un plus de productividad variable en función de
publicaciones y trabajos realizados, además de sus compromisos académicos. La
escandalera fue tremenda, y el rasgado de vestiduras, espectacular. Los
cátedros apelaron al principio de igualdad. ¿Qué igualdad? –respondió el
decano-, ¿acaso son iguales aquellos profesores que triplican en trabajos de
investigación a aquellos que se limitan a cumplir el trasnochado expediente de
preparar las clases y las prácticas? En fin, el cambio se produjo a pesar de
las durísimas críticas de sus eminencias; se sanearon las cuentas, se
desmontaron secciones que no servían para nada salvo para que algunos muchos
profesores acomodados tuvieran una subvención a una investigación que no
realizaban y que nadie se preocupaba de evaluar.
Así es el cambio, y de esta forma, surgen
bucles compensadores que se enfrentan a una dinámica de cambio que, insisto,
casi siempre se aborda salvo casos de previsión admirable, por la vía de los
hechos y cuando la alternativa es la quiebra.
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Autor: José Alfonso Delgado (Doctor en
Medicina especializado en Gestión Sanitaria y
en Teoría de Sistemas) (joseadelgado54@gmail.com)
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La publicación de las diferentes entregas de Visión
sistémica del mundo se realiza en
este blog, en el contexto del Proyecto
Consciencia y Sociedad Distópica, todos los lunes
desde el 20 de enero de 2020.
Se puede tener información detallada sobre los objetivos y
contenidos de tal Proyecto
por medio de su web: http://sociedaddistopica.com/
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