La Nube del No-Saber y El Libro de la Orientación Particular son obras escritas en inglés por un autor anónimo del siglo XIV. A medida que las leo y medito, escribo y cuelgo en el Blog estas Variaciones sobre las mismas, respetando sus respectivas estructuras, lo que supone un total de 99 breves capítulos (fecha de publicación del primero: 20/07/09)
Me preguntas ahora cómo podrás evitar este elemental conocimiento y sentimiento de tu “propio ser”. Quizá porque empiezas a comprender que, si eliminas esto, cualquier otro obstáculo quedará superado. Si has llegado a entenderlo, ya es mucho.
Pero para responderte he de explicar que eso que llamas “propio ser” no es tal, sino que se trata de tu pequeño yo, del ego. Y este no es tu Ser genuino, sino la forma que el Ser adopta para experimentar su vivencia en este mundo material (como un gran río no es la forma que asume en cada momento -con más o menos caudal o aguas más o menos turbulentas según la época del año, la pluviometría o el viento-, sino que es el río mismo, que existe más allá de esas formas pasajeras).
Desgraciadamente, las personas solemos identificarnos con nuestra forma (mi yo y circunstancias en la vida física actual) y olvidamos nuestro Ser, el Yo Verdadero, eterno, divino e inmutable. Y denominamos como “propio ser” lo que es sólo una forma transitoria, perecedera, cambiante.
Cuando esto ocurre, el Yo Verdadero queda aletargado, olvidado; y el ego asume, por defecto, la dirección de tu vida. Mas será la actuación de este Yo Verdadero, en la medida que su gracia vayan despertando y cogiendo protagonismo, la que logrará que el pequeño yo vaya perdiendo peso hasta quedar inactivo, a la par que el Yo Verdadero toma las riendas.
Eso sí, te advierto que, en principio, percatarse de lo anterior y su puesta en práctica genera una sensación de tristeza interior. Pero es de suma importancia modelarla. Has de ser cauto para no forzar nunca tu dimensión corporal o espiritual. Siéntete relajado y tranquilo, aunque estés sumergido en esa tristeza. Ésta es perfecta; y bendita hay que considerar a la persona que la experimenta. Porque todo ser humano, a lo largo de su actual vida física, puede tener motivos de tristeza, pero ninguna comparable a la razón universal y profunda que deriva de experimentar que Es (Existe); de constatar su auténtico Ser y comprobar el papel que en su vida tiene aquello que no es sino una forma superficial, algo que ha estimado como el ”propio ser” cuando en realidad es efímero, prácticamente nada.
Todo otro motivo de tristeza palidece ante este. Sólo siente auténtica tristeza quien se da cuenta no sólo de lo que es (forma), sino de que es (Ser) y como la forma controla y domina por encima del fondo, del Ser. Quien no ha sentido esto debería llorar, pues nunca ha experimentado la verdadera tristeza. Ésta purifica a la persona. Aún más, prepara su corazón para recibir una alegría tal que trascenderá con ella el saber y el sentir de su “propio ser”.
Cuando esta tristeza es auténtica, está henchida de anhelo de divinidad y de divinidad misma. Si la persona no estuviera alentada por la contemplación, quedaría completamente aplastada por ella y por la comprensión de su Ser. Pues cuántas veces quiere lograr que su Yo Verdadero asuma el mando de su vida y no lo consigue -pues su conocer y su sentir están preocupados y apegados al pequeño yo- siente el peso del ego de una manera tan trágica que puede dejar de cuidarse a sí mismo con tal de poder amar a Dios.
Sin embargo, en todo esto no desea dejar de existir. De hecho, se alegra de existir y desde lo hondo de su corazón rebosante de agradecimiento da gracias al Creador por el don y el bien de su existencia. Y, al unísono, desea incesantemente verse libre del conocimiento y sentimiento de su “propio ser”. Antes o después, todos hemos de darnos cuenta en alguna medida tanto de esta tristeza como de este anhelo de libertad. Dios, tu Yo Verdadero, en su sabiduría, te enseñará, según tu fuerza física y tu grado consciencial, a soportar esta verdad. Él te instruirá poco a poco hasta que asuma el mando de tu vida y ya no haya un “propio ser” distinto del Ser, sino que los sea uno en la plenitud del amor.
