Alemania asiste al éxito editorial de la novela Axolotl Roadkill, opera prima de Helene Hegemann, que hasta el próximo 19 de febrero no cumplirá los 18 años.
Nacida en Friburgo, es hija del catedrático y director teatral Carl Hegemann. Tenía 13 años cuando su madre murió. Se mudó entonces a Berlín a vivir con su padre, director artístico de la célebre Volksbühne, creciendo "en la cantina del teatro" entre actores e intelectuales, a los que se propuso emular. Ya en 2008 estrenó un drama teatral; y, en 2009, dirigió un mediometraje de 40 minutos.
El argumento de la novela es simple: narra las aventuras nocturnas de Mifti, una muchacha berlinesa de 16 años que sólo tiene claro lo que no desea ser: “Yo, curiosamente, ya sé lo que quiero: no ser adulta" (página 17). Un convencimiento que sirve de arranque y excusa para que el exceso se convierta en protagonista de 200 páginas de diálogos alucinados, pasajes llenos de violencia, drogas y bisexualidad.
En el éxito de la novela ha influido notablemente la atención que a texto y autora han prestado los medios de comunicación. Verbigracia, el semanario Der Spiegel le ha dedicado dos páginas; Die Zeit ha publicado un reportaje y el ditirambo crítico titulado Una centella en prosa; y hasta el sesudo Frankfurter Allgemeine Zeitung ha contribuido a la popularidad de Hegemann y su obra. Y aunque en los foros culturales de Internet son muchos los que ponen en evidencia la inconsistencia del argumento, la falsedad o el carácter muy minoritario de lo que describe, el sensacionalismo en el que se ampara y el tremendismo periodístico en el que se apoya, ante la opinión pública parece prevalecer lo que ha sabido resumir el crítico del suizo Tages-Anzeiger: la joven Hegemann coloca su espejo ante la generación de treintañeros y cuarentones que, como Mifti, no quieren crecer ni falta que les hace. Estamos, pues, ante una juventud sin horizontes que han hecho del exceso su cotidianidad y se niega a convertirse en adulta.
¿Se corresponde esta percepción de la juventud con la realidad?.
Nacida en Friburgo, es hija del catedrático y director teatral Carl Hegemann. Tenía 13 años cuando su madre murió. Se mudó entonces a Berlín a vivir con su padre, director artístico de la célebre Volksbühne, creciendo "en la cantina del teatro" entre actores e intelectuales, a los que se propuso emular. Ya en 2008 estrenó un drama teatral; y, en 2009, dirigió un mediometraje de 40 minutos.
El argumento de la novela es simple: narra las aventuras nocturnas de Mifti, una muchacha berlinesa de 16 años que sólo tiene claro lo que no desea ser: “Yo, curiosamente, ya sé lo que quiero: no ser adulta" (página 17). Un convencimiento que sirve de arranque y excusa para que el exceso se convierta en protagonista de 200 páginas de diálogos alucinados, pasajes llenos de violencia, drogas y bisexualidad.
En el éxito de la novela ha influido notablemente la atención que a texto y autora han prestado los medios de comunicación. Verbigracia, el semanario Der Spiegel le ha dedicado dos páginas; Die Zeit ha publicado un reportaje y el ditirambo crítico titulado Una centella en prosa; y hasta el sesudo Frankfurter Allgemeine Zeitung ha contribuido a la popularidad de Hegemann y su obra. Y aunque en los foros culturales de Internet son muchos los que ponen en evidencia la inconsistencia del argumento, la falsedad o el carácter muy minoritario de lo que describe, el sensacionalismo en el que se ampara y el tremendismo periodístico en el que se apoya, ante la opinión pública parece prevalecer lo que ha sabido resumir el crítico del suizo Tages-Anzeiger: la joven Hegemann coloca su espejo ante la generación de treintañeros y cuarentones que, como Mifti, no quieren crecer ni falta que les hace. Estamos, pues, ante una juventud sin horizontes que han hecho del exceso su cotidianidad y se niega a convertirse en adulta.
¿Se corresponde esta percepción de la juventud con la realidad?.
Sinceramente, estoy convencido de que no; ni en Europa, ni en el resto del planeta. La juventud actual no está desnortada, ni de modo genérico, ni de forma mayoritaria. La entrada inserta hoy el Blog con el título Desde Sevilla, por Haití sirve de modestísimo, pero ilustrativo, botón de muestra de lo que en verdad prolifera en la juventud: alegría de vivir acompañada de trabajo, esfuerzo, compromiso con lo cercano, solidaridad con todo el género humano y concienciación social y ecológica. Una juventud bella y plena que desde los cinco continentes, y en cada uno de múltiples maneras, aporta de modo innato y espontáneo ojos nuevos para un mundo nuevo, por más que el mundo de los “mayores” se lo ponga complicado. ¿Por qué, entonces, el empeño en ofrecer la imagen de una juventud desnortada?. Barrunto que hay dos clases de razones, unas de perfil subjetivo y otras de carácter objetivo.
