Retomamos la sentencia con la que
concluimos la entrega anterior:
“El bien y el mal no existen en la Naturaleza”
Cuando
“yo soy” frente a otros yoes, la posibilidad de la eliminación de mi yo y todo
lo que lo pueda amenazar o provocar, “para mí”, para mi “yo” es malo; y lo que
permita “mi” supervivencia y “mi” crecimiento es bueno. En un partido de
futbol, para el equipo que gana, el partido ha sido bueno, pero para el que ha
perdido, el partido ha sido malo. Pero para el espectador indiferente, el
partido ha sido lo bueno, pero el resultado…, “le trae al pairo”
Es el
predominio alternativo de una de las dos fuerzas, la que hace que la dinámica
de los sistemas oscile entre lo positivo y lo negativo, pero ambos, el positivo
y el negativo, el Yin y el Yang, son imprescindibles para que el sistema vivo
(o inanimado) pueda existir, luego ni el positivo (crecimiento) es bueno (ni
malo), ni el negativo (decrecimiento), es malo (ni bueno), simplemente son los
elementos que hacen que el sistema simplemente “exista”, lo que es bueno…,
supongo. Porque lo que es bueno (para la vida) es la lucha contra el caos, que
para la vida es lo malo.
De
alguna forma, el salto de lo inanimado a lo animado por la Vida, ha traído
consigo el establecimiento de dos fuerzas primordiales, la positiva que actúa a
favor de la Vida, de la complejidad, de la Evolución hacia estructuras cada vez
más perfectas y con un incremento cada vez mayor de la consciencia individual y,
la fuerza negativa que actúa como freno a la Vida, o a favor del mantenimiento
del caos primordial, contra la que la Vida lucha denodadamente, pero justamente
es en esa lucha, donde la propia Vida se manifiesta con todo su poder creativo.
La Teología y la Teosofía abordan este apasionante tema de un modo
sorprendente, aunque no es objeto de esta línea de pensamiento.
Existen,
en esa lucha entrambas fuerzas, dos situaciones claramente diferenciadas, el
predominio alternativo de una de las dos fuerzas o la situación de estabilidad
e igualdad entre ambas, que en Física se denomina inercia.
Principio del predominio
alternativo
En esencia, las fuerzas antagónicas no
están casi nunca en perfecto equilibrio o estabilidad, sino que en cualquier
momento prevalece una sobre otra, aunque de modo efímero. Esta es la cuestión,
que no se da un equilibrio perfecto o una estabilidad perfecta.
Afortunadamente, siempre hay una fuerza que prevalece sobre la otra, lo
suficiente para que las funciones se puedan llevar a cabo, pero sin que esa prevalencia
distorsione de tal modo el conjunto del sistema, que se produzcan
desequilibrios tales o inestabilidades tales, que al final, el sistema sea
inviable.
El binomio acción - reacción tal cual
haría imposible el movimiento, si partiendo de cero, la fuerza propulsora no
predominase sobra la frenadora; sería imposible cambiar de estado. De igual
forma, si estando en movimiento, creciendo, se llegase a un punto de peligro y
fuera necesario frenar o retardar el sistema, si la fuerza de deceleración no
prevaleciera, el sistema seguiría acelerándose hasta límites incompatibles con
el propio sistema.
Cuando un automóvil logra vencer la
inercia que le mantiene en reposo se mueve, siempre que la fuerza motora
prevalezca sobre la fuerza de gravedad que tiende a mantenerle pegado al suelo
y sin moverse, en la medida que tenga bajo él una plataforma que evite se hunda
en los abismos en dirección al centro del planeta. Un avión se mantiene en
vuelo recto y nivelado, en tanto que la fuerza impulsora de sus reactores o hélices
permita que sus planos mantengan igualadas las presiones de sustentación y de
gravedad gracias al desplazamiento. Es decir, gracias a la prevalencia de una
fuerza respecto de su complementaria, el desplazamiento es posible, hasta
alcanzar un régimen de “navegación” uniforme, momento en el que ambas se
igualan.
