La experiencia ha sido muy satisfactoria por muchos motivos, entre los que hay uno que quiero destacar aquí: he podido constatar que hay un sentimiento generalizado de que sin lucha contra las desigualdades y por la cohesión social no hay promoción ni desarrollo de ningún tipo.
Desde finales del siglo XIX se impuso una visión de las cosas que los filósofos postmodernos llamaron la Economía-Mundo: todo gira en torno a lo económico; y todo se mercantiliza, desde las artes a la política, desde la gestión de los recursos naturales a la propia vida humana. Esta visión es la que está en crisis; y es la causa profunda de la crisis socioeconómica que sufrimos. Es momento de impulsar una nueva visión ajustada a las necesidades y los requerimientos de la sociedad global. Ojos nuevos para un mundo nuevo en el que la consciencia de unidad prevalezca sobre el egocentrismo; y donde la obsesión productivista (mucho producir, poco repartir) sea sustituida por el compartir.
En este contexto, crecimiento económico, lucha contra las desigualdades y sostenibilidad medioambiental forman un todo, una misma cosa. Ya no vale la idea de que la prioridad es crecer económicamente, para tener así margen de maniobra con el que trabajar en lo social y en lo medioambiental. El avance ha de ser al unísono y de manera armoniosa en los tres aspectos, que en verdad sólo es uno, aunque tenga tres dimensiones. Como una es la humanidad y uno es el planeta.
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