Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

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21/6/21

Presencia, segunda parte (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 25)


La experiencia mística resulta que al final es simplemente “presencia”. Tanto Marta como María en esencia lo que hacen es vivir en Presencia, en compañía, en permanente relación de uña y carne con Aquel que dio su vida por ella (no por ellas). Y esto es importante. Y es que la oración deja de ser un momento más o menos prolongado de recogimiento y quietud de los sentidos para dialogar con Dios, para pasar a convertirse en un estado de permanente presencia en el que, hagas lo que hagas, así estés trabajando o descansando, comiendo o caminando, hablando o callando, sólo o acompañado de otros o en medio de un gentío, en vigilia despierto o durmiendo, en medio de una tormenta o en la paz de una suave brisa, es decir, en toda circunstancia y situación, se alcanza un estado de consciencia tal, que siempre, siempre eres consciente de que estás delante de Dios, inmerso e inundado del Espíritu Santo y agarrado de la mano de Jesús y de María.

La primera que alcanza este estado de Presencia es María, el alma, porque en realidad es como ella vive la vida, en presencia y, en presencia se queda embobada contemplando a Jesús en todo lo que sucede. Pero Marta es distinta y, le cuesta aceptar esa “falta de privacidad”, así que para que Dios no la vea desnuda (María está encantada de estar desnuda ante Dios), se cubre de trapos y abalorios en un estúpido intento de que Dios no descubra sus vergüenzas, sin saber que Dios tiene vista de rayos x, así que la va a ver desnuda, quiera o no quiera.

#1.- El Yin y el yang

Aunque esto es así, la Presencia en María, también es imperfecta, como imperfecta es la división entre Marta y María, dos hermanas que viven como si fueran distintas, cuando en realidad todo eso de la individualidad es pura ilusión que convierte la vida en “una sin par y desigual batalla” de una consigo misma. Es creer que son dos, cuando realmente son un mismo ser.

Y para deshacer todo este entuerto de creer ser por una parte Marta (la mente) y por otra María (el alma), hace falta recorrer todo el camino de perfección, desde la casa de origen donde ambas vivían, la una atareada con las cosas de la casa y la otra encerrada en la Torre de Doña Urraca, medio flipada con brebajes de adormidera, hasta el inmenso mar océano con incierto final en un estado de infraganti presencia ante la que ambas se dan cuenta de que son una sin segundo, que no hay dualidad ni entre ellas, ni con la Presencia.

¿Tú que piensas, María?

¿Somos tan diferentes que podamos

estar toda la vida

creyendo, nos odiamos

sin comprender de cómo nos amamos?

A lo que María responde:

Yo sé, hermana mía,

que Dios nos ha hecho juntas de por vida.

Yo sé, hermana mía,

de ello estoy segura,

somos el mismo ser, somos su hechura.

Marta, que ve cómo María asume la situación que ambas están viviendo, le suplica:

Mis miedos y mis dudas

en torno a todo lo que nos sucede,

me llenan de amargura.

Si tú con ello puedes,

ayúdame a olvidarlos, si tú quieres.

Marta empieza a darse cuenta de que comienza a ser un esfuerzo inútil resistirse a la aventura que han comenzado ambas y, viendo que María está razonablemente tranquila, aunque también ella tenga un punto de duda, nada tiene que ver con las angustias que a ella, a Marta, le provoca todo esto.

Es como la figura del Yin y el Yang de los orientales, un círculo mitad negro, mitad blanco, donde la mitad negra comienza a tener un punto blanco y la blanca, aún conserva un punto negro. Todo el proceso al que han de ser sometidas ambas, Marta y María es hacia que Marta (la mitad negra del círculo) incremente su punto blanco hasta alcanzar toda la superficie negra y María, elimine completamente ese punto negro que aún le queda.

Cuando esto sea así, todo el círculo será blanco y desaparecerá la división entrambas, que al final era únicamente una fantasía elaborada por la mente.

En el Universo rige la Ley de fuerzas antagónicas opuestas, pero con la misma fuerza, de modo tal que consiguen algo esencialmente crítico, el estado estable de las cosas. Los orientales en sus sistemas filosóficos, principalmente en el taoísmo, representan la dualidad, la luz y las sombras, lo femenino y lo masculino; son opuestos, pero se necesitan, se complementan, no pueden vivir el uno sin el otro, se consumen y generan mutuamente y se transforman el uno en el otro, así como la noche se transforma en día y el día en la noche y en ambos reside también el otro.

Y ambos son una sola entidad, indivisible, porque son “uno sin segundo”, que es el principio del advaita vedanta.

