Numerosos indicios de una observación imparcial pueden pronto transformarse en certeza, cuando logramos sentir que hay en nosotros dos naturalezas subyacentes: una personal o individual, relativamente accesible a nuestros modos habituales de percepción y otra, más difícil de percibir, que es experimentada como nuestra participación en algo más vasto que el individuo, de manera que opto por atribuirla a la esfera de lo espiritual.
La atención que nosotros, los seres humanos, le prestamos a esto es muy variable; según cada quien y según los momentos de la vida; casi todos, sin embargo, deberíamos reconocer que, al menos en ciertos momentos de nuestro devenir, hemos sentido dentro de sí, junto a nuestra tendencia racional y egocéntrica, esa necesidad de infinito imperecedero o “absoluto”. Todos buscamos conectarnos con algo que vaya, como hoy nos pasa al participar en las redes sociales, más allá de nosotros. Posiblemente, algunos de nosotros hayamos percibido esa sensación de presencia que conmueve todos los basamentos de nuestra individualidad y que nos integra con lo que está más allá de la comprensión racional del ego dominante. Estoy convencido de que el impulso que nos lleva a diario a conectarnos con nuestros semejantes, está motivado por esa fuerza.
La trama electrónica en la que reposa toda la sociedad de la información es la fuente y es el fruto de la evolución de una humanidad que parece estar yendo más allá del aislamiento de la racionalidad hacia una a-racionalidad inclusiva que integra y armoniza ideas, sentimientos, intuiciones, instintos, sensaciones, emociones y pensamientos asociativos (por cierto, racionales).
Donde quiera que se mire existen también pulsiones, a menudo caóticas, hacia lo espiritual que son dadoras de sentido, amor y plenitud. La espiritualidad es una fuente de significados, de donde surge la voz y el sentido de lo que es trascendental para nuestras vidas. La espiritualidad, tanto como la ciencia y el arte determinan y, a su vez, son determinados por la cultura en la que estamos inmersos.
Nunca como hoy el hombre ha tenido a su disposición medios materiales tan eficaces, pero nunca como hoy el hombre se ha visto a sí mismo tan privado de valores que le confieran sentido a su vida. Lo único que puede dar significado a la vida humana, a nuestras vidas, es un nuevo pensar, un humanismo intrínseco que emane de las profundidades de nuestra conciencia abierta, clara y liberada de condicionamientos; una conciencia conectada con las raíces del espíritu humano, con las raíces del “Ser”.
Puede que, a algunos, les resulte complicado entender esto, especialmente a aquellos que han cristalizado y encerrado sus modelos mentales en una matriz racional-reduccionista. Ellos han dejado de oír la voz interior del ser y, probablemente ya no dediquen su tiempo intencionalmente a la contemplación o meditación, a sentir lo que los místicos de la antigüedad llamaron “el fundamento del Ser”. Hay algo grande dentro de cada uno, más grande que nuestro yo finito y egoísta. Cuando este componente último del ser, respira a través del intelecto es el genio, cuando respira por la voluntad, es la virtud, cuando fluye por nuestro corazón es el amor. Es REAL; sí, EXISTE. La transformación de la conciencia humana está ocurriendo delante de nuestros ojos. Transitamos por esta vida con ansia egoísta y por eso, muchos no lo perciben. Si han perdido la capacidad de sentirlo, se debe a la brutalidad que la modernidad industrial positivista les ha inflingido.
Sólo una contracultura de la solidaridad y la cooperación, hoy emergentes y propias de la cultura que subyace en las redes sociales, pero sustentada en el trabajo interior de las personas, en el desarrollo de la espiritualidad, podrá activar la presión ciudadana, para impulsar estrategias de redistribución de la riqueza, una contracultura hoy frenada por el imperio del racional-individualismo de mercado.
Están quienes necesitan y quienes pueden dar. Sin embargo, la clave está en darse cuenta que todos somos “compartidores”, ya que la satisfacción de una necesidad material de unos, sería la satisfacción de una necesidad espiritual de otros. Se trata de trabajar juntos para reparar los daños de la escasez, tanto material como espiritual, dando y cosechando los frutos psico-sociales del compartir. El éxito de esta estrategia se basará en la co-evolución entre las personas y la sociedad, y en la forma en que éstas integren armónicamente las tres fuerzas del cambio verdadero:
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Autor: Andrés Schuschny
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