Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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7/6/10

Comparte con nosotr@s: “Lola”, de Teresa López

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LOLA

Dicen, y estoy segura de que es muy cierto, que a lo largo de nuestra vida vamos recibiendo influencias, conscientemente o no, de todas las personas que pasan por ella y que van dando forma, modelando de alguna manera, nuestra personalidad. Estas influencias, algunas veces positivas y otras veces no tanto, nos llegan de personas que, de una forma u otra, nos han impactado; a las que hemos admirado por distintos motivos. Son personas a las que hemos, como ya he dicho antes, envidiado, admirado e incluso emulado y, a algunas, también querido. Esas personas que pasan con el tiempo al archivo definitivo de nuestra mente, han aportado algo importante a nuestro carácter, a nuestra personalidad, para bien o para mal y nos guste o no. A veces ni siquiera somos conscientes de su influencia.

Cuando tomo como propio el nombre de Lola – evidentemente no es el mío - bien como seudónimo (Lola Humo), o bien para relacionarme con gente desconocida a la que no tengo porqué decir mi nombre verdadero, lo hago porque una vez existió en mi vida una mujer que se llamaba así y que creo que, sin ningún tipo de vergüenza ni de duda , su influencia ha sido importante, más bien muy importante, pues me ha hecho pensar y actuar de formas muy diversas a lo largo de mi vida, incluso plantearme otras formas de vivir y de ser más tolerante y respetuosa con los que me rodean.

En algunos momentos me cuesta entender y aceptar que Lola fuese lo que era; una puta. Me entra el mal rollo durante algunos segundos, menos mal que son pocos. El mal sentimiento y los pensamientos negativos o el rechazo que ello me pueda producir algunas veces, se convierte en admiración y agradecimiento muchas otras.

La conocí en la primavera del año 85; en ese momento compaginaba mi trabajo en la radio con otros que me reportaban más beneficios económicos y que me permitían vivir muy bien además de pagarme algunas clases de los temas más peregrinos y el apartamento para mí sola que tenía alquilado - mi madre llegó un momento en que se negó a hacerlo; estaba harta de mí - .

Como iba diciendo, aquel año me llamaron del Ayuntamiento de la ciudad para trabajar en los Servicios de Beneficencia (creo que ya te he comentado que cursé estudios sanitarios y no llegué a terminar ninguno de los proyectos de estudios que inicié en mi juventud). Acababa de finalizar un curso de Drogodependencias y Alcoholismo y había solicitado trabajo para Hospitales de día pero me llamaron para trabajar con marginales (drogadictos, desarraigados, gente extraña...) y acepté. No podía imaginar en aquel momento lo que me esperaba en aquella zona. Garcilaso, el chico que hacía el padrón por las zonas de riesgo de la ciudad, me ayudó bastante al principio; una no llega nunca a acostumbrarse a esa forma de vida tan desquiciante (por decirlo suave) desde la perspectiva de la propia. Yo, tan aseada, tan escrupulosa y tan delicada, tuve que familiarizarme con putas, proxenetas (chulos en el lenguaje de la calle), chaperos, yonquis, chorizos y todo lo peor de la fauna marginal.