Con relación a las subjetivas, hay que reconocer la capacidad de atracción que ahora y siempre ha tenido para muchos “mayores” -también para bastantes jóvenes- la percepción de una juventud desorientada, alocada, sin presente y con escaso futuro. Una tendencia que es muy evidente, por ejemplo, en la esfera literaria, que desde hace tiempo se viene nutriendo de la juventud desnortada como base argumental, desde Las desventuras del joven Werther (1774), de Goethe, a la autobiografía yonqui de Christiane F (1978). De estas fuentes bebe fielmente Hegemann y a ello obedece parte de su éxito.
Pero hay otra razón que es carácter objetivo: la imagen de una juventud idiotizada y carente de valores y metas es la que interesa difundir a las personas y grupos que detentan el poder -el poder real, el que auténticamente mueve los hilos de la economía, la política, la cultura y la sociedad-. Ellos pretenden evitar, por todos los medios a su alcance, el triunfo de la nueva visión y la expansión de la consciencia que se abre paso en la Humanidad y la Madre Tierra; quieren impedir como sea un cambio de visión que conllevaría, inexorablemente, la plasmación de un nuevo sistema y el nacimiento de un nuevo escenario civilizatorio; y consideran que la mejor forma de evitarlo consiste en tapar lo que está aconteciendo. Para ello, utilizan sin rubor todos los instrumentos y herramientas que les proporciona el enorme poder que detentan. Y los ponen al servicio de la difusión y el éxito de lo que responde a sus intereses, fomentando que los medios de comunicación y el propio inconsciente colectivo se haga eco de sucesos y fenómenos minoritarios que enseñan una realidad negativa, frustrante, cargada de miedos y recelos y tremendamente desesperanzadora. En esta estrategia se inscribe el objetivo de esconder el verdadero ser y el sentir de la mayoría de la juventud bajo la falaz etiqueta de gente inmadura, incompetente y negligente.
Para no dejarnos engañar por sus mentiras, aprendamos a mirar el mundo con ojos limpios de prejuicios, suposiciones y etiquetas. Nos rodean multitud de jóvenes maravllosos que merecen toda nuestra confianza y apoyo. Y muchos son, además, "almas viejas" que están aquí y ahora para coadyuvar al tránsito consciencial en el que el planeta y la Humanidad andamos inmersos.
Con relación a las subjetivas, hay que reconocer la capacidad de atracción que ahora y siempre ha tenido para muchos “mayores” -también para bastantes jóvenes- la percepción de una juventud desorientada, alocada, sin presente y con escaso futuro. Una tendencia que es muy evidente, por ejemplo, en la esfera literaria, que desde hace tiempo se viene nutriendo de la juventud desnortada como base argumental, desde Las desventuras del joven Werther (1774), de Goethe, a la autobiografía yonqui de Christiane F (1978). De estas fuentes bebe fielmente Hegemann y a ello obedece parte de su éxito.
Pero hay otra razón que es carácter objetivo: la imagen de una juventud idiotizada y carente de valores y metas es la que interesa difundir a las personas y grupos que detentan el poder -el poder real, el que auténticamente mueve los hilos de la economía, la política, la cultura y la sociedad-. Ellos pretenden evitar, por todos los medios a su alcance, el triunfo de la nueva visión y la expansión de la consciencia que se abre paso en la Humanidad y la Madre Tierra; quieren impedir como sea un cambio de visión que conllevaría, inexorablemente, la plasmación de un nuevo sistema y el nacimiento de un nuevo escenario civilizatorio; y consideran que la mejor forma de evitarlo consiste en tapar lo que está aconteciendo. Para ello, utilizan sin rubor todos los instrumentos y herramientas que les proporciona el enorme poder que detentan. Y los ponen al servicio de la difusión y el éxito de lo que responde a sus intereses, fomentando que los medios de comunicación y el propio inconsciente colectivo se haga eco de sucesos y fenómenos minoritarios que enseñan una realidad negativa, frustrante, cargada de miedos y recelos y tremendamente desesperanzadora. En esta estrategia se inscribe el objetivo de esconder el verdadero ser y el sentir de la mayoría de la juventud bajo la falaz etiqueta de gente inmadura, incompetente y negligente.
Para no dejarnos engañar por sus mentiras, aprendamos a mirar el mundo con ojos limpios de prejuicios, suposiciones y etiquetas. Nos rodean multitud de jóvenes maravllosos que merecen toda nuestra confianza y apoyo. Y muchos son, además, "almas viejas" que están aquí y ahora para coadyuvar al tránsito consciencial en el que el planeta y la Humanidad andamos inmersos.
Estoy completamente de acuerdo con el diagnóstico que haces. Añadiría que hay personas mayores que no quieren serlo y, ,al no poder volver a ser jóvenes,idealizan su época juvenil para sentirse superiores. También se autoanestesian para no sentirse responsables de cómo está el mundo:"¡Que juventud! así cada vez vamos apeor.
ResponderEliminarAsí no se puede hacer nada".Algunos docentes se han contagiado. No crean porque no creen ni en ellos ni en los jóvenes.