Hola, amig@s.
Y manos a la obra, pues, conforme a lo adelantado en la entrada Noviembre 2009: Conferencias, actividades e intervenciones públicas, de fecha 1 de noviembre, en la mañana de hoy imparto el Módulo 6 dentro del Taller de Espiritualidad para Buscadores (ver entrada Taller de Espiritualidad: Módulo 1, de 18 de septiembre).
Para aquellos que vayan a participar en él, les recuerdo que este Módulo coincide con el Capítulo 6 del libro Buscadores, titulado Creador&Creación. Dada su intensidad y su extensión, le dedicaremos tanto este sábado como el de la próxima semana.
Hoy reflexionaremos fundamentalmente en torno al discernimiento sobre la divinidad (Ser Uno, Todo, Ser, Fuente, Dios, Alá,…).
¿Por qué hay “algo” y no más bien “nada”?
El discernimiento sobre la divinidad ha de arrancar de la pregunta que estremeció a Leibniz, Unamuno o Heidegger: ¿por qué hay “algo” y no más bien “nada”?. Lo que abre una disyuntiva primigenia y radical que, como las nuevas tecnologías, es de base binaria (0/1): hubo un estadio o periodo previo en el que “nada” había ni existía (opción 0); o desde siempre y por siempre ha existido “algo” (opción 1). ¿Cuál de ambas opciones, 0 ó 1, es la cierta, ya que una, forzosamente, tiene que serlo y las dos a la vez no lo pueden ser?.
En mayo de 2008, Michael Heller -longevo sacerdote polaco, profesor en
Eso sí, sus razonamientos arrancan de una toma inicial de partido por la aquí designada como opción
La divinidad: al alcance de nuestro intelecto. Espiritualidad y Ciencia
En cualquier caso, al hilo de lo reconocido por Heller, la decantación por la alternativa 1 no es tanto una elección racional en sentido estricto como fundamentalmente irracional, sensitiva, intuitiva e inspirativa. Fluye de nuestro interior cuando late la íntima convicción de que siempre existió “algo” y que ese algo es Dios. Lo que no significa ni que el intelecto humano no pueda acercarnos al conocimiento de la divinidad ni que espiritualidad y ciencia caminen por sendas antagónicas, como hoy se opina de manera tan mayoritaria como obtusa.
Como se ha recalcado en este Blog en varias ocasiones al tratar la mente humana (ver especialmente la entrada MENTE, PRESENTE Y PRÁCTICA DEL AHORA, del pasado 12 de octubre), ésta, más allá de la utilización que cada usuario haga de ella, es una prodigiosa y armoniosa conjunción de biología, tecnología y arte, producto y resultado de miles de millones de años de evolución. Sería absurdo que una obra tan exquisita y un proceso tan prolongado y apasionante tuviesen como desenlace algo incapaz de discernir acerca de lo divinal y sus atributos; y sobre una Unidad en la que el propio ser humano se integra. Antes bien, parece del todo lógico que el intelecto esté en condiciones de acometer, aunque sea con humildad y modestia, tal discernimiento.
Así lo confirman las experiencias interiores y las aportaciones hacia el exterior que tantos hombres y mujeres han realizado a lo largo de la historia. Y también lo corrobora la interacción entre espiritualidad y ciencia ya abordada en epígrafes previos: los saberes espirituales abren las puertas a innovaciones científicas y éstas confirman aquéllos y coadyuvan a su mejor interiorización. De este modo fue en culturas arcaicas; y se comprueba en la actualidad cuando una serie de avances científicos –física cuántica, ciencia de partículas, teoría de cuerdas, física de la vibración, astrofísica del big-bang,…- están evidenciando lo atinado de reflexiones trascendentes que pertenecen al acervo cultural y espiritual de la humanidad.
Un acervo que tiene como pilar -hay que volver a subrayarlo- el intelecto humano; y que por milenios se ha plasmado en una gran variedad de escuelas y corrientes filosóficas y teológicas que arrancan de una convicción atávica sobre la existencia de un Creador y una concepción primigenia acerca de sus potestades. De ello, probablemente, han bebido la globalidad de las religiones hoy vigentes, adaptando a lo largo de los siglos esa base común a cada realidad social, educativa y geográfica.
El papel de la “fe”
Todo esto, a su vez, lejos de estar reñido con la “fe”, se halla estrechamente asociado a ella. Porque en el despliegue y desarrollo de la inteligencia humana la racionalidad y la irracionalidad pueden y deben caminar de la mano y en equilibrio, en los términos ya enunciados en otros apartados. Por lo que con rigor cabe refrendar la realidad de la fe como vivencia íntima, fuente de experiencia y de sabiduría: fe que busca la inteligencia (“fides quaerens intelectum”); fe para saber, o creer para entender (“credo ut intelligam“, en expresión de San Agustín). Porque, como indicó San Anselmo al hablar de la “operosa fides” y de la “otiosa fides“, la fe que no trata de entender es una fe ociosa.
Una fe que no sabe de iglesias ni de credos. Una fe inteligente, operante, viva, válida para comprender. Una fe que es el suplemento de conocimiento que nos proporciona la revelación interior a la que los seres humanos tenemos acceso. Revelación que no sucede aleatoriamente o por azar, sino que, como ya se ha tratado, está ligada a nuestro Yo profundo y al aumento del grado consciencial. Por lo que la fe, para que dé sus frutos, debe volcarse en una práctica cotidiana de la misma –estadio de conciencia y sus correspondientes experiencias- que confirmará en el día a día la veracidad de lo que anuncia y ayudará a profundizar en ella mediante la elevación del nivel de consciencia.
El coloquio con Dios: un coloquio interior
Planteamientos que ayudan a interiorizar el mensaje que un grupo de monjes contemplativos católicos remitió al Sínodo de los Obispos, en septiembre de 1967, sobre la posibilidad de que el ser humano entable un coloquio con Dios. En él, frente a la idea imperante incluso entre muchos creyentes de que no es posible llegar a Dios -desconocido e inaccesible, “completamente Otro”-, muestran su convencimiento de que Dios “concede al espíritu atento y purificado el don de alcanzarlo más allá de palabras e ideas”.
No en balde, la divinidad no es algo ajeno a cada uno de nosotros. Dios no está "allí" y tú "aquí". A quién esto cree, le ocurre lo que tan bellamente narró San Agustín en sus Confesiones: "Y he aquí que Vos estábais dentro de mí y yo de mí mismo estaba fuera; y por defuera yo os buscaba (...) Estabais conmigo y yo no estaba con Vos" (Libro X, 27). No busquemos fuera lo que tenemos dentro: Somos Hijos de Dios no solo porque nos haya creado Él, sino porque somos Él.
Volveremos sobre punto crucial el sábado 14, en la entrada que publicaré con relación a la nueva sesión que ese día celebraremos del Taller de Espiritualidad para Buscadores.
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