Cuán maravillosamente se transforma el amor del ser humano por la experiencia interior de esta nada y de esta falta de lugar. La primera vez que la contempla surgen ante él el recuerdo de los pensamientos y actos sin amor que desarrolló antes del que el Yo Verdadero tomará el mando de su vida. A cualquier parte que se vuelva le acosan hasta que, después de gran esfuerzo, los borra profundamente.
A veces la visión es terrible. Tanto como para que muchos que llegan a esta coyuntura de la vida interior, experimentan tal agonía y falta de consuelo al enfrentarse consigo, que de nuevo comienzan a pensar en los placeres mundanos. Buscan alivio en cosas materiales, incapaces de soportar el vacío espiritual interior. Pero no han entendido que no estaban preparados para el gozo espiritual que les habría sobrevenido si hubieran esperado.
El que con paciencia mora en esta nada será confortado y sentirá de nuevo confianza en su destino, ya que gradualmente verá borrados esos recuerdos. Cuando en otras ocasiones comience a sentir un maravilloso fortalecimiento y unos deleites inefables de alegría y de bienestar, se preguntará si esta nada no es, después de todo, un paraíso celestial. Vendrá, por fin, un momento en que experimente tal paz y reposo en esa oscuridad que llegue a constatar que es Dios mismo.
Pero aunque piense que esta nada es esto o lo otro, seguirá siendo siempre una nube del no-saber entre él y su divinidad, entre su yo y su Yo, entre él y Dios.
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