Cuando un avión ha alcanzado una
altura y velocidad de crucero, es en el momento en que los dos pares de
fuerzas, se igualan (peso-sustentación) y (propulsión-reacción). Durante el
tiempo en el que estén igualadas, el avión entre en un régimen “inercial”.
Siempre que tanto la velocidad como la
altura del avión varíen, una de las dos fuerzas prevalecerá sobre su opuesta.
Lo que vemos en el día a día de
nuestra vida, objetos que arrancan, se mueven y frenan, niños que nacen,
crecen, llegan a adultos, envejecen y mueren; empresas que se crean, crecen, se
mantienen estables y entran en recesión y, así todo, en el Universo
aparentemente inmutable ante nuestros ojos, esto no se ve en el horizonte temporal
de nuestra vida. El Sistema Solar es así, con nueve planetas orbitando
alrededor del Sol, hace cuatro mil millones de años. Siempre es así, parece
inmutable, las distancias son las mismas si excluimos las variaciones inducidas
por las diferentes excentricidades, cuyo comportamiento descubrió Johannes
Kepler en el siglo XVII. La regla de las áreas da fe de que en la órbita de un
planeta que no sea perfectamente circular, cuando el planeta se acerca al Sol,
hace falta que la fuerza centrífuga se incremente para compensar el incremento
de la fuerza centrípeta, y cuando el planeta se aleja, es necesario disminuir
la velocidad, para conservar estable la órbita. Luego en según qué momento
prevalece una fuerza sobre la otra, originando el inmediato incremento o
disminución de la otra para mantener el sistema estable.
En el ámbito de los seres vivos esto, la
par inercia/inestabilidad es así de modo evidente. Por ejemplo, cuando se
produce un incremento de actividad parasimpática; esto permite por ejemplo la
vasodilatación de los capilares superficiales de la piel para disminuir la
temperatura interna y liberar así el exceso de calor para, una vez liberado
dicho exceso, el sistema simpático se encarga de inducir la correspondiente
vasoconstricción para que no se pierda excesivo calor, poniendo en peligro la
homeostasis del organismo.
La vida es posible porque los sistemas
ejecutan funciones gracias a que en determinados momentos se producen
inestabilidades que permiten que unas fuerzas prevalezcan sobre sus complementarias.
Pero estas inestabilidades son tanto más contrarrestadas por las fuerzas
antagónicas complementarias cuanto más intensas son. Y esto es así porque si
los desequilibrios o inestabilidades superan un determinado umbral, el sistema
se hace inviable y termina destruyéndose. Si a un satélite artificial se le
imprime una fuerza centrífuga que descompense suficientemente el equilibrio con
la fuerza centrípeta, el ingenio terminará por alcanzar la velocidad de escape
y se perderá en el espacio. Esto ocurre cuando la NASA da por finalizada la
vida útil de un satélite artificial, finalmente enciende sus motores para que
el satélite se pierda en el espacio y sea capturado por el Sol. Por contra, si
una vez puesto en órbita se le deja libre sin acciones correctoras de la órbita
de aparcamiento, paulatinamente irá perdiendo altura, puesto que la Tierra
tenderá a atraerle lenta pero inexorablemente, hasta que termine siendo atraído
a la superficie. Esto ocurrió cuando el Sky Lab y la MIR se precipitaron a la Tierra
tras terminar su vida útil.
Pero, aunque los pares de fuerzas
estén estabilizados, siempre hay una diferencia sustancial entre ambas, que una
requiere “energía” para actuar y otra simplemente “es”, sin consumo de energía.
Es decir, una, la que tiende hacia la complejidad, requiere energía, pero la
otra, la que tiende al reposo y a la simplicidad, no requiere energía.
