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18/10/09

Sobre la biografía de García Márquez y el éxito temprano: Consciencia, conciencia y experiencias

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. UNA VIDA": SABOR AGRIDULCE

Traducida al español por Eugenia Vázquez Nacarino, ha llegado a las librerías españolas la biografía de Gabriel García Márquez escrita por Gerald Martin, titulada Gabriel García Márquez. Una vida (Debate; Barcelona, 2009).

Admiro la pluma del novelista colombiano. Y conozco lo suficiente su vida como para constatar que la biografía en cuestión presenta lagunas significativas y le falta tensión al relatar algunos de los hechos que recopila. Con todo, me he regocijado con su lectura y agradezco a la editorial y a la traductora que me hayan dado la oportunidad de disfrutarla en mi lengua nativa (eso sí, a un precio, 25 euros, que se me antoja excesivo, a pesar de sus 762 páginas). No obstante, debo reconocer que, al terminar el texto, me he quedado con un sabor agridulce que deseo compartir con vosotr@s.

Este regusto final no obedece a la conclusión soterrada que la biografía plantea, por más que tampoco sea agradable. Me refiero a que Gerald Martin ha optado por el tipo de biografía que los críticos literarios denominan factual, es decir, fáctica, relativa a los hechos de la vida del personaje. Y el paseo por ellos en la segunda parte del libro, cuando García Márquez es un escritor de fama y reconocimiento planetarios, se hace agobiante al dispararse la sospecha (las últimas 300 páginas son un carrusel casi alocado de “gente de renombre”) de que el camino concreto hacia el éxito –en este caso, una pluma magistral- es lo de menos; y que lo auténticamente importante, el verdadero objetivo existencial del personaje, tanto antes como después del éxito mismo, ha sido gozar del estatus que el éxito proporciona: “tocar y oler, frecuentar y medir, auscultar y narrar el poder”, en palabras de Jordi Gracia, en su crítica a la biografía publicada en Babelia en el día de ayer.

Pero no, ni quiero ni esencialmente puedo entrar en los juicios de valor y suposiciones que lo anterior conlleva. El sabor agridulce que antes citaba tiene una causa distinta derivada de que la biografía abre la puerta a una reflexión general acerca del éxito temprano (en el caso del “Gabo”, nacido en 1927, su consagración mundial como novelista aconteció en 1967, con Cien años de soledad, por más que tuviera que esperar otros 15 años para obtener el Nobel de Literatura). Un éxito rápido al que la mayoría se apuntaría sin dudarlo, pero que suele marcar demasiado el resto de la vida del que lo disfruta, que termina girando cual noria en torno al éxito logrado y al modelo (“way of life”) que lleva asociado, poniendo muy difícil que la persona, con el paso de los años, se aventure por otros derroteros y tenga la capacidad y la valentía para acometer y apurar nuevas experiencias. Y este no es un asunto baladí, ya que son precisamente las experiencias las que nos permiten aumentar nuestro grado de consciencia, por lo que estancarse en ellas es tanto como poner freno a nuestra evolución consciencial y, por ende, espiritual.

Para entenderlo mejor, me retrotraigo a la entrada sobre la Consciencia de Unidad inserta en el Blog con fecha 2 de octubre pasado. En ella se explicaba sintética y esquemáticamente la experiencia de individualidad que vivimos los seres humanos a través del tránsito por distintas etapas: ego, triunfador, dador, buscador, vidente y espíritu. Pues bien, son las experiencias personales y directas en cada una de ellas, ninguna otra cosa, las que nos permiten avanzar por grados de consciencia que, siendo todos igualmente legítimos y válidos –dejemos a un lado las dichosas dicotomías (bueno y malo, superior e inferior, alto y bajo,…)-, se distinguen entre sí por su mayor o menor cercanía y sintonía con la Consciencia Perfecta, que es la que propia de la divinidad y, por tanto, de nuestro Yo Verdadero.

