¿Qué es lo importante y cuál es realmente el motivo de toda búsqueda llamada espiritual?
Según mi comprensión y experiencia, hay básicamente dos asuntos muy válidos que motivan esta búsqueda. Uno es el impulso que nace del deseo de ser feliz, estar bien, la tranquilidad, la paz. Algo sucedió que informaba que era infeliz e incompleta. Y a la vez algo decía que era posible resolver eso. Estoy convencida que esta misma situación aqueja a la mayoría de los que buscan dentro de lo llamado espiritualidad y veo que es de suma importancia para conseguir aclarar esto, el cuánto se desea esta resolución de averiguar la causa de la infelicidad y resolverla. Sé que es preciso comprender qué es lo que nos mueve, a dónde apuntamos, qué queremos. Podemos desear algo del devenir o podemos desear resolver la raíz del conflicto que nos genera sufrimiento, y estos no están necesariamente relacionados. Por resolver los hechos no necesariamente se acaba el sufrimiento. Mi convicción es que sufrimos porque hay una lucha con el devenir, con las situaciones y con nuestra íntima apreciación y sentido de vida. Así que la clave para salir del sufrimiento es comprender que la causa de él está en la confrontación con lo que sucede, no en el hecho mismo que acontece. Por tanto se requiere saber por qué no aceptamos lo que viene tal como llega, en su origen mismo.
El otro asunto que motiva la búsqueda es el amor a
Veo que los deseos surgen e impulsan. Desde que adquirimos relación con el cuerpo, en la primera infancia, se abrió un mundo para ser explorado y la posibilidad de descubrirlo por medio de la vivencia y de experimentar los sentidos. Pronto nuestros padres o cuidadores empezaron a enseñarnos las reglas para comportarnos en sociedad, primero dentro del entorno familiar y luego al salir a socializar fuera de casa. El bien y el mal son la primera dualidad aprendida, la reglamentación del basculo del comportamiento. Lo que estorba al funcionamiento de grupo se denomina mal y lo que es aceptado y acorde a la estructura se llama bien.
De este modo, el deber ser en base a un comportamiento adecuado según el paradigma imperante comenzó a trazar los conceptos acerca del cómo vivir y cómo formar un ego funcional. El movimiento entonces no va impulsado por vivir en felicidad, sino por encajar dentro de un sistema. Ser exitoso, competitivo, son los objetivos que tratan de moldear la personalidad. Si tienes éxito, si logras metas, si consigues ser apreciado por esto, premiado, serás feliz. Si fracasas, serás una víctima. Pero resulta que la vida, el acontecer, no se da en base a estructuras. Las estructuras son de la mente, no de la realidad. No hay una constante que suceda siempre en función de satisfacer nuestros deseos personales estructurados. Por eso el éxito y el fracaso, el placer y el dolor, la ganancia y la pérdida vienen a ser las medidas con que juzgamos la relación entre yo y lo que yo vivo, porque busco cumplir la meta del éxito, el logro de satisfacer lo que me exigieron, para así ser amado o cuando menos aceptado.
Otra de mis convicciones es que el amor, así como la felicidad, son cualidades inherentes al ser. Vienen en el mismo paquete de la existencia de Si mismo: Ser Conciencia Felicidad, el ya conocido concepto tríptico, manipulado entre los buscadores espirituales que se mueven en el mundo de la doctrina oriental y sobre todo hindú: Sat Chit Ananda. Pero con la manifestación fenoménica también está en el paquete la inteligencia racional, es decir, la capacidad de formar palabras para dar nombre a las cosas del mundo y a nuestras vivencias. Esta capacidad racional es un instrumento de expresión y de comunicación, una herramienta maravillosa y necesaria. Sin embargo, se convierte en nuestro esclavizador cuando empezamos a asumir la vida a través de lo que cargamos en la memoria, cuando medimos el bien o el mal, el placer o la insatisfacción, en base a premisas conceptuales de la vida, lo aprendido y condicionado que está teñido de prejuicios, y que ni siquiera hemos cuestionado o aceptado en forma comprensiva.
Esto se da cuando tomamos conciencia de todo lo conocido y filtramos lo que vivimos por medio de los juicios, comparándolo con lo ideal, la idea de lo esperado, cuando en realidad todo lo que sucede es una vivencia inmediata, instantánea y anterior a todo juicio. Y a eso, al adjetivo dado a lo vivido, lo llamamos experiencia, que suele ser motivo de orgullo, puesto que cuanta más experiencia se tiene, (memoria), más se supone que se sabe. Así, se le llama sabio, inadecuadamente a mi parecer, al que sabe o recuerda muchas experiencias con las que puede medir lo conveniente o lo indeseable. Lo indeseable, cuando sucede, al ser motivo de rechazo, produce la tensión y la lucha. ¿Cuánto nos podemos fiar de tal sabio, si sus mediciones de la vida, lo adecuado o no, se basan en una mirada parcializada e interesada de la existencia? El verdadero sabio es el que sabe de si mismo, sabe la verdad de su ser como absoluto y la relatividad de la existencia que se manifiesta como fenómenos.
