TALLER DE ESPIRITUALIDAD PARA BUSCADORES
(Se publican en el Blog las entradas correspondientes a los distintos Módulos que configuran el Taller conforme éste se va desarrollando para l@s que lo siguen de manera presencial, comenzando el sábado 11 de septiembre y concluyendo el domingo 19 de diciembre de 2010)
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Taller de Espiritualidad para Buscadores:
+ Módulo 1: Ver entradas del sábado 11 y domingo 12 de septiembre
+ Módulo 2: Nueva visión
Sábado18 de septiembre:
8. Ciencia y espiritualidad
9. El cine y la esencia de la vida (Baraka)
10. ¿Y tú qué sabes?
11. Nueva visión y consciencia de unidad
Domingo 19 de septiembre:
12. The Matrix: la mente del Todo
13. Del laberinto (del fauno) al cielo (berlinés)
14. La influencia secreta de la música.
15. Racionalidad e irracionalidad
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12. The Matrix: la mente del Todo
Retomando el paseo por películas que promueven una nueva visión a través de contendidos científicos, se podía alargar indefinidamente el repaso de aportaciones de las últimas décadas. Muestran que la ciencia está preparada para plantearse novedosas preguntas, a las que aún no puede responder, y abrir sus puertas a concepciones hasta hace poco vetadas por el saber académico tradicional.
Preguntas que, efectivamente, son nuevas, aunque puede que tengan respuestas antiguas que, con diversas denominaciones -hermetismo, esoterismo, Tradición, sabiduría secreta, ciencia oculta,...-, han llegado hasta nosotros transmitidas de generación en generación fuera de los cauces ortodoxos de aprendizaje. A ellas se acerca la ciencia cada vez con mayor velocidad, gracias especialmente al aire fresco aportado por los últimos avances de la revolución tecnológica y el inmenso mundo de la realidad virtual. Lo que se ha plasmado en películas de tanto éxito comercial como The Matrix, que permiten adivinar el contenido del gran conocimiento y constituyen una gran metáfora en torno al mismo.
The Matrix, dirigida por Andy y Larry Wachowski en 1999 y convertida después en trilogía (Reloade y Revolutions), presenta claras influencias del film Ghost in the Shell (1995) de Mamoru Oshii y aboga con contundencia por la existencia de una realidad subyacente, que es la verdadera, aunque nuestros sentidos nos hagan creer en una realidad aparente, virtual, puramente ficticia. El convencimiento de que ésta es lo único que existe nos convierte en máquinas y nos pone al servicio de las máquinas. Sin embargo, el conocimiento de nosotros mismos, de lo que genuinamente somos, nos permite tomar conciencia de la existencia de la auténtica realidad, nos libera de las cadenas mecanicistas, nos introduce vertiginosamente en una nueva visión de las cosas, coloca la realidad aparente al servicio de nuestra consciencia interna, transforma nuestra existencia y descubre al auténtico ser que vive en nuestro interior.
En la cinta, el protagonista, Neo (Keanu Reeves), bajo la iniciación de Morfeo (Laurence Fishburne), adquiere consciencia de que el mundo que tomaba por verdadero no es sino una mera simulación virtual y que todos los seres humanos somos presos de una ilusión individual y colectiva, creada por la máquinas, conocida como Matrix. El grupo de rebeldes que lidera Morfeo rescata a Neo de la cosecha de personas donde se encontraba prisionero y le explican en qué consiste la realidad: se encuentran cerca del año 2199 y la humanidad está esclavizada por las máquinas, que tras el desarrollo de la inteligencia artificial se rebelaron contra la humanidad y ahora emplean a la especie humana como fuente de energía, mientras la mantienen adormecida en conexión a una falaz realidad virtual. En este mundo ficticio, los pocos humanos que han escapado del adormecimiento y han adquirido consciencia de la verdad pueden desafiar las leyes físicas y realizar hazañas asombrosas.
Sobre esta trama, nada en el film es casual. Parte de un saber antiguo que Heráclito de Éfeso ya enunció en el siglo VI a.c. mediante la célebre diferenciación entre aquellos que estando dormidos parecen estar despiertos y los que de verdad están despiertos y pueden comprender. Para despertar hay que emprender la búsqueda –“no es lo mismo conocer el camino que andar el camino”, dice Morfeo-; conocerse a sí mismo –“no pienses que lo eres, sabes lo que eres”, señala, igualmente, Morfeo-; y tener confianza en nuestras capacidades y talentos –es lo que en la cinta trasmite el Oráculo-. Búsqueda, conocimiento de uno mismo y confianza que aportan una nueva visión. Ella permite constatar lo ficticio del teórico mundo real, lo que enlaza con otra frase del guión: “bienvenido al desierto de lo real” (su autoría es del filósofo francés Jean Baudrillard, en su libro Simulacro y simulación, que aparece al inicio del film), donde el término desierto es una referencia no peyorativa, sino descriptiva, a una vida libre por fin de apegos y anhelos vanos e ilusos.
