Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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12/11/18

La Sociedad Distópica y el final de esta humanidad según las diversas tradiciones espirituales (Proyecto Consciencia y Sociedad Distópica)


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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de este enlace se puede tener información sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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¿Estamos tan cerca del Apocalipsis como parecen indicar las cinco grandes religiones del mundo?

Presentación

Mientras los cristianos y los seguidores del islam esperan la inminente segunda venida de Cristo, los hinduistas están convencidos de que la “última Edad” o, lo que es lo mismo, el preludio del final de los tiempos, está a punto de culminar. Una creencia que comparten con los budistas, según los cuales nos hallamos en el período fatídico en el que su religión morirá o sobrevivirá como un auténtico “fantasma”. En el judaísmo, muchos identifican la “herejía del reino” anterior a la llegada del Mesías de la que habla el Talmud con el actual estado de Israel. ¿Estamos tan cerca del Apocalipsis como parece indicar la tradición apocalíptica de las cinco grandes religiones del mundo?

“Escatología”, literalmente la “ciencia de las últimas cosas”, es un término que puede referirse a varias cuestiones: la muerte del individuo, su destino particular en el otro lado, el final de este mundo o ciclo de manifestación o la renovación de la vida y la existencia tras el final universal. En este artículo trataremos solo las dos últimas acepciones del término: el Apocalipsis o, expresado de una forma platónica, la reabsorción de las formas en sus arquetipos y la remanifestación de esas formas en la Edad de Oro del ciclo siguiente.

Fundamental para la comprensión de estas cuestiones es la doctrina de los ciclos. Esta doctrina es justamente lo contrario a la creencia de nuestros contemporáneos en lo que se ha venido a llamar progreso o evolución. Según la doctrina de los ciclos, el devenir humano no se desarrolla de forma lineal, como comúnmente se cree, sino cíclica. La sucesión de las edades constituye el proceso de descenso cíclico, que es lo contrario de la concepción moderna: la humanidad no sigue una línea ascendente de progreso, sino una evolución descendente que culminará con un cataclismo apocalíptico purificador. Para la práctica totalidad de las tradiciones espirituales, el período que precede al cataclismo que debe destruir o “depurar” a la humanidad actual está marcado por desórdenes que son signos anunciadores de su final. Dios, o los dioses, no pueden destruir más que las sociedades que se han alejado de su función, que han transgredido la ley natural. En este artículo vamos a tratar de resumir de forma sucinta las tradiciones apocalípticas de cinco religiones o tradiciones espirituales –hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo e Islam– para que podamos comprobar las sorprendentes analogías y similitudes existentes entre ellas.

Hinduismo: Al borde de la Edad Oscura

Los textos hindúes conocidos como Puranas fueron compuestos entre los siglos IV y XVI, aunque con seguridad recogen tradiciones mucho más antiguas. Entre los dieciocho Puranas mayores, los seis dedicados al dios Vishnú son los que contienen la doctrina hindú de los ciclos cósmicos, así como las predicciones sobre el advenimiento de Kalki Avatara, la décima manifestación terrestre de Vishnú, al final del Kali Yuga o Edad Oscura.

Una humanidad como la nuestra se desarrolla en un gran período que en la terminología hindú se denomina Manvantara y que abarca 64.800 años. Esta etapa se divide en cuatro edades o yugas, que corresponden exactamente a las edades de la tradición grecolatina: Edad de Oro, Plata, Bronce e Hierro. Según la doctrina hindú de los ciclos, hoy en día nos aproximamos al final de la última edad, caracterizada por los conflictos, las guerras, la inversión de los valores tradicionales, la aparición y puesta en práctica de sistemas de pensamiento y sociales aberrantes y la colocación del saber científico en manos irresponsables. Las razas y las castas se mezclan y la nivelación siempre es preludio -y consecuencia- de la muerte.

