Lola Olivos ha remitido al Círculo Sierpes un relato corto titulado Simbiosis Imperfecta. Dada su belleza y simbolismo, lo reproduzco a continuación:
I
Se paseaba por su espacio infinito, desde el centro a la periferia y desde la periferia hacia el centro; pavoneándose y mostrando su gloriosa majestad a diestro y siniestro; contemplándose en todas y en cada una de las partículas por su deseo creadas.
Era el Corazón que alentaba y latía bajo la totalidad de las múltiples formas reconocidas, dotándolas de vida. Era la Energía de la que todo surgía y a la que todo regresaba. Era la Mente que al pensarse, se tornó en aliento para rugir tan profundamente que, conmocionando los cimientos de la vacuidad cósmica, desencadenó la onda vibratoria de la nada creadora.
Esa era ella: la Esfera.
Curvada. Arqueada. Replegada sobre sí. Conteniéndolo todo. Contenida en todo…
¿En todo?
-¡¡Qué es Eso!!- Tronó. Y el sonido rebotó en los miles de millones de corpúsculos estelares, retumbando como un eco incontrolable, dentro de aquel universo redondo.
-¿Eso? ¿Qué Eso?- Preguntaron atónitos sus fieles esferoidales, moviéndose concéntricamente hacia el punto, que equidistantemente, señalaba furiosa, la que Todo lo Alcanza y en la que Todo Converge.
-¡¡ESO!!
II
En aquella Galaxia insignificante, semejante a todas las demás galaxias de su condición; confundida entre uno de aquellos brazos que espiralmente había formado para mayor recreación de su envolvente presencia, había una estrella dando calor a un planeta que mostraba, osado, a una criatura diferente. De la curvada superficie de su esfericidad, según los cánones establecidos, se elevaba, apuntando desafiante hacia el arco del cielo, un sólido regular limitado por líneas rectas, que uniéndose en sus extremos en ángulos rectos, conformaban seis caras cuadradas, planas e iguales.
-¡Soy el Cubo! -Gritó a las alturas- ¡Hijo congénito del Sistema Cristalográfico y de la Madre Tierra!.
Los filos cortantes de sus aristas centelleaban prístinos bajo la luz solar. La violencia de su direccionalidad vertical rompía con la suavidad deslizante que hasta ese momento imperaba. Su figura, inquietantemente inestable, erguida en una rectitud concentradora de fuerzas, presionaba sobre la certidumbre del entorno para emerger orgullosa.
Tal atrevimiento ponía en peligro a la salvaguarda de la Selección Fundamental; la que, con su forma circunferencialmente cerrada, había dotado de resistencia a sus congéneres para conferirles la máxima estabilidad y el mínimo de incertidumbre. Con su erecta presencia, la uniformidad del espacio se había roto.
-¡¡Cómo te atreves, insolente mortal, a mostrarte ante mí tan irreverentemente!!Yo soy la que Soy. La que no tiene ni Principio ni Fin. La que subyace Inerme en el fondo de todas las cosas. ¡¡Doblégate curvando tu ascensional forma ante mi Omnipresencia Infinita!!
-¿Doblarme, dices? ¡¡Nunca!! Prefiero mi limitada pero firme figura, a tu blanda eternidad. ¡Reconócelo: Yo soy más poderoso que tú porque puedo penetrarte y seguir siendo Yo! ¡Yo puedo, con mi exactitud matemática, desentrañar la lógica del misterio de tu existencia para dominarte!.
¡¡Enderézate tú ante mi vetusta realeza!!
III
Enfrascados como estaban en tan ardua batalla, no se percataron, hasta que ya fue demasiado tarde para ambos, de las terribles consecuencias de la misma. Pues sucedió que, cuando la esfera aprisionaba y contenía al Cubo, los cortantes filos de sus bordes, al rozarla, la hacían apercibirse de la realidad material, sintiéndose y sintiendo lo que nunca había sentido, ya que hasta entonces todo le resbalaba. El Cubo, por su parte, cuando encerraba entre sus paredes a la Esfera, gozaba con ese enorme vacío interno que ella le provocaba, limando y dulcificando sus ásperas angulosidades interiores hasta el punto de llevarlo a experimentar estados de conciencia alterados.