Un día me llamaron para realizar una inspección en un patio o casa de vecinos, dedicado a la prostitución; una casa de putas para ser más clara. Allí descubrí todo un mundo; fascinante y terrible al mismo tiempo. Había una mujer sentada en una silla que se mecía y canturreaba nanas mientras peinaba a una muñeca que abrazaba como a una hija. Me acerqué a la mujer y descubrí que su cabeza estaba en bastante mal estado, tenía que intentar hablar con ella, intentar darle conversación para ver si sacaba algo en claro o eran necesarios otros servicios de apoyo psicológico para la mujer. Así fue como conocí a “la Chumbito”. La llamaban así porque la pobre desgraciada había padecido viruela en su juventud y tenía marquitas por todo el cuerpo, igual que un chumbo aunque, la verdad, tenía la carita tan redonda que más bien parecía un plato de lentejas. La Chumbito estaba absolutamente colgada, era una prostituta casi joven, alrededor de cuarenta años, y muy maltratada a causa de las enfermedades inherentes a su profesión por no decir claramente que padecía un Chancro que le estaba minando el sistema nervioso y la había dejado sin dientes, desde hacía más de quince años. Al rato de intentar hablar infructuosamente con ella y no conseguir más que recibir la vaharada fétida de su aliento, apareció – apiadándose de mí- la “Madame” del patio; una mujer de una delgadez extraña; una mujer de huesos tremendamente finos y una palidez nacarada que le hacía brillar la piel. Era de mediana estatura, de la que se desprendía un olor rarísimo que no era desagradable, qué va, y de edad difícil de calcular. No tenía aspecto de puta y vestía, con bastante gusto y pulcritud, un vestido de flores chiquitinas, unos zapatos negros de medio tacón y llevaba el pelo recogido en una coleta; parece como si la estuviese viendo en este momento. La voz de la mujer era suave y tranquilizadora; mientras me miraba de cerca calibrando si era peligrosa o no, le hablaba a la otra mujer suavemente y con tanta condescendencia como si fuese su propia hija. En la voz de La Lola había cariño de verdad y un tono muy parecido a la piedad. Tomó el peine de la Chumbito y comenzó a desenredarle las greñas anaranjadas mientras le susurraba que su hija estaba muy bien, que había escrito desde Barcelona y que pronto vendría a verla. La Chumbito sonreía con su boca apenas sin dientes y miraba a la Lola con mucha ternura.

La Lola me atraía como un imán, sentía una curiosidad que no podía ocultar. La veía andar entre las otras, moverse de un lado a otro y no parecía de aquel mundo, ella era una señora educada y amable. La atracción que sentía hacia la mujer no era nada sexual, más bien era la atracción por lo desconocido; yo sólo tenía veintiún años, creo que era algo entre la curiosidad y el morbo, necesitaba saber quién era esa mujer y porqué producía ese efecto en mí. Yo solo crucé con ella aquel día los saludos de rigor y las preguntas necesarias para saber si la Chumbito necesitaba ir a parar al psiquiátrico.

Me marché de allí una hora más tarde sin ganas y con pesar. Cuando llegué a la oficina le pregunté a Garcilaso por ella y me dijo que lo único que sabía era que llevaba muchos años como dueña del prostíbulo y de toda la casa de vecinos, y que se la veía los domingos en la capilla de la calle San Clemente, en misa de doce.

Pasé toda la semana pensando en la Lola, aquella mujer me gustaba mucho, su acento era como de la parte oriental de la provincia, de Campillo de Arenas o de Noalejo, no sabía muy bien el pueblo pero sí la zona por el deje al hablar.

Como soy tan insistente y mi cabeza nunca para de darle vueltas a las cosas hasta que no consigue salirse con la suya, me dirigí al patio con la excusa de preguntar por la Chumbito.

Recuerdo que era por la tarde porque me encontré con las cinco mujeres tomando café en el patio. La Lola se levantó rápidamente con una sonrisa preciosa y fue a darme un beso. Yo me quedé helada por su muestra de afecto, no estoy acostumbrada a que me besen con tanto aprecio la segunda vez que me ven. Agradecí el beso, aunque parezca mentira, no sentí ningún rechazo a la caricia, ni asco ni nada parecido. El olor de la mujer me envolvió (algunos años después compré el perfume de Lola en un bazar de Rabat y lo conservo aún entre esas cosas que se guardan no se sabe muy bien porqué), era muy dulce y aceitoso, como a canela y menta, o algo parecido. Me invitó a sentarme con ellas y me ofreció un café, eso sí que me produjo cierto temor, más por desconocimiento sobre infecciones que por otra cosa, pero como a ciertas edades se es tan inconsciente, pues acepté la invitación. Algún día me encantará contarte todas las historias de estas mujeres pero ahora me centraré solo en la Lola. Sólo te diré que aquellas mujeres vivían la vida de una forma muy especial, todos los días parecían el último, imagino que cuando se ha perdido todo, hasta la dignidad, se ven las cosas de diferente manera. Aspiraban a sobrevivir nada más, eso es lo que saqué de sus conversaciones y sus comentarios sobre todo lo que se hablaba. Además, siempre hacían algún chiste picante, grosero y de mal gusto cuando yo hablaba de alguna cosa, me interrumpían y me soltaban una fresca, casi siempre insultante. Y la Lola las mandaba a callar y las regañaba bastante seria, imagino que intentaba salvaguardar mi candidez e inocencia (en aquella época casi lo era).

