Hace varios años, informándome sobre
cuál iba a ser el futuro laboral para poder asesorar a mis hijos en sus
estudios, leí algo así como que teníamos que preparar a nuestros jóvenes para
realizar trabajos que no se habían creado, que pudieran resolver problemas que
aún no teníamos. Me impresionó profundamente la idea: había que prepararse
laboralmente para un futuro desconocido; y adquirir conocimientos y habilidades
para unas profesiones que todavía no existían. Entonces, me relajé con los
estudios y orienté a mis hijos a que adquirieran valores, a que tuvieran una
mente crítica y abierta y a que los conocimientos fueran solo la puerta para
descubrir sus dones, sus pericias, sus talentos y sus capacidades.
Me he acordado de esto porque ahora se
da una situación parecida; todos nos preguntamos qué hacer, cómo actuar ante un
futuro que no conocemos (¡como si eso no hubiera pasado siempre!), para
afrontar unos problemas sin precedentes (¿había antes dos problemas iguales?),
en un escenario temporal indeterminado (¿realmente alguna vez hemos tenido
certeza del día siguiente?).
Estamos haciendo una división entre
“antes” y “a partir de ahora”, poniendo ese “ahora” en el día en que volvamos a
nuestra vida “normal”. Entre ambos momentos, se deslizan unas ya semanas de impasse,
de incertidumbre, de obligada quietud, en las que nos preguntamos qué
hacer.
Siguiendo el paralelismo, la respuesta
es que debemos prepararnos para afrontar situaciones que no conocemos y
resolver unos problemas que aún no tenemos. ¿Por qué, entonces, la pregunta?
Por mucho que sigamos moviendo
información, vídeos, opiniones, entrevistas, etcétera, no vamos a saber qué ha
pasado, por qué, para qué, qué es cierto y qué no, quién ha sido o quién ha
dejado de ser…. ¡podemos formular miles de millones de elucubraciones, que
seguro nunca encontraremos la verdad! Mientras hacemos esto, seguimos con el
“repiqueteo del repiqueteo” de nuestra mente, como dice nuestro querido Emilio
Carrillo. Y si no tomamos consciencia de ello, pasaremos estas benditas semanas
de parón de nuestra existencia, de la misma forma que toda nuestra vida
anterior, inmersos en la cháchara de nuestra mente; y perderemos la oportunidad
que la Vida, a quien seguimos reverenciando, nos está regalando.
Si esta Vida nos ha parado, hagámosla
caso y parémonos nosotros también. Dejemos de ocupar nuestra mente con
paranoias, fantasías, palabrería y charlas conspiranoides. Cerremos nuestros
móviles, nuestros portátiles, nuestras ventanas artificiales a ese mundo irreal
que quieren que veamos, para que no miremos dentro. Y demos el salto a nuestras
profundidades.
La teoría nos la sabemos ya: El no
daño, la veracidad, la impecabilidad, la sabiduría-compasión, la vida sencilla,
el respeto a todas las formas de vida, el que todos somos uno, que la muerte no
existe, la confianza en la vida, etc, etc… No hay que repetir todas las ideas
que hemos analizado en los Grupos de Estudio, que hemos escuchado tantas veces
y sobre las que hemos leído tantos libros. La teoría lleva siglos a nuestra
disposición y en nuestra mente la tenemos clara.
Ha llegado el momento de la verdad.
Hemos terminado los estudios y toca ejercer. Somos licenciados en la Vida. Y
hemos de pasar a la acción, si no lo hemos hecho ya. Llevamos eones esperando
este momento de inicio de la Nueva Humanidad. ¿Y qué hacemos ahora? Es simple:
lo que deberíamos haber hecho siempre, poner en práctica todo lo que sabemos,
dar vida a las teorías resolviendo los retos que nos vayan apareciendo, en este
presente eterno en el que nos hemos movido siempre, “antes” y “a partir de
ahora”, aunque no hayamos sido conscientes de ello.
Somos una Rama del árbol de la Vida,
con raíces profundas y fuertes ramales que se alzan poderosos al cielo. Ya nos
han salido pequeñas hojas. Es hora de que demos frutos. Y nuestro nombre es
“Fraternidad”.
Ya lo dijo el Maestro: “Por sus frutos los
conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?” (Mt.
7, 16).
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Autora: Raquel Fernández (raquelfrao@gmail.com)
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