Volviendo al ejemplo del satélite
artificial, una vez colocado en órbita estacionaria, no hace falta mantener los
motores encendidos. Y se mantendrá en órbita gracias a la dinámica inercial que
hace, se igualen la fuerza centrífuga y centrípeta, pero, abandonado a su
suerte, más tarde o más temprano, la gravedad vence y atrapará al satélite.
En conclusión, la prevalencia efímera
de las fuerzas respecto de sus antagónicas es lo que hace posible el mundo
material que ven nuestros ojos, y del que nosotros formamos parte. Pero, con
tiempo suficiente, las fuerzas del caos, siempre prevalecen frente a las de la
Vida. Por eso, la Vida se ve forzada a evolucionar permanentemente hacia formas
y sistemas cada vez más complejas.
Pero todo tiene un límite…
Esta ley de la prevalencia efímera es
la que habitualmente se conoce como ley del péndulo. Esto lo entiende la gente
fácilmente. Un péndulo se balancea de un extremo al otro gracias a que el
movimiento continuo permite sortear alternativamente la fuerza de la gravedad. Pero
la gravedad siempre vence. No existe el movimiento contínuo.
En el contexto socio económico, las
fuerzas antagónicas que prevalecen efímeramente unas sobre otras dan lugar a
los ciclos, que es uno de los principios fundamentales del pensamiento
sistémico, de la misma forma que las fuerzas de gravitación dan lugar a los
ciclos orbitales y estacionales en la Tierra, o las fuerzas que gobiernan
nuestro organismo vivo dan lugar a los ciclos hormonales, circadianos y en
general a los ciclos biológicos. Y en las sociedades humanas, los ciclos
económicos que todos conocemos y sufrimos, no son una maldición, sino la
expresión clara y evidente de que nuestro sistema humano vive y se renueva con
cada fin de ciclo y comienzo del siguiente.
Es decir, la prevalencia alternativa
de fuerzas, la Ley del péndulo da lugar a los ciclos. Y estos ciclos permiten
la existencia en todos los sentidos.
Esta es la base del desarrollo
evolutivo.
La conjunción de ambas fuerzas
establece en prácticamente todos los escenarios reales una situación que
“tiende a la estabilidad”, pero que casi nunca la alcanza. De hecho, la
estabilidad perfecta nunca se logra. Los ciclos son la expresión final de esa
prevalencia alternativa de fuerzas, donde la estabilidad es un límite
asintótico, o se alcanza en un instante como el momento del equinoccio, para
luego volver a desestabilizarse en un sentido o en otro.
La prevalencia alternativa de las
fuerzas tiene su fundamento sistémico en los denominados bucles de
realimentación, que pueden ser positivos o negativos. Los bucles de
realimentación positivos son aquellos donde las variables que los componen se
refuerzan entre sí, de modo que cuando una aumenta, provoca el aumento de la
siguiente, esta de la siguiente y así hasta que la ultima refuerza a la
primera. Este tipo de bucle también se denomina bucle reforzador, y la
consecuencia matemática de este comportamiento es el denominado “crecimiento
exponencial”, basado en la ecuación y = a*ebx ó y = a*e-bx
Este comportamiento es el responsable
del crecimiento y decrecimiento de los sistemas, tanto físicos, como
biológicos, sociales, demográficos y económicos.
En el otro extremo están los bucles de
realimentación negativos; aquellos donde el crecimiento de una variable implica
el descenso de otra, de forma que se produce una tendencia a alcanzar un estado
estable, tras sucesivos ciclos amortiguadores.
