“Vivimos en tiempos de transición. Varios místicos afirman que
estamos presenciando el final de una era y el principio de otra”.
Estos momentos de cambio están siempre acompañados de mucha
turbulencia.
La vieja civilización agonizante aún no murió, pero ya no refleja
las aspiraciones de los seres humanos; en tanto que la nueva civilización está
aún siendo concebida, aún se encuentra en estado embrionario.
En este cuadro, los seres humanos se sienten como si el suelo donde
pisan se estuviese resquebrajando, dejamos de tener referencias y certezas.
La crisis ambiental, climática y existencial alcanza a todos.
Asistimos a un incremento de la violencia contra el ser humano,
contra los animales y contra la naturaleza”.
En la misma tónica he seleccionado este pequeño espacio:
Una enorme batalla entre lo viejo y lo nuevo está teniendo lugar
dentro de la consciencia del ser humano.
A medida que cada uno pasa por este inmenso purgatorio de enfrentar
sus demonios internos y hacer espacio para lo nuevo, el cuerpo se ve afectado
por los movimientos de la consciencia.
El ser humano ha sido hipnotizado por los sistemas de creencias
colectivos y la energía esclavizante que rodea la Tierra.
Los viejos patrones del pensamiento están dando lugar y espacio a
la transformación de lo nuevo.
Dejar de luchar, de resistirse al cambio, es simplemente liberar el
pasado.
Soltar el esfuerzo.
Dejar fluir la sutil inspiración.
Al hilo de todo lo cual, Eckhart. Tolle, en Todos los Seres vivos somos uno, con un gran sentido práctico y de
necesidad actual, nos dice:
“La acción despierta es la armonización de tu propósito exterior –lo
que haces– con tu propósito interno: despertar y mantenerte despierto.
Mediante la acción despierta, te haces uno con el propósito de
partida del universo.
La consciencia fluye a través de ti hacia este mundo. Fluye en tus
pensamientos y los inspira.
Fluye en lo que haces, lo guía y le da poder”.
A
lo que se puede sumar lo compartido por Krishnamurti, el gran revolucionario
del siglo XX en el campo de la consciencia, en una recopilación de sus charlas
entre 1945 y 1946:
“Para comprender, la mente debe morar en lo profundo, pero también
debe saber cuándo mantener una alerta pasiva. Sería insensato y desequilibrado
quedarse en un agujero sin utilizar el poder recuperador y sanador de la
pasividad.
Buscamos, analizamos, nos observamos, pero se trata de un proceso
de conflicto y de dolor, no hay ninguna alegría en ello porque juzgamos, o
justificamos, o comparamos.
No hay momentos de consciencia silenciosa, de neutralidad
imparcial.
Es precisamente esta consciencia imparcial, esta neutralidad
creativa, lo que resulta mucho más esencial que la auto-observación e
investigación.
Al igual que los campos que se cultivan, siembran, cosechan y se
les deja en barbecho, también nosotros debemos vivir las cuatro estaciones en
un día.
Si cultiváis, sembráis y cosecháis sin dar descanso a la tierra,
ésta no tardará en ser improductiva.
El periodo de barbecho es tan esencial como la labranza; cuando la
tierra descansa, los vientos, las lluvias y el sol la nutren de productividad
creativa y así se renueva a sí misma.
De igual manera, la mente - corazón debe permanecer silente, en una
alerta pasiva tras el esfuerzo, a fin de renovarse a sí misma”.
Y un gran Presidente de la Sociedad Teosófica, que fue Sri Ram, en
su obra Pensamientos para Aspirantes,
nos dice acerca de esa Verdad interna que tanto necesitamos conocer:
“Antes de que podamos percibir en nuestros corazones la Verdad que
brota de la parte más profunda de nosotros mismos, hemos de estar preparados
por una purificación, por un bautismo, no simplemente de agua, sino también de
fuego.
¿Será esta la etapa o proceso que estamos atravesando?
La Verdad pertenece a la vida, como los hechos pertenecen a la
forma.
Cuando la naturaleza esencial de la Vida está perfectamente
expresada en la forma de la cual se reviste, la forma se convierte en la forma
de la Verdad.
¿Será ese fluir profundo lo que estamos necesitando y hacia lo que
estamos ineludiblemente abocados?
La Verdad es una “tierra sin senderos” porque la intuición no tiene
senderos.
Verdad, bondad y belleza se sostienen o se derrumban juntas. Por lo
tanto, una prueba de la Verdad es la bondad; otra es la belleza.
¿Pistas que nos llevan a esa verdad profunda en nosotros mismos?
Cuando la Verdad es el centro de la propia existencia y el Amor
irradia desde allí, todas las cosas son comprendidas y alcanzadas, porque los
rayos de la Verdad se extienden por todas partes.
La Verdad es infinita y a medida que profundicemos más en ella,
encontraremos todavía mayores honduras, más amplias latitudes y dimensiones
siempre nuevas.
La Verdad que buscamos debe llenar por completo nuestra existencia
y debe filtrarse a través de cada expresión de nosotros mismos, en los
pensamientos, en los sentimientos y en los actos.
Lo que te absorbe en tu interior es la Verdad de tu ser.
Lo que seas y lo que hagas debe brotar de esa Verdad y debe quedar
patentizado por ella”.
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Autor: Miguel Martínez de Paz (Ha sido Presidente de la Rama Hesperia de
Madrid de la Sociedad Teosófica Española)
Madrid de la Sociedad Teosófica Española)
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Las Enseñanzas Teosóficas se publican en este blog cada domingo, desde el
19 de febrero de 2017
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