No se trata de un optimismo voluntarista, sino de una realidad: la humanidad está despertando en su ser más profundo; y lo está haciendo por millones.
Se cuentan por millones los hombres y mujeres que están activando lo más íntimo de cada uno, nuestro Yo Verdadero y divinal; y de una manera tan personal como colectiva:
+Personal, pues tal despertar o activación interior -búsqueda, resurrección en vida o como queramos llamarlo- es una experiencia propia, que nadie puede hacer por otro.
+Y colectiva, porque el avance interior de cada ser humano lo es también de la humanidad; y, a su vez, el de ésta en su conjunto ayuda al de cada cual por medio de hilos invisibles que encajan de lleno en lo que teológicamente se suele llamar Cuerpo Místico –Cuerpo Crístico, Cuerpo Búdico, etcétera, según las tradiciones y culturas espirituales-.
La existencia de tales hilos se pone de manifiesto de múltiples formas. Por ejemplo, en el hecho de que personas que no se conocen entre sí y viven en zonas alejadas del planeta aborden reflexivamente al unísono un mismo asunto o cuestión con conclusiones similares, cuando no, simplemente, idénticas.
Valga un modesto botón de muestra. El pasado lunes 5 de octubre publiqué en este Blog una entrada titulada “In media virtus”, que arrancaba señalando como la visión dominante ensalza el exceso como ninguna otra cultura lo había hecho antes, continuaba subrayando la importancia del aristotélico “justo medio” (“in media virtus”) y terminaba animando a caminar en nuestra vida cotidiana por el “sendero del medio”. Pues bien, sólo cuatro días después, el 9 de octubre,
Nuestra cultura se caracteriza por el exceso en casi todos los ámbitos de la vida: exceso en la utilización de los recursos naturales, en la explotación de la fuerza de trabajo, en la especulación financiera, en la acumulación de riqueza. La crisis actual es en gran parte fruto de este exceso.
El historiador inglés Arnold Toynbee en sus estudios sobre el nacimiento y muerte de las civilizaciones señala que éstas entran en colapso cuando el exceso, en más o en menos, empieza a dominar. Es lo que estamos viendo actualmente. De ahí la importancia de reflexionar sobre la justa medida, que acaba siendo sinónimo de sostenibilidad.
La justa medida tiene que ver con lo óptimo relativo, es decir, con el equilibrio dinámico entre el más y el menos. Por una parte, toda medida es sentida negativamente como límite a nuestras pretensiones. De ahí nace la voluntad y hasta el placer de violar el límite. Y por la otra, es sentida positivamente como la capacidad de usar en forma moderada potencialidades que pueden dar otro rumbo a la historia y así garantizar la continuidad de la vida.
Veamos rápidamente el lugar de la justa medida en algunas de las grandes culturas que conocemos.
En las culturas de la cuenca del Mediterráneo, especialmente entre los egipcios, griegos, latinos y hebreos la búsqueda de la justa medida era central. Lo mismo se da en el budismo y en la filosofía ecológica del Feng Shui chino. Para estas tradiciones el símbolo era la balanza y las respectivas divinidades femeninas, tutoras del equilibrio.
La diosa Maat era la personificación de la justa medida para los egipcios. Bajo su responsabilidad estaba la medida política que permitía que todo fluyera equilibrada y armoniosamente. Pero los sabios egipcios pronto percibieron que ese equilibrio solo era sostenible si la medida exterior correspondía a la medida interior. En caso contrario, impera el legalismo. Hoy sabemos que su visión influyó fuertemente en el pensamiento griego y latino e hizo que una de las características fundamentales de la cultura griega fuese la búsqueda insaciable de la medida (metrón en griego, de donde viene nuestro metro). Es clásica la formulación, verdadera regla de oro: «la perfección está en la justa medida de todas las cosas».
La diosa Némesis, venerada por griegos y latinos, correspondía a la diosa Maat de los egipcios. Representaba la justicia divina y la justa medida. Quien osase sobrepasar la propia medida (eso se llamaba hybris = arrogancia y presunción exacerbadas) era inmediatamente fulminado por esta divinidad. Así, por ejemplo, los campeones olímpicos que, como en los días actuales, se dejaban endiosar por sus admiradores; también los escritores y artistas que permitían su divinización por causa de sus obras.
A pesar de la expulsión, la misión de cultivar y guardar el jardín del Edén continuó. Aquí se anuncia una medida de valor siempre actual: el ser humano puede intervenir en la naturaleza siempre que esté orientado por la medida del cuidado, pues “cultivar” expresa el cuidado esencial y “guardar” es sinónimo de garantizar la sostenibilidad.
Pero hay que preguntar: ¿Quién garantiza la sostenibilidad? Se han señalado muchas fuentes inspiradoras, generalmente indicadas como únicas: la naturaleza o la razón universal o la sabiduría de los pueblos o las religiones y la revelación contenida en
Hoy estamos cada vez más convencidos de que nada puede ser reducido a una única causa (monocausalidad) o a un único factor, pues nada es lineal y simple. Todo es complejo y está entretejido de inter-retro-relaciones de redes de inclusiones. Por eso necesitamos articular todas esas instancias y algunas otras. Juntas, deben ayudarnos a encontrar una justa medida adecuada, pues todas aportan alguna luz y comunican alguna verdad. Sabiduría es asumir estas verdades que potencian el equilibrio y permiten que la vida viva y evitan conflictos innecesarios.
La pregunta para nosotros hoy es: ¿Cuál es la justa medida de intervención en la naturaleza que por un lado preserve el capital natural, y por el otro nos comporte beneficios? Por no haber encontrado todavía la formula, estamos patinando en la crisis. (http://servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=349)
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