La nueva visión posibilita, además, que nuestra realidad interior actúe y mande sobre el mundo exterior y virtual que antes creíamos real -por esto, Neo puede volar o parar una bala con la mano-, siempre que seamos capaces de romper con esos apegos que nos atan al mundo de ficción y nos restan energía. Igualmente, la nueva visión hace que superemos los dualismos impuestos por la anterior visión: el “yin” y el “yang”, los opuestos, se unen; el bien y el mal se unifican para trascenderse; y la maldad o la bondad pueden surgir en la figura de cualquiera con la finalidad de que la consciencia triunfe.
Conjunto de reflexiones que aparecen desparramadas por el argumento de la cinta con expresiones y consideraciones sacadas del budismo, el taoísmo, el zen o el hinduismo. Y con claves judaicas y cristianas, cual el atributo de “Elegido” que se da a Neo, similar al de “Mesías”; la denominación de Zión que se otorga a la última ciudad humana, en referencia a
En particular, los saberes resumidos en El Kybalión, obra de raíces milenarias que cuenta con varias ediciones en castellano (por ejemplo, Edaf Ediciones; Madrid, 1988). No en balde, los hermanos Wachowski utilizan la trama como excusa para escarbar bajo la superficie de la realidad aparente y descubrir lo que en ella subyace. Y, utilizando la metáfora de las nuevas tecnologías y el mundo virtual, ofrecen la conclusión de que esa realidad subyacente tiene una naturaleza mental. Lo que constituye la esencia del principio hermético del Mentalismo, reflejado así en El Kybalión: “el Universo es una creación mental sostenida en la mente del Todo”; “el Todo es Mente; el Universo es mental”. El título de la cinta es, de hecho, un guiño a este influjo hermético, pues El Kybalión afirma que “la mente del Todo es la matriz del Universo”. Parafraseando al ya citado Herbert Spencer, mental es la energía infinita y eterna de la cual proceden todas las cosas. En palabras de Ibn Arabi, padre del sufismo: “el Universo es la sombra de Alá”.
13. Del laberinto (del fauno) al cielo (berlinés)
Al final de la búsqueda, ¿consistirá el encuentro en descubrir nuestro auténtico ser interior y constatar que es una porción -chispa, idea, pensamiento, energía...- que comparte la esencia de esa mente infinita y eterna que El Kybalión denomina Todo y comúnmente llamamos Dios?.
La famosa película de Guillermo del Toro titulada El laberinto del fauno, coproducción hispano-mexicana de 2006, arranca con una voz en “off” que nos introduce así en el argumento: “Cuentan que hace mucho, mucho tiempo, en el reino subterráneo donde no existe la mentira ni el dolor, vivía una princesa que soñaba con el mundo de los humanos: soñaba con el cielo azul, la brisa suave y el brillante sol. Un día, burlando toda vigilancia, la princesa escapó. Una vez en el exterior, la luz del sol la cegó y borró de su memoria cualquier indicio del pasado. La princesa olvidó quién era, de dónde venía; su cuerpo sufrió frío, enfermedad y dolor; y, al correr de los años, murió. Sin embargo, su padre, el rey, sabía que el alma de la princesa regresaría, quizá en otro cuerpo, en otro tiempo y en otro lugar. Y él la esperaría hasta su último aliento; hasta que el mundo dejara de girar”.
¿Constituirá esta historia, protagonizada en el film por Ofelia (Ivana Baquero), una hermosa metáfora y una bella aproximación a la experiencia que los seres humanos vivimos inmersos en una ilusión de individualidad, pues verdaderamente estamos integrados en una única identidad de esencia divina, infinita y eterna?. Retomando El hombre rebelde de Camus mencionado al comienzo del Módulo 1, ¿será con el olvido de nuestro linaje divinal cuando comienza el tiempo del exilio, de la interminable busca de justificación, de la nostalgia sin objeto, de los interrogantes más penosos, los del corazón que se pregunta dónde puedo sentirme en mi casa?. Agustín de Hipona relacionó el “conócete a ti mismo” con la divinidad y señaló como finalidad de la vida “conocerte y conocerme” (“noverim te, noverim me”). ¿Se conoce el ser humano cuando va al fondo de sí y halla esa estirpe divina?.