Me preguntas ahora cómo podrás evitar este elemental conocimiento y sentimiento de tu “propio ser”. Quizá porque empiezas a comprender que, si eliminas esto, cualquier otro obstáculo quedará superado. Si has llegado a entenderlo, ya es mucho.
Pero para responderte he de explicar que eso que llamas “propio ser” no es tal, sino que se trata de tu pequeño yo, del ego. Y este no es tu Ser genuino, sino la forma que el Ser adopta para experimentar su vivencia en este mundo material (como un gran río no es la forma que asume en cada momento -con más o menos caudal o aguas más o menos turbulentas según la época del año, la pluviometría o el viento-, sino que es el río mismo, que existe más allá de esas formas pasajeras).
Desgraciadamente, las personas solemos identificarnos con nuestra forma (mi yo y circunstancias en la vida física actual) y olvidamos nuestro Ser, el Yo Verdadero, eterno, divino e inmutable. Y denominamos como “propio ser” lo que es sólo una forma transitoria, perecedera, cambiante.
Cuando esto ocurre, el Yo Verdadero queda aletargado, olvidado; y el ego asume, por defecto, la dirección de tu vida. Mas será la actuación de este Yo Verdadero, en la medida que su gracia vayan despertando y cogiendo protagonismo, la que logrará que el pequeño yo vaya perdiendo peso hasta quedar inactivo, a la par que el Yo Verdadero toma las riendas.
Eso sí, te advierto que, en principio, percatarse de lo anterior y su puesta en práctica genera una sensación de tristeza interior. Pero es de suma importancia modelarla. Has de ser cauto para no forzar nunca tu dimensión corporal o espiritual. Siéntete relajado y tranquilo, aunque estés sumergido en esa tristeza. Ésta es perfecta; y bendita hay que considerar a la persona que la experimenta. Porque todo ser humano, a lo largo de su actual vida física, puede tener motivos de tristeza, pero ninguna comparable a la razón universal y profunda que deriva de experimentar que Es (Existe); de constatar su auténtico Ser y comprobar el papel que en su vida tiene aquello que no es sino una forma superficial, algo que ha estimado como el ”propio ser” cuando en realidad es efímero, prácticamente nada.
Todo otro motivo de tristeza palidece ante este. Sólo siente auténtica tristeza quien se da cuenta no sólo de lo que es (forma), sino de que es (Ser) y como la forma controla y domina por encima del fondo, del Ser. Quien no ha sentido esto debería llorar, pues nunca ha experimentado la verdadera tristeza. Ésta purifica a la persona. Aún más, prepara su corazón para recibir una alegría tal que trascenderá con ella el saber y el sentir de su “propio ser”.
Cuando esta tristeza es auténtica, está henchida de anhelo de divinidad y de divinidad misma. Si la persona no estuviera alentada por la contemplación, quedaría completamente aplastada por ella y por la comprensión de su Ser. Pues cuántas veces quiere lograr que su Yo Verdadero asuma el mando de su vida y no lo consigue -pues su conocer y su sentir están preocupados y apegados al pequeño yo- siente el peso del ego de una manera tan trágica que puede dejar de cuidarse a sí mismo con tal de poder amar a Dios.
Sin embargo, en todo esto no desea dejar de existir. De hecho, se alegra de existir y desde lo hondo de su corazón rebosante de agradecimiento da gracias al Creador por el don y el bien de su existencia. Y, al unísono, desea incesantemente verse libre del conocimiento y sentimiento de su “propio ser”. Antes o después, todos hemos de darnos cuenta en alguna medida tanto de esta tristeza como de este anhelo de libertad. Dios, tu Yo Verdadero, en su sabiduría, te enseñará, según tu fuerza física y tu grado consciencial, a soportar esta verdad. Él te instruirá poco a poco hasta que asuma el mando de tu vida y ya no haya un “propio ser” distinto del Ser, sino que los sea uno en la plenitud del amor.
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