Según el Linga Purana, “los bajos instintos estimularán a los hombres de la Edad Oscura. Los libros sagrados ya no se respetarán. Los ritos serán descuidados. En la Edad Oscura se extenderán las falsas doctrinas y los escritos engañosos. Los hombres no tendrán principios elevados y serán irritables y sectarios. El número de príncipes y agricultores disminuirá gradualmente. La mayor parte de los nuevos señores no será de origen elevado. Los hombres de bien renunciarán a tener un papel activo. Se matará a los fetos en el vientre de sus madres y se asesinará a los héroes. Muchas serán las mujeres que tendrán relaciones con varios hombres. Hombres viles que habrán adquirido un poco de ciencia serán honrados como sabios. Los hombres no tendrán alegrías ni placer, y muchos se suicidarán. Ya no se respetará más el linaje de los ancestros. Sufriendo de hambre y de miseria, tristes y desesperadas, muchas poblaciones pobres emigrarán hacia los países en los que crece el trigo y el centeno”.

Los Puranas indican también que, al final del Kali Yuga, este proceso se acelerará hasta la aparición de Kalki, el sacerdote-guerrero –su nombre viene a significar “aquel que hace desaparecer la suciedad del mundo”–. Nacerá en el seno de un linaje sacerdotal, en la ciudad de Shambhala y en la iconografía hindú casi siempre se le representa cabalgando sobre un caballo blanco y en actitud belicosa. Kalki deberá, al término de este período, aniquilar a los perversos, manifestar de nuevo la Tradición en su integridad e iniciar una nueva Edad de Oro, hasta el punto de que, según el Vishnu Purana, “los hombres que sean cambiados en virtud de ese tiempo particular (el Kali Yuga) serán como la semilla de los nuevos seres humanos, y traerán al mundo una raza que seguirá las leyes de la Edad de la pureza”. Según la tradición, Kalki recorrerá la Tierra al frente de su ejército y, tras acabar con los demonios Koka y Vikoka (los Gog y Magog de la Biblia y de la tradición islámica), se enfrentará, en la gran batalla del final de los tiempos, al demonio Kali, el “Anticristo” de los Puranas, en la ciudad de Bishasan, lugar aún sin identificar.

Budismo: En la era del olvido

La doctrina budista del tiempo cíclico es claramente ahistórica. El budista concibe el tiempo cíclico con una visión más horizontal que el hinduista, como el ascenso y la caída de un vastísimo océano eónico agitado por las olas. Así, la capacidad del Cosmos de recibir y asimilar la Verdad crece y decrece de forma periódica. En cualquier caso, la mayoría de los budistas están de acuerdo en que hoy nos encontramos en “los últimos quinientos años del Dharma”, en el período final en el que el budismo morirá o sobrevivirá solo como una sombra de lo que fue. Según el sutra (texto sagrado budista) Pitaka, las “diez actitudes morales de conducta” desaparecerán y la humanidad seguirá “los diez conceptos inmorales”, es decir, el robo, la violencia, el asesinato, la mentira, el lenguaje inapropiado, el adulterio, la charlatanería, la mala voluntad, la codicia y la lujuria.

Algunos comentaristas son aún más precisos. Budhaghosa predijo en el siglo V una desaparición gradual de la doctrina. En una primera etapa no habrá más arhats (discípulos perfectos) en el mundo. Después desaparecerá el contenido de las enseñanzas del Buda y solo sobrevivirá su aspecto exterior, que también terminará desapareciendo. Durante la etapa final no quedará ni siquiera el recuerdo de Buda y sus reliquias serán destruidas. Este período finalizará con una guerra total antes de la llegada de Maitreya, el Buda futuro, el último Buda de este ciclo de manifestación. Maitreya aparecerá durante el reinado de un monarca universal, un chakravartin, es decir, “aquel que hace girar la rueda de la Ley”. Será anunciado por Kasyapa, uno de los discípulos de Sidharta Gautama, el buda Shakyamuni o Buda histórico, que, según la tradición, permanece en un estado de “animación suspendida” en el mundo invisible. Al final de los tiempos, aparecerá en el mundo físico de nuevo para ser el heraldo de Maitreya.