Volví a aquel patio muchas veces a tomar café con Lola, casi todos los lunes durante aproximadamente tres años, nunca nos veíamos ni quedábamos fuera del patio, ella no quería que me viesen con ella y muchas veces me regañaba por darle mi cariño: Una puta no es buena compañía, hija. Pero yo la apreciaba de verdad. Me contó que nació en Cambil (no iba yo muy descaminada), que se casó a los catorce años con un acomodado del pueblo que era mayor que su padre, que tuvo un hijo a los diecisiete y que a los veintidós años se quedó viuda. Nunca me confirmó si le dolió o no quedarse viuda, imagino que no le importó demasiado.

Al principio pudo subsistir con el dinero que había en la casa y cobrando algunos préstamos que había hecho el marido pero que poco a poco se acababa y que las tierras que el hombre había cedido para que cultivasen otros no le eran devueltas, es más, que sus dos cuñados le estaban quitando todo lo que tenía. Cuando quiso darse cuenta se lo habían quitado todo. Su casa y las tierras del marido pasaron a manos de los hermanos sin que ella pudiera hacer nada. Se lo quitaron todo, hasta la dignidad. El cuñado más joven le propuso criar a su hijo y mantenerla en su casa si le concedía algunos “favores”. No se negó y se tragó toda esa porquería para conseguir criar a su hijo lo mejor posible. Así estuvo hasta los treinta años en que murió el cuñado y la mujer de éste la puso en la calle reclamándole la casa. Lola se fue a hablar con el cura de Cambil para pedir ayuda y no quedarse en la calle y con los estudios del hijo sin terminar. El cura le prometió ayuda. Mandó al crío a un internado de Córdoba y tuvo a la Lola a su merced durante otros cinco años en una habitación al lado de la sacristía. No solo se la beneficiaba el cura, sino que también el alcalde y todo aquel que se la alquilara al cura por una noche. Es fuerte ¿verdad?. Un cura proxeneta, ¡lo que hay que ver!.

Con treinta y cinco años y todo lo que pudo robar (que fue bastante) de las colectas y las urnas de los santos, durante todo el tiempo que vivió con el cura, más todo lo que le dio el alcalde y lo que le sacó a los desgraciados que se la pasaron por la piedra, la Lola decidió irse de Cambil y recaló en la capital donde compró aquel patio y se dedicó al ¿innoble? oficio de la prostitución.

Me contaba que se especializó en todas las artes del placer que le enseñaron sus amantes, los queridos y los impuestos por necesidad, más otras que le llegaron a través de sus experiencias con marroquíes que llegaban a Jaén sobre los años cincuenta. Se hizo una experta en todas las variantes amatorias, incluidos el sadomaso y el lesbianismo. Me dijo que no le habían gustado nunca las mujeres pero que no era tan malo hacérselo con una mujer, que era más dulce y menos rudo que hacerlo con un hombre y que le gustaba acariciarles la piel. Lo que sí le gustaba era hacer el amor con dos hombres a la vez, si había algo que la emputecía de verdad, era eso.

Tras conocer todo el pasado de Lola y el porqué de su profesión la llegué a querer mucho, ella me aconsejaba con respecto a muchas cosas y muy bien, te lo aseguro. Llegué a tener un montón de aprecio a la Lola, tenía con ella una confianza muy grande, tanto que, muy a su pesar porque ella no quería, llegué a sacarle ciertos trucos amatorios cuando se pasaba con el anís y con el licor 43, que era lo más fino que se bebía en su casa. Cuando las copas la hacían hablar y se ponía graciosa me decía aquello de: hija mía, el día que elijas hombre fíjate muy bien en lo que le cuelga. Que sea larga pá que llegue y gorda pá que apriete. Eso mismo digo yo cuando alguien dice que no tiene nada que ver la cantidad con la calidad, casi siempre lo suelen decir los que la tienen pequeña. Los feos también suelen utilizar el argumento de que lo que vale es lo que hay en el interior ¡no tienen morro!. A mí, y a cualquier mujer que sea sincera, me gusta la cantidad en cantidad (valga la redundancia) y la calidad que sea máxima.