El propio San Agustín cuenta en sus Confesiones (Libro X, 27) la experiencia del encuentro partiendo del “Sero te amavi, pulchritudo tam antiqua et tam nova”: “Tarde os amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde os amé. Y he aquí que Vos estabais dentro de mí y yo de mí mismo estaba fuera; y por defuera yo os buscaba. Y en medio de las hermosuras que creasteis irrumpía yo con toda la insolencia de mi fealdad. Estabais conmigo y yo no estaba con Vos. Manteníanme alejado de Vos aquellas cosas que si en Vos no fuesen, no serían. Pero Vos derramasteis vuestra fragancia, la inhalé en mi respiro y ya suspiro por Vos (...) Encendime en el deseo de vuestra paz”.
Bajo esta óptica, todos los seres humanos somos buscadores, pero nos encontramos en distintos grados de consciencia y conocimiento íntimo:
+Buscadores que, cegados por la luz del sol, desconocen que lo son; príncipes y princesas que han olvidado su linaje y sufren la nostalgia sin objeto.
+Buscadores que han tomado consciencia de serlo y buscan recordar lo que son, de dónde vienen, cuál es su casa.
+Buscadores que ya han experimentado el encuentro, hallando dentro de sí lo que buscaban por defuera, y continúan en el mundo de los humanos para ayudar a tantos príncipes y princesas que buscan y, aún, no encuentran.
+Y buscadores que experimentaron el encuentro y para los que terminó el tiempo del exilio. Viven ya con su padre en el reino donde no existe la mentira ni el dolor, que en verdad no es subterráneo, sino Luz que no ciega. De él no querrán volver a salir jamás.
Con relación al tercer tipo de buscadores, de algún modo hay que llamarlos, la obra maestra del cine El cielo sobre Berlín, cinta de 1987 dirigida por Win Wenders con base en una novela de Peter Handke, realiza una alegoría sobre ellos a través de dos ángeles que vagan por el Berlín de la posguerra. Invisibles a los seres humanos, salvo para los niños y los sencillos de corazón, dan su ayuda a las almas perdidas, aunque sin poder cambiar el curso de las cosas. Pero la misma ansia que empuja a la princesa de El laberinto del fauno, impulsa a uno de ellos a transformarse en humano, decidido a sentir sensaciones y sentimientos que no sean puramente espirituales -se enamora y sacrifica su inmortalidad por una joven y hermosa trapecista-. Transformación que, exactamente en sentido inverso, es una metáfora acerca del camino de transfiguración que recorremos los seres humanos cuando comprobamos en la búsqueda que la felicidad no se halla en experiencias materiales, ni en los apegos y guiños del mundo exterior.
Ahora bien, la evolución por estos diferentes tipos de buscadores, es decir, de grados de consciencia y conocimiento interior, ¿acontece en una sola vida o lo largo de una cadena de vidas que constituye nuestra auténtica existencia humana?. La teoría de la reencarnación remite a esta segunda posibilidad. A lo que va ligado el término sánscrito “samsara”, que desde
La película La fuente de la vida, de 2006, dirigida por Darren Aronofsky, aporta claves muy hermosas e interesantes al respecto a través de las experiencias del protagonista (Hugh Jackman), que transita del siglo XVI al XXVI por un proceso de reencarnaciones incitado por el amor a su mujer (Rachel Weisz), que padece cáncer, y en busca del Árbol de
14. La influencia secreta de la música
En La fuente de la vida, el recorrido por centurias tiene el acompañamiento de la magnífica banda sonora de Clint Mansell. También los seres humanos contamos con la música a lo largo de la búsqueda; y con el encuentro, sus notas explotan en un canto de sublime armonía y equilibrio. Y tratándose de búsqueda y música, hay que rememorar a Cyril Scott y su muy peculiar libro La música: su influencia secreta a través de los tiempos (Editorial Orión; México D.F., 1968 -traducción de la 6ª edición inglesa de 1958-).
