El jueves y viernes de la semana pasada se insertaron en el Blog dos entradas dedicadas a la interrelación entre consciencia y educación que han despertado mucho interés entre l@s amig@s del Blog (Un salto cuántico en la educación y Proyecto “
Los amigos del Blog Alternativo (http://www.elblogalternativo.com), que son los que nos lo han remitido, nos recuerdan que “buenos días”, “adiós”, “gracias”, “de nada”, “por favor” no son palabras sin trascendencia. Acompañadas de una sonrisa y actitud sincera se convierten en un estado de ánimo que acompaña nuestro día a día y puede armonizar el mundo.
La amabilidad interna y la buena educación externa como expresión de esta, no es algo victoriano, cursi, hipócrita o anti-alternativo, sino elementos importantes en una sociedad más consciente, relajada y amorosa, porque normalmente la parquedad y el mal gesto van unidos a prisas, enfados que bajan la vitalidad de las personas y un ritmo de vida acelerado que nos hace perdernos el aquí y ahora.
Además, las palabras emiten una vibración determinada y, como demuestran las investigaciones energéticas de Masaru Emoto con fotos de agua congelada sometida a diferentes estímulos, la palabra “gracias” construye unas formas geométricas mucho más bellas y perfectas que insultos o amenazas.
Obviamente no nos referimos a esa agresividad cuando hablamos de “la mala educación”, pero es un ejemplo de que los buenos modales honestos emiten una frecuencia positiva que nos beneficia a nosotros y a aquellos con quienes interactuamos.
En este marco, el reseñado artículo de Rosa Montero critica con dureza el trato rudo y hostil de los españoles en la actualidad, en comparación con las maneras más “dulces, amables y educadas” de las personas de origen sudamericano de primera generación porque, por mimetismo, tanto la mala alimentación como la mala educación se contagian.
Sea la situación tan extrema como ella la pinta o no, lo importante son sus conclusiones de que los buenos modales son las bases de la convivencia, del respeto y de la empatía hacia los demás.
Merece la pena reflexionar a nivel personal sobre este tema contemplando esa gota de agua e imaginando cómo sería nuestro cuerpo y nuestro mundo, mayoritariamente acuático, si la amabilidad y la dulzura imperase en nuestras relaciones. Seguro que mucho mejor…
Estas son las palabras de Rosa Montero:
Hace algunos días, una amiga mía estaba haciendo cola delante de la caja de un supermercado. Era una hora punta y había mucha gente. Cuando llegó su turno, mi amiga, que ya había vaciado su cesta sobre la cinta, dijo: “Buenas tardes”. La cajera, una chica de aspecto andino, levantó sobresaltada la cabeza de su afanoso marcar y marcar. “Ay, señora, perdone, buenas tardes”, dijo con su suave acento ecuatoriano: “Es que una termina perdiendo los modales”.
Y, mientras cobraba, le contó a mi amiga que llevaba cinco años en España y que, cuando llegó, se le habían saltado las lágrimas en más de una ocasión por la rudeza del trato de la gente: no pedían las cosas por favor, no daban las gracias, a menudo ni contestaban sus saludos. “Al principio pensaba que estaban enfadados conmigo, pero luego ya vi que eran así”.
De todos es sabido que el español tiene modales de bárbaro. Aún peor: consideramos nuestra grosería un rasgo idiosincrásico y hasta nos enorgullecemos de ella. “Somos ásperos pero auténticos”, he oído decir en más de una ocasión. Y también: “Es mejor ser así que andarse con esas pamemas hipócritas y cursis que se gastan otros pueblos”. Y por pamemas cursis nos estamos refiriendo pura y simplemente a la buena educación. En muchas cosas, por desgracia, seguimos siendo un país de pelo en pecho al que le gusta alardear de ser muy macho.
Resulta sorprendente que nos hayamos convertido en un pueblo tan áspero y tan zafio, porque, en mi infancia, a los niños se nos enseñaba todavía a saludar, a dar las gracias, a ceder el asiento en el autobús a las embarazadas, a sostener la puerta para dejar pasar a un incapacitado, por ejemplo.
Hoy todos esos usos corteses, esas convenciones amables que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos para facilitar la convivencia, parecen haber desaparecido en España barridas por el huracán del desarrollo económico y de una supuesta modernización de las costumbres. En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de derechas.
Me temo que defender los buenos modales, como hago en este artículo, puede parecerles a muchos una reivindicación casposa y obsoleta. Pero en realidad los buenos modales no son sino una especie de gramática social que nos enseña el lenguaje del respeto y de la ayuda mutua. Alguien cortés es alguien capaz de ponerse en el lugar del otro.
Dentro de esta educación en la mala educación que estamos llevando a cabo de modo tan eficiente, son los chicos más jóvenes quienes, como es natural, aprenden más deprisa. No sólo es bastante raro que un muchacho o una muchacha levanten sus posaderas del asiento para ofrecerle el sitio a la ancianita más renqueante y temblorosa que imaginarse pueda, sino que además empieza a ser bastante común ver a una madre por la calle cargada hasta las cejas de paquetes y flanqueada por el gamberro de su hijo adolescente, un grandullón de pantalones caídos que va tocándose las narices con las manos vacías y tan campante.
Algunas de estas madres llenas de impedimenta y acompañadas de hijos caraduras son emigrantes, lo que demuestra la inmersión cultural de la gente extranjera: las nuevas generaciones crecidas aquí enseguida se hacen tan maleducados como nosotros. Pero, por fortuna, también sucede lo contrario.
Quiero decir que, en los últimos años, muchos de los trabajos que se realizan de cara al público, como los empleos de cajero o de dependiente en una tienda, han sido cubiertos por personas de origen latinoamericano. Dulces, amables y educados, esas mujeres y esos hombres siguen insistiendo en dar los buenos días, en pedir las cosas por favor y en decir gracias.
Algunos, sobre todo aquellos que vinieron hace años, como la cajera que se encontró mi amiga, tal vez hayan relajado un poco su disciplina cortés, contaminados por nuestra rudeza. Pero la mayoría continúa siendo gentil con encomiable tenacidad, y así, poco a poco, están ayudando a desasnar al personal celtíbero.
¿No se han dado cuenta de que estamos volviendo a saludar a las dependientas? Yo diría que en el último año la situación parece haber mejorado. Las colas de los supermercados, con sus suaves y atentas cajeras latinoamericanas, son como cursillos acelerados de educación cívica. Quién sabe, quizá los emigrantes consigan civilizarnos.
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Me parecen muy interesantes los temas de educación, tanto de niños, adolescentes y universitarios como de adultos; a veces estos somos menos educados que aquellos y no digamos nada cuando agunos mayores queremos imitarles para parecer" progres". Ayudemos todos a la convivencia desde nuestro afecto y comprensión
ResponderEliminar¡Educonsciencia!
ResponderEliminarUn beso