Sin duda, cuando comiences este ejercicio, tus facultades indisciplinadas, al no encontrar carne con que alimentarse, te increparán airadamente para que lo abandones. Te pedirán que emprendas algo más digno, que significa, por supuesto, algo más adecuado a ellas. Pero ahora tú estás entregado a una obra tan por encima de su actividad acostumbrada, que piensan que estás perdiendo el tiempo. Pero su desagrado, por cuanto tiene aquí su origen, de hecho es una buena señal, ya que prueba que has emprendido algo de gran valor. Eso me complace. ¿Y por qué no? Pues no puedo hacer nada, ni ningún ejercicio de mis facultades físicas o espirituales me puede acercar tanto a mi Yo Verdadero y alejarme del mundo, como esta tranquila y limpia conciencia de mi ciego ser y de mi entrega gozosa del mismo Dios.
No te inquietes, pues, si tus facultades se rebelan y te instigan a que abandones este ejercicio. Como te digo, sólo es porque no encuentran pasto en él. Pero no debes ceder. Domínalas negándote a alimentarías a pesar de su rabia. Por alimentarías entiendo el que te entregues a toda clase de especulaciones intrincadas para hurgar en los aspectos particulares de tu ser. Meditaciones como esta tienen ciertamente su lugar y su valor, pero, a diferencia de la ciega conciencia de tu Ser, llevan a la ruptura y a la dispersión de la unidad de tu Ser tan necesario para la activación de tu Yo Verdadero y tu encuentro profundo con Dios. Mantente, por tanto, recogido y anclado en el centro profundo de tu espíritu y no te vuelvas atrás para actuar con tus facultades bajo ningún pretexto por sublime que sea.
El más importante de todos los dones especiales de la naturaleza y de la gracia que se te han otorgado es el don del Ser mismo, el primer don que recibe toda criatura. Cierto que todos los atributos de tu existencia personal están tan íntimamente ligados a tu ser que de hecho son inseparables de él. Sin embargo, no tendrían realidad alguna, si tú no existieras antes que ellos.
Si comienzas a analizar hasta el fondo de algo una o todas las sutiles facultades y las excelsas cualidades del ser humano, llegarás al final a las más lejanas conquistas y a las últimas fronteras del pensamiento para encontrarte allí a ti mismo cara a cara con el Ser puro mismo. Te encontrarás al final a ti mismo, en el fondo esencial del Ser, en una percepción desnuda y conciencia ciega de tu propio ser. Al principio a lo mejor dices: “Yo soy existo; veo y siento que soy, que existo”. Pero después de hacer el recuento de todo esto en tu mente, aún podrías dar un paso más y recogerlo todo para elevarte tú mismo al amor del Creador que te dotó del Ser.
Deja la conciencia de tu ser, desnuda de todo pensamiento sobre sus atributos, y tu mente totalmente vacía de todo detalle particular relativo a tu Ser o a cualquier otra criatura. Tales pensamientos no pueden satisfacer tu necesidad presente, tu ulterior crecimiento, ni te pueden llevar a ti o a otros a una mayor perfección. Abandónalos. En verdad, estas meditaciones te son ahora inútiles. Pero esta consciencia global de tu Ser, concebida en un corazón indiviso, satisfará tu necesidad presente, tu ulterior crecimiento, y te llevará a ti y a toda la humanidad a una perfección más alta. Créeme, supera el valor de cualquier pensamiento particular, por sublime que sea.
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