Entre otras muchas cosas relativas a los poderes ocultos de la música, este pianista y compositor británico nos recuerda que Brahms confesó, cuatro meses antes de fallecer, que cuando componía se sentía inspirado por un poder fuera de él; creía en un Espíritu Supremo y mantenía que sólo cuando el artista se abría a Él se hallaba en condiciones de componer obras inmortales. Lo podemos entender escuchando su Sinfonía n4º en mi menor. Y aún mejor en sus Cuatro cantos graves, postrera obra del compositor, presagio del cercano final, donde la muerte aparece concebida como un retorno a
A lo que también se refería Beethoven en esta frase que se le atribuye: “Música: Las vibraciones en el aire son el aliento divino hablando con alma de hombre. La música es el lenguaje de Dios”. La película Copying Beethoven, de 2006, dirigida por Agnieszka Holland, la recoge en la única escena en la que el compositor (Ed Harris) se sienta para conversar sosegadamente con su copista (Diane Kruger). ¿Alguien puede dudarlo con
Quizá porque la música, la vibración, es el leguaje divino, Johann Sebastian Bach pudo sintetizar a través de ella la búsqueda humana. Lo hizo magistralmente mediante varias composiciones. En el Preludio de Coral para Órgano (BWV 646) simbolizó el proceso de búsqueda con una serie de notas básicas que se repiten en desarrollo mientras el fondo musical se hace cada vez más rítmico y complejo, reflejando la perfección lograda por el aprendizaje en nuestra experiencia humana en sucesivas encarnaciones. Es en este marco en el que el ser humano, por fin, encuentra. Y lo hace desde su interior (Bach lo representa en la utilización del cello) y en sagrada soledad: ahí el por qué de
Búsqueda y encuentro que también se hallan en otras muchas piezas musicales de muy diversos compositores, desde el muy conocido Canon de Pachelbel -con dos bandas melódicas que avanzan en equilibrio y riqueza como símbolo de la naturaleza una y doble, interior y exterior, del ser humano- al dulcísimo Largo from “Serse” de Handel. Como subraya Cyril Scott, “la melodía es el grito del hombre a Dios; la armonía es la respuesta de Dios al hombre”. Una respuesta que descubrimos en la inspiración de Mozart, la simpatía de Mendelssohn, el refinamiento de Chopin, la feminidad y la infancia volcadas en Shumann, la profundidad iluminada de Wagner, el individualismo de Strauss, el puente a la divinidad de Franck, las reminiscencias akásicas y de “mantras” de Debussy, el exponente dévico de Scriabin o la sublimación de la fealdad de Moussorgsky, sin olvidar a Grieg, Tschaikowsky, Delius, Ravel y tantos otros.
El sonido vibratorio como apoyo en la búsqueda y al servicio de la evolución interna del ser humano. Sin principio, ni final. No por casualidad, Bach y Beethoven dirigieron sus últimos esfuerzos al “arte de la fuga” como forma musical suprema y vanguardista. Beethoven insistió en ello en su lecho de muerte. Y Bach, alcanzó la cima de su genial escritura contrapuntística en sus obras finales, especialmente en la inacabada El Arte de la fuga y en
Y es que la música no transmite lo mismo para cada cual; y no puede describirse con palabras. Tal es su grandeza y naturalidad. Se diferencia, así, del lenguaje oral. Éste constituye un instrumento fundamental para racionalizar internamente y transmitir a los demás los conocimientos derivados de nuestras experiencias vitales e intelectuales. Pero esto hace que, de manera inconsciente, tendamos a creer que la experiencia existe en letras y palabras, confundiendo el hecho experiencial con su expresión literal.
Lo cierto es que cuando de manera conceptual se refleja una experiencia, ésta asume su propia objetividad, que solemos tratar de modo independiente. Por lo que existe el peligro tanto de malinterpretar el concepto, tomándolo como hecho experimentado, como de terminar olvidando la experiencia misma. Sin embargo, ésta se sitúa muy por encima de las nociones que utilizamos para interiorizarla o transferirla. Y el examen y estudio de los saberes teóricos no pueden hacer olvidar que lo importante es esa experiencia viva, genuina, pura y directa.
Para enfatizar lo anterior, existe una sabiduría ancestral que insiste en que no se trata de “conocer”, sino de “ver”. Porque el avance espiritual de cada ser se forja en la experiencia, la cual no puede ser transmitida tal cual es, corriéndose siempre el riesgo de diluirla entre los conceptos y nociones abstractos. Debido a ello, diversas escuelas de pensamiento nos han advertido sobre lo que sintetiza muy bien esta reflexión tomada de los maestros zen: “por muy grande que sea el entendimiento de los conceptos, éstos, ante la experiencia real, son como copos de nieve cayendo sobre el fuego”. Por muy exactas y detalladas que sean las explicaciones, no hacen más que girar alrededor de la experiencia en sí, sin abarcarla nunca.
