Seguimos buscando la
pequeña y hermosa aventura de promover con un granito de arena, al menos, el
acercamiento del ser humano a su propia consciencia, para abrirse a una nueva
visión más justa y reflexiva respecto a todas las criaturas del Universo.
Desde nuestra arraigada creencia de que somos el centro del
planeta y, por tanto, de que todo gira a nuestro alrededor (Antropocentrismo),
nace el prejuicio hacia otros seres no humanos, integrantes del Cosmos mucho
antes que nosotros. Y, partir de ese prejuicio, surge la discriminación a
quienes no pertenecen a la misma especie, recibiendo por tanto un trato injusto
y desfavorable. A esto, se le llama “especismo”, que se puede definir como la
discriminación en función a la especie a la que se pertenece. Se niega
indebidamente el respeto a la vida, la dignidad y las necesidades a los
animales por ser de otra especie que la humana. De la misma manera que el
sexismo, discrimina en función del sexo y el racismo en función de la raza. Es
una discriminación egoísta basada en la pertenencia a un grupo determinado, con
objeto de ejercer poder sobre aquello que se discrimina.
También el especismo existe
en la discriminación de unos animales frente a otros. Amamos y no nos comemos
nuestros perros, gatos y canarios… Sin embargo, aceptamos de buen grado matar
gallinas, vacas y cerdos, así como cazar aves y pescar. Somos especistas,
aunque estemos protegiendo a algunos animales. Es lo que Gary Francione (profesor
de derecho en Nueva Jersey y defensor de los derechos de los animales) denomina
“esquizofrenia moral”: consistente en amar animales domésticos, mientras
clavamos nuestros tenedores en vacas, pollos, cerditos, peces y corderos.
El especismo, lo impregna
todo en nuestra sociedad y ni siquiera somos conscientes, porque va más allá de
acciones o tradiciones. Subyace en nuestro lenguaje cotidiano, despreciativo
hacia los animales:”se comporta como un cerdo”, “actuó como un animal”… ¿Pero
es que acaso nosotros no somos animales? Esta claro, que se trata de insultos
especistas. Y estos insultos, sin que tal vez lo percibamos, generan en nuestra
psique una consciencia de separación y violencia.
La situación real es que
los animales, además de ser maltratados, explotados, torturados y mutilados hasta
la muerte para diversión y utilidad humana, se usan para todo, además de para
insultar.
Por fortuna, somos ya
muchas personas las que reivindicamos los derechos de nuestros hermanos en el
planeta, los animales, y la evolución adecuada del lenguaje hacia un uso no
especista y si más compasivo; y no nos importa que nos llamen gallina, animal,
perro, burro, besugo… pues somos conscientes que somos animales humanos.
Decía el filosofo Dominique
Lestel: “La inteligencia animal no es una inteligencia humana menos
evolucionada que la del hombre, sino sencillamente una inteligencia distinta”. De
hecho, muchos animales poseen unas capacidades inmensamente mas potentes y
perfectas que las de muchos seres humanos Con un sentido de la orientación
increíble, algunos han sido dotados con unos talentos de alta tecnología que a
muchos de nosotros nos encantaría tener. Y, al igual que nosotros, encarnan el
misterio y la maravilla de la consciencia. Porque cada especie dispone de la
inteligencia y las capacidades que le son necesarias para sobrevivir y alcanzar
los fines para la que fue creada.
Rápidos, veloces, vivos,
listos y eficientes… Entrañables, admirables, con una fidelidad y capacidad de amor
increíbles… Sobradamente dignos del respeto y de la consideración que
indudablemente se merecen. No somos quienes para maltratarlos salvajemente,
convertirlos en esclavos o eliminarlos cruelmente. Ellos, al igual que
nosotros, habitamos este planeta. A ellos también se les concedió su razón de
ser y existir en el Universo y, por tanto, tienen derecho a una vida digna, a disfrutar
de ella, de su prole, del Sol, del aire, de su parcela de libertad…
Cabe destacar aquí una cita
de Darwin: “A los animales, a los que hemos convertido en nuestros esclavos, no
nos gusta considerarlos nuestros iguales.” Indudablemente, al actuar así
demostramos como activamos y desactivamos nuestra ética moral según convenga a
nuestros intereses personales.