Entonces, ser feliz, estar bien, la tranquilidad, la paz que se desean, ¿cómo las veo?
Estar bien: los sentidos se convierten en puro equilibrio desde su origen en la conciencia. Podría intentar describirlo, aunque me quede corta, pero al menos para hacerse una idea de a qué apunto, aunque las ideas son fragmentos de la imaginación.
Una luz que arrebata, un sonido de armonía, un aroma de fragantes esencias, un sabor dulce como miel y un relajamiento tonificado. La existencia de este y todos los mundos no es una amenaza, sino un evento que se experimenta en ausencia de fragmentación.
Tranquilidad: confianza y seguridad de que nada falta y nada hay que desechar.
Paz: una interrupción del discurso mental, sin justificaciones ni dudas ni miedos.
Felicidad: ausencia de temor, de culpa y de orgullo, una plenitud que ensancha y a la vez se recoge dentro de si misma.
El Ser, expresado desde su esencia, desde si mismo, sin encapsularse en diagramas ideales, sin deseos ni miedos, sin preferencias ni mentalidades esquemáticas, es plena conciencia de ser y se muestra como todo lo referido anteriormente y más. La inteligencia brilla sin interrupciones y la comprensión tanto de si mismo como de todo lo que si mismo contiene en conciencia se hace patente.
Nada de esta plenitud viene como ganancia desde afuera de si mismo. Porque se sabe que fuera de si mismo nada existe, que todo cuanto es conocido es una ideación sostenida por la mente y que los sentidos funcionan en reverberación con los reflejos conscientes, los reflejos en el espejo de la mente.
La auténtica realización está siempre disponible, porque no es causada. Si no se evidencia es porque la actividad mental interfiere y toma preponderancia acaparando la atención y convirtiéndose en intención. La mala interpretación de la búsqueda de plenitud se debe a haber aceptado como cierto lo que nos dice la memoria, es decir, los aprendizajes. Cuando no se sabe mirar los contenidos de la memoria, estos afloran ante la atención en forma automática y conducen a actos reflejos o reacciones condicionadas, mecánicas, fuera del alcance de la comprensión. En lo aparente, nos convertimos en autómatas modelados por la cultura, el medio ambiente, la educación, los patrones aprendidos, los hábitos, las costumbres, los juicios y prejuicios. De este modo la búsqueda de felicidad se convierte en una intención de lograr el modelo de ser que hemos supuesto. Pero el ser no tiene forma, las formas son tan solo la complejidad de su expresión, los múltiples reflejos conscientes en que el si mismo se interpreta ante el espejo de la mente. Esta expresión nace a partir de las semillas recogidas y aceptadas como asuntos pendientes a ser cosechados como el mérito de logro y éxito personal. Por eso es importante en la indagación que regresa al origen, revisar y entender de dónde vienen estas ideas de querer llegar a ser.
La solución de la ansiedad sentida como falta de completitud se encuentra en el reconocimiento de la naturaleza esencial. Para abordar este reconocimiento es preciso cuestionarse absolutamente todo lo que creo ser, lo que creo que debo alcanzar y que me falta. Ser es completo y simple como mirar la hierba de un prado y aspirar los aromas del campo.
La completitud de ser no se evidencia si aún se sostienen diferencias entre yo y los otros. Se muestra por ejemplo cuando abraza al semejante, cuida al niño, atiende al anciano, se entrega al amante o se aboca en la acción heroica. Ser es completo, y se aprecia cuando el ego no manda y los conceptos no definen intenciones. Ser completo se muestra en el relajamiento de la tensión que produce el yo construido por la mente. Se muestra en ausencia de miramientos personales y movido por el bien mayor, es decir, donde la persona no es más importante que todas las personas, donde Namasté cobra verdadero sentido, porque el ser es uno con el ser en todos sus reflejos. El Si mismo en mi es el Si mismo en ti. Y recuerdo a este punto lo que a Malak le he escuchado muchas veces: tú eres mi otro yo.
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Autora: María Luisa
Fuente: Existo (http://existodesdesiempre.blogspot.com)
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