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8/2/10

La SGAE insiste: las bibliotecas deben pagarle 20 céntimos por cada libro prestado

La Sociedad General de Autores y Editores de España (SGAE) sigue inmersa en su particular carrera de despropósitos, sin que ninguna instancia pública parezca dispuesta a pararle los pies. Algún día saldrán a la luz los hilos que maneja esta entidad y con que apoyos reales cuenta como para poder campar a sus anchas del modo que lo hace.

Una de sus últimas ocurrencias es el colmo de los sinsentidos: pretende que las bibliotecas públicas y privadas que prestan libros de manera gratuita le paguen 20 céntimos por cada libro prestado. Hace unos meses ya lanzó la idea y ahora parece dispuesta a volver a la carga.

¿Se imaginan a la biblioteca de un colegio o de un centro universitario público teniendo que abonar a la SGAE un euro por cada cinco libros que preste a sus alumnos?. O las muchas bibliotecas municipales que existen en España; o las que gestionan entidades privadas sin fines de lucro.

Pongo el ejemplo del fondo bibliográfico Biblio CF de la Fundación Andaluza Nuevo Mundo (FANUM), que a través de diversos medios como este mismo Blog (ver parte inferior de la barra lateralque está a su izquierda en la pantalla) presta libros de manera gratuita. Estos libros fueron comprados en su día por personas que, en un momento dado, los donaron a FANUM en el entendimiento que cumplirían una mejor función social en la biblioteca de la Fundación que en sus domicilios particulares. Y FANUM, efectivamente, los pone a disposición de cualquier interesad@ de modo absolutamente gratuito. Pues bien, según la iniciativa de la SGAE, FANUM tendría que pagarle un euro por cada cinco libro que prestara de entre los casi 4.000 que conforman su fondo bibliográfico.

Son muchos los sectores culturales y las personas físicas y jurídicas que se han movilizado ante tamaño disparate. Entre todos ellos han puesto en marcha un manifiesto titulado Por el placer de la lectura, que incluye un escrito de José Luis Sampedro. Se reproduce a continuación.

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POR EL PLACER DE LA LECTURA

Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.

Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas. Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos.

Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.

Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo.

Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque: a) obtiene algo a cambio; b) es objeto de una sanción.

Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura?.

Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación?.¿Acaso dejaron de cobrar por el libro?. ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas?.¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos?.

Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.

Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.

¡NO AL PRÉSTAMO DE PAGO EN BIBLIOTECAS!

Escrito y firmado por José Luis Sampedro, escritor.

Si estas de acuerdo, pásalo. Por el placer de la lectura.

2 comentarios:

  1. Hola Emilio, me fijé en ese cartel caricaturesco en esta entrada sobre la SGAE, de esa figura del Tio Sam pidiendo dinero para esa identidad. Entonces me fijé en el rostro y dije ¡ups!, es el rostro de Teddy Bautista, el presidente de la SGAE.
    Te lo comento porque seguramente te pasó inadvertido ese detalle; pues como sabes a muchos de nosotros -que no estamos de acuerdo con las políticas de grupos, entidades y personas del viejo paradigma-, nos une el respeto y la consideración a todo ser humano, a su dignidad intrínseca.

    Un abrazo,
    Freeman

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  2. Gracias por la información. No tenía ni idea de que se tratara de una persona real.
    Un abrazo.

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