Luz Dary Cruzado me escribe un email desde Lima (Perú) con un breve relato que me indica le gusta mucho. Y, entendiendo que ha dado con este Blog por causalidad, me pregunta si le puedo dar alguna pista sobre su origen y significado.
El relato es este:
Un hombre llamó a la puerta de la casa de su amada. Le respondió una voz:
-¿Quién es?.
Y el hombre dijo:
-Soy yo.
Y la misma voz le contestó:
-No puedes entrar, aquí no hay sitio para dos personas.
Y la puerta permaneció cerrada.
Algunos meses después, el hombre lo intentó de nuevo y volvió a llamar a la misma puerta de su amada. Ésta repitió la pregunta:
-¿Quién es?.
Y, en esta ocasión, el hombre respondió:
-Eres tú.
Entonces, la puerta se abrió.
Pues bien, Luz Dary, por causalidad, como tú señalas, sí puedo contestar tu interrogante, aunque no sé si la respuesta es de la índole que esperabas. Y es que esta corta y hermosa historia pertenece a lo mejor de la tradición sufí. Más concretamente, a la parte de la misma dirigida a subrayar la denominada “identificación”.
Para comprender lo que esto significa, hay que empezar dando algunas pinceladas acerca del sufismo, término que etimológicamente deriva de “sûf”, una vestimenta de color blanco usada por los primeros místicos en señal de humildad.
Históricamente, el sufismo apareció dentro del Islamismo en el siglo VIII, constituyendo su rama mística y más profunda. Ante él, la jerarquía ortodoxa islámica mostró el mismo recelo que ante las corrientes místicas han puesto de manifiesto siempre y en todo lugar las autoridades de cualquier religión, que coinciden en censurar tanto la conexión directa con la divinidad propugnada por los místicos, tachándolos de individualistas y soberbios, como su inclinación a no ajustarse a una doctrina sistematizada, lo que los aproximaría a la herejía. Con todo, el mundo musulmán terminó por reconocer la dimensión espiritual del sufismo y una cátedra en él especializada entró en funcionamiento en la mezquita de El Cairo en el año 980 (258 en la cronología árabe, que arranca con
En cuanto a sus contenidos, tres señas de identidad caracterizan al sufismo: profunda espiritualidad volcada en un sistema de pensamiento que no encaja con religión alguna y está presente, a su vez, en todas; puesta en valor de la libertad como condición indispensable para el incremento de la consciencia del ser humano y su elevación espiritual; y situar el Amor por encima de cualquier otra cosa o consideración, “identificando” el Amor con la divinidad misma e “identificando” por el Amor
Por esto, el sufismo otorga una gran importancia a la “identificación”, que es lo que refleja el breve relato que nos ocupa. Una identificación que, como se acaba de explicar, tiene en el Amor su base y razón de ser.
Por ello, el relato es también una historia de Amor, con mayúscula, que en la lógica sufí es lo único que nos posibilita alcanzar lo divino.
Hay una sucinta historia sufí que recoge muy bien como es el Amor, y no el intelecto, lo que explosiona nuestra divinidad:
Dios, después de crear el intelecto, le preguntó:
-¿Quién soy yo?.
Y el intelecto enmudeció: no compete al intelecto conocer a Dios.
Ante ello, Dios le aplicó sobre la vista el colirio de luz de su propia Unicidad y Divinidad.
Entonces el intelecto, abriendo los ojos, contestó:
-Tu eres Dios y no hay otra Divinidad que no seas Tú.
Compete al intelecto conocer a Dios por medio del propio Dios.
El Amor es la divinidad misma,
Y el Amor se identifica con la divinidad misma e identificamos por el Amor
Muy bello este escrito, igual que es sufismo, y muy recomendable leer a Rumi el gran poeta mistico y fundador del sufismo.
ResponderEliminarEfectivamente, Luzblanca, el gran Rumi, poeta de poetas y cantor de cantores.
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