Dicha y Gozo
La dicha no es un “premio”, sino, sencillamente, la expresión de que se ha adoptado la actitud adecuada. La dicha se manifiesta cuando no ponemos obstáculos a lo Real. Del mismo modo que “la alegría es la señal inequívoca de que la vida triunfa” (H. Bergson), la dicha expresa que el Ser fluye.
Para el yo, la dicha es un “objeto” que se imagina en el futuro. Por eso, tiende a hacer de su vida una carrera desbocada en pos de un futuro siempre inalcanzable. Por otro lado, la “dicha” del yo siempre es inestable, porque no puede existir sin su par opuesto: la desdicha.
Venimos a descubrir, entonces, un efecto paradójico: el yo, que busca la dicha desesperadamente, es el único obstáculo para que ella se manifieste. Por eso, en la medida en que nos desidentificamos del yo, el Gozo es. Eran sólo nuestras “etiquetas” e interpretaciones mentales las que lo velaban. Si permaneces en el presente, en la quietud que no juzga, emergerá
Ser es sinónimo de Dicha…, a condición de que no queramos ser “algo”. Porque quien estaría buscando ese “algo”, sería únicamente el yo. El presente –
No identificación con el yo
El comportamiento ajustado, armonioso y socialmente eficaz no nace del esfuerzo voluntarista ni del perfeccionismo, sino de la comprensión de lo que somos. Si, en la práctica, estamos identificados con el yo, no podremos dejar de vivir para él, porque será desde él desde donde veremos la realidad y a nosotros mismos.
Aun sin ser conscientes de ello, la identificación con el yo se plasma en tres creencias:
+creencia de que mi identidad es el yo (la idea mental que tengo de mí);
+creencia de que somos un yo concreto y sólido; y
+creencia de que este yo precisa de algo para completarse.
Al ser vacío e inconsistente, el yo es siempre carente y necesitado, por lo que decir “yo” equivale a decir “yo necesito”. Desde esa necesidad, que no es sino la sensación de que uno mismo es incompleto –como el yo con el que previamente se ha identificado-, surge un doble e inevitable movimiento: de atracción hacia todo aquello que sospecha que puede completarlo, y de aversión hacia lo que, sintiéndose vulnerable, experimenta como una potencial amenaza. La identificación con el yo nos impide salir de esa dinámica.
En resumen, lo que se halla en el origen del apego y de la aversión no es sino la ignorancia básica sobre quiénes somos. Y sólo podremos liberarnos de ello cuando acabemos con la idea obsesiva de creernos un “yo” separado, incompleto o inacabado. De otro modo, seguiremos generando sufrimiento a nosotros mismos y a los demás.
¿Cómo salir de esa idea o creencia?
Párate. Observa todo lo que se mueve en tu campo de consciencia, toma distancia de todo ello. Cae en la cuenta de que todo aquello que puedes observar está en ti, pero no eres tú. ¿Qué queda? Atención desnuda, Espacio vacío, la pura Conciencia de ser, un “Yo soy” autoevidente que no puede ser objetivado,
Permanecer en
Quien está “despierto”; quien se ancla, no en la mente, sino en
Estamos despiertos en la medida en que mantenemos una “atención plena” a lo que acontece en nuestro interior y a nuestro alrededor, sin identificarnos con ello. Como ha escrito Jon Kabat Zinn –un psiquiatra pionero en la aplicación de la “atención plena” para la prevención del estrés-, “la atención plena puede ser considerada como una conciencia continua que no enjuicia, que se cultiva prestando, en el momento presente, una atención no reactiva y lo más abierta posible” (J. Kabat-Zinn, La práctica de la atención plena, Kairós, Barcelona 2007).
Un aliado de primer orden para crecer en la “atención plena” es la respiración consciente. La atención a la respiración es, probablemente, la herramienta más eficaz para crecer en consciencia y venir al presente.
Y es, al venir al presente, donde apercibimos que nuestra identidad no es el pequeño y necesitado yo que nuestra mente pensaba, sino esa Presencia ilimitada que, en sí misma, es Gozo.
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Enviado por Concha Redondo.
Autor: Enrique Martínez Lozano
Fuente: www.enriquemartinezlozano.com
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