CONSCIENCIA: "YO SOY" Y "THE MATRIX"

La “consciencia” se relaciona con “ser”. Cuenta con dos dimensiones inseparablemente unidas: “consciencia de lo que se es” y “consciencia de lo que es”. Recuérdese la contestación que Dios ofrece a Moisés (Éxodo, 3,14) cuando éste le pregunta cuál es su nombre: “Yo Soy el que Soy”, traducido del latín (“ego sum qui sum”); o “Yo Soy el Ser”, si se acude al griego (“e.gó ei.mi ho on”). Con una contundencia radical, se refleja en esta afirmación la consciencia de ser en su doble dimensión: la consciencia de lo que se es -consciencia de Ser, de ser quien soy-; y la consciencia de lo que es -consciencia de lo Real, de lo que es la realidad-. También Jesús hizo suya esta expresión y en el Evangelio de Juan utiliza el “Yo Soy” en siete ocasiones (4,26; 6,20; 8,24,28,58; 13,19; 18,5). Y en la tradición oriental, Buda es descrito como un ser plenamente consciente de ser.

En esta consciencia de ser -de lo que soy y de lo que realmente es- se fundamenta el célebre “conócete a ti mismo”. Conocerme a mí mismo implica ser consciente de lo que soy. Y supone sentir y vivir lo "Real", sin fantasías, prejuicios, interpretaciones o ilusas pretensiones sobre mí y lo que me rodea. ¿Se acuerdan de la película The Matrix?. Lo que Neo, el protagonista, logra durante el argumento es adquirir consciencia de ser. Experimenta un proceso de despertar que enlaza con la distinción, formulada entre otros por Heráclito de Éfeso, entre aquellos que estando dormidos parecen estar despiertos (los humanos que las máquinas mantienen inconscientes en nichos y enchufados a una realidad virtual que consideran su verdadera vida) y los que realmente están despiertos y pueden comprender (los humanos encabezados por Morfeo que han escapado del dominio de las máquinas). Y Neo adquiere consciencia de ser en su doble dimensión: de lo que él es; y de lo que es real, una realidad tan distinta del iluso mundo virtual diseñado por las máquinas.

¿Quién goza de una Consciencia Perfecta?. Una Consciencia así, con mayúscula, es atribuible a la divinidad. El Ser Uno, Todo o Dios es Consciencia pura, sin otros aditivos ni paliativos. Los seres humanos, en nuestra escala, podemos aproximarnos a ella en la comprensión de que la consciencia es un “estado” y que son muchos sus niveles o grados (como si fuera un termómetro).

CONCIENCIA Y CONCIENCIACIÓN

La ilusoria separación de la Unidad que vivimos los seres humanos al experimentar la individualidad en libre albedrío provoca la pérdida de consciencia. La inconsciencia de lo que realmente somos nos introduce en un mundo de enredos dicotómicos y apegos materiales en el que la “conciencia” nos sirve de orientación, como una brújula. ¿Hacia dónde nos guía?: ¡a la consciencia!. La conciencia es un impulso interior que inconscientemente nos dirige, valga el juego de palabras, a elevar el grado de consciencia, a recobrar la consciencia. Es la llama que alimenta al buscador y lo dirige al gran encuentro: hacia la consciencia de lo que es.

Piénsese, por ejemplo, en las personas concienciadas en el servicio a la comunidad, la defensa de los derechos humanos, la ayuda al Tercer Mundo, evitar el maltrato de animales o la protección del medio ambiente. Son conductas y comportamientos ligados de un modo u otro a la idea de Unidad. Y son indicios palpables de que el ser humano que los ejerce, en su discurrir espiritual, avanza hacia el restablecimiento de la consciencia y el conocimiento de sí mismo. No importa que se considere ateo o agnóstico. Una persona concienciada en ámbitos como los expuestos muestra un progreso espiritual hacia su verdadero Ser. No es extraño encontrar ateos que en realidad están espiritualmente mucho más despiertos que otros que se reclaman religiosos y reducen la religión a una práctica iterativa y rutinaria de ritos y ceremonias vacíos de contenido y carentes de amor.

