Ayer publicamos una entrada, ¿Qué pasa en España?, en la que se recogía un artículo de Juan Torres a propósito de la situación política y económica que vive el país. Una situación que, según ciertos analistas y determinadas opiniones, presenta similitudes con lo que acontece en Grecia. Pero, ¿qué pasa exactamente en Grecia?.
Para saberlo, acudo a la docta y prestigiosa pluma de Costas Douzinas, Profesor de Ciencias Sociales de
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Paul Bremer, el primer virrey norteamericano, impuso a un estragado Irak políticas económicas que el Economist calificó como un régimen "de capitalismo de ensueño". Difícilmente se halla una locución mejor para describir las medidas del plan de "estabilidad" sometidas por Grecia a
Y todo eso va a ponerse por obra en el país más pobre de la vieja Europa, que cuenta con un desempleo juvenil del 25%, con un crecimiento estancado y con sus tradicionales sectores de la industria naviera, el turismo y la construcción sometidos a una indecible presión. Esas medidas cerrarán el círculo vicioso de creciente desempleo, menguantes ingresos fiscales y políticas económicas sometidas al capricho de la especulación en los mercados financieros. Empujarán a un país que se halla ya en profunda recesión al abismo de una depresión duradera y sin salida.
"Grecia se halla en el ojo del huracán de una tormenta especulativa", lamentó Papandreu en su comparecencia televisiva. Se estaba refiriendo a la degradación de la calificación del crédito griego por parte de tres empresas privadas de valoración de riesgos –ninguna de las cuales está sometida a control o supervisión algunos— y a la consiguiente especulación en los mercados en torno a la deuda pública griega destinada a financiar el déficit, especulación que elevó los tipos del empréstito soberano griego un 4% por encima de la línea de base. Se trata de una repetición intensificada del ataque que lanzó Soros contra la moneda británica en 1992 (que llevó al Reino Unido a su humillante salida del Mecanismo Europeo de Cambio) y del ataque de los especuladores a la banca británica en 2008. Y es índice capital de una desdichada situación galanamente aceptada por
No cabe la menor duda de que tanto Papandreu como Karamanlis, las dinastías políticas dominantes en
En un horizonte más amplio, Grecia se está convirtiendo en un experimento para la nueva fase de la corrección de curso que el neoliberalismo se propone realizar en la estela de la crisis económica y financiera. Las medidas fiscales e impositivas de "estabilidad" vienen a continuar un conjunto de dogmas económicos milagreros que, aun si quebrados en 2008, siguen dominando el mundo mental de los dirigentes políticos europeos. La magia negra de la privatización, la desregulación y la financiarización ha sido teóricamente rechazada por muchos fieles de la primera hora, pero todavía impera en los ambientes de unas cuantas escuelas de negocios de elite y en
La legitimidad de
Todavía hay un aspecto más preocupante en estos acontecimientos catastróficos. Papandreu resultó elegido hace cuatro meses sobre la base de un programa de redistribución y justicia social. Ahora acaba de aceptar un programa que es exactamente lo contrario. Y eso constituye un ataque radical a la política, y la mejor expresión del odio neoliberal a la democracia. El comisario Almunia aconsejó a los políticos y a la opinión pública de Grecia aceptar las medidas propuestas añadiendo una apenas disimulada amenaza reveladora de la asombrosa idolatrización de los mercados y la fingida naturaleza de la impotencia regulatoria. Pues lo cierto es que los mercados podrían especular con éxito contra los bonos griegos, llevando a cotas insostenibles el costo de los empréstitos, sólo porque
La violenta pauperización de las masas, la rampante privatización de los servicios públicos a través de la reducción radical del sector estatal, así como la creciente dependencia de los mercados exteriores en el servicio de la deuda, equivale a una pérdida de soberanía tal, que admite comparación con la de un Estado sometido a ocupación extranjera, y trae consigo una amplia reestructuración de los activos nacionales a favor del capital y una grave crisis de legitimación europea.
Los griegos son un pueblo orgulloso. Han sido masivamente sometidos al bombardeo de los medios de comunicación, del gobierno y de académicos adocenadamente sumisos, a fin de hacerles creer culpables de los fallos de un sistema al que nadie ha votado. En Gran Bretaña estamos ya muy acostumbrados a la retórica del TINA ["No-Hay-Alternativa", por sus siglas en inglés; T.]; pero también sabemos que siempre hay una alternativa. La situación por la que atraviesan los griegos les coloca en primera línea de un ataque en toda regla a los principios europeos de democracia, justicia social y solidaridad, principios que, aunque nunca dejaron de ser un poco retóricos, hoy se hallan quebrados por doquiera. Idealmente, lo que el gobierno griego debería hacer es olvidarse de la falsa ortodoxia que convierte a Grecia en una nación tan poco soberana como Irak y llamar a un frente nacional de resistencia frente al bárbaro ataque. Una iniciativa así movilizaría el orgullo y el sentimiento de injusticia de la nación. Apartaría al nacionalismo griego de su patológica evolución reciente hacia el extremismo derechista y xenofóbico y lo acercaría más a la tradición helénica, que es la de la defensa de la democracia. Islandia convocó un referéndum para decidir sobre la devolución de su deuda; lo mismo debería hacer Grecia.
Pero no es probable, porque el partido gobernante está demasiado comprometido con el viejo clientelismo y el neoliberalismo. La falta de una reacción encabezada por el gobierno aumenta los desafíos para la izquierda griega, una de las más fuertes de Europa. La izquierda tiene la responsabilidad histórica de movilizar a la opinión pública griega contra este tsunami de idiocia e injusticia antidemocráticas. Los griegos han demostrado que saben cómo resistir, desde Antígona hasta
La izquierda debe ser capaz, además, de movilizar a la opinión pública europea. Si el ataque a las comunidades mineras y a
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