La música se mueve en la esfera de “ver”. Lo hace por medio de la vibración. Esto la enlaza directamente con lo que algunos textos sagrados consideran el arranque de la existencia. Recuérdese el inicio del Evangelio de San Juan: “Al principio fue el Verbo”. Pitágoras descubrió, dando lugar al nacimiento de lo que hoy entendemos por ciencia, que el tono guarda relación con la longitud de la cuerda: vibración. Hubo que esperar siglos para que el gran científico Michael Faraday demostrara que el magnetismo, la electricidad, la luz y el sonido son distintos aspectos de una misma fuerza: vibración. Y, en la época actual, según la ya citada Teoría de Cuerdas, el más novedoso intento de construir una teoría unificada del comportamiento de la materia en el Universo, la mejor manera de representar la conducta de las ondas de partículas subatómicas es una cuerda que vibra: vibración.
El Kybalión sintetiza así el principio de vibración: “nada está inmóvil; todo vibra” Y asegura que su entendimiento permite el control de las vibraciones mentales y de los fenómenos naturales, en el convencimiento de que son los distintos grados vibratorios los que explican las diferencias entre las diversas manifestaciones de la materia, la mente y el espíritu. Ahondaremos en ello en próximos capítulos.
14. Racionalidad e irracionalidad
Apreciaciones conectadas con las que Antonio Damásio vierte en su libro En busca de Spinoza (Editorial Crítica; Barcelona, 2005), en el que indaga en la inteligencia humana. Para ello, profundiza en la tesis de Pascal acerca de que el corazón tiene razones que la razón no comprende, rastrea respuestas en la filosofía y la ética y constata la permanencia de una sabiduría ancestral que sostiene que la inteligencia humana camina sobre dos piernas, la racional y la irracional, ambas de idéntica utilidad y significación.
De ahí que la vigente preponderancia de lo racional constituya un grave error, pues cierra las puertas a otras formas -intuición, inspiración, sentimiento- de adquirir conocimientos y forjar experiencias. La hegemonía de la racionalidad ha llevado a pensar que las decisiones correctas han de tomarse sin que intervenga lo sensitivo. Pero Damásio sostiene que requieren de una triada de elementos: emoción, conocimiento y razón. Los tres deben manejarse en equilibrio y mediante una negociación entre el abanico de posibilidades que permiten. La irracionalidad es una herramienta que nos ayuda a elegir entre opciones y que se complementa con el conocimiento racional. No tenerlo en cuenta, lejos de evitar la irracionalidad, la coloca fuera de control y nos convierte en esclavos de las emociones y el entorno.
Bajo este prisma, podemos entender mejor tantas tradiciones espirituales que nos hablan de los humanos como seres de “luz” que, encarnados en una realidad tridimensional donde la “luz” no es percibida por nuestros sentidos físicos, la buscamos ansiosamente en el mundo exterior. Creemos que se puede hallar en los objetos y realidades materiales tridimensionales que nos rodean, cuando realmente se encuentra en nuestro interior, pues es nuestra auténtica esencia, la que nos une a la divinidad y nos hace “Hijos de Dios”. El mundo exterior nos engatusa tanto como para creer que podemos encontrar en él una felicidad que sólo está en la divinidad de nuestro verdadero ser. Pero no hay torpeza en esta manera de obrar. Se trata de un plan preconcebido: un plan llamado humanidad. De él formamos parte de modo consciente -aunque hayamos perdido la consciencia de ello- y voluntario -una elección tomada desde
Por tanto, nos estamos buscando a nosotros mismos: buscamos la luz que somos, la única que da sentido a nuestra auténtica existencia y nos proporciona la verdadera felicidad -constante, intensa, profunda y plena-. El fin de la búsqueda, el gran encuentro, se produce curiosamente cuando, ¡qué sencillo!, nos descubrimos a nosotros mismos: hallamos la luz, acontece la “Iluminación”. Merece la pena detenerse en ello y lo haremos de inmediato, en el próximo Módulo, el tercero, con el apoyo de Deepak Chopra y su obra El camino de la sabiduría (Martínez Roca; Madrid, 1999). El ego, el triunfador, el dador, el buscador, el vidente y el espíritu nos esperan.
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FIN MÓDULO 2 (Próximo Módulo: Módulo 3. Sábado 25 y domingo 26 de septiembre de 2010)
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