
Manolo Manfredi, amigo del Blog, me remite una espléndida entrevista con un tuareg: Moussa Ag Assarid. 
Moussa no sabe su edad. Nació en el desierto del Sahara, sin papeles, en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. Ha sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de su padre. Hoy estudia Gestión en 
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 - ¡Qué turbante tan hermoso...!
 - Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.
 - Es de un azul bellísimo...
 - A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados...
 - ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?
 - Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.
 - ¿Por qué?
 - Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.
 - ¿Quiénes son los tuareg?
 - Tuareg significa "abandonados" , porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.
 - ¿Cuántos son?
 - Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!", denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.
 - ¿A qué se dedican?
 - Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio...
 - ¿De verdad tan silencioso es el desierto?
 - Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
 - ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
 - Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba... Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre... Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
 - ¿Sí? No parece muy estimulante. ..
 - Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas... Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.
 - Saber eso es valioso, sin duda...
 - Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!
 - Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?
 - Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!
 - ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?
 - Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro...
 - Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja...
 - Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté... Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar.
 - Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
 - ¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso...
 - ¿Tanto como eso?
 - Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.
 - ¿Qué pasó con su familia?
 - Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa... Entendí: mi madre estaba ayudándome...
 - ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
 - De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo...
 - Y lo logró.
 - Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.
 - ¡Un tuareg en la universidad. ..!
 - Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.
 - Sí... ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
 - Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
 - Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
 - Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...
 - Fascinante, desde luego...
 - Es un momento mágico... Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor...
 - Qué paz...
 - Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.
¡Que hermoso texto! Me gustaría ser un tuareg del desierto, y admirar en silencio el cielo estrellado...
ResponderEliminarque alegria bivir en ese silencio y poder ber las estrellas me gusta mucho cartina
ResponderEliminarEn nuestro Corazón, tod@s somos, por siempre, tuaregs del Cosmos y la Creación.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios.