En la entrada Elogio de la lentitud, publicada el pasado 31 de octubre, se citó el libro del mismo título, obra de Carl Honoré, y se reflexionó sobre los impactos negativos y nocivas secuelas del culto a la velocidad, una de las características de la visión y el sistema dominantes y lógica derivación de su perfil productivista, mercantilista y consumista. En ella me comprometí a retomar el asunto escribiendo acerca del “Movimiento Slow”, cosa que hago seguidamente.
La realidad muestra que hemos olvidado la espera de las cosas y la manera de gozar del momento cuando llegan. La actriz y escritora Carrie Fisher lo ha expuesto muy bien: “incluso la satisfacción instantánea requiere demasiado tiempo”. Lo que enlaza con la necesidad de vivir el presente -el ahora, el único sitio donde la vida realmente existe-, desarrollada en otros apartados del Blog (ver MENTE, PRESENTE Y PRÁCTICA DEL AHORA, de 16 de octubre), e incluso con un arte en peligro de extinción: el arte de no hacer nada, que abre la puerta al silencio, la meditación y el crecimiento interior. Pero, para cientos de millones de personas, no hacer nada es sinónimo de falta de referencias, lo que provoca nerviosismo, pánico al vacío y urgencia por encontrar algo que hacer. En lugar de no pensar, permitiendo que nuestra dimensión interior inspire la mente, o de concentrarnos en una idea para que madure en nuestra inteligencia, nos hemos convertidos en adictos al pensamiento rápido y, por tanto, superficial y fácilmente manipulable por terceros y por influencias externas.
Ahora bien, no es preciso ser un genio para percatarse que hacer las cosas más despacio significa hacerlas mejor. Y ofrece la oportunidad de disfrutar con la acción de hacerlas, lo que se sitúa estrictamente en el presente, y no sólo con los teóricos resultados de la acción, que pertenecen al ámbito de lo futurible, de lo que está por llegar. Un futuro al que nos lanzamos aceleradamente para ni siquiera ser muy conscientes de cuando llegamos a él. Todo mejora, hasta la salud, cuando se prescinde del apresuramiento.
Las palabras “rápido” y “lento” representan dos filosofías de vida muy distintas. Rápido equivale a atareado, controlador, agresivo, apresurado, superficial, estresado e impaciente, es decir, todo aquello en lo que la cantidad prima sobre la calidad. En cambio, lento está asociado a sereno, cuidadoso, receptivo, silencioso, intuitivo, pausado, paciente y reflexivo, esto, es, donde la calidad prevalece sobre la cantidad. Por ello, la filosofía de vida de la lentitud puede resumirse en dos cualidades: equilibrio interior y armonía exterior.
A esta perspectiva responde la profusión de prácticas como el Tai Chi y el desarrollo del Movimiento Slow, formado por personas que quieren vivir mejor en un mundo sometido al ritmo frenético de la velocidad. En él se inscriben numerosos grupos, desde el nipón Club de la Pereza (Sloth Club) a la estadounidense Fundación por un Largo Ahora (Long Now Foundation), pasando por la austriaca Sociedad por la Desaceleración del Tiempo o la iniciativa Comida Lenta (Slow Food) promovida por el italiano Carlo Petrini. El manifiesto de ésta es un toque de alerta ante el culto a la velocidad en todas sus formas y pone en evidencia que nuestra sociedad primero inventó la máquina y después la tomó como modelo de vida: “Estamos esclavizados por la velocidad y todos hemos sucumbido al mismo virus insidioso. Vivir rápido, una actitud que trastorna nuestros hábitos, invade la intimidad de nuestros hogares”.
¿Que nos aconseja hacer el Movimiento Slow?. Pues, ante todo, ser coherentes: cuando se trata de ir más despacio, no se pueden tener prisas, por lo que conviene comenzar poco a poco. Por ejemplo, para cambiar el ritmo de vida hacia un mayor sosiego es aconsejable empezar con algunas prácticas de “salida del tiempo”, es decir, actividades como la meditación, la oración, el silencio interior o, incluso, sentarse en un banco o pasear plácidamente observando el bullicio que nos rodea. Igualmente, aplicar la pausa a la hora de comer, de leer el periódico o de hacer el amor. Si un pequeño acto lento le hace sentirse bien, pase paulatinamente a lo importante, hasta llegar al punto de replantearse su horario laboral o su agenda cotidiana de “actividades múltiples y veloces”.
