Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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10/5/10

Reflexiones

A los 19 años tenía una vida muy surtida y sin carencias materiales ni afectivas. Mi ego estaba bien parado, en mi familia era considerada buena hija, en los estudios buena estudiante, entre mis amigos buena amiga. Pero me sentía insatisfecha. Viendo en retroceso, comprendo que no es que quisiera tener más éxitos ni más cosas. No quería un novio (lo tenía). No quería la realización porque ni sabía lo que esta palabra significaba. Sentía una carencia, necesitaba conocerme, saber cómo funcionaba mi mente, y por qué me sentía así. Lo único que se me ocurrió entonces fue buscar ayuda terapéutica con sicólogos y siquiatras. Yo buscaba alguien que me ayudara, no a resolver alguna clase de conflicto de la vida cotidiana ni de mi personalidad, sino a encontrar la plenitud. Yo buscaba un maestro y no lo sabía. Era 1979 y en las librerías no había sino algunos libros de autoayuda que comenzaban a aparecer en los anaqueles como éxitos bien vendidos. Louise Hay, Norman Vincent Peale, llegaron a mis manos. Y otros que no recuerdo.

Vengo de una familia de gente normal, con inclinaciones artísticas. No hay filósofos, ni estudiosos de las letras, ni humanistas. Tampoco religiosos. La erudición brillaba por su ausencia. Por mi casa había muchos libros pero no estaban los grandes pensadores a la mano. Estudié ciencias en la secundaria, de manera que nunca había leído nada de filosofía. En fin, el mundo intelectual para mi estaba muy árido. Lo único que me había llegado eran las experiencias de mi mamá con el sicoanálisis, y cómo ella manifestaba sentirse más comprensiva con sus situaciones. Así que ese fue el camino que se me abrió. Pero mis sicoanalistas (fueron varios con los años) apuntaban a mejorar la identidad, mirando siempre a través de la mente racionalizadora.

Sentía que en mi había un problema, pero no era del ego, no era de los conceptos, no era estar enrollada en un logro a alcanzar, no era afectivo, no era funcional ni en lo más mínimo. De esto hace 30 años, la cosa quizás fue hace 35. Quizás de muchas vidas pasadas, quizás nací con ello. No estaba merodeando en la mente buscando explicaciones, yo tenía todo bastante explicado a esa edad... buscaba lo no nacido.

Con la fuerza de mi intelecto, luego de años de búsqueda, quedé absorta y maravillada con las enseñanzas no duales. Tanto así quedé atraída, que más tarde, o más recientemente, a pesar de haber reconocido lo real que se señala, me apegué a estas enseñanzas de tal forma, que cuando la inteligencia discursiva me sucede, tiendo a perderme en el bosque de la mente nuevamente, a veces a costa de lo fundamental, que es la amplia mirada desde el Si mismo. El ego es una herramienta de funcionamiento, el yo, que se muestra en esta vida, y cuando menos lo esperamos, ya está armando de nuevo castillos del hacer.

Los contenidos de la conciencia (sean o no sean considerados como pensamientos, tal como lo presentan algunos maestros).......... se mueven a pesar del filtro que hace la racionalidad personal y que es lo que otros llaman mente.

Un modo de explicar que me resulta es que todo... es pensamiento................... toda la energía que conforma el universo es pensamiento, pero hay como dos niveles de pensamiento. Uno es el más externo o amplio, o total, que es "todos" los contenidos, es lo que podemos llamar conciencia esencial y otro es el más pequeño o individual, que es la mente pensante relacionada con el yo y que podemos llamar conciencia centralizada. Digamos que uno es objetivo... el amplio, y el otro es subjetivo... el personal. Este nivel subjetivo o personal... es el que ocurre como filtro que acepta o rechaza uno u otro de los contenidos, que son lo que conforman el mundo o universo... y sus movimientos, es decir, el acontecer. Por eso, el problema de la fragmentación no es precisamente la dualidad... sino el estrecho mundo de ideas personal y el error en que el ego se encausa para pretender perpetuarse.

Al meditar, tal como lo veo, el sujeto que mira, es el observador; y los objetos mirados son los contenidos de conciencia, también llamados pensamientos, aunque estos sean imágenes, proyecciones e incluso partes de la historia de la vida personal. Solo que al meditar quien se ha quitado del medio es el sujeto personal, o sea, los juicios que nos auto definen.

Esta es la razón por la que hablar de la mente como lo que produce el problema no me resulta suficiente. La dualidad no es un problema, la dualidad es inevitable mientras hay un instrumento (cuerpo, mente y emociones) que traduce lo que registra la conciencia. El problema es tomarme por lo que no soy, identificarme y creérmelo, y entonces mirar todo por medio del filtro estrecho de mi racionalidad personalizada. Porque eso es lo que me lleva a apegarme o a rechazar y estar en conflicto constante con la manifestación.

Eso que llamamos realidad pero que no es lo real... sigue siendo ilusión, porque es relativa al tiempo y el espacio, que son creaciones mentales. La conciencia está plena de su propia energía... infinitas potencialidades para manifestarse. Esa conciencia solo es conocida por el Si mismo, está sostenida en el Si mismo y no existe aparte del Si mismo.

El poder del conocimiento que reside en el Si mismo es tan grande, que sucede la ilusión, siendo lo que conoce y manteniéndose desconocido, eternamente no conocido, como el ojo que no puede verse a si mismo. Cuando conoce sus contenidos, se refleja como un sujeto, un yo que diferencia los objetos de su conocimiento, y estos son los contenidos conscientes. Comienza la experiencia, el sujeto comienza a nadar en el mar de la manifestación fenomenológica, distinguiendo aspectos, diferenciando, destacando y privilegiando, todo en base a las vasanas o semillas que ha tomado como mochila para este viaje.

En meditación, que no es otra cosa que realización, se observa en presente activo el transcurrir de la mente, de los pensamientos, ya sean personales o impersonales. Estos fluctúan entre recuerdos y proyecciones, como un tren de datos, amarrados por la continuidad del yo. Al desamarrarse de este yo, dichos pensamientos dejan de tener sustento, y poco a poco van diluyéndose, hasta que repentinamente el silencio de la verdad se muestra, un silencio o ausencia de yo, ausencia de diferenciación, de compromiso y de esfuerzo. Un silencio que se evidencia como la eternidad siempre presente, que ante la aparición del ego simplemente era pasado por alto. Un silencio pleno de Si mismo, en presente activo, donde no hay afectación por lo manifestado, sea del tipo que sea, porque no hay quién se preocupe por ello. Un silencio pleno de amor, saturado de plenitud, que vive lo manifiesto como pura felicidad, como movimiento de la conciencia constantemente dinámica, cambiante, como un río que nace de la fuente y regresa a la fuente.

Este discurso era… quizás… lo que necesitaba a los 19 años. Sólo que no se sabe qué hubiera sido de toda la historia personal que luego se dio, si al escucharlo hubiera estado lista para aprehender lo que se señala. Todo sucede en su justa medida, y como dicen por ahí: “Dios aprieta pero no estrangula”.

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Autor: María Luisa

Fuente: http://existodesdesiempre.blogspot.com/

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