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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de este enlace se puede tener información sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales,
psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no se corresponde con la
sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido desde hace tiempo otra
completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de
oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios
genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad
de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya «sujetos de obediencia»,
sino «sujetos de rendimiento».
Estos sujetos son emprendedores de sí mismos. Aquellos muros de las
instituciones disciplinarias, que delimitan el espacio entre lo normal y lo
anormal, tienen un efecto arcaico. El análisis de Foucault sobre el poder no es
capaz de describir los cambios psíquicos y topológicos que han surgido con la
transformación de la sociedad disciplinaria en la de rendimiento. Tampoco el término
frecuente «sociedad de control» hace justicia a esa transformación.
La sociedad disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La
define la negatividad de la prohibición. El verbo modal negativo que la caracteriza
es el «no-poder». Incluso al deber le es inherente una negatividad: la de la
obligación. La sociedad de rendimiento se desprende progresivamente de la
negatividad. Justo la creciente desregularización acaba con ella.
La sociedad de rendimiento se caracteriza por el verbo modal positivo
poder, sin límites. Su plural afirmativo y colectivo «Yes, we can» expresa
precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la
motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad
disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales.
La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados.
El cambio de paradigma de una sociedad disciplinaria a una sociedad
de rendimiento denota una continuidad en un nivel determinado. Según parece, al
inconsciente social le es inherente el afán de maximizar la producción. A
partir de cierto punto de productividad, la técnica disciplinaria, es decir, el
esquema negativo de la prohibición, alcanza de pronto su límite. Con el fin de
aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el de
rendimiento, por el esquema positivo del poder hacer, pues a partir de un nivel
determinado de producción, la negatividad de la prohibición tiene un efecto
bloqueante e impide un crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho
más eficiente que la negatividad del deber. De este modo, el inconsciente
social pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más
productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber. El
sujeto de rendimiento sigue disciplinado. Ya ha pasado por la fase
disciplinaria. El poder eleva el nivel de productividad obtenida por la técnica
disciplinaria, esto es, por el imperativo del deber. En relación con el
incremento de productividad no se da ninguna ruptura entre el deber y el poder,
sino una continuidad.
Alain Ehrenberg sitúa la depresión en el paso de la sociedad
disciplinaria a la sociedad de rendimiento: “El éxito de la depresión comienza
en el instante en el que el modelo disciplinario de gestión de la conducta,
que, de forma autoritaria y prohibitiva, otorgó sus respectivos papeles tanto a
las clases sociales como a los dos sexos, es abandonado a favor de una norma
que induce al individuo a la iniciativa personal: que lo obliga a devenir él
mismo […]. El deprimido no está a la altura, está cansado del esfuerzo de
devenir él mismo”.
De manera discutible, Alain Ehrenberg aborda la depresión solo
desde la perspectiva de la economía del sí mismo. Según él, el imperativo social
de pertenecerse solo a sí mismo causa depresiones. Ehrenberg considera la
depresión como la expresión patológica del fracaso del hombre tardo-moderno de
devenir él mismo. Pero también la carencia de vínculos, propia de la progresiva
fragmentación y atomización social, conduce a la depresión. Sin embargo,
Ehrenberg no plantea este aspecto de la depresión; es más, pasa por alto
asimismo la violencia sistémica inherente a la sociedad de rendimiento, que da
origen a infartos psíquicos. Lo que provoca la depresión por agotamiento no es
el imperativo de pertenecer solo a sí mismo, sino la presión por el
rendimiento. Visto así, el síndrome de desgaste ocupacional no pone de
manifiesto un sí mismo agotado, sino más bien un alma agotada, quemada. Según
Ehrenberg, la depresión se despliega allí donde el mandato y la prohibición de
la sociedad disciplinaria ceden ante la responsabilidad propia y las
iniciativas. En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e
iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la
sociedad del trabajo tardo-moderna.
Alain Ehrenberg equipara de manera equívoca el tipo de ser humano
contemporáneo con el hombre soberano de Nietzsche: «El individuo soberano,
semejante a sí mismo, cuya venida anunciaba Nietzsche, está a punto de
convertirse en una realidad de masa: nada hay por encima de él que pueda
indicarle quién debe ser, porque se considera el único dueño de sí mismo». Precisamente
Nietzsche diría que aquel tipo de ser humano que está a punto de convertirse en
una realidad de masa ya no es ningún superhombre soberano, sino el último hombre
que tan solo trabaja. Al nuevo tipo de hombre, indefenso y desprotegido frente
al exceso de positividad, le falta toda soberanía. El hombre depresivo es aquel
animal laborans que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin
coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima.
El sí mismo en sentido empático es todavía una categoría
inmunológica. La depresión se sustrae, sin embargo, de todo sistema inmunológico
y se desata en el momento en el que el sujeto de rendimiento ya no puede poder
más. Al principio, la depresión consiste en un «cansancio del crear y del poder
hacer». El lamento del individuo depresivo, «Nada es posible», solamente puede
manifestarse dentro de una sociedad que cree que «Nada es imposible».
No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la
autoagresión. El sujeto de rendimiento se encuentra en guerra consigo mismo y
el depresivo es el inválido de esta guerra interiorizada. La depresión es la
enfermedad de una sociedad que sufre bajo el exceso de positividad. Refleja
aquella humanidad que dirige la guerra contra sí misma.
El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo
obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De
esta manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, solo a sí mismo. En este
sentido, se diferencia del sujeto de obediencia. La supresión de un dominio
externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y coacción
coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a
la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y
rendimiento se agudiza y se convierte en auto-explotación. Esta es mucho más
eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de
libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya
no pueden diferenciarse. Esta auto-referencialidad genera una libertad
paradójica, que, a causa de las estructuras de obligación inmanentes a ella, se
convierte en violencia. Las enfermedades psíquicas de la sociedad de
rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta
libertad paradójica.
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Autor: Byung Chul Han
Fuente: Texto extraído de su libro La Sociedad del Cansancio.
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