Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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26/5/10

Cristo y Jesús-Cristo: campos morfogenéticos y Campo Búdico

Diversos seguidores del Blog han remitido consultas y preguntas relativas al significado del término Cristo y su aplicación específica a Jesús de Nazaret en la forma “Jesucristo. Para atender a las mismas, hay que retomar una seria de contenidos y conocimientos que ha ya han sido publicados aquí de la mano de las entradas dedicadas al Taller de Espiritualidad para Buscadores.

Concretamente, para entender adecuadamente lo que Cristo y Jesucristo conllevan hay que volver a referirse, aunque sea con brevedad, a los llamados campos morfogenéticos, al denominado “Campo Búdico” o “Campo Crístico” y a Jesús-Cristo. Vamos a ello.

Campos morfogenéticos

Con relación a los campos mórficos, pueden ser definidos como campos de forma, patrones o estructuras de orden inmateriales que se hallan en la naturaleza y las especies de seres vivos que la pueblan. Su existencia fue defendida por vez primera por el investigador Rupert Sheldrake al indagar acerca de las causas por las que un árbol de una determinada familia se estructura de manera idéntica en cualquier punto del planeta, a pesar de las enormes diferencias geográficas, climatológicas y ambientales; o por las que miembros de una misma especie animal reproducen cambios de conducta o procesos de aprendizaje aunque no haya contacto alguno entre ellos y los separen miles de kilómetros. Sus investigaciones lo llevaron a la conclusión de que la memoria es inherente a la naturaleza y a la hipótesis de causación formativa. A partir de lo cual, configuró un sistema teórico cimentando en la existencia de influencias no visibles que actúan sobre los seres y organismos a través del tiempo y el espacio y se localizan tanto en los sistemas que organizan como a su alrededor. Los campos mórficos o morfogenéticos contienen información y, una vez creados, son utilizables con independencia del tiempo y el espacio sin pérdida alguna de intensidad. Gracias a ello, permiten la transmisión de tal información entre organismos de la misma especie sin mediar ni proximidad física ni sincronicidad temporal. Es como si dentro de cada especie de las innumerables que pueblan nuestro planeta -o el Universo- existiese un vínculo que actuara instantáneamente en un nivel subcuántico, fuera del espacio/tiempo.

Sobre estos pilares, los investigadores han explorado la relación entre los campos mórficos y el ADN. Para ello se han fijado en el hecho de que el ADN codifica la secuencia de aminoácidos que forman las proteínas, pero que existe una gran diferencia entre codificar la estructura de una proteína y programar el desarrollo de un organismo entero. Es la misma diferencia que hay entre fabricar ladrillos y construir una casa con ellos. Los ladrillos son necesarios para edificar la vivienda; y la calidad de ésta dependerá de la de aquéllos. No obstante, el plano de la casa no está contenido en los ladrillos. Análogamente, el ADN codifica los materiales, pero no el plano, la forma, la morfología del cuerpo.

Es en este punto en donde los campos morfogenéticos juegan su papel. Definen la existencia de un patrón o estructura energética que organiza la vida de los miembros de todas y cada una de las especies existentes; y que se encarga de informar a las células sobre cómo deben disponerse para formar al individuo de cada especie, determinando de manera sutil los movimientos, comportamientos y tendencias de todos los ejemplares de la misma. Por tanto, el campo mórfico no se halla en los genes -en el ADN biológico-, sino en el exterior de cada individuo concreto, interactuando con su interior a través del ADN sutil -también llamado ADN chatarra-. Y es el depositario de la información esencial que permite que la vida se desarrolle.

En definitiva, el campo mórfico no pertenece al mundo físico, sino que es inmaterial; y conforma una especie de memoria colectiva. Y no sólo gobierna la estructura de los organismos vivos, sino también su conducta. Los hábitos y comportamientos de cualquier especie en el pasado se acumulan por obra de un proceso que se ha dado en denominar “resonancia mórfica”, la cual afecta a las conductas y prácticas de sus componentes actuales. La resonancia mórfica es, por tanto, una vía mediante la cual el conocimiento se transmite instantáneamente entre los miembros de una especie; y más allá del espacio y el tiempo.

Por lo enunciado, si un aprendizaje ocurre en un campo concreto en algún punto espacial, esta información queda disponible en cualquier manifestación de este campo en cualquier lugar. Y, a través de los hábitos, los campos morfogenéticos van variando su estructura dando pie, así, a los cambios estructurales de los sistemas a los que están asociados.

El campo actúa como una especie de radio emisora que siempre está emitiendo en una franja de frecuencias específicas que define precisamente a ese campo. Por un lado, la radio, sus ondas, está permanentemente en el aire, propagando y haciendo disponibles las informaciones; por otro, también está constantemente recibiendo y almacenando nuevas informaciones lanzadas por otras radios que funcionan en la misma franja. Se configura, así, una compleja red de informaciones, con constantes “inputs” y “outputs”. A medida que van siendo repetidas y guardadas, el campo se configura en patrón morfogenético: algo así como la memoria de la especie o del individuo, lo que algunas escuelas llaman “Akasha” o “archivos akásicos”.

“Campo Búdico” o “Campo Crístico”

Aplicando los campos mórficos y la resonancia mórfica al caso humano y a la esfera espiritual, cada escuela o corriente puede crear su propio campo, que se ve reforzado por cada una de las personas que emprenden esa senda iniciática. Y a medida que miembros de esa red avancen en grado consciencial, estadios de conciencia y experiencias y profundicen y descubran nuevas vías neuronales y novedosos recovecos psíquicos, irán abriendo camino para todos los que lleguen después.