Esta aparente dualidad, se muestra en todo, hasta en la física cuántica, donde la luz es una dualidad onda partícula o la incertidumbre de saber a la vez la posición y el momento angular de una partícula. Es decir, que Marta y María en el ser humano son la expresión de esa “dual unidad” que está en la base de todo lo que existe, porque simplemente así es como Dios ha concebido que ha de ser el Universo, la vida, todo lo que existe. Es decir, Marta y María no son un fallo de diseño, sino la pura perfección del diseño de Dios expresado en el ser humano. Así es y así ha de ser y de ello ha de darse cuenta la propia persona; acaso sea esta la razón de ser, de la existencia en este mundo.

Y así lo expresa María…

Marta, mi buena hermana,

tú y yo, jamás seremos diferentes.

Somos de donde emana

de la vida la fuente.

Ambas somos marcadas en la frente

con la marca sagrada

de nuestro dueño y señor y para siempre,

por siempre consagradas,

mirando siempre al frente,

navegando infinito al Occidente.

Marta se sorprende de la claridad de ideas de María y le pregunta.

¿De dónde sabes eso?

¿Cómo sientes así de iluminada?

Yo ni siquiera puedo,

siquiera imaginada,

sentirme como tú tan bien amada.

Pero María no muestra signos de ser conocedora de ninguna revelación ni cosa parecida. Simplemente expresa lo que siente como una intuición sin elaborar, sin procesar por mente humana. Es como un sentir, como un simplemente ver cómo las hojas caen de los árboles, como la brisa acaricia la piel y transmite sosiego.

Yo miro y, contemplando,

mis ojos ven señales de mi Amado,

me dicen, susurrando

en tonos apagados,

leves toques de ánimo calmado.

Es decir, leves señales, puntuales evidencias de que sucede lo que ha de ser y, todo ello quedando el alma en un suave sosiego que trata de transmitirle a la mente para que ella también se calme y sobre todo confíe.

Estos diálogos entre hermanas poco a poco van haciendo su efecto. La adelantada María aporta a la rezagada Marta esa calma, esa paz que necesita para poco a poco sumergirse en la oscuridad de la noche a la que debe ser sometida, la noche del sentido.

#2.- Memoria y esperanza

Marta, tras el camino recorrido, es ya capaz de comprender y acaso de imaginar lo que le comparte María, pero, aun aceptando embarcarse en tan arriesgada travesía, con todo, no por ello se ha podido deshacer de sus apegos, los de toda su vida. Es natural, desde que despertó a la vida, Marta ha aprendido a manejarse por este mundo y, como dice el viejo refrán, “el que no llora no mama”, es decir, si uno no espabila, no puede conseguir los posibles para poder comer cada día, que eso de que el pan de cada día nos lo da Dios, cierto es, pero no menos cierto que si uno no se lo curra, poco pan va a poder llevarse a la boca. Así que, ¿quién paga las facturas? ¿quién compra la comida? ¿quién resuelve el papeleo de la casa? ¿quién resuelve tantos y tantos problemas como surgen en el día a día?

Por eso Marta se enfadaba con María, porque habría elegido la mejor parte, pero los asuntos más prosaicos siempre le tocaban a Marta resolverlos. Y no tenía tiempo para contemplaciones místicas. Y ahora, ya embarcadas en la aventura, no por ello se habían acabado los avisos del banco de facturas por pagar.

En suma, Marta seguía estando atada y preocupada por los asuntos de la casa. Y no es que estuviese apegada, pero las preocupaciones económicas, esas que te pueden quitar el sueño, siguen ahí, por muy elevada que estés en la oración.

Aquí, Marta ha de enfrentarse al tercero de los desafíos, transformar o dejar ser transformada su memoria en esperanza.

El entendimiento, aliado con la memoria, forman una mezcla explosiva de angustia y desasosiego. En la memoria reside el “tengo que hacer” esto, aquello y lo de más allá, no sea que… Y para resolver los problemas, Marta en principio, sólo cuenta con su capacidad resolutiva, no espera que venga Dios y la ayude. Todo se lo hecha a la espalda. Además, así le enseñaron sus padres a ser responsable, no sólo consigo misma, sino con los demás.

Así que los apegos a los que aluden todas las corrientes místicas, tanto occidentales como orientales no son tanto esos vicios, esas apetencias (llamémosle “pecaminosas”), que debilitan la voluntad y la hacen proclive a “cotidianas venialidades” que van horadando la fortaleza de ánimo y como las drogas, nos hacen tolerantes (necesidad de cada vez más) y dependientes (incapaces de dejarlo). Eso, además, pero lo más importante es mantenerse apegado a la necesidad de considerarse imprescindibles para resolver todos los problemas de la vida, los importantes y los que no lo son y que como importantes los vemos. Expresado de un modo gráfico, son esos apegos que nos convierten en el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas. “¡Es tarde!, ¡voy a llegar tarde, es tarde, tengo prisa, tengo prisa!”. Y siempre igual.

