Teresa López, desde Coria del Río (Sevilla, España), me ha escrito un email preguntándome acera de una expresión que ha escuchado por primera vez en una charla sobre economía en
Ciertamente, se trata de un concepto poco conocido, aunque, dado lo atinado y perspicaz de sus fundamentos, muy valorado por aquellos que han accedido a él.
Su origen se halla en las aportaciones del octogenario sociólogo polaco Zygmunt Bauman:
http://es.wikipedia.org/wiki/Zygmunt_Bauman
Él es el autor de la llamada “modernidad líquida” y, por extensión, de la noción “sociedad líquida”. Con ella, identifica y define el estado fluido y volátil de la actual sociedad, sin valores sólidos, donde lo que eran nexos potentes se han convertido en lazos provisionales y frágiles y en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos.
La obra publicada de Bauman es muy extensa, incluso la traducida al español. En este enlace podéis conocer sus principales libros en castellano:
http://www.casadellibro.com/busquedas/quickResults?tbusq=c&buscar=Zygmunt+Bauman&in=0〈=es_ES
A propósito de lo que aquí nos ocupa, destaca especialmente su texto Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre (Tusquets; Barcelona, 2007).
En Bauman sobresale su aguda capacidad analítica y de observación, lo que le sirve no para apabullarnos con ristras de datos y estadísticas, sino para hacerse preguntas sobre el por qué y el cómo de las cosas con un espíritu creativo, lúcido y extremadamente actual. Sus reflexiones y conclusiones son muy importantes para entender los tiempos de cambio y de “red” en los que andamos metidos. Particularmente, para comprender este concepto, el de “red”, más allá de sus contenidos tecnológicos, ahondando en sus implicaciones en la sociedad contemporánea y la vida de las personas.
Entre sus aportaciones, me permito subrayar las siguientes:
+En el presente, la “sociedad” se ve y se trata como una “red”, en vez de como una “estructura”: la sociedad se percibe como una matriz de conexiones y desconexiones aleatorias y de un número esencialmente infinito de permutaciones posibles. Los vínculos humanos son cada vez más frágiles y se aceptan como provisionales. La exposición de los individuos a los caprichos del mercado laboral y de bienes premia las actitudes competitivas, al tiempo que degrada la colaboración y el trabajo en equipo al rango de estratagemas temporales que deben abandonarse o eliminarse una vez que se hayan agotado sus beneficios.
+Asistimos al colapso del pensamiento, de la planificación y de la acción a largo plazo, junto a la desaparición o el debilitamiento de aquellas estructuras sociales que deberían pensar en esos términos. La historia política y las vidas individuales se reducen a una serie de proyectos de corto alcance y de episodios que no se combinan de manera compatible con conceptos como “desarrollo” o “maduración”. Una vida tan fragmentada estimula orientaciones “laterales” antes que “verticales”. Los éxitos pretéritos no suponen mayor probabilidad de futuras victorias, y mucho menos las garantizan. Para el éxito futuro lo más importante puede ser “olvidar”.
+Ahora la responsabilidad recae en los individuos, de quienes se espera que sean “electores libres” y que soporten las consecuencias de sus elecciones, pese a que los riesgos implícitos en cada elección pueden ser causados por fuerzas que trascienden la comprensión y la capacidad individual para actuar. La virtud más útil no es la “conformidad” a las normas, sino la “flexibilidad”: la presteza para cambiar de tácticas y estilos en un santiamén, para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento, y para ir en pos de las oportunidades según la disponibilidad del momento, en vez de seguir las propias preferencias consolidadas.
+Estamos en pleno proceso de separación, de divorcio, entre el poder y la política. Y esta pareja ha sido la que ha sustentado hasta ahora el Estado moderno.
+Hasta ahora el “progreso” era una promesa de felicidad universal y duradera, la manifestación extrema del optimismo radical. Pero ahora, representa la amenaza de un cambio implacable e inexorable, que lejos de augurar paz y descanso, presagia una crisis y una tensión continuas que imposibilitarán el menor momento de respiro. El progreso se ha convertido en algo así como un persistente juego de las sillas en el que un segundo de distracción puede comportar una derrota inapelable. En lugar de grandes expectativas y dulces sueños, el progreso evoca un insomnio lleno de pesadillas en las que uno sueña que se queda rezagado, pierde el tren o se cae por la ventanilla de un vehículo que va a toda velocidad y que no deja de acelerar.
Como se deduce de estos botones de muestra, la obra de Bauman introduce el bisturí en el mundo moderno para poner de manifiesto su cortoplacismo, evanescencia y falta de compromiso y estructuración real. Y ayuda a profundizar en temas tratados en este Blog, como el exceso y ausencia de medida que caracteriza a la sociedad actual (ver entradas “In media virtus” y Carencia de justa medida, del 5 y 15 de octubre, respectivamente) o el ritmo alocado y el culto a la velocidad que en ella predomina (ver entradas Elogio de la lentitud, de 31 de octubre, y Movimiento Slow, de 11 de noviembre).
En cualquier caso, la rigurosidad y veracidad del análisis de Bauman no puede arrastrarnos a la melancolía ni, mucho menos, a la frustración y la negatividad. No en balde, se cuentan por cientos de millones los seres humanos que, aún conociendo o intuyendo la existencia de esa “sociedad líquida”, hemos optado por una forma de vida bien distinta en lo personal, lo familiar y lo social. Y, desde el trabajo interior y el compromiso social, disfrutamos el presente, la vida misma, con ojos nuevos para un mundo nuevo, procurando crecer consciencial y espiritualmente y poniendo nuestro grano de arena para otro mundo mejor posible.
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