Dice muy poco de nuestro
humanismo ético el trato que damos a estas criaturas indefensas, que viven en
la degradación continua: confinados en espacios que impiden sus movimientos,
enfermos, sin conocer en sus cortas vidas la luz natural, explotados como cosas,
maltratados cruelmente y, finalmente, asesinados para el consumo humano. Esta
situación tan degradante ridiculiza sobradamente nuestros valores espirituales
porque nos convertimos en cómplices silenciosos de tanta barbarie y sufrimiento
con nuestro comportamiento de mirar para otro lado y tratar de ignorar lo que
sucede y con nuestros hábitos de consumo que fomentan el continúo y permanente
zoocidio de billones de seres. Todo esto nos enfrenta directamente a un reto
moral y de consciencia sin precedentes en la historia de la humanidad.
¿Hemos pensado alguna vez
si estas atrocidades no tendrán consecuencias en nosotros mismos y en la
sociedad en su conjunto? Las vibraciones de pánico, horror y sufrimiento atroz
de billones de seres impregnan la resonancia energética del planeta. Tengamos la
valentía de admitirlo y observemos nuestra absoluta carencia de compasión.
Resultará imposible una humanidad
espiritual, pacifica, igualitaria y justa mientras las personas se hundan en la
violencia atroz contra otras especies. Pitágoras lo afirmó de manera sabia y
categórica: “Mientras los seres humanos sigan masacrando a sus hermanos los
animales, reinará en la Tierra la guerra y el sufrimiento y se matarán unos a
otros, pues aquel que siembra dolor y muerte no podrá cosechar ni alegría, ni
paz, ni amor”.
¿Cómo abordamos entonces
esta cuestión? Pues haciendo visible con valentía lo que no queremos ver. No podemos
cambiar nada si antes no lo hemos descubierto.
Uno de los problemas
principales del especismo es que está tan profundamente arraigado a la cultura de
hoy que, para la mayoría de las personas, pasa desapercibido; o adoptan la
actitud de que no está sucediendo o de que yo no tengo nada que ver… Pero el
que yo no lo vea no quiere decir que no exista…
En nuestra cultura actual
vemos tan pocos animales en granjas que resulta fácil olvidarse de todo, no ver
su dolor ni oír sus gritos. Este escaso contacto hace mucho mas fácil dejar a
un lado las cuestiones de como nuestras acciones influyen y alimentan el trato
brutal que ellos reciben. Pero nuestra ética personal no nos puede permitir
fingir y mirar hacia otro lado: “Siempre se puede despertar a alguien que esta
dormido, pero ningún ruido del mundo, por fuerte que sea, despertara a alguien
que finge dormir”.
Esta claro que si esta
situación se mantiene es porque se alimenta con nuestra indiferencia y
resistencia al cambio en nuestros hábitos alimenticios. Los humanos somos muy
reticentes a los cambios y nos apegamos “a lo de siempre”.
A lo que se suma la enorme
presión de intereses de los lobbies de la industria alimentaria. Esta, en colaboración
con organismos públicos, ha desplegado a lo largo de las últimas décadas un amplio
abanico de estrategias para que comamos aquello que más redunde a sus intereses
particulares, sin importarles absolutamente nada más.
Es evidente que hemos
permitido y permitimos pasivamente que la industria alimentaria diseñe nuestra
política nutricional y la de nuestros descendientes. La desinformación y la
ausencia de rigor alimentario se filtran en nuestras vidas. Debemos ser
conscientes de ello porque nuestro deber, como seres espirituales, es el estar
informados con objeto de evitar lo más posible ser manipulados; y que nuestra
ignorancia no dañe gravemente a otras especies del Universo.
Como subrayó el eminente
filósofo Arthur Schopenhauer: “Una compasión sin límites que nos una con todos
los seres vivos, esa es la garantía mas sólida y segura de la moralidad”.
======================================
Autora: Ruth Santiago Barragán (luzdehuma@gmail.com)
======================================
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.