Le aseguro que en la medida que lo vaya haciendo y constate directa y personalmente la mejora en su calidad de vida, se formulará repetidamente una misma pregunta: ¿por qué no decidí hacerlo antes?.
La realidad muestra que hemos olvidado la espera de las cosas y la manera de gozar del momento cuando llegan. La actriz y escritora Carrie Fisher lo ha expuesto muy bien: “incluso la satisfacción instantánea requiere demasiado tiempo”. Lo que enlaza con la necesidad de vivir el presente -el ahora, el único sitio donde la vida realmente existe-, desarrollada en otros apartados del Blog (ver MENTE, PRESENTE Y PRÁCTICA DEL AHORA, de 16 de octubre), e incluso con un arte en peligro de extinción: el arte de no hacer nada, que abre la puerta al silencio, la meditación y el crecimiento interior. Pero, para cientos de millones de personas, no hacer nada es sinónimo de falta de referencias, lo que provoca nerviosismo, pánico al vacío y urgencia por encontrar algo que hacer. En lugar de no pensar, permitiendo que nuestra dimensión interior inspire la mente, o de concentrarnos en una idea para que madure en nuestra inteligencia, nos hemos convertidos en adictos al pensamiento rápido y, por tanto, superficial y fácilmente manipulable por terceros y por influencias externas.
Ahora bien, no es preciso ser un genio para percatarse que hacer las cosas más despacio significa hacerlas mejor. Y ofrece la oportunidad de disfrutar con la acción de hacerlas, lo que se sitúa estrictamente en el presente, y no sólo con los teóricos resultados de la acción, que pertenecen al ámbito de lo futurible, de lo que está por llegar. Un futuro al que nos lanzamos aceleradamente para ni siquiera ser muy conscientes de cuando llegamos a él. Todo mejora, hasta la salud, cuando se prescinde del apresuramiento.
Las palabras “rápido” y “lento” representan dos filosofías de vida muy distintas. Rápido equivale a atareado, controlador, agresivo, apresurado, superficial, estresado e impaciente, es decir, todo aquello en lo que la cantidad prima sobre la calidad. En cambio, lento está asociado a sereno, cuidadoso, receptivo, silencioso, intuitivo, pausado, paciente y reflexivo, esto, es, donde la calidad prevalece sobre la cantidad. Por ello, la filosofía de vida de la lentitud puede resumirse en dos cualidades: equilibrio interior y armonía exterior.
A esta perspectiva responde la profusión de prácticas como el Tai Chi y el desarrollo del Movimiento Slow, formado por personas que quieren vivir mejor en un mundo sometido al ritmo frenético de la velocidad. En él se inscriben numerosos grupos, desde el nipón Club de la Pereza (Sloth Club) a la estadounidense Fundación por un Largo Ahora (Long Now Foundation), pasando por la austriaca Sociedad por la Desaceleración del Tiempo o la iniciativa Comida Lenta (Slow Food) promovida por el italiano Carlo Petrini. El manifiesto de ésta es un toque de alerta ante el culto a la velocidad en todas sus formas y pone en evidencia que nuestra sociedad primero inventó la máquina y después la tomó como modelo de vida: “Estamos esclavizados por la velocidad y todos hemos sucumbido al mismo virus insidioso. Vivir rápido, una actitud que trastorna nuestros hábitos, invade la intimidad de nuestros hogares”.
¿Que nos aconseja hacer el Movimiento Slow?. Pues, ante todo, ser coherentes: cuando se trata de ir más despacio, no se pueden tener prisas, por lo que conviene comenzar poco a poco. Por ejemplo, para cambiar el ritmo de vida hacia un mayor sosiego es aconsejable empezar con algunas prácticas de “salida del tiempo”, es decir, actividades como la meditación, la oración, el silencio interior o, incluso, sentarse en un banco o pasear plácidamente observando el bullicio que nos rodea. Igualmente, aplicar la pausa a la hora de comer, de leer el periódico o de hacer el amor. Si un pequeño acto lento le hace sentirse bien, pase paulatinamente a lo importante, hasta llegar al punto de replantearse su horario laboral o su agenda cotidiana de “actividades múltiples y veloces”.
Le aseguro que en la medida que lo vaya haciendo y constate directa y personalmente la mejora en su calidad de vida, se formulará repetidamente una misma pregunta: ¿por qué no decidí hacerlo antes?.
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