Al principio, al comienzo de todo, no había nada manifestado. Sólo
una Fuente pura y única llamada AMOR. Esa energía divina explotó en infinitos
destellos de luz para crear infinitas formas de ese AMOR. Todos, sin excepción,
procedemos de esa Fuente originaria de AMOR.
Al venir a esta dualidad, olvidamos lo que somos y comenzamos a
crear una realidad basada en sistemas impuestos, creencias, pautas mentales
y dogmas que cargamos de esta vida y de generaciones pasadas.
Ahora, todos cogidos de la
mano, unidos, damos Gracias a todos nuestros ancestros por las experiencias
vividas en esta vida y en cada una de las vidas pasadas que han contribuido a
que esté AQUÍ Y AHORA con mi actual conciencia presente. Gracias a mis padres
por darme la oportunidad de estar aquí. Gracias a todos los que me acompañan y
me han acompañado en este camino de experiencias. Y desde este momento, todos
unidos de la mano, comenzamos a ascender, caminando despacio por un sendero
plateado que se despliega hacia el cielo para recibirnos con confianza, para
mostrarnos el camino de la verdad.
Mientras andamos, miramos hacia atrás y hacia abajo: observamos
todas y cada una de las experiencias recorridas en esta vida y en la de
nuestros ancestros como un lienzo gigante lleno de colores y de escenas bellas.
Cada una de estas escenas es como es, necesaria. Cada una cumple con su
función. Este inmenso lienzo comienza a transformarse en una gran escalera
sobre la que vamos ascendiendo unidos de la mano.
Atrás, dejamos el planeta Tierra hasta que se divisa pequeño,
diminuto y desaparece...
Seguimos ascendiendo por la escalera plateada hasta que nos
adentramos en el vacío infinito del Universo y, entonces, en medio de esta oscuridad,
divisamos una minúscula luz que se va acercando lentamente. Es la luz de la Fuente de donde procedemos.
Es nuestra madre y padre primigenios, es la luz de la conciencia pura y del
AMOR. A medida que se acerca, el espacio se llena de color dorado. Ahora, todo alrededor, queda envuelto por una
luz dorada de paz, amor divino y cálido que nos abraza.
Volvemos a mirar atrás y divisamos los rostros de todos nuestros
ancestros totalmente iluminados ascendiendo por la escalera. El destello dorado
es tan fulminante que dejamos de percibir sus formas humanas. Y, poco a poco,
desaparecen envueltas por la luz dorada de AMOR...
En esta espaciosidad luminosa, nos soltamos de la mano y nos
disolvemos todos… Ya no hay nada. Solo hay luz que inhalamos y exhalamos con
cada respiración. Nos convertimos en consciencia pura, una única consciencia de
AMOR. Permanecemos en este espacio respirando luz: “nada que temer, nada que
querer, nada que poseer.”
Desde esta consciencia, y sintiendo que aquí hemos venido para
experimentar nuestra dimensión física, mental y emocional, elegimos y
recordamos vivir la vida en la
Tierra , llevando a cada instante de nuestro día a día, este
AMOR que somos.
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Autora:
Raquel
García Rodríguez (raquelin101@gmail.com)
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