En realidad, los bucles reforzadores
aislados no existen, porque son física y biológicamente imposibles. No existe
ninguna posibilidad de crecimiento ilimitado. Tampoco existen de modo aislado
los bucles compensadores, porque ello desembocaría en un estado estable, que
pareciendo deseable, sin embargo, bloquearía cualquier tipo de proceso
adaptativo. Ambos bucles, compensadores y reforzadores se presentan en la
naturaleza asociados y relacionados de modo tal que siempre hay uno que
prevalece sobre el otro, pero ambos se controlan y se vigilan. Cuando uno de
ellos prevalece de modo irreversible, el sistema o bien estalla en mil pedazos
por prevalencia del bucle reforzador, o entra en una vía muerta que le
incapacita para cualquier proceso adaptativo. En cualesquiera de los casos el
sistema muere, bien por crisis o bien por lisis.
En realidad, la ley de la prevalencia
efímera, la ley del péndulo es la expresión simple de una afirmación más
profunda, la prevalencia alternativa de ciclos de crecimiento y ciclos de
recesión.
En el mundo físico esto tiene como
expresión la fuerza expansiva del crecimiento vegetativo y la fuerza
compensadora de los recursos limitados.
El ejemplo más claro lo tenemos en el
crecimiento demográfico, donde a más nacimientos, más incremento de la
población, pero a la vez, a más población, mayor consumo de recursos que,
siendo limitados y también limitada la capacidad de regeneración agrícola, ello
hace que más tarde o más temprano la población se estabilice, o incluso
disminuya por las hambrunas, hasta que comience un nuevo ciclo expansivo.
Un ejemplo especialmente demostrativo
de lo dicho, es la competencia entre especies.
Hay un modelo, desarrollado por
Volterra y Lotska en 1931, que describe como las poblaciones de zorros y
conejos dependen entre sí para mantener un crecimiento estable, porque cuando
una de ellas prevalece la otra responde. Si aumenta la población de zorros,
disminuye la de conejos hasta un límite en el que los zorros comienzan a morir
de hambre por escasez de conejos. La disminución de zorros permite a los
conejos reproducirse con más intensidad al disminuir la presión de los
predadores, hasta comenzar un nuevo ciclo.
Estas son las bases sistémicas del
desarrollo. Se cumplen siempre, aunque las diferentes circunstancias hacen que
el comportamiento difiera y parezca que nos encontramos ante fenómenos
diferentes. Pero no es así.
De hecho, lamentablemente, las leyes
sistémicas son, diríamos, que contrarias aparentemente a la utópica igualdad
entre los seres humanos. El noble deseo de que los seres humanos sean todos
iguales, y que nadie fuera más poderoso o rico que otros, que no hubiera
pobres, es materialmente imposible, y no es esta una afirmación basada en la
maldad de los hombres, en el pecado (aunque también), sino en el comportamiento
cíclico de las fuerzas antagónicas que rigen nuestro destino.
En Economía existe una Ley que es la
que proclama el crecimiento económico de escala (hacer economías de escala, se
dice), que no es sino la afirmación de que cuanto más dinero se tiene, más se
gana. Cuanto mayor es la capacidad de producción, más económica sale cada
unidad, y mayor cuota de mercado se adquiere en detrimento de aquellos que
tienen menos capacidad económica y de recursos tecnológicos o de know how. Este
comportamiento justifica la tendencia a la concentración de poder en manos de
los que más capacidad tienen para dominar el mercado. Es decir, el libre
mercado tiende por sí mismo a la heterogeneidad, al incremento diferencial de
la riqueza entre pocos ricos que acaparan de forma paretiana cada vez mayor
proporción del producto interior de un país o de cualquier comunidad humana,
frente a un cada vez más amplio segmento de la sociedad con menos recursos e
incapaz de competir con los poderosos.
La vida en realidad es así. El
Universo es así. Aunque también es verdad que la Creación no admite campeones
vitalicios. Más tarde o más temprano, la vida pasa factura, a veces de forma
catastrófica.
Pueden parecer ejemplos que no tienen
nada que ver, pero en el fondo presentan similitudes, isomorfismos en
terminología sistémica. Se trata de ver cómo la Naturaleza aparentemente
favorece la Ley del más fuerte en contra de los débiles, aunque de cómo eso es
sólo aparente, el único problema es el horizonte temporal en el que se miden
los acontecimientos.