La escatología budista tibetana difiere en algunos aspectos de la de otras ramas del budismo. Dice el Shambhala Smoulan: “Sin miedo, en medio de tu ejército de dioses,/ entre tus doce divisiones,/ cabalga a lomos de su caballo./ Empujas tu lanza/ hacia el pecho de Hanumanda [el equivalente tibetano del Anticristo],/ ministro de las fuerzas del mal/ alzadas contra Shambhala./ Y el mal será destruido”.

Shambhala es el nombre de una ciudad y una región “hacia el Norte” en la que, según la tradición, se originó la doctrina del budismo tibetano. Al final de este ciclo de la humanidad, cuando la religión y la moral hayan degenerado y “la Tierra se haya enfriado”, la ciudad de Shambhala será el único lugar de la Tierra en el que las enseñanzas del Buda se mantengan. Pero cuando la creciente corrupción del mundo exterior alcance “los muros de la ciudad”, el rey de Shambhala saldrá a combatir al líder de las fuerzas del mal y acabará con él. Tras la destrucción del mal, el budismo será renovado y durará aún mil años más. Después tendrá lugar el fin del mundo, que se producirá primero por medio del fuego, después por el viento y, finalmente, por medio del agua. Muy pocos seres humanos sobrevivirán, refugiados “en las copas de los árboles y en las simas” (es decir, simbólicamente hablando, en virtud de su “altura” y su “profundidad” espiritual). Los dioses vendrán del paraíso Ganden y se llevarán a estos hombres con ellos, que recibirán enseñanzas espirituales y se volverán inmortales. Finalmente, cuando el viento bata de nuevo el océano de leche y el Universo sea creado otra vez, estos seres iluminados de los días del fin, salvados del ciclo anterior de manifestación, serán las estrellas en el nuevo cielo.

Resulta curioso constatar que, según el budismo tibetano, cuando llegue el fin de los tiempos, Lhasa, la capital del Tíbet, “estará cubierta por las aguas”.

Judaísmo: Mesías futuros, ocultos y “desdoblados”

En la apocalíptica judía hay una palabra clave: Mesías. Su figura, más o menos velada, aparece a lo largo de la literatura espiritual de esta tradición tanto canónica como apócrifa. Esta figura será un rey de la casa de David o un sacerdote del linaje de Leví o de Aarón que acabará con los enemigos de Israel y establecerá un reino de paz. La era mesiánica es vista como una total renovación, o restauración, de la vida terrestre tal y como Dios quiso que fuera al principio de la Creación. La luz de Dios irrumpirá desde una fuente trascendente, destruirá la historia y la transformará por completo.

Las tradiciones describen la atmósfera que precederá la llegada del Mesías como un tiempo de guerras mundiales, revoluciones, epidemias, hambre y catástrofe económica, apostasía y olvido de Dios, subversión de toda moral hasta el punto de ir en contra de las leyes naturales, etc. En el tratado Sanhedrín del Talmud se nos dice que “el hijo de David no vendrá hasta que el reino se haya subvertido en herejía”. No son pocos los que han interpretado esto como una predicción de que el genio judío se desarrollaría en direcciones aberrantes, como la representada por el actual Estado de Israel.

Paradójicamente, el tikkun mesiánico, la “restauración universal” tal y como la describe la Cábala, solo sucederá cuando, merced al trabajo espiritual de los seres humanos, todas las chispas dispersas de la Shejiná (la presencia divina) se reúnan de nuevo y los “vasos” que se rompieron en el momento de la Creación, al no poder soportar el flujo del poder de Dios, sean restaurados. De hecho, el tratado Sanhedrín del Talmud nos dice que el Mesías vendrá solo “en una generación completamente inocente o completamente culpable”.