Así mantuve mi amistad con aquella mujer, como ya he dicho, durante tres años. Un lunes fui a verla como tantos lunes, y me dijo una de las putas más jóvenes, la Maruja, que se la habían llevado al hospital porque se había puesto muy mala aquella noche. Corrí a su lado con angustia y miedo. Me conocían todas las monjas del hospital porque yo era la novia del sobrino de Sor Matilde, y casi todos los médicos y enfermeras porque había trabajado como voluntaria en el pabellón de crónicos y, la verdad, en aquel momento me daba un poco de corte que me vieran con ella, pero aguanté el tipo, ella era más importante que mi nombre. Cuando llegué me encontré con un hombre de unos treinta y tantos años, muy guapo, se parecía a Lola mucho. Me dijo que era el hijo de Lola, como si no se viera a la legua. Me quedé de piedra, ese hombre no era un cualquiera. Tenía el porte de una persona importante o, al menos, muy cultivada. Le pregunté el nombre, me quedé tan anonadada que no fui capaz de preguntar nada más.

Lola no volvió a recuperar la conciencia, la trombosis la aniquiló. Yo me marché a la emisora y de madrugada me llamaron del hospital y me dijeron que había muerto. Cuando terminé el trabajo me bajé al hospital, su hijo estaba esperándome para que lo acompañara a Cambil para enterrar a su madre y me fui con él. No me dijo absolutamente nada, no cruzó conmigo una sola palabra. Allí solo estábamos los dos en el entierro. Al volver me dejó en la puerta de mi casa y siguió su camino, el coche tenía matrícula de Córdoba.

¡Y lo que es la vida!. Hace dos años estaba en la caseta de Jaén en la feria de abril y llegaron unos amigos con los que habíamos quedado. Mi amigo es cirujano cardiovascular, venían con otro médico del hospital de Córdoba. Cuando me fijé en su cara casi me da un pasmo, era el hijo de Lola. No sé si me reconoció o no, ni me importa, venía con su mujer, muy mona por cierto y más joven que él. Sólo recordé que en el entierro de Lola estábamos los dos solos y él ni siquiera me miró, no era de extrañar que no me reconociera, además ahora estoy bastante pesada y por aquel entonces era más bien ligera de peso. Yo fui amable con él por mis amigos y, tal vez, por su madre, pero creo que Lola pudo vivir de otra manera si el se hubiese hecho cargo de ella cuando consiguió acomodarse. Tampoco voy a ser yo quien lo juzgue, seguro que su conciencia lo juzga todos los días.

Lola forma parte de mi vida como todas las cosas buenas que me han pasado, ella es una de ellas, de las mejores. Los trucos de la Lola los empecé a poner en práctica muchos años después de que me los confesara. Al principio, con la juventud vehemente, no hacen demasiada falta. Hoy, con los treinta y seis a pocos días vista, pienso que se debería de escribir un libro con ellos para que todas las mujeres se conozcan de la misma forma en que se conoció la Lola. Ella podría haber sido una profesora estupenda, con cátedra universitaria incluida.

No pienses que en sus enseñanzas hay algo morboso o escabroso, qué va todo es fácil, nada rebuscado, es tan solo aprender a controlar tu propio cuerpo y el del otro. Si hay mucha pasión se gradúa, si falta ésta en alguna de las dos partes, se busca y se enciende. Es conseguir el “tempo” del placer entre dos para no quedarse a dos velas.

Muchas veces, después de una buena batalla entre las sábanas, o no necesariamente entre sábanas, cualquier sitio es bueno, cuando el estallido de pasión te deja entre la flojera y el sueño, vienen a mi mente dos palabras y la imagen de aquella gran mujer. Esas palabras están llenas de reconocimiento y cariño, es un pequeño homenaje a ella, a “La Lola” y que forman parte de mi vida desde que la conocí: Gracias Lola.

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Otros textos de Teresa López publicados en el Blog:

+Manuela (20 de abril)

+Estrella Celeste (26 de abril)

+Carmen (3 de mayo)

+Alicia (10 y 11 mayo)

+Elena (24 mayo)

2 comentarios:

  1. MAGNIFICO RELATO, FUERTE Y A LA VEZ ENTERNERCEDOR.

    MI ENHORABUENA

    JOSE MANUEL PIÑERO

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  2. Muy, pero que muy bueno.
    Gracias.
    Ramón

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