Y si la consciencia, como se reseñó, está ligada a “ser”, la conciencia radica en “estar”: se está en un determinado “estadio” de conciencia. Y si el grado de consciencia puede elevarse, en los estadios de conciencia es posible progresar. Expresado gráficamente, la consciencia es una línea vertical en la que se puede ascender (aumento del grado de consciencia); la conciencia es una línea horizontal en la que se puede progresar (avance en el estadio de conciencia). Así como existen diferentes grados de consciencia, hay distintos estadios de conciencia. Según nuestro grado de consciencia, las personas pasamos de un estadio de conciencia a otro a lo largo de la cadena de vidas físicas -y en cada una de ellas- de nuestra encarnación en el plano humano. Y gracias a las experiencias que vivimos en cada estadio de conciencia se abre la posibilidad de elevar nuestro grado de consciencia.

EXPERIENCIAS Y EVOLUCIÓN CONSCIENCIAL

El punto de arranque es un bajo grado de consciencia o consciencia egocéntrica, representado por el ego y el triunfador de la reiterada entrada del Blog del 2 de octubre. De hecho, engloba diversos grados de consciencia, pero todos tienen como eje la identificación con el ego y con lo que a éste reporta placer: mi yo es el centro del Universo y todo gira en torno a mí para proporcionarme felicidad. En estos grados de consciencia egocéntrica se viven, a su vez, distintos estadios de conciencia –concienciación en torno a la acumulación de riqueza y dinero o en clave de poder, éxito y fama, reconocimiento social,…- con sus correspondientes experiencias. Y es la insatisfacción o carencia de una vida llena y completa que sentimos en el transcurso de tales experiencias la que nos conduce a buscar algo más y ayuda a elevar nuestro grado consciencial.

Nos introducimos entonces en una consciencia de sistema: nos transformamos en dadores, en la terminología ya usada, y hacemos cosas de forma desinteresada para una determinada esfera (sistema). Ésta se irá ampliando poco a poco en la medida que aumenta el grado de consciencia: familia, amigos, comunidad, sociedad, humanidad, planeta. El altruismo ganará terreno, dando paso a diferentes niveles en el estado de consciencia en los que el triunfador de antes se convierte en un dador cada vez más generoso capaz no sólo de dar cosas, sino también de darse a sí mismo. En estos grados de consciencia viviremos diversos estadios de conciencia –las modalidades de concienciación ya citadas en torno al servicio a la comunidad, los derechos humanos, el Tercer Mundo, el maltrato de animales o el medio ambiente-, con sus respectivas experiencias.

La sucesión de estas experiencias aportará vivencias que irán elevando nuevamente el grado de consciencia; y ampliando el ansia de dar a todos los seres humanos y al planeta en su globalidad. Esto nos hará avanzar por estadios de conciencia cuyas experiencias situarán a nuestra individualidad en un punto límite: el mundo que queríamos abrazar deja de ser fuente de realización y aparece la necesidad de elevar trascendentemente el nivel consciencial. Aspiramos a encontrar a Dios y nos transformamos en buscadores (siempre lo hemos sido, pero ahora somos conscientes de serlo). El mundo material ya no es el lugar en el que pueden realizarse nuestros deseos y anhelos y ponemos en cuestión la pretensión del ego de ser omnipotente. Y, como buscadores, pasaremos por distintos grados de consciencia que nos introducirán en diversos estadios de conciencia con sus consiguientes experiencias.

Éstas nos pondrán en evidencia una luz interna que insiste en que hay que ir más allá, disfrutando del viaje como en la travesía hacia Ítaca cantada por Kaváfis, pues la búsqueda ha de desembocar en el encuentro. Su empuje nos lleva a vislumbrar dimensiones de la realidad que hasta ahora permanecían escondidas. Aún no las podemos palpar, pero empezamos a sentir que están ahí, esperando a que demos el paso hacia a ellas. Nuestro grado de consciencia se eleva al nivel de vidente, que realmente incluye diferentes grados de consciencia. En ellos desarrollamos diversos estadios de conciencia con sus correspondientes experiencias, que propiciarán que toda identificación externa y el ego se vayan diluyendo. Es un nacimiento nuevo, una resurrección en vida que posibilita que veamos a Dios en la vida misma. Desparece cualquier lucha interior y el guerrero que hemos sido (egoístas, triunfadores, dadores,…) puede descansar para siempre. También el buscador, porque la búsqueda, simplemente, concluyó.