Según algunas tradiciones de la Aggadah, el Mesías ya está entre nosotros. Nació el día en el que el segundo templo fue destruido (en el año 70 d.C.) y ha permanecido oculto hasta nuestros días. En una tradición del siglo II, el Mesías aparece residiendo secretamente en Roma. En ocasiones su figura se muestra desdoblada: habrá un mesías “hijo de José” y otro mesías “hijo de David”. El primero morirá en el combate escatológico, derrotado por una figura equivalente a la del Anticristo cristiano, que a su vez será finalmente derrotado por el mesías “hijo de David”. Por otra parte, según el comentario al profeta Habacuc que se encuentra entre los manuscritos del Mar Muerto, el mesías sacerdotal del fin de los días será alguien que abarque pasado, presente y futuro, y por tanto será capaz de interpretar las visiones de los antiguos profetas de la humanidad.

Una interesante predicción sobre el final de los tiempos es la del rabí Israel de Rizhin (1797-1850), quien dijo que “en los días del Mesías, el hombre ya no se peleará con su compañero, sino consigo mismo”. Más enigmático si cabe es otro de sus augurios: “El mundo mesiánico será un mundo sin imágenes en el que la imagen y su objeto no podrán relacionarse más”

Cristianismo: Apocalíptica segunda venida

La palabra clave en la doctrina cristiana del final de los tiempos es, sin duda, “parusía”. Este término griego, que significa literalmente “presencia”, aunque también “venida”, alude a la segunda venida de Cristo a la Tierra. San Agustín hace en su obra La ciudad de Dios un resumen de los acontecimientos de la escatología cristiana: el profeta Elías regresará a la Tierra, los judíos creerán en Cristo, el Anticristo perseguirá a los creyentes, Cristo regresará en gloria para juzgar a los hombres y tendrá lugar la resurrección de los muertos y la separación entre los justos y los malvados. Después, el mundo será consumido y renacerá renovado.

Junto con el Apocalipsis, el texto de la Biblia del que el cristianismo ha extraído la mayor parte de la información sobre el final de los tiempos es quizá el Libro de Daniel. Las impresionantes visiones de las “cuatro bestias”, simbolizando otros tantos “reinos”, han originado numerosas interpretaciones desde los primeros siglos del cristianismo hasta nuestros días. En sus páginas, los exégetas han vaticinado el retorno de los judíos a Tierra Santa y la restauración del Templo de Jerusalén, en el que el Anticristo será reconocido por los judíos como el Mesías. Esto provocará una gran apostasía en la que la mayoría de los cristianos abandonarán su fe.

Por otro lado, la convicción de que el Anticristo será de origen judío –más concretamente, de la tribu de Dan– fue algo casi unánime entre los padres de la Iglesia. Como también lo fue la identificación de los profetas Enoc y Elías –los dos únicos hombres que según la Biblia no han muerto, sino que han sido trasladados por Dios a un lugar desconocido– con los dos “testigos” que aparecen en el Libro del Apocalipsis. Enoc y Elías regresarán para desenmascarar al Anticristo y sufrirán martirio a manos de este. Tras esto comenzará la Gran Tribulación. La Bestia pondrá su marca en todo aquel que se someta a ella y esclavizará al mundo entero. Según el texto bíblico, la batalla final tendrá lugar en Meguido, en el norte de Israel.

Los pueblos de Gog y Magog, aliados del Anticristo, serán destruidos por fuego proveniente del cielo y el mayor terremoto de la historia de la Tierra tendrá lugar. Tras una devastación a escala mundial, no total –pero sí de proporciones cataclísmicas– ni tampoco definitiva, pues se tratará de algo que sucederá “antes del Fin” –aunque el Fin ya no tardará–, hay razones para anticipar un “enderezamiento antes del final del ciclo”. Este se basa en la profecía que aparece en Mateo 24 relativa a la “tribulación como no ha tenido lugar desde el inicio del mundo”, en cuyo versículo 22 se especifica: “Y si aquellos días no se abreviasen, no se salvaría nadie, pero en atención a los elegidos se abreviarán esos días”. Después el arcángel Miguel derrotará al dragón, Cristo descenderá de los cielos y, tras él, lo hará la Jerusalén celestial. Tras la resurrección de los muertos y el Juicio Final, habrá “un cielo nuevo y una Tierra nueva; porque el primer cielo y la primera Tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Apocalipsis 21.1).