Un primer ejemplo de lo que estoy
diciendo lo ofrece la formación de las estrellas y de sistemas planetarios. Las
estrellas surgen de la progresiva acumulación de gas interestelar, en un 99,9%
Hidrógeno, que tienden por la fuerza de gravedad, a concentrarse
progresivamente en torno a una gran esfera primigenia de gas cada vez más denso
y concentrado. A lo largo de millones de años – ¡millones de años! – el gas se
va concentrando, tanto más rápida y masivamente cuanta mayor cantidad de gas
exista. Llega un momento en que la concentración de gas es tan grande y la densidad
tan descomunal, que la temperatura, que aumenta con la presión interna del gas,
supera el umbral de las reacciones termonucleares (millones de grados
centígrados) y, comienza la ignición de la recién nacida estrella. A partir de
ese momento, durante miles de millones años, la estrella arrojará millones de
toneladas por segundo de gas incandescente, alimentando de luz y calor el
espacio cercano. Después ese descomunal tiempo transcurrido (miles de millones
de años), la estrella termina muriendo de diversas formas; si es poco masiva
simplemente se enfría, convirtiéndose en una enana blanca o amarilla, o una
gigante roja. Si es extremadamente masiva, la fase final puede ser explosiva,
estallando en una descomunal explosión denominada “Supernova” que, tras cientos
de millones de años, podrá dar lugar a un sistema planetario. La conclusión en
este caso es que inicialmente el predominio de la fuerza centrípeta genera un
bucle reforzador, a más masa, más masa es atraída. Pero esta tendencia no es
eterna. Llega un momento en que bien por agotamiento del gas interestelar
disponible, bien por la presión interna de la propia masa protoestelar, el
ciclo se invierte y, encendiéndose la estrella, comienza a arrojar el excedente
de masa mediante la combustión del Hidrógeno por reacciones de fusión.
En el caso de los sistemas planetarios
el gas interestelar se reparte entre varios cuerpos celestes, gas hidrógeno en
el centro, que formará la nueva estrella de segunda generación, y pequeños
cuerpos más o menos sólidos, que formarán los planetas. El resto del disco de
gas, se queda a penas sin materia, que se concentra en manos de unos pocos que
acaparan el 90% o más de la nube. Pero al final, con la muerte de la estrella,
reventada, el imperio del Sol se extingue, quedando sólo los restos del antiguo
imperio. Por ello, el segundo principio de la Termodinámica (la entropía del Universo siempre tiende
aumentar) es una Ley que por mucho que lo intente la Vida, es inviolable.
Es una buena forma de, al final, sustanciar la eterna lucha del bien contra el
mal.
Y terminamos como al principio,
afirmando que en la Naturaleza el bien y el mal no existen, tal y como lo
entendemos desde una perspectiva moral, porque no aplicando moralidad al orden,
al caos o a la complejidad, simplemente “todo está bien”, sucede todo como ha
de ser. Sólo desde una perspectiva consciencial individual o colectiva, el caos
se ve como negativo, el orden y la complejidad como positiva. Porque es la
consciencia la que emerge gracias al incremento de la complejidad de los
sistemas vivos.
Y al surgir la consciencia, surge una
nueva variable que puede alterarlo todo en el buen y en el mal sentido.
Esta nueva variable se denomina “INTENCIONALIDAD”.
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Autor: José Alfonso Delgado (Doctor en Medicina especializado en Gestión Sanitaria y
en Teoría de Sistemas) (joseadelgado54@gmail.com)
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La publicación de las diferentes entregas de Visión sistémica del mundo se realiza en
este blog, en el contexto del Proyecto Consciencia y Sociedad Distópica, todos los lunes
desde el 20 de enero de 2020.
Se puede tener información detallada sobre los objetivos y contenidos de tal Proyecto
por medio de su web: http://sociedaddistopica.com/
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