Así aconteció cuando el primer humano se realizó como ser plenamente consciente: el primer Buda, usando terminología oriental. Con él se configuró el embrión de lo que suele calificarse como “Campo Búdico” o “Campo Crístico”. El paso siguiente fue la continuación por ese camino de otras personas y la conformación de la primera comunidad alrededor de aquel primer Buda, lo que reforzó el campo original. Posteriormente, el surgimiento de este Campo Búdico primigenio forjó la posibilidad de la aparición de otros seres conscientes dentro y fuera de la comunidad inicial. Lentamente, por el mundo fueron surgiendo más seres que alcanzaron su “Ser Crístico” o “Estado Crístico” y enriquecieron el Campo Búdico Planetario con nuevas “informaciones akásicas”. Cada Buda crea su propio campo específico, que incorpora las informaciones de los otros Campos Búdicos a las suyas propias. Y el campo es renovado si, con el paso del tiempo, un campo búdico concreto recibe nuevas informaciones generadas por la aparición de otros budas dentro del linaje del primero. Los campos búdicos creados por todos los Budas, a través de los tiempos, constituyen el Campo Búdico Planetario o Resonancia Mórfica Búdica.

En este orden, el Campo Búdico o Campo Crístico puede ser entendido en un doble sentido. Por un lado, como Ser Crístico o plano superior de cada ser humano -el ligado a su realidad como Espíritu, de carácter multidimensional- al que éste accede cuando el Yo Verdadero asume definitivamente las riendas de la existencia, quedando “fuera de servicio” el ego o piloto automático. Y, por otro, como puerta consciencial y energética que ha sido abierta para toda la humanidad por aquellos hombres y mujeres que han realizado su Ser Crístico y han situado al Yo Verdadero en el centro de sus vidas. La apertura y ensanchamiento de tal puerta facilita las experiencias espirituales de los demás seres humanos, con independencia del tiempo y del espacio, y que estos puedan acceder y traspasar la misma siguiendo el camino crísticamente ya trazado. Obviamente, cuantas más personas y con mayor intensidad contribuyan a abrir y engrandecer esa puerta, más se ayudará al resto de los seres humanos (la palabra “Cristo” procede del griego, pronunciándose originariamente como “Jristós”).

Jesús-Cristo

Con este telón de fondo, la figura histórica de Jesús de Nazaret merece por derecho propio la denominación de Jesucristo (“Jesús-Cristo”), pues realizó su Ser Crístico de manera espectacular y expandió con ello el Cuerpo Crístico de la humanidad de modo francamente excepcional. Con seguridad, su Yo profundo gozaba –goza- de un grado consciencial y espiritual enormemente elevado y de ninguna forma le correspondía encarnarse en el plano humano (valga el símil de quien calzando un número 45, introduce voluntariamente su pie en un zapato del 35). Si lo hizo fue para, desde su vivencia como hombre y sólo como hombre, plasmar pletóricamente su Ser Crístico y ampliar y dilatar enormemente la referida puerta.

Por lo expuesto, esto no podía efectuarse desde fuera de la dimensión –especie- humana: era imprescindible su encarnación en ella y experimentar como hombre la realización crística. Por ello convivió con nosotros, desarrolló una existencia plenamente humana y en ella cristalizó radicalmente su Ser Crístico, mostrando a los demás el camino a seguir y agrandando colosalmente el Cuerpo Crístico de la humanidad y el planeta (dado que en la expresión griega antes citada –Jristós-, sus dos primeras letras, “J” y “R”, se escriben “X” y “P”, respectivamente, los seguidores de Jesús adoptaron como primer signo para representarlo el llamado Crismón: la “X” y la “P” entrelazadas o superpuestas).

Gracias a él y a otros muchos seres humanos de menor grado consciencial y espiritual, hemos llegado a un momento de la historia en el que el Campo Crístico planetario ha alcanzado una estructura bastante desarrollada. Por ello, ya no se precisa la presencia física del Maestro Jesús para crear dicho campo; basta con que un grupo de personas conscientes y con el Ser Crístico despierto se reúnan para que la Presencia se manifieste: “porque allí donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré yo” (Mateo, 18,19). Y esta manifestación puede traducirse en gozo, en éxtasis, en celebración de la vida, en sanaciones sorprendentes, en la sensación de estar estableciendo fuertes lazos de amistad o solidaridad, etcétera. En definitiva, en una gran expansión de la consciencia.
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2 comentarios:

  1. YO CONSIDERO QUE ESE CAMPO BÚDICO O CRÍSTICO POSEE INTELIGENCIA PROPIA Y QUE TIENE LA CAPACIDAD DE COLOCAR LA CONSCIENCIA DEL HOMBRE EN UN TIEMPO Y EN UN LUGAR DETERMINADO PARA QUE EXPERIMENTE UNA EXPERIENCIA.EL DESCUBRIMIENTO DE ESOS TIPOS DE CAMPOS ENERGÉTICOS NO SON AL AZAR Y DEPENDEN DE LA VOLUNTAD DEL CREADOR, NOS DICEN QUE HAY ALGO MÁS Y QUE ESTOS CAMPOS QUE SE NOS ABREN COMO PORTALES DURAN UN TIEMPO Y LUEGO SE VUELVE A LA NORMALIDAD, HABRÁ QUE MADURAR MUCHO EN EL AMOR, LA DESTRUCCION DEL EGO Y LOS DESEOS, VIVIR CON ATENCION EN EL AQUI Y AHORA E INTENTANDO CONSERVAR POR EL MAYOR TIEMPO POSIBLE ESTOS ESTADOS DE GRACIA QUE NOS REGALA DIOS Y EL UNIVERSO

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  2. Muchas gracias por tus sentidos y atinados comentarios.
    Un abrazo pleno de Amor.

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