Si el tipo de oración contemplativa que he descrito en este libro te parece inadecuada para ti espiritual o temperamentalmente, siéntete perfectamente libre para dejarlo y con la ayuda de un sabio consejero busca otro. En tal caso, confío en que me excusarás por cuanto llevo redactado aquí. Con toda verdad he escrito, llevado sólo por mi simple entender de estas cosas y sin otra intención que ayudarte. Por eso, vuélvelo a leer dos o tres veces. Cuanto más lo leas, mejor; pues tanto mejor captarás su sentido. Partes que parecen difíciles y oscuras en una primera lectura, quizá aparezcan obvias y claras en una segunda. Mi opinión es que todo aquel a quien el impulso de su Yo Verdadero ha llevado a la contemplación no puede leer este libro (o escuchar su lectura) sin sentir que habla de algo afín a su propio espíritu.
Pero te pido con insistencia que no compartas este libro con nadie, a menos que estés convencido de que es una persona que lo ha de entender y apreciar. Lee de nuevo el capítulo en que describo el tipo de persona que debe comenzar la obra de contemplación y sabrás a qué clase de persona me refiero. Y si lo compartes con otro, insiste, por favor, en la importancia de leerlo del principio al fin. Hay partes, sin duda, que no se comprenden por si solas, sino que requieren la clarificación y la explicación de otras. Si una persona lee solamente una sección y deja las que la completan, puede fácilmente caer en error.
No quiero que se apoderen de este libro chismes mundanos, ni halagadores ni esa clase de personas que en todo encuentran reparos, tampoco alcahuetes y entrometidos o simplemente curiosos, educados o no. Nunca me propuse escribir para esta clase de personas ni quiero siquiera que oigan hablar de él. No dudo que algunas de ellas sean personas honestas, incluso quizá muy entregadas en la vida activa, pero este libro no responde a sus necesidades.
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