1. La hora y el turno de la “ecología mental” (Leonardo Boff) (20 de enero)
2. Más de lo mismo. ?No! (Federico Mayor Zaragoza) (20 de enero)
3. 2010: Año del Amor Incondicional y del Paraíso en
4. Es tiempo de los ciudadanos (Xavier Caño Tamallo) (21 de enero)
5. 2010: Latido Mundial (Latido Mundial) (21 de enero)
6. Ser Dios mismo, aplicándonos en conseguir las cualidades que le atribuimos (José Manuel Piñero) (21 de enero)
7. Consciencia ampliada (José Julio Ruiz Benavides) (21 de enero)
8. Elogio de la metamorfosis (Edgar Morin) (22 de enero)
9. Pautas de Sintonización y Activación Energético-Vibratoria (Asthar Sheran) (23 de enero)
10. Consciencia y “participation mystique” (José Tamayo) (25 de enero)
11. Expansión de la consciencia: Redes de consumo local (Pilar S.) (26 de enero)
12. Más allá del horizonte (Julio Andrés Pagano) (26 de enero)
13. Consciencia y unificación de la física en el marco de la nueva ciencia (Rafael López Guerrero) (27 de enero)
14. Organización del trabajo e invasión de la privacidad: correr por correr (Sidi Mohamed Barkat) (29 de enero)
15. Aprovechemos la crisis para transformar el sistema (José Carlos García Fajardo) (29 de enero)
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16. La crisis del ego (Jordi Pigen)
(Han sido varios l@s amig@s que me han remitido este escrito como aportación a la reflexión sobre la expansión de la consciencia abierta en el Blog. Aunque ya fue publicado en él, con fecha 26 de diciembre de 2009, no está de más, ni mucho menos, insertarlo en este nuevo contexto)
Lo que ha entrado en crisis no es solo el neoliberalismo, ni siquiera el capitalismo. Podríamos decir que ha entrado en crisis el economicismo, la visión del mundo que considera la economía como el elemento clave de la sociedad y el bienestar material como clave de la autorrealización humana. El economicismo es común al capitalismo y el marxismo, y durante mucho tiempo a la mayoría de nosotros nos pareció de sentido común —pero hubiera sido considerado un disparate o una aberración por la mayoría de las culturas que nos han precedido, que generalmente veían la clave de su universo en elementos más intangibles, culturales, religiosos o éticos.
En el fondo, sin embargo, no sólo ha entrado en crisis el economicismo, porque la crisis actual es sistémica y no sólo económica. Tiene una clara dimensión ecológica (pérdida de biodiversidad, destrucción de ecosistemas, caos climático), pero también hay crisis desde hace tiempo en la vida cultural, social y personal. La sociedad, los valores, los empleos y hasta las relaciones de pareja se han ido volviendo cada vez menos sólidos y más líquidos, en la acertada expresión del sociólogo Zygmunt Bauman. Disminuyen las certezas y crece la incertidumbre en múltiples ámbitos, incluso en las teorías científicas que en vez de volverse cada vez más simples y generales se vuelven más parciales y complicadas.
Vivimos una crisis sistémica, que habíamos conseguido ignorar porque el crecimiento de la economía nos hechizaba con sus cifras sonrientes y porque los goces o promesas del consumo sobornaban nuestra conciencia. Pero el espejismo del crecimiento económico ilimitado se desvanece y de repente nos damos cuenta de que no podemos seguir ignorando la crisis ecológica, la crisis de valores, la crisis cultural. Tenemos cantidades ingentes de información, centenares de teorías y muchas respuestas, pero la mayoría sirven de muy poco ante las nuevas preguntas. Lo que ha entrado en crisis es toda la visión moderna del mundo, que de repente se nos aparece obsoleta y pide urgentemente ser reemplazada por una visión transmoderna, más fluida, holística y participativa.
Una visión del mundo no es una simple manera de ver las cosas. Determina nuestros valores, dicta los criterios para nuestras acciones, impregna nuestra experiencia de lo que somos y hacemos. En el fondo podríamos decir que lo que finalmente ha entrado en crisis es el ego moderno, toda una forma de estar en el mundo basada en un complejo de creencias que inconscientemente compartíamos. Por ejemplo, que el ser humano es radicalmente diferente y superior al resto del universo. O que cada ser humano es también radicalmente diferente de los demás, contra los que ha de competir para prosperar. O que el universo es básicamente inerte y se rige por leyes puramente mecánicas y cuantificables. El ego moderno se siente como un fragmento aislado en un universo hostil, y de su miedo interior nace su necesidad de certeza y seguridad, de objetivar y cuantificar, de clasificar y codificar, de competir y consumir.
Pero el ego moderno no puede ser sustituido por un ego transmoderno, porque no hay tal cosa. La crisis nos invita (o nos acabará obligando) a ir más allá del ego y a descubrir que nuestra identidad es en el fondo relacional, que no estamos aislados sino que cada persona y cada ser es una ola en un océano de relaciones en el que todos participamos y en el que también fluyen la sociedad, la naturaleza y el cosmos.
Por ello la crisis no solo es una oportunidad para avanzar hacia economías y sociedades que sean más justas, sostenibles y plenamente humanas. También es una alarma que ha saltado porque ya es hora de despertar. Porque la economía global era como un gigante sonámbulo, que avanzaba a grandes zancadas sin saber a dónde iba, sin saber lo que estrujaba bajo sus pies, inmerso en las ensoñaciones de una visión del mundo caduca.Por ello la crisis es como una vigorizante ducha fría. Una oportunidad para despertar.
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