Los roces, poco a poco se convirtieron en caricias y la pugna por imponerse uno sobre el otro, en un deseo de fundirse uno con el otro
¡Ah, si pudiéramos conseguir crear una nueva identidad que por asociación integrara nuestras dos individualidades tan diferentes! Suspiraban.
En la búsqueda de esa tan anhelada simbiosis, modificaron y recrearon sus apariencias. Investigaron y experimentaron la mejor manera de poder acoplarse: el Cubo multiplicó sus aristas, se infló y retorció hasta lograr que las porciones de plano limitadas por las líneas rectas de sus caras, fueran cada vez presentando distintos números de ángulos, conformando todo un arsenal poligónico de triángulos, pentágonos, hexágonos..., origen de nuevos modelos geométricos: el decaedro, el dodecaedro, el icosaedro... que casi conseguían la esfericidad deseada.
La esfera, al principio, encantada como estaba con el descubrimiento de lo punzante, se dividió y fraccionó en un sin fin de conos, pero comprendiendo que aquello no le llevaba a la culminación de su pasión, empezó a languidecer y a adelgazar; tanto se estilizó en su afán de asemejarse a su querido cubo, que dio nacimiento al cilindro.
Sus respectivas recreaciones de conos, cilindros, dodecaedros..., como hijos menores de las augustas entidades, también se prestaron a ser modificadas; pero como eran terrenalmente imperfectas, sólo se conformaron con ganar algo de independencia. respecto de la incertidumbre de su entorno: los prismas, entonces, hicieron su aparición.
Consumido por esta pasión, pronto el Cubo, con su cuadriculación matemática, llegó a la conclusión que, por más que sacrificaran algo de sus identidades individuales, nunca llegarían a la Cuadratura Circular tan ansiada, pues había descubierto que su amada encerraba en su seno una irresoluble "perfección científica”: Pi.
¡Nunca seremos iguales! ¡Nunca! Se lamentaba.
Su espíritu competitivo lo llevó a enfrascarse en calcular y calcular miles y miles de decimales a tan diabólica cifra con el único fin de conseguir la exactitud numérica, hecho que marcaría el fin del Caos Esferal y el advenimiento de la Razón Cuadrática (lo que en realidad supondría el predominio de su liderazgo, pues una vez superado el Misterio, todo se volvería controlable), pero cuánto más dividía, más incomprensible se le hacía la cantidad y más se desesperaba.
La Esfera empezó a sentir el peso de la soledad, y en su incomprensión de la avidez obsesiva de su amado por desentrañar su Esencia, empezó a distanciarse y con cada decimal que el Cubo extraía, ella se apartaba un metro. Número tras número y metro a metro, el abismo infame de los desencuentros fue mediando entre ellos hasta convertirlos en Absolutos: Mística y Lógica, convertidos en lugartenientes de cada uno de los reinos nacidos, enarbolaron banderas y acotaron sus límites.
IV
Más, en el mundo fenoménico, las fuerzas de tracción contrarias son poderosos imanes que se buscan y atraen. Y, por eso, desde entonces, el Cubo insatisfecho con su Perfecta Perfección, busca mil y una maneras de volver a experimentar aquellas sensaciones de tránsito sublime que lo elevaron a la enésima potencia, y para ello sigue esforzándose en encontrar la redondez oculta de las Formas Naturales, aunque de manera encubierta y amparándose en la lógica científica, para no levantar sospechas.
La Esfera, vigilante secreta y retozona de estos intentos, desde su refugio en la Complaciente Serenidad de la Naturaleza de las Formas no hace más que preguntarse y suspirar:
¿Se dará cuenta alguna vez mi amado Cubo que en realidad Él es tan redondo como Yo?.
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