El comportamiento espiritual y físico de los verdaderamente contemplativos se caracteriza por la sencillez y la naturalidad. En cambio, los pseudocontemplativos se prestan a excentricidades de todo tipo. Mientras oran, cualquiera que los observe podrá ver cosas extrañas. Si sus ojos están abiertos, mirarán fijamente, como los de un perturbado, o estarán desorbitados de horror, o parecerán los de una oveja herida y próxima a la muerte. Unos inclinan la cabeza hacia un lado o la echan hacia arriba; otros emiten sonidos estridentes y plañideros. Los hay que no pueden estar sentados, ni de pie, ni acostados sin mover los pies o gesticular con las manos. Otros mueven los brazos, como si remaran, o hacen muecas o se ríen sin motivo. Y lucen muchos más amaneramientos grotescos e inadecuados, aunque algunos son tan inteligentes que logran mantener en público una actitud respetable.
Creen, sin embargo, que lo que hacen es por Dios. Pero su “estilo de amar a Dios” los conducirá derechos a la locura.
Cuanto mejor es una posición o postura modesta, un porte tranquilo y compuesto, un candor alegre.
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