En torno al año 1800, San Nilo reveló que el Anticristo nacería “sin haber sido sembrado por un hombre”. Hay quien ha visto en esto una referencia a que será concebido por inseminación artificial o mediante manipulación genética, como un remedo grotesco de la concepción milagrosa de Cristo.

Islam: La religión del final de los tiempos

El islam es, posiblemente más que ninguna otra, la “religión del final de los tiempos”, ya que se ve a sí misma como la última revelada por Dios a la humanidad. Será, por tanto, la que “traiga el Apocalipsis consigo”, puesto que se sitúa al final de la historia, previa a la última etapa, que en el Corán recibe el nombre genérico de “la Hora”. Numerosas azoras (capítulos) del Corán, libro sagrado de los musulmanes, hablan del día del Juicio, como la titulada El oscurecimiento: “Cuando el sol sea oscurecido,/ cuando las estrellas pierdan su brillo,/ cuando las montañas sean puestas en marcha…”, o la titulada La hendidura: “Cuando el cielo se hienda,/ cuando las estrellas se dispersen,/ cuando los mares se desborden…”.

Pero los signos de “la Hora” aparecen mayoritariamente en los hadices, las palabras de Mahoma, el profeta del islam, recogidas en las compilaciones tradicionales: la luna se partirá en dos, los árabes construirán altos edificios en el desierto o las mujeres vestirán como los hombres y los hombres como las mujeres, entre otros. El Corán también predice un terremoto equivalente al que aparece en el Libro del Apocalipsis. Gog y Magog, las fuerzas del inframundo, penetrarán por las “fisuras” de la Gran Muralla que protege nuestro mundo y se extenderán por la Tierra, devastándola.

La escatología islámica comparte con la cristiana la creencia en la segunda venida de Cristo. Según el hadiz, Cristo será el encargado de acabar con el Anticristo, que en el islam recibe el nombre de Dajjâl (mentiroso). La tradición dice que tendrá un solo ojo y en su frente llevará escrita la palabra kâfir (impío), que todo el mundo podrá leer “aunque sea analfabeto”. Su llamada proclamando su divinidad se oirá en todos los rincones de la Tierra. Confundirá a la mayoría de la humanidad con sus prodigios, hasta que Jesús acabe con él. Este descenderá para este fin en Damasco. Esta tradición se mantiene viva en esta ciudad siria, donde el minarete oriental de la célebre mezquita de los Omeyas, identificado con el minarete blanco de Damasco del hadiz, es conocido como “minarete de Jesús”.

Además de Jesús, los musulmanes también esperan la llegada del Mahdi (“el bien guiado”), un ascendiente de Mahoma que aparecerá “cuando los corazones se hayan endurecido y la Tierra esté llena de maldad”. El Mahdi “llenará la Tierra de equidad y justicia, como había estado llena de injusticia y opresión”. Aparecerá al final de los tiempos, “cuando el Sol salga por Occidente”. Como el Cristo del Apocalipsis cristiano, el Mahdi se caracterizará por su justicia inflexible y su rigor, aunque no será su labor juzgar, sino restablecer el sentido de lo sagrado. Su función será universal y restaurará el sentido original y auténtico de la religión, aunque vendrá, no lo olvidemos, con una espada en la mano. Su reino durará 19 años y algunos meses. Los hadices hablan de signos del final de los tiempos como la Luna partiéndose en dos, los árabes construyendo altos edificios en el desierto o las mujeres vistiendo como los hombres.

Igualmente, los hadices nos hablan de una futura situación de naturaleza bélica que tendrá lugar en Oriente Próximo, al parecer entre el islam y el mundo occidental, que recibe en estas tradiciones el nombre de Rûm. Ciudades como Basora o Damasco, entre otras, parecen desempeñar un papel destacado en los momentos del fin, previos a la aparición del Anticristo.

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