Desde el año 2012, he estado
experimentando un proceso interno de conexión con algo que no se puede conceptualizar.
Las experiencias sólo se pueden vivir en primera persona y cuando el corazón
habla, la mente calla.
¿Conexión con qué y con
quién? Pues con culturas a las que jamás había prestado atención:
La India y sus deidades, como
Ganesh y Lakshmi. Durante este periodo, recordé la fuerza que mora en mi
interior. Me empoderé y me endiosé. Me entregaron energía y amor que, al mismo
tiempo, regalaba a todas y a todos los que me rodeaban. El Budismo y su
filosofía me llenaron de compasión y de quietud. Experimenté la infinitud de la
consciencia y la meditación. Soy consciencia infinita: “nada que temer, nada
que querer, nada que poseer”. Gracias, Jorge, por encontrarte en mi camino. Después, me siguió el mundo
celta. Los elementales, las hadas, la luna, el Sol, la geometría sagrada, las
plantas y el contacto con la naturaleza. Recordé que mis manos pueden fabricar jabones,
cremas, aguas perfumadas y otras cosas hermosas
llenas de energía y de amor. Luego, llegó el Ho´oponopono y Pléyades con
su Merkabah. Sentí la fusión con el Universo… La Unidad.
Mientras todo esto ocurría,
mi vida personal y familiar se iba llenando de amor y de sabiduría. La armonía
se instalaba poco a poco en mi interior y en mi entorno. Ya no tenía sentido
sufrir. Salí de la rueda en la que me encontraba atrapada por los velos del
ego, mendigando el amor que ya se hallaba dentro de mí. ¡Qué alivio!, ¡qué
dicha!... ¡Pero si no necesito nada!
Entonces, algo ocurrió. Las
señales me hablaban. Año 2013. Sentí un impulso de publicar en el estado del
Whatsapp junto al perfil la frase: “El Cielo está en la Tierra”. El porqué no lo sé… cosas del corazón. A los pocos días, un amigo
me recomendó escuchar una conferencia de un tal “Emilio Carrillo”. Cuál fue mi
sorpresa cuando me invitó a visitar su blog: “El Cielo en la Tierra” ¡Vaya
señal! Lo mismo que tengo puesto en el perfil del teléfono. Devoré todas las conferencias y los libros de
Emilio. Y mi corazón volvió a dar otro vuelco. Todo lo que escuchaba y leía, ya
lo conocía. Simplemente, lo había olvidado… No había nada más que hacer,
excepto vivir.
Sentí que caía al vacío y
entonces, me invadió el miedo. Lo abracé con la honestidad que, honestamente,
de vez en cuando, sigo abrazando cuando se presenta sin avisar. Y, así, se
instaló la confianza, la libertad de ser y de seguir peregrinando y jugando, al
mismo tiempo, con mi mente. ¡Cuánto me río de mi mente revoltosa y cansina! Qué
alivio poder reírme de ella y no de llorar como solía ocurrir hace unos años.
De nuevo, algo pasa. Enero de
2016. Ahora es Ávalon y su magia lo que me rodea.
En casa somos tres, el número
misterioso que nos ha seguido durante todos estos años de transformación. La
más especial de los tres es un hada de siete años que se ha convertido en
nuestra maestra y en la fuente de nuestra curiosidad sobre este fascinante
mundo.
Hace unas semanas, escuché a
Emilio relatar su experiencia de conexión con este lugar a través de una
entrevista. Así que decidí leer las “Crónicas de Ávalon” para contrastar la
información que nos muestra con la sabiduría de una niña que le encantan las
hadas. Mi hija no conoce a Emilio, ni yo le hablo de sus charlas. Pero una
tarde, después del cole, quise experimentar y mantuvimos una conversación:
-Cariño, ¿te suena el
nombre” Ávalon”?
-Sí, mamá, es el lugar donde
viven las hadas.
–Ah, es que tengo un amigo
que lo visitó porque un hada lo invitó- le dije.
–Pues ese amigo tuyo debe
ser un ángel, mamá, porque allí no pueden ir los humanos.
–Amor, ¿y dónde está Ávalon?,- le pregunto.
–En aquel sitio que
visitamos de vacaciones donde habían meigas, mamá.
–Claro, las meigas están en
Galicia, pero Galicia es muy grande. ¿Tú sabes en qué parte de Galicia está la
puerta de entrada a Ávalon?, le pregunté.
-Mamá, está en aquel lugar que estaba “al final de todo”. Al final,
mamá- me repite gesticulando con sus manitas.
-¿En el fin del mundo? ¿Finisterre?- Este lugar lo visitamos
curiosamente una tarde de julio.
-¡Sí, mamá! ¡Finisterre!- me confirmó con alegría.
Mi corazón dio un vuelco.
¿Cómo es posible que esta niña sepa esto si ese viaje a Galicia lo realizamos
hace dos años? ¿Si jamás le he contado nada acerca de Emilio y sus Crónicas? Mi
curiosidad aumentó, así que continué preguntando:
-¿Conoces a Morgana?
-Sí, es un hada con el pelo negro y lleva un vestido lila.
-¿Y Merlín?
-Es un mago con muchos poderes. Las hadas tuvieron que huir cuando
ocurrió la gran destrucción– me dice, aunque no sé a qué se refiere con esto
último.
-Pero, ¿en ese lugar existe la muerte?
-No, mamá, nunca mueren. Son eternos.
-¿Me cuentas un poco como viven las hadas?
-Ellas también trabajan y hacen reuniones. Las reuniones son muy importantes
porque las hadas ayudan a la gente.
Entonces, le dibujo el símbolo de la Vesica Piscis y le pregunto si
sabía su significado. Y me dice:
-Ese símbolo lo utilizan las hadas para lanzarlo y avisar al resto
de que hay una reunión o algo importante. También pueden cambiar el tiempo con
él y hacer que nieve o que llueva. Ese símbolo significa que, en la época de
los dinosaurios, llegaron del espacio al planeta Tierra un niño y una niña.
Pues, como os imagináis,
investigué por internet el símbolo y hay bastante relación con la explicación
que ella me ofrece: es el símbolo de la creación y de la unión entre lo
masculino y lo femenino:
“La imagen de la Vesica
Piscis es un símbolo de nuestro Dios Padre y nuestra Diosa Madre unificados
como los dos principales aspectos del Supremo Creador, con la Matriz Cósmica de
la Creación, la Vesica Piscis, en el centro. La Vesica Piscis es un portal de
luz. Es la matriz de la Creación y la fuente de la consciencia de unidad. La
Creación consiste de círculos entrelazados, siempre en expansión, más grandes,
con el portal de la Vesica Piscis en el medio, lo cual crea el símbolo de la
Flor de la Vida. El símbolo de la Vesica Piscis crea un camino entre los mundos
espiritual y material.” (*Vesica Piscis significa vejiga de pez en latín) (hermandadblanca.org).
Finalmente, mi hija concluye
diciendo:
-Bueno, mamá, ya te he contado mucho sobre Ávalon. ¿Ahora me das un
abrazo?
-¡Pues claro!- La abracé, la estrujé y nos fundimos en un sólo ser.
¡Ávalon existe y las hadas
también! Tengo la suerte de compartir mi vida con una de ellas. Quizá yo
también lo sea y ya no lo recuerde...
Gracias, Emilio… por
recordármelo.
Gracias, hija, por ser la
maestra de mi corazón.
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Autora: Raquel García Rodríguez (raquelin101@gmail.com)
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