Nuestro nivel de consciencia se habrá elevado mucho, pero aún puede aumentar más. El encuentro nos permite ver a Dios. Pero desearemos experimentar a Dios mismo, fundirnos con Él y en Él. Se alcanza entonces un grado de consciencia de espíritu, que se despliega en tres grandes estadios de conciencia: conciencia cósmica (experimentamos milagros); conciencia divina (obramos milagros); y conciencia de la Unidad (nos convertimos en el milagro). No es la Consciencia que disfruta el Ser Uno, pero sí análoga. Con el último estadio reseñado, conciencia de Unidad, la propia conciencia se disuelve. De hecho, deja de ser necesaria, pues cumplió su función como brújula y guía hacia mayores grados de consciencia. Ésta ya fluye en todo su esplendor y de modo pleno, sin reservas.

GRADOS DE CONSCIENCIA, ESTADIOS DE CONCIENCIA Y EXPERIENCIAS

Hay que reiterar que en cada nivel expuesto -egocéntrico, triunfador, dador, buscador, vidente y espíritu-, existen en realidad numerosos grados de consciencia. Cada uno se plasma, a su vez, en variados estadios de conciencia. Y éstos, a lo largo de nuestra existencia como seres humanos, nos llevan a vivir muy diferentes experiencias que nos permiten ir elevando el grado de consciencia. La verdad es que la toma de consciencia plena está siempre a nuestro alcance. Pero solemos transitar por los distintos grados de consciencia durante nuestra encarnación -cadena de vidas- en el plano humano.

Antes de nacer en cada vida física, tenemos un grado de consciencia resultado de las existencias y experiencias de vidas anteriores. El cuerpo y el entorno (el “yo y mis circunstancias” de Ortega) en el que volvemos a nacer contará con el perfil energético y vibratorio pertinente para, a partir de ese grado de consciencia, desarrollar un estadio de conciencia específico en el que viviremos experiencias que nos posibilitarán el aumento en el grado de consciencia. Tras ello, desplegaremos un nuevo estadio de conciencia con sus respectivas experiencias, que nos permitirán incrementar otra vez el grado de consciencia. Durante una misma vida física, este proceso se puede repetir “n” veces, sin que exista una regla fija, pues depende de cada uno y su respectiva toma de consciencia. Y el proceso no tiene que ser siempre evolutivo (ascensos sucesivos en el grado de consciencia), sino que las experiencias vividas en un estadio de conciencia pueden llevarnos a un estancamiento o, incluso, a una involución o descenso en el grado consciencial.

Como consecuencia de todo ello, en el momento concreto de la transición que erróneamente llamamos “muerte” disfrutaremos de un determinado grado de consciencia. Éste será el punto de partida en nuestra siguiente vida física y definirá el perfil del cuerpo y el entorno en el que nos volvemos a encarnar.

Por tanto, denominado “A” al grado de consciencia, “B” a cada estadio de conciencia y “C” a las experiencias que vivimos en cada estadio, la secuencia puede formularse así:

--- A --- B --- C --- A --- B --- C --- A --- B --- C --- A ---

La base está, por tanto, en el grado de consciencia, que es puramente interior. Sin embargo, solemos creer que la clave del cambio se encuentra en modificar el estadio de conciencia, que tiene un marcado sesgo exterior. Retomando consideraciones ya expuestas en este Blog, los cambios en los estadios de conciencia son programas. Y hace falta mucho más para avanzar en la búsqueda: se necesita una nueva visión. Ésta sólo la ofrece la elevación en el grado de consciencia. Y es la vida y el apurar en ella múltiples experiencias lo que nos permite trabajar en el interior de cada uno para aumentar lo más posible el grado de consciencia.

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