Además, este ritmo de Marta, tiende a ser uniformemente acelerado y, en un mundo como el nuestro, donde (en boca de Bill Gates), “las nuevas tecnologías son una descomunal e imparable maquinaria de generarnos necesidades que hasta ahora nunca habíamos tenido”, nos convierten en “Homo consumus”, una especie cuya única misión en la vida es consumir lo que sea, lo necesitemos o no, y cuanto más, mejor. Es como estar atrapados en un endiablado vórtice que nos atrapa y nos devora y, nos obliga a mantener la mente (a Marta) permanentemente preocupada en resolver para mantener en funcionamiento la descomunal noria de nuestra enloquecida sociedad.

Así que la memoria, esclava con pesados grilletes y sobrepasada en un permanente “Information input overload síndrome” (síndrome de sobresaturación de información), no es que desee estar apegada a todas esas cosas, es que no puede despegarse si no quiere romper con su propia vida. Y aún peor, si uno vive solo y de él no depende nadie (cosa rara, pues siempre estamos relacionados con los demás, de modo que siempre en todo o en parte los demás dependen de nosotros y nosotros de los demás), pues todavía puede romper de la noche a la mañana y “huir a las montañas”. Pero si tenemos familiares a cargo, las argollas no se pueden liberar.

De modo tal que, más allá de los apetitos malsanos (llamémoslos así), están las responsabilidades personales, familiares y sociales de cada cual, porque ni siquiera uno puede cambiar de residencia sin tener que cambiar su domicilio fiscal.

Así que la memoria la tenemos tan contaminada y bloqueada con miles de responsabilidades grandes y pequeñas (la inmensa mayoría nimias y prescindibles), que la pobre Marta, desde que amanece hasta que anochece, se ve obligada, quiera o no quiera, a encargarse de toda esa barahúnda de encomiendas que la impiden relajarse y descansar. Ya quisiera ella ponerse en postura de loto y hacerse un “om” para desestresarse. Pero ni por esas.

Y es que lo que deja atrás el joven rico son “todas las cosas de su vida” en clave de apegos que no le dejan en paz.

Pero Jesús no nos pide imposibles.

Por tanto, os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? (Mt 6,25).

Mirad los lirios del campo que ni trabajan ni hila, y ni Salomón…

Lo que Jesús le está diciendo a Marta es que ha de trabajar, sí, pero que no se afane porque las cosas no vayan como a ella le gustaría, que no sea (en frase de Bernard Shaw), “un egoísta guiñapo que no hace más que enfadarse porque el mundo no la hace feliz”. Que las cosas no siempre salen a pedir de boca y, sobre todo, que confíe, que confíe, como diría Suzanne Powell, en el Banco de la Divina Providencia.  Y sobre todo, que “ya sabe vuestro Padre celestial de qué tenéis necesidad” (Mt 6, 8).

Así pues, es comprensible que Marta haya de ser sometida a otra severa transformación de sus potencias, la transformación de la memoria en esperanza que, de la mano de la transformación del entendimiento en fe, son condición sinequanon para poder cursar la Mar océana. Es, en el fondo, como si la gran protagonista de esta gran aventura espiritual, no fuera el alma, no fuera María, sino Marta, porque ella, Marta, es el eslabón más débil y si ese eslabón no es fortalecido, de nada sirve que la etérea María quiera elevarse a las altura, volar como las águilas o navegar como los delfines, porque siempre estará atada, anclada a la pobre Marta, a la que le ha tocado el papelón de ser la mala de la peli, la respondona, la que se queja a Jesús de que María no le ayuda.

Por ello, la noche del sentido, que de alguna forma ya comenzó durante las etapas del Camino en tierra, es imprescindible como requisito previo para disponer el alma para la gran prueba de la noche del espíritu. Pero esto ya vendrá después.

En el fondo, como apuntábamos en el capítulo 7 de esta serie, la transformación de la memoria en esperanza consiste en sabernos perdonarnos a nosotros mismos, reconciliarnos ante el espejo por renunciar a un montón de cosas y obligaciones que habíamos asumido como importantes, cuando en realidad nos fueron impuestas por nuestros padres, educadores y la sociedad que nos rodea, metiéndonos en la endiablada (gestionada por el mismísimo diablo) vorágine de la vida diaria. Porque tras el perdón, y bien sabe Dios que somos nuestros peor y más despiadado juez, podemos empezar a soñar.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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